Charla realizada por Alfonso Salazar en el encuentro Homenaje a la Novela Negra, Mesa redonda ¿Hay una novela negra mediterránea?, Atenas, Instituto Francés, 31 de mayo 2006
El sencillo
planteamiento del título de esta charla parece una contradicción: negro y
Mediterráneo. Generalmente se asocia el Mediterráneo a la luz, al color, a los
cielos claros y azules. Pero Chester Himes murió en Benisssa, Valencia, mirando
el Mediterráneo. Tan negro como su literatura, aquel de quien Jean Giono dijo
que cambiaba todo Hemingway, Dos Passos y Fitzgerald a cambio de Chester Himes, era la esencia de la
novela negra, el perfil último de los bajos fondos preñados para la literatura.
En ese escenario surge la novela negra, Nueva Cork, Chicago, años 20, cine
negro. Denominaciones con origen francés. Blanco y negro, inseparables del
rostro de Humphrey Bogart predestinado a ser Marlowe. Iconos que se levantaron
desde los cimientos de entreguerras de Hollywood.
Vinieron esos
benditos lodos de la novela policial,
donde se cultivaron los jardines de Poe, Conan Doyle y Ágatha Christie. En esos
barros afloraron Hammet, Chandler y el mismísimo Himes. Decía Chandler que el tránsito
de la novela policíaca tradicional a la novela negra ocurre cuando el crimen se
aleja de los jarrones venecianos (ojo, de marca mediterránea, pregúntenle a
Donna Leon o Brunetti) y es arrojado al callejón de mala muerte de las grandes
ciudades. Eso fue así durante años del siglo XX. El adjetivo “negro” es un rizo
editorial. En EEUU desconocen el término.
Esa es
quizá la primera piedra a derivar sobre Novela Negra y Mediterráneo. Fruto del Grand Tour, aquellos viajes iniciáticos
de los jóvenes cachorros de la alta burguesía angloamericana por las románticas
ruinas italianas, egipcias y griegas, que fueron moda durante el siglo XIX. Muerte
en el Nilo utilizó esta ubicación, donde nunca llegamos a saber qué
resulta más exótico, si el paisaje de las Pirámides o un detective belga. Con
la salvedad que traza el uso de la
Historia en la novela negra (larga discusión podría aquí
abrirse que los secretos esotéricos, como herramienta, siempre enturbian),
muchos escritores se sintieron atraídos por el Mediterráneo como turistas
ocasionales o como residentes enamorados del paisaje, las gentes y la buena
vida. El icono que hoy en día puede ser el Caribe lo era el Mediterráneo,
centro de pasiones, mitos del turismo. Como lo fue la
Costa Azul en Simenon, quien realizó su grand
tour en 1934.
>Pero el mejor
ejemplo de uso de la escenografía mediterránea lo haría Eric Ambler en La
máscara de Dimitrios, considerada la novela fundacional del thriller. Su
influencia en autores como John Le Carré o Frederick Forsyth es patente.
Pero la riqueza de Eric Ambler es difícil de igualar. El descubrimiento del
cuerpo muerto de un hombre (Dimitiros) conduce por un terrible recorrido por la Europa de entreguerras, que
recuerda al teatro diseñado por Boris Akunin para su Gambito Turco del inefable Fandorin, salvadas sean las distancias
históricas.
>Aparte de la escenografía, podemos
contar con consumados actores mediterráneos envueltos en turbios asuntos.
Personajes, la mayoría de las veces paridos por anglosajones: así son pioneros
en el devenir histórico el Marco Didio Falco de Lindsey Davies y Gordiano el sabueso de Steven Taylor en la Roma de hace dos mil años.
