Elisabeth Gille, la hija pequeña de Irène Némirovsky, de quien hablamos en este blog en Suite Francesa: gloria y peste humana, publicó en 1992 la historia de su madre en una biografía novelada apasionante llamada originalmente Le Mirador, que sirve de subtítulo a la edición española realizada por Circe en el año 1995.
En Suite Francesa atisbábamos la tragedia. Y el completo prólogo realizado por Myriam Anissimov nos puso en situación. Sin embargo, la obra de Elisabeth (Babet Epstein) Gille cuenta la vida de su madre, a través de su propia voz, desde el nacimiento en la fría pero acogedora Kiev hasta el día terrible en que dos gendarmes la acompañaron, maleta en mano, hacia el campo de concentración de Pithiviers. Y paralelamente, en breves incisos previos a cada capítulo, narra Babet su propia vivencia, desde su nacimiento en el año 1937 hasta la total toma de consciencia de lo ocurrido en 1962, cuando visita Pithiviers, de nuevo el campo maldito.
El libro es el complemento ideal a Suite Francesa –manuscrito que sobrevuela gran parte de Le Mirador-, aunque el mejor complemento sean las obras de Némirovsky, también presentes, por supuesto, enriqueciendo la prosa de Gille, transmutándola en una médium de la escritura de su madre. Se suceden pasajes estremecedores de la Revolución de Octubre; alocadas noches de verano juveniles en Hendaya; rastreros literatos apuntados al carro del colaboracionismo y el antisemitismo. Descubrimos la engañosa felicidad del periodo de entreguerras que propuso la creencia de que Francia (el país de la mesura y de la libertad, de la generosidad) nunca permitiría el acoso a los que llevarían, en un futuro tan cercano, la injusta estrella amarilla y, por tanto, no era necesario huir a Estados Unidos, como tantos propugnaban. Vivimos en las visitas a la Gare de l´Est de las dos niñas –un cartelito con el nombre de sus padres-, esperando reconocerlos entre los famélicos cuerpos que vuelven del terror de los campos de exterminio. Nos desvela ese misterio de ser judío y qué significa para los demás (Se es judío por la mirada de los otros, lee Elisabeth en Sastre). Y conocemos a héroes, casi anónimos, como Albin Michel, la dulce y coja Julie Dumot, los Esménard, André Sabatier… O el retrato sangrante de la madre de Irène, la cruel abuela que, cuando sus nietas huérfanas se presentaron en la puerta de su casa tras sobrevivir a la guerra y la gendarmería francesa, sólo supo recomendarles, con toda maldad, un hospital parisién para niños pobres.
La obra se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera va de Kiev a París. Desde el nacimiento de Irène hasta la felicidad del año 1929 –casi al borde del crack de Nueva York–. Presenciamos la evolución de la pequeña y ermitaña ucraniana, entre el ascenso al poder de su padre y el descenso a los infiernos de champán de su madre. Las noches de juerga y el hallazgo del amor de Michel (Misha) Epstein, el nacimiento de las hijas y el triunfo como escritora.
En la segunda parte, 1942 (días previos a su secuestro y muerte), el hermosísimo mundo se ha derruido. Muchos de los escritores admiradores de la Némirovsky han dado el paso hacia el fascismo y colaboran escribiendo panfletos antisemitas. Los decretos se ceban en los judíos. Ni siquiera pueden volver a París: quedan encerrados en Issy-l´Evêque, confinados. Elisabeth Gille, quien en la primera parte de la obra ha cultivado el sublime lenguaje de su madre, adornado a través de obras de época (este libro fue soñado a partir de otros libros, dice), en esta segunda se deja arrastrar por cartas privadas y noticias de prensa que no hacen ningún favor al carácter de su madre. Encontramos a Irène releyendo las maravillosas críticas enclaustrada en el acoso. Papel nada preciso para una mujer que en esos momentos escribe la fastuosidad de odio y comprensión de bajeza humana que es Suite francesa. Algún pero tenía que haber.
Elisabeth murió poco después de cáncer. Denise, su hermana mayor, pospuso la publicación de Suite Francesa, el manuscrito que viajó en la maleta de su madre en aquella desbandada de París, cuando Bogart miraba por la ventana con Elsa, cuando los alemanes pisaron con rabia el pavé del corazón de Francia. Aquella Francia de la mesura y de la libertad que condujo a Irène Némirovsky al tifus y la muerte.
En Suite Francesa atisbábamos la tragedia. Y el completo prólogo realizado por Myriam Anissimov nos puso en situación. Sin embargo, la obra de Elisabeth (Babet Epstein) Gille cuenta la vida de su madre, a través de su propia voz, desde el nacimiento en la fría pero acogedora Kiev hasta el día terrible en que dos gendarmes la acompañaron, maleta en mano, hacia el campo de concentración de Pithiviers. Y paralelamente, en breves incisos previos a cada capítulo, narra Babet su propia vivencia, desde su nacimiento en el año 1937 hasta la total toma de consciencia de lo ocurrido en 1962, cuando visita Pithiviers, de nuevo el campo maldito.
El libro es el complemento ideal a Suite Francesa –manuscrito que sobrevuela gran parte de Le Mirador-, aunque el mejor complemento sean las obras de Némirovsky, también presentes, por supuesto, enriqueciendo la prosa de Gille, transmutándola en una médium de la escritura de su madre. Se suceden pasajes estremecedores de la Revolución de Octubre; alocadas noches de verano juveniles en Hendaya; rastreros literatos apuntados al carro del colaboracionismo y el antisemitismo. Descubrimos la engañosa felicidad del periodo de entreguerras que propuso la creencia de que Francia (el país de la mesura y de la libertad, de la generosidad) nunca permitiría el acoso a los que llevarían, en un futuro tan cercano, la injusta estrella amarilla y, por tanto, no era necesario huir a Estados Unidos, como tantos propugnaban. Vivimos en las visitas a la Gare de l´Est de las dos niñas –un cartelito con el nombre de sus padres-, esperando reconocerlos entre los famélicos cuerpos que vuelven del terror de los campos de exterminio. Nos desvela ese misterio de ser judío y qué significa para los demás (Se es judío por la mirada de los otros, lee Elisabeth en Sastre). Y conocemos a héroes, casi anónimos, como Albin Michel, la dulce y coja Julie Dumot, los Esménard, André Sabatier… O el retrato sangrante de la madre de Irène, la cruel abuela que, cuando sus nietas huérfanas se presentaron en la puerta de su casa tras sobrevivir a la guerra y la gendarmería francesa, sólo supo recomendarles, con toda maldad, un hospital parisién para niños pobres.
La obra se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera va de Kiev a París. Desde el nacimiento de Irène hasta la felicidad del año 1929 –casi al borde del crack de Nueva York–. Presenciamos la evolución de la pequeña y ermitaña ucraniana, entre el ascenso al poder de su padre y el descenso a los infiernos de champán de su madre. Las noches de juerga y el hallazgo del amor de Michel (Misha) Epstein, el nacimiento de las hijas y el triunfo como escritora.
En la segunda parte, 1942 (días previos a su secuestro y muerte), el hermosísimo mundo se ha derruido. Muchos de los escritores admiradores de la Némirovsky han dado el paso hacia el fascismo y colaboran escribiendo panfletos antisemitas. Los decretos se ceban en los judíos. Ni siquiera pueden volver a París: quedan encerrados en Issy-l´Evêque, confinados. Elisabeth Gille, quien en la primera parte de la obra ha cultivado el sublime lenguaje de su madre, adornado a través de obras de época (este libro fue soñado a partir de otros libros, dice), en esta segunda se deja arrastrar por cartas privadas y noticias de prensa que no hacen ningún favor al carácter de su madre. Encontramos a Irène releyendo las maravillosas críticas enclaustrada en el acoso. Papel nada preciso para una mujer que en esos momentos escribe la fastuosidad de odio y comprensión de bajeza humana que es Suite francesa. Algún pero tenía que haber.
Elisabeth murió poco después de cáncer. Denise, su hermana mayor, pospuso la publicación de Suite Francesa, el manuscrito que viajó en la maleta de su madre en aquella desbandada de París, cuando Bogart miraba por la ventana con Elsa, cuando los alemanes pisaron con rabia el pavé del corazón de Francia. Aquella Francia de la mesura y de la libertad que condujo a Irène Némirovsky al tifus y la muerte.
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