lunes, 28 de septiembre de 2009

CRÍTICA DE MAMEN CABEZAS A "EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN" EN EL GENIO MALIGNO

Granada y Cádiz. Cádiz y Granada. Los que vivimos entre ambas tierras, como es el caso de nuestro autor, sabemos y comentamos el invisible lazo de unión que existe entre ellas, fruto quizá de los caracteres tan opuestos (y por lo tanto, afines) de sus gentes. Falla y Alberti eran tan granadinos como Carlos Cano fue gaditano.
Alfonso Salazar es otro buen ejemplo.
(...) Leer más

Descargar en pdf

domingo, 27 de septiembre de 2009

LECTURA DE LA PUPILA

Así, en la presente sentencia, no se debate si el acusado arrancó, o no, un ojo a la demandante, sino determinar si existió uso fraudulento de la pupila de la demandante por parte del demandado (...)

Septiembre, 2009

miércoles, 23 de septiembre de 2009

I amici

Lío a la italiana, por Enric González, en El País Domingo, 20 de septiembre 2009

sábado, 19 de septiembre de 2009

LA CASA DEL VIENTO

A medianoche llegaron los dos hombres al patio de atrás. Debieron saltar los muros cargados con las palas y en silencio. Ni siquiera se inmutó el mastín, tan fiero, que estaba como dormido. Lo vio desde la ventana y pudo acertar a ver el farol amarillento mover la luz. La escopeta en el zaguán, sin proponer la defensa, desasistía al huésped en la soledad del cortijo. No se atrevió a prender el quinqué de la habitación y seguía asustado en el alféizar viendo cavar a los hombres con dedicación. Nadie se movió en las fincas vecinas, nadie oía el golpe de metal en la tierra y de la tierra en el suelo. Quizá pasaron horas en la duda de gritar a los intrusos y hacerlos huir. Al fin se armó de cierto coraje y encendió el quinqué de la mesilla, infundido de luz se remangó el pijama y bajó sin silencio hasta el zaguán donde reposaba la escopeta descargada.

Cuando salió al patio no vio la luz del farol moviéndose con el viento. No había nadie junto al pajar. Creyó tropezar con una pala abandonada en la huida. Definitivamente no había nadie. Cuando se asomó a la excavación vio un agujero sin fondo. Pensó que era su vida y siguió cavando.

1996

miércoles, 16 de septiembre de 2009

HISTORIAS IMPERFECTAS DE FRANCIA: JEAN GENET

Había llegado a la ciudad milenaria, frente a él imaginaba que se elevaba en el horizonte la silueta de otro continente. Se paró a mirar fijamente esperando diferenciar en el viento los cuerpos delgados de los jóvenes árabes de los que tanto hablaban en los suburbios de París. El manco lo tomó por la cintura y lo condujo por las estrechas calles mal iluminadas. Marineros borrachos se paraban en las esquinas, se acariciaban unos a otros las nalgas y pretendías masturbarse haciendo piruetas y acrobacias para mantener en pie el pene y la postura. Stilitano lo condujo a una taberna maloliente. “Sube con el señor Norberto”, dijo. El patrón de la taberna salió de la barra y le palpó con manos blandas. Ya en la habitación. Norberto lo aplastó. Penetró tranquilamente hasta que lo tocó con su barriga, lo atraía contra sí con ambas manos, súbitamente horrorosas y potentes; se asombraba de sufrir tan poco. “No duele, no hay nada que decir, sabe tocar”.

Condujo instintivamente el movimiento preciso, como descubriendo una naturaleza casi olvidada desde los tiempos del reformatorio y las durezas corporales del joven Villeroy. Sabía exquisitamente que estaba produciéndose una alteración que hacía de él un hombre en manos de otro hombre. El patrón babeaba y gemía cuando él se apartó delicadamente y empezó a acariciar el vientre enorme de aquel desgraciado que hacía por ocultar un miembro ya gastado. Fue cuando rebuscó el enorme machete entre sus ropas y lo rajó entero. Mientras el patrón se retorcía como queriendo cerrarse en la herida, el joven Jean vio al manco Stilitano en el umbral. “Recoge”, ordenó. Se vistió como pudo, pisando el cuerpo ya casi inerte. “No era preciso que dejases que te la metiese”. Jean quiso no oír la recriminación. “Yo soy tu chulo”. El manco casi lloraba cuando volvieron a la oscuridad del puerto de Cádiz.

