La fiebre del borracho de mi calle,
cuando no soy yo,
me duele si asciende por las alcantarillas
y canta como un perro viudo de noche.
Si mueren en mi puerta las acequias
me quejo de la antena que me pide,
por favor, que deje de una vez los excesos
y vuelva a la barra de la calamidad.
El gobierno del yeso es un peso
que anuncia la vida de mañana,
y por amor,
palabra tan ancha y tan clavada,
se cuela por la voz de las mangueras.
La voz grave de las mangueras,
casi nada,
que conducen al soberbio resto de lo que fuimos.
Hermosa mañana de mirar adentro
de nosotros mismos.
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