Ellos no eran por la noche. Por la noche estaba una sustancia casi gaseosa que impregnaba sábanas y colchas de sexo. Luego, a las seis de la mañana, finalizados, se introducía la sustancia en grandes bolsas de plástico con formas humanas y colores chillones. Podían así, de mañana, ser ellos, pasear el bulevar, llegar hasta el faro y comprar el periódico.
Ambiguos se acompañaban del extraño ser del sexo por el Paseo, tomadas las manos, pensando cómo de nuevo estar la noche, sustancia en un solo cuerpo, entrelazados piernas y brazos, pecho y espalda, como la sustancia única que eran, como la descarga salvaje, el temblor previo de unos músculos pequeños y tirantes. Luego la noche en su sustancia, la disolución de azúcares de una misma rama que surgía de sangre hecha en común.
Así, abrazados, como transcurriese la infancia, ciudades sin costa, con la tranquilidad de la travesura vista por la madre, subían y bajaban el bulevar como tiras de color, banderas del faro, brazos de mar en todos sus tonos verdes y azules, reflejos del sol y barcas granates. Todo el día. Desde la temprana mañana el periódico en una mano, la mirada confusa del barquero cuando abandonaban la cabaña, el periódico en una mano, y en la otra ellos, uno y uno, sangre y sangre que vigilaban y untaban como mantequilla. Todo el día. Hasta la noche pensando qué nuevo vello descubrir, defecto, detalle, olvidar que fuesen conocidos en la adolescencia, cuando hermanos se miraban los cuerpos estallar. Esperar en qué momento eran todo sustancia y ni siquiera ellos se distinguían de tan conocidas las caricias, las manos que no se hicieron duras, el rostro tan similar, siempre confundidos a primera vista en sus paseos continuos por el paseo, de todo el día mano y mano, pensando pecho y espalda y todas las palabras que despreciaron: daño y amor fraterno. Porque no era el amor fraterno venido en sus sangres, sino amor de sangres que vino de lo fraterno, irremediable y en sus apellidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario