Las formas del adiós, la ruptura de la pareja, la separación sobrevenida por las diferencias sociales, o ese esquivo trastorno imprevisible de la vida, son carne de tango, carne de copla, carne, en definitiva, de poemas de dolor y abandono, de la literatura del desarraigo. Y tantas veces es desarraigo social que se transforma en dolor íntimo e individual, intransferible y único.
Pero el acercamiento a la forma por excelencia del dolor, el abandono, tiene múltiples manifestaciones. Desde las separaciones predestinadas al modo del Caminemos de Alfredo Gil cantado por Los Panchos (y es preferible olvidar que sufrí) a los desplantes mirando a las estrellas del chusco tango Victoria de Discépolo (Me saltaron los tapones cuando tuve esta mañana la alegría de no verla más). Desde la contenida expulsión de la Falsa Monea (Cruzó los brazos para no matarla) al agradecido y extraño adiós del Nosotros de Pedro Junco (Y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós).
Con excepción de los boleros señalados, observaremos un sobrevuelo, a veces presencia patente, de una manifestación de violencia que parece ser el desenlace final de tantas parejas de tango y copla. Dos tangos –no tan conocidos- exponen de dos maneras bien distintas la misma situación: Fuimos y Confesión.
Fuimos fue compuesto por Homero Manzi (el letrista de tangos emblemáticos como Sur, Malena o El último organito) en colaboración con el bandoneonista José Dames y nos desmenuza, con ese lenguaje elaborado y brillante de Manzi, una amarga despedida, que como vinagre en la herida va desgranando el aquello que fue y no pudo ser. Eso sí, con un derroche de valentía, la voz propone la retención de la lágrima, que no el reproche al llanto incontenible.
Confesión es una de las secretas proezas expresivas del tango compuesta por uno de los maestros del género: Enrique Santos Discépolo. Con una destreza trágica, con una entereza excepcional, la voz del tango confiesa la pérdida adrede del amor de su vida con el fin de no dañar, en una espiral vital camino a perdición, al alma arrebatada y enamorada.
El que abandona, lo hace por el bien del abandonado. Éste es el punto en común de ambos tangos. El uno, aquel de Fuimos, intenta hacer entrar en razón al alma enamorada en las ventajas de la deserción. En otro, éste de Confesión, no pide permiso ni opinión, sino que actúa propiciando el abandono irremisible. Mientras la voz de Fuimos es una voz de conciencia abatida por el irremediable futuro desalentador, enganchado al pasado que fue, vencido ante el presente de daños sin mesura, la voz de Confesión en un arrebato poco común reconoce el fracaso personal, que como un veneno conduciría al alma amada al fondo del pozo de la miseria.
Confesión se presenta así, desde una estética menos llamativa, con un verso menos elegante, como un ejercicio de narración que encierra un impresionante argumento y nos ubica en la realidad social de su tiempo: palizas (que por desgracia no pertenecen exclusivamente al pasado del Río de la Plata), miserias y bondades, esperanzas y esfuerzos baldíos. La complacencia de la voz de Confesión, a veces sonrojante, es la muestra del macho contemporáneo, feliz llorando en la oscuridad, sin el valor suficiente para enfrentarse a su propia miseria moral y fortalecerse, inmune sólo en su golpe teatral, ufano del gesto inmortal de hacer el bien a costa de su mal.
Para salvarte sólo supe hacerme odiar, dice la voz. Encierra este verso uno de los motivos literarios que ahondaron los folletines y se extienden en las interminables sagas de los culebrones. La voz, fracasada y vencida, sin ánimo de enmienda, aleja el amor de su vida para salvar la vida ajena. La vida de esa mujer, se intuye, que ignorante de los tejemanejes irresponsables que otorgan golpes a cambio de buen amor, abandona, en sano juicio, la vida de alcohol, sangre y vacío que incumpliría aquella promesa de tratarla como una reina.
Nunca sabremos si la voz de Fuimos solicitaba el adiós para contener la misma paliza. El fino verso de Manzi, frente al desnudo desgarro de Discépolo, encubre bajo cenizas y rosas marchitadas el reconocimiento de un fracaso que no desea ser compartido. Aquí la otra parte se muestra activa (aunque sea en ese llanto simultáneo que emboza todo el tango) y posiblemente confundida ante esa voz que le reclama, que le llama y al mismo tiempo le rechaza besos bajo las lágrimas y le denuncia el sometimiento a una sorda y lenta muerte, una violencia psicológica incontrolada. Y al mismo tiempo le prohíbe las llamadas, el beso, el llanto, el amor. Como dos adolescentes.
