Si dejasen los dioses
hurtar algún lugar entre el que duerme
del lado de esos días que dimos, impacientes,
al calendario gris de los olvidos
para vivir en desamparo
de la memoria y de la vida,
diría que es allí, en un pequeño patio
donde crecen de noche los naranjos,
y prende en un gran aire
aroma de azahar, a donde quiero
volver para sentirme
el más feliz de los grandes viajeros.
Digo quizás porque este viento norte
pone excesiva luz en la ciudad,
en este mar brumoso,
en esta tierra nuestra que nos duele
como sus hombres viejos.
Si dejasen los dioses
soñar allí contigo, partiría.
(De Adiós Norte, Renacimiento, 1992, traducción de X. Rodríguez Baixeras)
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