sábado, 24 de julio de 2010

EL REINO DEL FÚTBOL, SEGÚN GALEANO

Pacho Maturana, colombiano, hombre de vasta experiencia en estas lides, dice que el fútbol es un reino mágico, donde todo puede ocurrir. El Mundial reciente ha confirmado sus palabras: fue un Mundial insólito.
Insólitos fueron los diez estadios donde se jugó, hermosos, inmensos, que costaron un dineral. No se sabe cómo hará Suráfrica para mantener en actividad esos gigantes de cemento, multimillonario derroche fácil de explicar pero difícil de justificar en uno de los países más injustos del mundo.
Insólita fue la pelota de Adidas, enjabonada, medio loca, que huía de las manos y desobedecía a los pies. La tal Jabulani fue impuesta aunque a los jugadores no les gustaba ni un poquito. Desde su castillo de Zurich, los amos del fútbol imponen, no proponen. Tienen costumbre.
Insólito fue que por fin la todopoderosa burocracia de la FIFA reconociera, al menos, al cabo de tantos años, que habría que estudiar la manera de ayudar a los árbitros en las jugadas decisivas. No es mucho, pero algo es algo. Ya era hora. Hasta estos sordos de voluntaria sordera tuvieron que escuchar los clamores desatados por los errores de algunos árbitros, que en el último partido llegaron a ser horrores. ¿Por qué tenemos que ver en las pantallas de televisión lo que los árbitros no vieron y quizá no pudieron ver? Clamores de sentido común: casi todos los deportes, el basquetbol, el tenis, el béisbol y hasta la esgrima y las carreras de autos, utilizan normalmente la tecnología moderna para salir de dudas. El fútbol, no.
Los árbitros están autorizados a consultar una antigua invención llamada reloj, para medir la duración de los partidos y el tiempo a descontar, pero de ahí está prohibido pasar. Y la justificación oficial resultaría cómica, si no fuera simplemente sospechosa: el error forma parte del juego, dicen, y nos dejan boquiabiertos descubriendo que errare humanum est.
Insólito fue que el primer Mundial africano en toda la historia del fútbol quedara sin países africanos, incluyendo al anfitrión, en las primeras etapas. Sólo Ghana sobrevivió, hasta que su selección fue derrotada por Uruguay en el partido más emocionante de todo el torneo.
Insólito fue que la mayoría de las selecciones africanas mantuvieran viva su agilidad, pero perdieran desparpajo y fantasía. Mucho corrieron, pero poco bailaron. Hay quienes creen que los directores técnicos de las selecciones, casi todos europeos, contribuyeron a este enfriamiento. Si así fuera, flaco favor han hecho a un fútbol que tanta alegría prometía. África sacrificó sus virtudes en nombre de la eficacia, y la eficacia brilló por su ausencia.
Insólito fue que algunos jugadores africanos pudieran lucirse, ellos sí, pero en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó contra Alemania, se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno llevaba la camiseta de Ghana, y el otro la camiseta de Alemania.
De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno jugaba en el campeonato local de Ghana. De los jugadores de la selección de Alemania, todos jugaban en el campeonato local de Alemania. Como América Latina, África exporta mano de obra y pie de obra.
Insólita fue la mejor atajada del torneo. No fue obra de un portero, sino de un goleador. El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado pero Uruguay no.
Insólito fue el viaje de Uruguay, desde los abajos hasta los arribas.
Nuestro país, que había entrado al Mundial en el último lugar, a duras penas, tras una difícil clasificación, jugó dignamente, sin rendirse nunca, y llegó a ser uno de los mejores. Algunos cardiólogos nos advirtieron, desde la prensa, que el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta. Al fin y al cabo, el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena.
Terminamos ocupando el cuarto puesto, que no está tan mal para el único país que pudo evitar que este Mundial terminara siendo nada más que una Eurocopa. Y no fue casual que Diego Forlán fuera elegido mejor jugador del torneo.
Insólito fue que el campeón y el vicecampeón del Mundial anterior volvieron a casa sin abrir las maletas. En el año 2006, Italia y Francia se habían encontrado en el partido final. Ahora se encontraron en la puerta de salida del aeropuerto. En Italia, se multiplicaron las voces críticas de un fútbol jugado para impedir que el rival juegue.
En Francia, el desastre provocó una crisis política y encendió las furias racistas, porque habían sido negros casi todos los jugadores que cantaron la Marsellesa en Suráfrica. Otros favoritos, como Inglaterra, tampoco duraron mucho. Brasil y Argentina sufrieron crueles baños de humildad. Medio siglo antes, la selección argentina había recibido una lluvia de monedas cuando regresó de un Mundial desastroso, pero esta vez fue bienvenida por una abrazadora multitud que cree en cosas más importantes que el éxito o el fracaso.
Insólito fue que faltaran a la cita las superestrellas más anunciadas y más esperadas. Lionel Messi quiso estar, hizo lo que pudo, y algo se vio. Y dicen que Cristiano Ronaldo estuvo, pero nadie lo vio: quizás estaba demasiado ocupado en verse.
Insólito fue que una nueva estrella, inesperada, surgiera de la profundidad de los mares y se elevara a lo más alto del firmamento futbolero. Es un pulpo que vive en un acuario de Alemania, desde donde formula sus profecías. Se llama Paul, pero bien podría llamarse Pulpodamus.
Antes de cada partido del Mundial, le daban a elegir entre los mejillones que llevaban las banderas de los dos rivales. Él comía los mejillones del vencedor, y no se equivocaba.
El oráculo octópodo influyó decisivamente sobre las apuestas, fue escuchado en el mundo entero con religiosa reverencia, fue odiado y amado y hasta calumniado por algunos resentidos, como yo, que llegamos a sospechar, sin pruebas, que el pulpo era un corrupto.
Insólito fue que al fin del torneo se hiciera justicia, lo que no es frecuente en el fútbol ni en la vida. España conquistó, por primera vez, el campeonato mundial de fútbol. Casi un siglo esperando.
El pulpo lo había anunciado, y España desmintió mis sospechas: ganó en buena ley, fue el mejor equipo del torneo, por obra y gracia de su fútbol solidario, uno para todos, todos para uno, y también por las asombrosas habilidades de ese pequeño mago llamado Andrés Iniesta. Él prueba que a veces, en el reino mágico del fútbol, la justicia existe.
Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía "Cerrado por fútbol". Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado 64 partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido.
Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.
Ya empiezo a extrañar la insoportable letanía de las vuvuzelas, la emoción de los goles no aptos para cardíacos, la belleza de las mejores jugadas repetidas en cámara lenta. Y también la fiesta y el luto, porque a veces el fútbol es una alegría que duele, y la música que celebra alguna victoria de esas que hacen bailar a los muertos, suena muy cerca del clamoroso silencio del estadio vacío, donde ha caído la noche y algún vencido sigue sentado, solo, incapaz de moverse, en medio de las inmensas gradas sin nadie.