La novela negra mediterránea, objeto de
este encuentro, ¿podría centrarse en la muestra de una “forma de ser”?. Sabemos
que hay que transitar con mucho cuidado por esos términos en el resbaladizo
sistema antropológico y cultural. No hay
siempre Historia común de mediterráneos, ni religión, ni idioma, siquiera
un mar común, una enorme plaza acuática, una dieta semejante que prefiere los
sabores con carácter, el aceite, el vino y las brasas a la manteca, la cerveza
y las cocciones. El Mediterráneo es un espacio histórico de lucha, masacre,
miedo, hostilidad y explotación –aún en nuestros días. La antropología –cuyo objeto
es la cultura- con Kroeber, Mead y Benedict
a la cabeza, ha dicho mucho sobre la personalidad de “los pueblos”. Incluso ha
trazado estudios bufonescos, como aquel de Gorer en que se empeñó en relacionar
el adiestramiento de los japoneses en los hábitos de limpieza con brutalidad y
sadismo durante la Segunda Guerra
Mundial o cómo el uso de fajas en los bebés rusos del XIX provoca la propensión
revolucionaria en el siglo XX. Deberíamos investigar quién pagó y encargó aquel
estudio. El psicoanálisis de las culturas es un precipicio sin baranda.
Pero sí podemos hablar del mito mediterráneo, su iconografía
trascendente. No es asunto vano que Highsmith busque ubicar personajes en el
Mediterráneo: lugar de placeres, exotismo para gentes del norte, sol, alegría
de vivir, anuncios de agencias de viajes. Un entorno ideal para que los
viajeros adinerados, protagonistas de sus novelas, dieran rienda suelta a su
depravación: culpa, mentira y crimen.
El cine de Hollywood, ese que encumbró
el rostro de Marlowe en el afilado perfil de Bogart, es un referente de
identificación. En las imágenes subsiste el mito. ¿Existen referentes
suficientes en el cine europeo para la novela mediterránea? Hay excepciones
como A pleno sol de Climent de la antedicha
Highsmith. Pero en general, resulta un fraude (aunque hay tantos gustos como
dominios de Internet). Baste una breve referencia a Vázquez Montalbán, que tras
la aplicación de algunas de sus novelas a una serie de televisión, mató al director Aristiráin en una de
sus novelas, como venganza. Montalbán quería a Philippe Noiret como Carvalho y
a Anna Galiena como Charo. Claro, que también Chandler quería a Cary Grant para
Marlowe... Pero la conclusión es que, por el momento, no ha habido ningún halcón maltés en el cine mediterráneo, a
pesar del adjetivo.
Entrando en faena,
hay tres aspectos que me interesan acerca del planteamiento de este seminario y
que se suelen plantear como aspectos propios de la novela negra mediterránea:
el social, la atención al placer de los sentidos y una dicotomía barrio
urbano-entorno rural.
Predomina una
suerte de serial de muchas novelas
negras realizadas en el Mediterráneo. Como los grandes folletines que se
nutrieron de una sucesión de casos (los grandes narradores del siglo XIX, las
novelas por entregas, los pulp, las novela de kiosco que se cambiaban…), el
entorno social y la preocupación por reflejar la injusticia –más que la
realidad norteamericana de exposición de la podredumbre- se plantea como marca
de la casa mediterránea. Podemos comprobarlo, por poner dos joyas fuera de
series detectivescas, en El crimen del
Cine Oriente de Tomeo o en Tarántula
de Jonquet.
Muchas novelas
negras mediterráneas se desarrollan en ambientes
casi rurales (por ejemplo en la
Vigatá de Camilleri), y cuando sucede en ciudades (la Atenas
de Markáris, la Jerusalén
de Batya Gur) la presencia de los
barrios es capital. Pero son barrios que podrían estar en el Mediterráneo,
y con poco maquillaje, en cualquier lugar del mundo. El hard boiled estadounidense se centra en los corazones decrépitos de
las grandes ciudades, la vida bajo los puentes de los scalextric –pero también
pueden ser los cayos de Florida, o el bullicio de Nueva Orleans-.
El ejemplo rural en
la novela negra española se inicia con el Plinio de García Pavón, maltrecho en
los anales por su vinculación a la derecha –a la época de la peor derecha
española, los años del franquismo-. Pero no hay que remontarse tan atrás, los
escenarios rurales son también abono para Bevilacqua y Chamorro, los guardia
civiles de Lorenzo Silva. Esos ambientes, propensos a la tragicomedia negra,
tienen algo de realismo mágico, de asesinos chapuceros, más en ristra que en
serie, poniendo algo dulce al cóctel del mal trago.
