domingo, 14 de junio de 2009

EL RETRATO DE LAUREN BACALL

A las nueve de la noche el Harén de Arquímedes estaba desierto. Desde las cinco de la tarde el camarero sólo había servido un café solo al cliente más solo y sendas copas de brandy a dos americanos borrachos. A las nueve de la noche, insisto, el Harén estaba desierto y el camarero calibraba la posibilidad de echar abajo la persiana y salir a comer algo, incluso hasta Plaza Nueva.

Pero llegó. Aparecieron las piernas más largas que jamás cruzaron el umbral del Harén. Apareció el perfume más antiguo e incitante que jamás recorrió el aire del Harén. Se acercaron las piernas más largas. Puedo decir, sin estar presente, que el camarero tembló. Ella vestía traje de chaqueta años cincuenta de tweed oscuro; zapatos de aguja, guantes de seda y un pequeño sombrero que dejaba caer un suave velo sobre el rostro. Sacó del bolso un paquete de Lucky corto, al que el camarero -juro que temblando- pudo acertar para ofrecerle fuego.

El halo del blanco y negro se hizo en todo el local. Envejecieron las sillas, se manchaba el mármol con sombras de copas antiguas. La luz se hizo mortecina y un disco de Ellington se colocó sobre el plato, y se oía.

- Whisky solo, por favor -la mujer miraba las fotografías apiñadas en las paredes.

- ¿Con hielo? -la voz del camarero se hizo un hilo.

- Si Dios hubiese querido que el whisky llevase hielo, Irlanda estaría en la Antártida, cariño -y la mujer bañó de humo la cara del barman.

Buscó el vaso y el hielo, retembló de nuevo el camarero cuando se descubrió vestido de chaleco negro sobre camisa blanca y con pajarita. Tomó de la repisa una botella de marca desconocida, una botella que jamás estuvo en las repisas del Harén. Sirvió la copa. Ella parecía esperar a alguien.

- Usted… -el camarero hablaba con voz de flan- Usted… es Lauren Bacall… ¿no?

La mujer miró a través del velo y clavó la Mirada en el joven.

- Yo soy acomodadora en el cine de este barrio y no me llamo así.

El camarero tomó el retrato de Lauren Bacall que ilumina un foco sobre la repisa de las marcas escogidas, junto a un paquete de Chester antiguo y la figurita en porcelana de un búho que mira sorprendido. Se lo enseñó a la mujer como quien muestra un espejo. Retrato y mujer eran por igual.

La Mirada levantó su vista del retrato.

- Yo no soy ésa -dijo.
El temblor dejaba paso a la perplejidad, al estupor ente la realidad. No era un retrato, se trataba de un espejo de tocador reflejando el rostro de Lauren Bacall.

- Es más, cariño, no me parezco en absoluto -la mujer volvió a sacar un cigarrillo-. Me llamo Betty Joan Perske, mi vida. No sé ni quien es ella. En las paredes sí reconozco a algunos: a Buster y a Harold, a Groucho y Chico, a Valentino y Chaplin, la Garbo y Chita, Weissmüller y la alemana ésa, Dietrich, creo. Y el beso de Gable y la Leigh. Pero tiene usted un garito repleto de fotografías de completos desconocidos.

- Ése que lía un cigarro y mira el seno de Marilyn es Humphrey -el camarero señaló la fotografía- éste del puro y el pájaro es Hitchcock; aquél del sombrero, Buró Reynolds, Sinatra, Brando, Dean, Welles, Eastwood, B.B., Monty, la Taylor… todos son amigos suyos, estrellas de Hollywood, América, el cine…

- Yo soy acomodadora en el Teatro St James y tú no me vas a enseñar qué es el cine, qué es América y qué es Holywood. No conozco los nombres que me dices; ¿Dónde están Rintintín, Clara Bow, John Gilbert, Al Johnson, Young, Esther Williams, Janet Gaynor, Tom Mix, los Barrymore, Harlow, Negri, Pickford y Fairbanks; seguro que todos esos son segundones, gente del montón.

- Pero usted es Lauren Bacall ¿No recuerda El sueño eterno? ¿Tener o no tener? ¿No recuerda a Bogart? Mire esa escena, están Humphrey, Rains y la Bergman, es el final de Casablanca, yo siempre quise que usted hubiese sido Lisa…

- Chaval, no sé de que me hablas, ni me llamo Lauren, ni he estado en Casablanca.

- Usted sonríe en esa fotografía con Sinatra.

- No sé quién es Sinatra. No insistas, cariño.

- Usted es Lauren Bacall, estrella de cine.

Lauren Bacall se quitó el sombrero y la Mirada estalló en una carcajada. Bebió el whisky de un trago y salió del local. Cuando estuvo a punto de cruzar la puerta, dijo:

- Y si me necesitas, silba, cariño.