FUIMOS
Letra: Homero Manzi
Música: José Damés
Fui como una lluvia de cenizas y fatigas
en las horas resignadas de tu vida…
Gota de vinagre derramada, fatalmente derramada,
sobre todas tus heridas.
Fuiste por mi culpa golondrina entre la nieve
rosa marchitada por la nube que no llueve.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.
¡Vete…! ¿No comprendes que te estás matando?
¿No comprendes que te estoy llamando?
¡Vete…! No me beses que te estoy llorando
¡Y quisiera no llorarte más!
¿No ves?, es mejor que mi dolor quede tirado con tu amor
librado de mi amor final.
¡Vete!, ¿No comprendes que te estoy salvando?
¿No comprendes que te estoy amando?
¡No me sigas, ni me llames, ni me beses
ni me llores, ni me quieras más!
Fuimos abrazados a la angustia de un presagio
por la noche de un camino sin salidas,
pálidos despojos de un naufragio
sacudidos por las olas del amor y de la vida.
Fuimos empujados en un viento desolado…
sombras de una sombra que tornaba del pasado.
CONFESIÓN
Letra: Enrique Santos Discépolo
Música: Luis César Amadori
Fue a conciencia pura que
perdí tu amor.
nada más que por salvarte
hoy me odias
y yo, feliz,
me arrincono para llorarte.
El recuerdo que tendrás de mí
será horroroso.
Me verás siempre golpeándote
como a un malvado;
y si supieras bien qué generoso
fue que pagase así
¡tu buen amor!…
¡Sol de mi vida!…
Fui un fracasao,
y en mi caída
busque el echarte a un lado.
porque te quise tanto,
tanto…
que en mi rodar
para salvarte
sólo supe
hacerme odiar.
Hoy, después de un año atroz,
te vi pasar.
me mordí para no llamarte,
ibas linda como un sol;
se paraban para mirarte.
Yo no sé si el que te tiene así
se lo merece.
Sólo sé que la miseria cruel
que te ofrecí
me justifica, al verte hecha una reina
que vivirás mejor
lejos de mí.
Pero el acercamiento a la forma por excelencia del dolor, el abandono, tiene múltiples manifestaciones. Desde las separaciones predestinadas al modo del Caminemos de Alfredo Gil cantado por Los Panchos (y es preferible olvidar que sufrí) a los desplantes mirando a las estrellas del chusco tango Victoria de Discépolo (Me saltaron los tapones cuando tuve esta mañana la alegría de no verla más). Desde la contenida expulsión de la Falsa Monea (Cruzó los brazos para no matarla) al agradecido y extraño adiós del Nosotros de Pedro Junco (Y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós).
Con excepción de los boleros señalados, observaremos un sobrevuelo, a veces presencia patente, de una manifestación de violencia que parece ser el desenlace final de tantas parejas de tango y copla. Dos tangos –no tan conocidos- exponen de dos maneras bien distintas la misma situación: Fuimos y Confesión.
Fuimos fue compuesto por Homero Manzi (el letrista de tangos emblemáticos como Sur, Malena o El último organito) en colaboración con el bandoneonista José Dames y nos desmenuza, con ese lenguaje elaborado y brillante de Manzi, una amarga despedida, que como vinagre en la herida va desgranando el aquello que fue y no pudo ser. Eso sí, con un derroche de valentía, la voz propone la retención de la lágrima, que no el reproche al llanto incontenible.
Confesión es una de las secretas proezas expresivas del tango compuesta por uno de los maestros del género: Enrique Santos Discépolo. Con una destreza trágica, con una entereza excepcional, la voz del tango confiesa la pérdida adrede del amor de su vida con el fin de no dañar, en una espiral vital camino a perdición, al alma arrebatada y enamorada.