Se dice que los criminales de las novelas mediterráneas se
mueven por algo más que herencias, ajustes de cuentas o intereses económicos muestran la sociedad irrespirable de Mankell y el dúo Sjöwall-Wahlöö. Se mueven por
pasiones oscuras y lealtades embrolladas. Cada cual escribe de lo que conoce:
la influencia de los entornos sociales determinan argumentos, ambientes. El
escritor mediterráneo que escribe en el escenario mediterráneo recurre a la
predominancia social, a sus aspectos principales. Irremediablamente, el entorno de familia extensa, de amistades, de vida en la calle y el bar aflora en la novela que toma esta referencia social.
Entre los placeres
que se destacan en la novela negra mediterránea está la gastronomía. Carvalho disfruta de su propia capacidad culinaria,
Montalbano de la trattoria de Calogero, Jaritos del arte de Adrianí, Brunetti
(aunque de madre literaria americana) de la sorpresiva capacidad de Paola. Los
asesinos mediterráneos –que hasta pueden disfrutar de la gastronomía- parecen
ser apasionados, menos psicóticos y perversos que brazos ejecutores de
tradiciones y creencias. El origen está más en el adjetivo carvalliano que en el adjetivo mediterráneo. En el Mediterráneo
también se puede comer mal, como hace el Méndez de González Ledesma. La
realidad, que todo lo pisa, ha introducido –y cada vez con mayor presencia- los
negocios inmobiliarios, el fútbol, la corrupción política, la inmigración,
convirtiendo muchas novelas negras en la voz de su tiempo, práctica
dickensiana. Pero podríamos contemplar un
no sé qué poético y sentimental –tan presente en la obra de Izzo-, con algo más de fatum que de maldad en
algunas de las novelas agrupadas bajo el aroma del mediterráneo.
“En España no podía
haber novelas policíacas porque sólo había torturadores”. Lo dice el
catedrático de la
Universidad de Granada Juan Carlos Rodríguez. Existe un toque
sociopolítico de izquierdas –o descreídos, hastiados, cínico, nihilistas,
desencantados- en muchos detectives mediterráneos. Los detectives reestablecen
el orden, pero ese orden puede ser un orden conservador (como el de Conan Doyle
o Christie) o un orden democrático formal. En España, Plinio era un jefe de la
guardia municipal del Ayuntamiento de Tomelloso, una pequeña ciudad de La Mancha. Sus novelas tuvieron
éxito en los años 60, principios de los 70, justo casi hasta la muerte del
dictador. Plinio –y Pavón- no eran franquistas, pero sí de alguna manera, no
eran antifranquistas. Se trata de por qué
hay detectives, frente a policías. Carvalho no es policía –si acaso algo
parecido en un pasado siempre muy umbrío-, es un detective que va por su
cuenta, como los duros del cine negro. No es en vano que Carvalho viaje hasta
Argentina y se vea envuelto en casos referidos a los “desaparecidos” de la
dictadura, pro sensibilidad ideológica. Pero es que Carvalho es de izquierdas,
y eso le dio cierta prestancia de más en el ambiente literario. Los detectives
y policía de herencia carvalliana, si no son de izquierdas, alguna querencia
manifiestan aunque sean tipos que sobreviven a su oficio. A parte de la calidad
literaria, Plinio nunca militó, y no trascendió. Tony Romano abandonó la policía,
o la policía le abandonó. Hasta los guardiaciviles de Lorenzo Silva, no
encontramos el toque demócrata en las fuerzas del orden. Era inevitable.
Este aspecto
ideológico también remarcó la novela clásica negra: mirar hacia atrás, hacia los cimientos de estos lodos. Ross
McDonald siempre mira hacia la
Depresión , en constantes flashbacks, donde se incubaron todos
los males. Carvalho, y en cierta manera Plinio, lo hacen hacia los restos de la Guerra Civil Española y la Dictadura Franquista.
El propio Carvalho mirará, después, hacia el naufragio del gobierno socialista,
Camilleri hacia la Mafia
y la Segunda Guerra
Mundial, Brunetti hacia la descomposición de la moral política. Todo muy mediterráneo. Como la aceituna negra,
cargada de aceite. Como el naranjal que vio Chester Himes por última vez.
Fuentes
Encuentro de Novela Negra en Barcelona 2005 (El País)
Mesa redonda ¿hay una novela negra mediterránea?, 31 de mayo 2006
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