(Publicado en Los cuentos del Harén, Granada, julio 1997)

sábado, 13 de junio de 2009

94 KILOS 94

Fue El Cordobés el que acuñó el término “kilo” para el millón de pesetas: así, apañaítos todos en billetes de mil. Por matemática, el “kilo” de euros debe pesar dos kilogramos. En billetes de 500 euros. Quién sabe ¿alguien ha visto dos mil billetes de 500 euros juntitos?
Pues calculen lo que suponen 94 millones de euros, cerca de 180 kilogramos. Cuesta un pastón enviarlo por SEUR. Aunque nos olemos que ese dinero, el de los traspasos millonarios, no puede existir. ¿De dónde sale? Un equipo sumido en la derrota, en los proyectos sin norte (el origen de este Madrid perdedor reside en la última gestión de Florentino, no hace tantos años), con una cantera en rebajas y un pelotazo inmobiliario al que Calderón ya le dio más de un bocado, ¿Cómo puede meterse en operaciones de financiación gigantescas? ¿Aquí sí que sueltan bancos y cajas los créditos? Este es el mundo absurdo en que nos desvivimos: a ver qué harían los de la Citroën de Vigo con 180 kilos en paquete enviados por SEUR.
Dice Lissavetzky que estos asuntos son privados. Lleva razón. No sabemos las inversiones que realiza ACS (del mismísimo Ser Superior), ni nos escandaliza. Pero sí sabemos que la situación actual de crisis no es óbice para este gasto galáctico: sus empresas, las de Florentino, siguen subiendo como la espuma. Todo se hunde a su alrededor, él flota por la aires.
No se podía esperar otra cosa: este hombre, tiburón de los negocios con inmejorables relaciones con variados estamentos políticos, sólo sabe jugar de una manera, en la confianza de que dejar epatado al mundo genera unos ingresos de grandes dimensiones. La operación de marketing ha sido de libro. Hasta el Financial Times, parece ser, le dedica más de un artículo al asunto. Sigue siendo el hombre de moda en la arena de las finanzas internacionales. Una especie de Rafa Nadal o Fernando Alonso de la chequera.
Alonso ha aprendido a perder (a la fuerza); Nadal está en ello. Florentino dio la espantá y ahora vuelve por la puerta grande, impulsado por la triple corona del Barcelona. Desconocemos si aprendió a perder. Porque es de temer que cometa el mismo error: sus movimientos son los mismos, los de un cazador ávido, insaciable, coleccionista de cornamentas. Ciento y mucho pico millones de euros fulminados en piezas cobradas en una semana (y lo que puede caer) pone el listón de la locura muy alto. Pero es que se trata de altas finanzas, donde la locura -que llaman osadía, intuición, olfato financiero- es un elemento indispensable. Por eso estamos en la crisis que estamos: por las continuadas prácticas de cazadores -no recolectores- como Florentino Pérez, capaces de arriesgar y darle vueltas a un mismo calcetín de manera que otros caigan, los de siempre paguen las consecuencias y él triunfe.
Pero otra cosa es el fútbol. Al tiburón le funcionó la apuesta galáctica, pero no compensó la inversión de esperanzas. Se cargó la cantera, a Vicente del Bosque -lo cambió por el glamour de Queiroz (?)-, y cultivó más dudas y plaza en mando que hacer piña y club. El Barsa de las tres copas tampoco es un ejemplo de contención de gasto, pero al menos tiene la oportunidad de demostrar el año que viene que el dinero no lo es todo, y por seguir con el tópico, que podamos ver llorar a los ricos.
Lo decía Balzac: detrás de toda gran fortuna hay un gran crimen. Lo hay detrás del Real Madrid -recalificaciones por medio-; lo puede haber detrás del Barcelona -recalificación del Mini Estadi mediante, y sin olvidar que el año pasado fueron casi cien millones de inversión-; y con seguridad, lo tiene que haber detrás de la fortuna de Florentino.
Se pregunta Sala i Martín de dónde saca el dinero Florentino. Pues a pesar de Lissavetzky y su llamada al respeto a la actividad privada, ojalá en un futuro cercano se pregunte seriamente sobre el asunto. Nos llevaríamos más de una sorpresa, si es que llegamos a enterarnos de algo.
El hecho de que este año se gaste casi doscientos millones de euros (que son 400 kilogramos, que con esa cantidad ya suena a alijo de droga) estando en plena crisis financiera no es ni excusa ni debate. El fútbol todo -menos el modesto- perdió la humildad y la medida hace mucho tiempo. Pero siempre es preferible fabricar un Messi que comprar un Cristiano Ronaldo. Lo dice la Champions League: mejor recoger la cosecha que cobrarse la pieza.