domingo, 19 de mayo de 2019

CUARTO GÉNERO

Los pescadores de perlas
Los microrrelatos de Quimera
Edición de Ginés S. Cutillas
Montesinos
Vilassar de Dalt (Barcelona)
2019

LEER EN LOS DIABLOS AZULES



La historia del microrrelato en español es una historia en construcción, una escalera abierta y cada vez más transitada. Quimera y Ginés S. Cutillas, son dos de los pilares de esta historia en marcha y del esfuerzo de ambos se ha nutrido la bibliografía del microcuento en las ultimas décadas. Cutillas abrió su particular veda en 2010 con Un koala en el armario (Cuadernos del Vigía) y la prosiguió con Vosotros, los muertos, en la misma editorial, en 2016. Además, es autor de Lo bueno si breve, etc… (Base, 2016), un texto referencial en la reflexión sobre una especie literaria que cada vez ocupa mayor espacio en los medios de publicación, a pesar de su escueta extensión. Quimera comenzó su andadura en este género hace más de quince años —tiempo de pioneros— y ya elaboró en 2005 la antología Ciempiés, editada en aquella ocasión por Neus Rotger y Fernando Valls, uno de los imprescindibles en esta historia, artífice de la promoción de la hiperbrevedad y promotor de encuentros, entre otras muchas tareas. De la sección existente en la revista y del compromiso con el micro de Cutillas —que pertenece al consejo de redacción— surge la edición de Los pescadores de perlas. Los microrrelatos de Quimera, editado por Montesinos, que es una gran noticia para el género en particular y un estupendo síntoma del vigor de la revista barcelonesa en un momento en el que las revistas literarias caen y las revistas en general pasan a la gratuidad alegremente, sostenidas en la publicidad: Quimera aguanta a un precio muy asequible y una web eficaz, sin limosnas ni mayor débito que el literario, una flor en los quioscos.

Concursos, congresos, encuentros, premios, la clara apuesta de algunas editoriales —señeras Páginas de espuma, Talentura, Menoscuarto y tantas otras…—, de publicaciones regulares —como esta misma, Los diablos azules, en una continua atención a la producción— han hecho del siglo XXI el siglo del microrrelato. El tiempo, un análisis con mayor perspectiva, nos dirá cuánto han tenido que ver el desarrollo de Internet y de las nuevas redes sociales en la divulgación de un género que, una vez descubierto por el lector, se convierte en un potente adictivo. En cuanto el lector pierde sus melindres y se familiariza con la precisión de lenguaje, el uso de la elipsis (y de la cultura ímplicita), los guiños metaliterarios, la preeminencia del hecho sobre el personaje, los inicios de altura y los finales asombrosos, ya no dejará de volver, en cuanto pueda, a la hiperbrevedad y su asombro. La continua interpelación a la inteligencia del lector convierten la lectura del microrrelato en una lectura alerta, dispuesta, diligente y afanosa.

Los pescadores de perlas es una completa panorámica del género que abarca hasta 80 autores distribuidos por España y América, con mayor presencia de Argentina, México y Chile. Entre ellos, autores consagradísimos y autores debutantes con primera monografía, autores premiados y experimentales, cuya exigencia para su selección ha estribado en la calidad de los textos antologados. El orden de aparición de los textos mantiene el seguido en la revista durante 75 números y la compilación agrupa más de 200 microrrelatos que, huelga señalarlo, muestran todas las tendencias y tipologías de una categoría literaria en absoluta expansión y que, si bien podemos confirmar que ha encontrado su definición y características —como determinan los estudios, tesis doctorales y ensayos publicados durante este siglo—, incluye la experimentalidad de lo hiperbreve, los híbridos, los productos en frontera.

Esta colección de perlas es el resultado de seis años de construcción en una sección vital y vitalista en Quimera que pone un nuevo peldaño en la escalera cada vez más alta de la hiperbrevedad.

Alfonso Salazar

jueves, 16 de mayo de 2019

La primera luna llena de primavera


En un momento dado de la historia antigua podemos imaginar que el sabio de la tribu se levanta, otea el cielo, mide las estrellas con su ojo de cristal y anuncia al pueblo –apiñado al pie del templo- que la primera luna llena de primavera, este año próximo, será el 19 de abril. A partir de ahí el pueblo se organiza: el administrador prevé sus cálculos de gastos comunales; el maestro programa sus enseñanzas; el loco –que hace teatro y danza- se ciñe al calendario; el cazador prevé su montería; las recolectoras preparan su salida al bosque y se adecuarán a la prescripción; el posadero prepara la paja mullida para la llegada de los viajeros; el mesonero acopia viandas por el mismo motivo; el leñador fija la recolección de madera para las fogatas; y el yuntero se apresta a preparar sus colleras, pues se anuncia la fiesta sagrada.
Así sería en la Antigüedad, cuando la luna llena de primavera, maldita luna, aparecía cuando le parecía y sometía el ritmo del pueblo, la constancia de los calendarios y las tareas al caprichoso movimiento de traslación, a esa sombra astral de la Tierra en su Satélite, un sacro momento que atiende a la disposición de los dioses. Esos pueblos de la Antigüedad veían la Luna, pero no sabían explicar el porqué del suceso. Nosotros, ya civilización ultraevolucionada, conocemos el porqué de las cosas, fabricamos telescopios que están alcanzando en este momento el confín de las estrellas, ponemos satélites artificiales enormes y minúsculos en órbita, desentrañamos agujeros negros, enviamos basura espacial y señales a las posibles civilizaciones que esperan a tantísimos años luz.
Cabe entonces preguntarse por qué el ritmo de un país en el siglo XXI se somete a la aparición de la primera luna llena de primavera, es decir, que la Semana Santa se celebre al tuntún de la Luna, maldita luna. En el año 325 se decidió que el domingo de Pascua sería el siguiente a la primera luna llena tras el equinoccio de primavera, es decir tiene lugar en algún momento entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Tal cual. Diecisiete siglos más tarde seguimos al tanto del astrólogo brujo que otea el cielo por la noche, y por tanto los cálculos de la economía, la comparación de los primeros trimestres (la evolución de la contratación, por ejemplo) es incomparable de un año a otro; las evaluaciones trimestrales de los centros educativos quedan desparejas en años como estos con una Semana Santa tardía; las actividades culturales se acumulan (miren este último fin de semana de sobrecarga cultural); el Corpus será cuando la luna quiera pues se celebrará sesenta días después del domingo de Resurrección; los hosteleros pierden la constancia y no saben a qué atenerse; los trimestres engordan o enflaquecen. Ah, maldita luna, que nos mantiene en la oscuridad de los tiempos antiguos.
Alfonso Salazar