EDUARDO GALEANO. Periódico La Jornada Martes 13 de julio de 2010, p. 2

martes, 20 de julio de 2010

EL AMOR COMO FACTOR ANTIECONÓMICO

Pasaron a cuchillo al pleno del Ayuntamiento. Las cabezas rodaban las escaleras mientras la nueva Guardia arrancaba las banderas y retiraba antiguos retratos y blasones proscritos. Los enseres fueron apilados en el centro de una plaza, y siguiendo la costumbre se echaron al fuego. Aquella misma noche, se convocó a la multitud a las puertas del Edificio. Desconocíamos qué sucedía en el exterior, se temía una reacción de la Capital, que no podía retrasarse. Uno de los dirigentes apareció en el balcón exhibiendo un machete ensangrentado. El Primer Mandatario había caído, dijo, y su cabeza flotaba en las albercas del patio. Señalando los estandartes, los retratos y los símbolos del municipio, ordenó a la nueva Guardia que diese inicio al rito. Hacía días que el suministro eléctrico no llegaba a la ciudad, así, cuando prendió la gran pira, la plaza se iluminaba como en los días de verbena. Algunos grupos bailaban alrededor del fuego. Nuestro grupo jaleaba el final de la Época y comentábamos el parecido sobrecogedor de aquella hoguera con la que días atrás devoró los Textos del Amor. Como si se oyesen nuestros comentarios, los altavoces iniciaron la lectura de un pasaje de aquel libro cuya destrucción dio pie a la revuelta: Porque son el aprecio, la comprensión, la generosidad -el Amor, al fin y al cabo- los factores estridentes de la Economía. Todo aquel que ama a su oponente, comerciante a cliente, empresario a operario, contratante a contratado, jefe a subordinado, todo aquel que amase y llevase su amor a las relaciones interiores, destruye el Sistema. No puede el Sistema permitirse el Amor. No puede el Sistema permitirse el Amor. No puede el Sistema permitirse el Amor. Por eso reivindicamos desde aquí el Amor y la Generosidad, la Pasión y la Cercanía, la Reciprocidad sin esperar nada a cambio, como contaminantes de la Normas Obejtivas de Mercado.