(El Erizo Abierto, número 5, abril 1995)

sábado, 12 de septiembre de 2009

DETECTIVES EN LA GUANTERA 12: ERLENDUR SVEINSSON




Los autores nórdicos suelen utilizar, como personajes, individuos solos y solitarios. La luminosidad familiar del Mediterráneo, o la pasión por su pareja, sólo pierde la color en la Barcelona cosmopolita, a veces deshumanizada, de Carvalho y Méndez. La familia es un concepto universal (en todas su formas: de la nuclear a la extensa, de la monoparental a la liderada por la abuela) que tiende a desvanecerse en la literatura anglosajona, sobre todo en los detectives de bajos fondos de los cuarenta-cincuenta del Siglo XX, que parieron la novela negra con culos de güisqui y resacas en gabardina.
El Mediterráneo alumbró los detectives con mujer e hijos, con problemas caseros y desplantes conyugales. Cuanto más ascendemos en latitud más solitarios parecen los detectives: Gunther viudo y con infelices noviazgos; Fandorin con la novia asesinada aún de blanco; Gunnarstranda y Frolich hacen pinitos torpones en citas de café; Blomkvist y Salander comen precocinados; el viejo Selb intenta rehacer una familia con una mujer, hijo incluido, para justificar el árbol de Navidad con adornos de latas de sardina; Wallander sólo tiene una hija (y un padre que sueña con viajar a Egipto); Poirot decía que tenía un hermano, Aquiles, otro nombre de héroe. La excepción más relevante la constituye el impávido Martin Beck de Sjöwall y Walhöö, con matrimonio infeliz e hijos con los que apenas habla, pero vacaciones en las islas: hasta que llegue el día de la separación.

Más abajo, hacia el Sur, Carvalho sólo tiene como familia al minúsculo Biscúter y la sufridora Charo; a Méndez no se le conoce; al Innombrado detective casual de Mendoza, una hermana puta. Pero es típica la situación de Montalbano, en constante involución con Livia, la norteña: detectives con pareja, y a ser posible con empleada de hogar. Mario, el Conde de La Habana, recupera a su amor de juventud y tiene la amplia familia de entrañables amigos, y sus madres. Similar a Montale, amigos, amores y vecinos. Jaritos sufre con los devaneos estudiantiles y amorosos de su hija y ve por las tardes aburridos seriales con Adrianí. El romano Gordiano aumenta su familia constantemente con la manumisión de sus esclavos. Brunetti es el modélico padre veneciano. Es decir, al Sur de París existe vida más allá del trabajo, hay tramas que no conducen al cadáver. Hay desayunos, almuerzos en familia, complicaciones domésticas, exámenes de la prole, compras en el mercado.

Ya que Erlendur Sveinsson, el personaje de Arnaldur Indridason, es islandés, su familia está descompuesta. Con la cincuentena cumplida aún no sabe porqué abandonó a su mujer y sus hijos hace veinte años. Eva Lind, su hija, pasea por el céntrico barrio del caballo, preñada y enganchada. Su otro hijo sólo aparece por teléfono. Su ex mujer, lo hace fugazmente, para recriminarle el abandono conyugal.

Islandia, a los ojos del Sur, resulta exótica. Una isla con una exigua población, bastante homogénea (como buen campo de pruebas para hacer experimentos de transmisión de enfermedades genéticas). Con noches largas como meses y días que cumplen las dos funciones del término (veinte y cuatro horas y claridad diurna). Historias de desaparecidos en la ventisca siguiendo sus ganados, rudos marineros hundidos cerca del círculo polar ártico. Gente que se habla de tú y por el nombre de pila, ya sea con los desconocidos o con los superiores jerárquicos.

Indridason trabaja desde cierto lenguaje poético. Si bien sus tramas no son contundentes, los temas de fondo contraen la dureza de la infancia, los recuerdos insepultos, la violencia de género (cuando no se llamaba así), y como una suerte de “Cold Case”, mucho más congelado, se resuelven casos de décadas atrás. Al menos en las novelas publicadas en España, recientemente, por RBA. Hay otra sociedad debajo de la nieve y el hielo, en la tierra fresca de la podredumbre. La pequeña isla que era envidia del capitalismo ahora anda en bancarrota. Reikavik es una capital de aluvión: gentes de pueblos llenaron barrios de obreros y braceros, se extiende por los valles y los lagos. En ese sótano social deambula Eva Lind. Hasta allí va Erlendur, intentando limpiar la culpa del abandono de sus hijos, allí conoce a niñas con quemaduras de cigarro, traficantes y asesinos a sueldo, frecuenta bujíos de opio y apestosas viviendas de squatters.