El que abandona, lo hace por el bien del abandonado. Éste es el punto en común de ambos tangos. El uno, aquel de Fuimos, intenta hacer entrar en razón al alma enamorada en las ventajas de la deserción. En otro, éste de Confesión, no pide permiso ni opinión, sino que actúa propiciando el abandono irremisible. Mientras la voz de Fuimos es una voz de conciencia abatida por el irremediable futuro desalentador, enganchado al pasado que fue, vencido ante el presente de daños sin mesura, la voz de Confesión en un arrebato poco común reconoce el fracaso personal, que como un veneno conduciría al alma amada al fondo del pozo de la miseria.
Confesión se presenta así, desde una estética menos llamativa, con un verso menos elegante, como un ejercicio de narración que encierra un impresionante argumento y nos ubica en la realidad social de su tiempo: palizas (que por desgracia no pertenecen exclusivamente al pasado del Río de la Plata), miserias y bondades, esperanzas y esfuerzos baldíos. La complacencia de la voz de Confesión, a veces sonrojante, es la muestra del macho contemporáneo, feliz llorando en la oscuridad, sin el valor suficiente para enfrentarse a su propia miseria moral y fortalecerse, inmune sólo en su golpe teatral, ufano del gesto inmortal de hacer el bien a costa de su mal.
Para salvarte sólo supe hacerme odiar, dice la voz. Encierra este verso uno de los motivos literarios que ahondaron los folletines y se extienden en las interminables sagas de los culebrones. La voz, fracasada y vencida, sin ánimo de enmienda, aleja el amor de su vida para salvar la vida ajena. La vida de esa mujer, se intuye, que ignorante de los tejemanejes irresponsables que otorgan golpes a cambio de buen amor, abandona, en sano juicio, la vida de alcohol, sangre y vacío que incumpliría aquella promesa de tratarla como una reina.
Nunca sabremos si la voz de Fuimos solicitaba el adiós para contener la misma paliza. El fino verso de Manzi, frente al desnudo desgarro de Discépolo, encubre bajo cenizas y rosas marchitadas el reconocimiento de un fracaso que no desea ser compartido. Aquí la otra parte se muestra activa (aunque sea en ese llanto simultáneo que emboza todo el tango) y posiblemente confundida ante esa voz que le reclama, que le llama y al mismo tiempo le rechaza besos bajo las lágrimas y le denuncia el sometimiento a una sorda y lenta muerte, una violencia psicológica incontrolada. Y al mismo tiempo le prohíbe las llamadas, el beso, el llanto, el amor. Como dos adolescentes.
FUIMOS
Letra: Homero Manzi
Música: José Damés
Fui como una lluvia de cenizas y fatigas
en las horas resignadas de tu vida…
Gota de vinagre derramada, fatalmente derramada,
sobre todas tus heridas.
Fuiste por mi culpa golondrina entre la nieve
rosa marchitada por la nube que no llueve.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.
¡Vete…! ¿No comprendes que te estás matando?
¿No comprendes que te estoy llamando?
¡Vete…! No me beses que te estoy llorando
¡Y quisiera no llorarte más!
¿No ves?, es mejor que mi dolor quede tirado con tu amor
librado de mi amor final.
¡Vete!, ¿No comprendes que te estoy salvando?
¿No comprendes que te estoy amando?
¡No me sigas, ni me llames, ni me beses
ni me llores, ni me quieras más!
Fuimos abrazados a la angustia de un presagio
por la noche de un camino sin salidas,
pálidos despojos de un naufragio
sacudidos por las olas del amor y de la vida.
Fuimos empujados en un viento desolado…
sombras de una sombra que tornaba del pasado.
CONFESIÓN
Letra: Enrique Santos Discépolo
Música: Luis César Amadori
Fue a conciencia pura que
perdí tu amor.
nada más que por salvarte
hoy me odias
y yo, feliz,
me arrincono para llorarte.
El recuerdo que tendrás de mí
será horroroso.
Me verás siempre golpeándote
como a un malvado;
y si supieras bien qué generoso
fue que pagase así
¡tu buen amor!…
¡Sol de mi vida!…
Fui un fracasao,
y en mi caída
busque el echarte a un lado.
porque te quise tanto,
tanto…
que en mi rodar
para salvarte
sólo supe
hacerme odiar.
Hoy, después de un año atroz,
te vi pasar.
me mordí para no llamarte,
ibas linda como un sol;
se paraban para mirarte.
Yo no sé si el que te tiene así
se lo merece.
Sólo sé que la miseria cruel
que te ofrecí
me justifica, al verte hecha una reina
que vivirás mejor
lejos de mí.
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