Los Textos del Amor habían proliferado por la ciudad meses atrás, fraguando al fin pensamientos y rumores que en los últimos años todos animamos. Nosotros mismos nos reuníamos en cafés y analizábamos los escritos. Muchos fueron procesados por conspiración. Pero no nos limitábamos a oír lo dicho y propagar la idea. Hicimos la idea, desvirtuábamos los precios, ejercíamos la reciprocidad, desestimábamos la contraprestación y la productividad privada en la vida diaria, cada cuál desde su lugar, desde su puesto como avanzadilla. Así se mostró peligrosa la difusión de los Textos del Amor. Algunos funcionarios negaban licencias por simple amistad y concedían privilegios por simpatía. otros, amenazados, o quizá solamente contagiados, se plegaron a las nuevas condiciones. La ejecución de un jefe de negociado en abril hizo entrar en razón al resto: la concesión de las licencias y permisos debía someterse al ejercicio de la generosidad. El uso del odio y la indiferencia se equiparaba a una condena a muerte.

Sólo el favor descabellado contradice la Economía. Sólo el regalo, la invitación al disfrute de lo propio, el desecho de lo inútil, reduce la economía a un ejercicio perverso e inhumano. Sólo el Amor supera. Sólo el Amor es Factor Antieconómico.

El Ayuntamiento decidió tomar riendas en el asunto, cesó a todos los implicados por incumplimiento de los reglamentos y dejadez en sus funciones, convocó reuniones con aquellos que se mantenían fieles a las normativas y clausuró nuestros centros de actividad. Miembros de la Nueva Guardia lucharon en las calles con la policía leal. Por las mañanas, la ciudad se silenciaba, aparecían nuevos ejecutados, coches ardiendo, grupos atrevidos que se hacían a la calle con pasquines y megafonía. Los periódicos conniventes con el poder anunciaron la quema pública de los Textos del Amor incautados. El propio Primer Mandatario dio lectura a un comunicado sobre tolerancia, justicia, democracia y la envenenada destrucción del Sistema. La demolición de la economía contraía la pobreza, estimó, sólo el encauzamiento de los rendimientos en las leyes de mercado podía arrancarnos de la miseria; habló de los impuestos, la redistribución de la riqueza y llamó a los Textos del Amor subversivos y propagadores de la corrupción y la violencia. Se escudaba en palabras como igualdad, fraternidad y Amor, en suma. Hermosa anomia.

Muchos abuchearon el acto antes de la mortífera carga policial. Muchos fueron los cadáveres arrojados al fuego junto a los Textos. La ciudad aquella noche olía a carne quemada, como en barbacoa, y a sangre fresca por los adoquinados que iniciaría la revuelta final. Sabíamos por radio que en el exterior se generalizaba la agitación, hablaban de otros textos, pero todos coincidíamos en la sospecha de que se basaban en los propagados por nosotros. La andanada final no prendió en los suburbios, como preveíamos. Fue el centro urbano el primero en hacerse a la calle, y las cuadrillas de la Nueva Guardia persiguieron al enemigo hasta los barrios, donde pretendieron guarecerse. Allí la gente miraba sorprendida los camiones que transportaban a los presos, y algunos coreaban las consignas difundidas en los Textos del Amor.

Tras la caída del Ayuntamiento y la noche infausta de la quema del Edificio y el Pasado, nos constituimos autónomamente para la formación de tribunales. Grupos armados salieron la exterior, llevando la nueva situación de la cabeza de comarca, nuestra ciudad, por toda la región. Apenas encontraron núcleos de resistencia y nos congratulamos de la fuerza de los Textos asumidos en otras grandes ciudades. Se dictaron numerosas aboliciones por decreto, familias enteras fueron descuartizadas sin atender a mayor motivo, pero suficiente, que la carencia de generosidad. Hemos de decir que los incapaces se impusieron en la legislación.