Otra Islandia. Como en un mantra, Indridason vuelve continuamente a otra Islandia. No sólo aquella subterránea donde posiblemente aparezca algún día muerta la esquelética hija de Erlendur, sino hacia la Islandia de antes: la del aluvión; la de la ocupación aliada (con permiso gubernamental, ante el temor nazi) que fue utilizada como base por ingleses y americanos; la de la fiesta orgiástica en el gasómetro, el día que se esperaba el fin del mundo con la llegada del cometa Halley; la de la fiesta de Thingvellir, trigésimo aniversario de la República. Erlendur termina por chocar con crímenes antiguos, en los que emplea una amplia serie de recursos policiales, que resulta altamente sospechoso.

Indridason peca de un artificioso manejo de los tempos de la narración. Retrasa el desvelo al lector de manera a veces más engorrosa que inquietante. Desplaza por los capítulos resoluciones que estaban a pique de un remate, de modo innecesario, quitando caramelos de la boca, sin arte ni motivo. Sucede sobre todo en La mujer de verde, donde el doble desarrollo de la trama confluye al final: un final desplazado de manera constante y sin justificación. Queda así la sensación de haber asistido a un juego de manos del autor, más que a un despliegue de contundencia narrativa y suspense.

Pocos son los secundarios en el ambiente frío de la soledad. Sigurdur Óli, antipático y joven compañero de Erlendur; Elínborg, policía curtida, creyente en médiums y eficaz. Y poco más, un jefe caradura que se da de baja para escaquearse y antiguos colaboradores de Jefatura. Una hija drogadicta y un hijo que no aparece. Una ex-mujer vengativa y tan desmejorada. Un hermano muerto, en la infancia, entre la tormenta. Y nada más. Qué vida más triste.

Libros publicados de Arnaldur Indridason, serie Erlendur, en castellano:

Las Marismas, RBA, 2009
La mujer de verde, RBA, 2009
La voz, RBA, 2010
El hombre del lago, RBA 2010

Artículos relacionados:
1001 libros
La Vanguardia
El País

(Septiembre 2009. Alfonso Salazar. Actualizado en diciembre 2011)

viernes, 11 de septiembre de 2009

EL BOSQUE DE FONTAINEBLEAU

Los trenes llevan a Fontainebleau, como las canciones comunes y los recuerdos. Los trenes atraviesan la campiña, donde los cables eléctricos hacen juegos visuales uniéndose y desuniéndose, como si la vida fuese al fin y al cabo sólo eso: trenes y cables, constante unión y desencanto, paradas técnicas, estaciones terminales, despedidas y encuentros, avisos y revisores. Quedan atrás los barrios marginales que cambian de un año para otro, creciendo y menguando, mejorando infraestructuras, alargándose los tentáculos de la ciudad hacia donde engendra los últimos ramajes del continente.

Pero pasadas las estaciones de los arrabales, la placidez se encontraba en los pueblos de Francia y todo parecía dirigirse y estar hecho para el bosque de Fontainebleau, donde aguardaban los espectros de todo el tiempo a caballo, con calzas y levitas, pelucas blancas y miriñaques. Encuentro con un pasado, presente constante, siempre estacionada entre el quince y el veinte de septiembre.

Era conocida la hospedería como todos los años, y era reconfortante recubrirse con las sábanas del Duque, mirar fijamente los cuadros de monterías, los rostros antiguos y enfermizos de quienes habitasen aquel hotel, antes pequeño pabellón perteneciente a la corona, donde los descendientes del Rey Sol ejercitaban el adulterio en correrías nocturnas y la reina trataba a sus tiernas amantes, oculta en el desamor y el poder, pendiente la cuchilla próxima a su cuello. Preguntó al conserje por la visita esperada y le comunicaron que la mujer vagaba por los senderos cerca del río desde muy temprano.

Dispuso el poco equipaje en la cómoda y los enseres del aseo junto el lavabo: guardó como recuerdo las pequeñas pastillas de jabón de cada septiembre, y sintió un suave mareo al recogerlas. En ropa de lana y cuero bajó hasta el río, respirando hondo la fragancia y dando por iniciadas las pequeñas vacaciones que suponen siempre un paso más, el avance de otro año y ya casi los treinta. Ella estaba apoyada en la baranda de madera que protegía el pequeño embarcadero, mirando el agua oscura sembrada de grandes lirios flotando como si llevasen el cuerpo de una mujer. La brisa que abría las ramas acertaba en la melena rubia y ofrecía la imagen más joven que recordaba: diez años atrás en otra ciudad, cuando se perdían en la noche entre combinados de naranja y la conversación ambigua en frases de idioma variable, y esperaban terminar en el temblor de los huesos ante la presencia desnuda.

