AQUELLOS OJOS MÍOS DE MIL NOVECIENTOS DIEZ
Entonces y también triste,
con la soledad también,
llevé mis ojos a un agua
y en su aventura exploré
–selva de sueños de plata–
el primer sueño sin ley.
Enemigo de mis ojos,
vértigo de mi niñez,
entre las piedras del agua,
bogando, un negro ciempiés.
Con las flechas de mis versos
yo lo quise detener:
hacia mis ojos bogaba,
negro en su negro bajel.
Cuando todo era perdido
me viniste a socorrer,
cuando negro el horizonte
estabas brillante en él.
Desde la sangre caída,
tu sueño puesto de pie
me poblaba el corazón
de naufragios y de fe.
Ahora sé que en mi tristeza
flotaba el amanecer
desde aquellos ojos tuyos
de mil novecientos diez.