Fuimos destacados voluntariamente en la Sección de Denuncias. Recorrimos los barrios acusando públicamente. Algunas veces las causas aducidas nos parecieron débiles, ridículas en el pasado régimen, pero el clamor de la multitud nos hizo pensar que estábamos equivocados. El pueblo estaba a favor de las ejecuciones. Nuestra fuerza se estableció en los días posteriores, los medios de comunicación nos daban como vencedores, incluso se anunciaron los plebiscitos. La amenaza del Ejército estaba controlada, las deserciones se ejercían en masa, los cuarteles fueron saqueados y las Delegaciones Ministeriales tomadas. Columnas formadas por los más destacados partieron al asedio de la ciudad gubernamental.

Pude comprender por fin el secreto oscuro de los Textos del Amor. Uno de sus difusores más importantes presidía el Tribunal de mi destino. En una plaza de los arrabales levantaron y eligieron una pared para los fusilamientos. Los condenados del día anterior fueron ejecutados con urgencia y algarabía. Me indigné cuando al ser leídas las sentencias los motivos de falta se limitaban al agrio carácter y la avaricia. Los fundamentos de la acusación me parecían débiles, refutables, consideré que no eran suficientes y así se lo hice saber al Tribunal. Era consciente de que mi ausencia el día del juicio descalificaba mis fundamentos, y que mi actuación era en sí peligrosa. Ante mi muestra de debilidad, el juez reprimió mi calificación sobre las bases de los procesos e hizo pasar al primer encausado del día. Era un muchacho que yo recordaba de alguna manera. La inculpación me nombraba en el informe. El condenado confesó que había alterado informes y exámenes con asiduidad en el puesto de corrector donde estuvo destacado. Jamás supe cómo pudieron averiguar lo ocurrido. Las acciones del chico me habían conducido, de manera indirecta, hacia vejaciones que yo creía olvidadas. Recordé con fidelidad lo sucedido aquel tiempo y encendí en rencor. Bajo la mirada atenta del juez ejercí lucidamente la acusación y solicité la ejecución inmediata sin posibilidad de arrepentimiento, recordando la muerte de mis seres queridos en las carreteras como una revuelta identificación.

Por entonces remitieron las ejecuciones, como una manera del cansancio. Algunos tribunales se relajaban en sus cometidos llevados por la clemencia y aumentaron simultáneamente los atentados de grupos incontrolados. La situación comenzó a ser desesperante, en algunas secciones se introdujeron enmiendas a los Textos del Amor, proliferaron grupúsculos que rechazaban la violencia, cuadrillas rebeldes bajaban de las montañas, se supieron de sobornos y miembros corruptos en la propia Nueva Guardia. Asumimos finalmente la dirección de la ciudad y ordené arrasar los barrios donde se refugiaron los últimos grupos que no se declararon a nuestro favor. Levantamos un cadalso a la puerta de la Audiencia donde de nuevo se hizo lectura de los Textos del Amor que yo había leído en la balaustrada del Ayuntamiento. Mis hijos subían al garrote:

...todo aquel que amase y llevase su Amor a las relaciones interiores, destruye el Sistema. No puede el Sistema permitirse el Amor. No puede el Sistema permitirse el Amor. No puede el Sistema permitirse el Amor.

Ordené la ejecución como ejemplo. Ya entonces las tanquetas extranjeras bombardeaban la ciudad.

viernes, 16 de julio de 2010

miércoles, 14 de julio de 2010

jueves, 8 de julio de 2010

RAMALLETS

Yo ya sólo soy pasado.

(Antoni Ramallets, cuarto puesto en el Mundial 1950, en una entrevista para Público)

TAXIS

Cuando tomo un taxi de noche, me hago el madridista.

(Marcel Santacana)

viernes, 2 de julio de 2010

LA SEÑORA

Vino flaca, sobre tacones, una percha en el escote, bajo la nuez. Morena, muy morena, quemada la piel como de rayos uva hasta las cejas. Traje de seda negro en minifalda vaporosa. Muchos años para andar con ese vestido, pensé, mi hermano. El pelo gris ceniza, hacia atrás, le faltaba colocarle una pamela. Larga y seca, con la nariz chata y estirada, mala operación de lifting. Andaba como una señora guiri que muchos dirían que ya dejó de serlo. Y no corría una pizca de aire en la habitación. Arrugas, fashion peor, mi hermano, con la peste de haberse maqueado sin ducharse. Para mí, como la Señora de los Sudores de la Muerte, y, entonces, me dijo:
- Hi, my darling, i´m your peor resaca.