Se acercó acechante para susurrarle el buenos días, simple, en el oído y se repitió el saludo mantenido a través del tiempo, el abrazo como si el septiembre anterior hubiese concluido la semana pasada, en un vertiginoso juego de lo relativo, de la separación y la vida estanca, clasificada, como si no fuese esta todos los días, sino aquella de algunos.

Se preguntan sobre el trabajo rutinario, los viajes que dejó el verano, la llegada de nuevo a la antigua hospedería, el miedo en los rostros de óleo y cómo consiguieron otra y esta vez los mismos números en las habitaciones, para borrar los doce meses transcurridos y enganchar días como días, de años consecutivos crear otro. Retoman el paseo en la alameda, descubren la ligera llegada del otoño en las hojas que enmarcan el suelo, avanza una mano sobre la otra y los dedos se abren y se cierran asegurándose en el mismo tacto.

- Me casé el pasado abril. No me atreví siquiera a avisarte. De todas formas no habrías venido a Holanda, no hubiese querido que vinieses a Holanda.

El paisaje se hace gris a cada paso, cuando se añaden horas sobre horas y atardece. “Yo habría hecho lo mismo”, dice. Y vuelven a la conversación común que separa la distancia el resto de los días, las ocupaciones y los otros amores. Parece que todo lo tienen en común, que serán agradables las cinco tardes venideras paseando bajo los álamos que en todo coinciden.

- Estar cinco días junto a ti – piensa- es estar toda la vida; pero estar toda la vida junto a ti, no es estar este tiempo contigo.

Se comprueban en la textura de los troncos, las caricias en el dorso de la mano y la lengua buscando la palabra justa en la boca otra. Hablan de la difícil convivencia, de las miserias de cada día, de esa pequeña manía que al principio pasó inadvertida y pronto se hizo un mundo, un motivo de divorcio; coinciden en el reproche de la rutina, de los días repetidos, de la exigencia en la pareja, y se prometen felicidad eterna cinco días en Fontainebleau, allí donde nunca hay mañana y siempre próximo año. Allí donde nunca reside el amor empequeñecido por el paso de aliento de las mañanas y la queja constante, el dolor de cabeza y los críos.

- Estoy embarazada. Será en Febrero. Quisiera que estuvieras conmigo en Madrid, sigo viviendo sola en aquel apartamento enorme.

Ella promete el viaje, y se abrazan entonces buscándose la caricia tierna en los pechos, y la promesa de las noches que quedan.

(1994)

jueves, 10 de septiembre de 2009

"EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN" EN EL CLAVO EN LA PARED, POR JESÚS ORTEGA

Desde que el Lazarillo de Tormes alcanzase la cúspide del éxito social como pregonero malcasado, y sobre todo desde que un cincuentón loco y su gordo ayudante salieran por la Mancha a buscar aventuras y hacer el ridículo, la literatura castellana dejó establecidas algunas de las coordenadas impostergables de su tradición. Algunas de ellas -incluso desde antes, desde siempre- son el inveterado realismo (el terrenal Cid Campeador frente al mágico rey Arturo), el costumbrismo (el buscón Pablos con su vestido de escupitajos) y la sátira social (del Arcipreste de Hita a Rafael Azcona: la risa amarga que señala los vicios y distingue entre verdad y mentirosa apariencia, entre lo que se es y lo que se pretende ser).
LEER MÁS

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Otro "listo" al volante. Apañados estamos.

Alguersuari se une al tópico: "Las mujeres conducen bastante peor que nosotros"
El piloto de Fórmula Uno Jaime Alguersuari atendió al Diario 'Marca' y respondió a algunas cuestiones tan delicadas como la de "¿quién conduce mejor, hombres o mujeres?


Sport.es BARCELONA
"Definitivamente, las mujeres conducen bastante peor que nosotros. Lo siento", opinó el joven piloto de Toro Rosso. LEER MÁS

lunes, 7 de septiembre de 2009

Bateson

Así como existe una ecología de las malas hierbas, existe una ecología de las malas ideas.

Gregory Bateson

(Cita de Vers l´ècologie de l´ésprit, tomo II, París, Le Senil, 1980, citado por Félix Guattari en Las Tres ecologías, Pre-textos, 1996)