lunes, 27 de abril de 2009

EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN, ENTREVISTA EN GRANADA HOY

VER

COMENTARIO EN EL SOMBRERO BIOCLIMÁTICO

VER
Alfonso Salazar continúa la serie negra zaidinera que abrió con “Melodía de Arrabal”. En esta segunda entrega, Matías Verdón, el detective del Zaidín, indaga un par de muertes. Vertiginosa investigación llena de personajes perfilados con maestría. Un retrato donde no falta ni la malafollá granaína, ni el señoriteo sevillano. Donde el humor, la ironía y la fina inteligencia se mezclan con una trepidante acción.
Un tipo de barrio, de clase obrera, resulta ser un aventajado detective privado, mas por su instinto y necesidad, que por su preparación. No usa pistola ni da mamporros, al menos de momento. No puede ocultar su condición popular, ni en su indumentaria, ni en sus maneras, por que Matías es como es, y no puede ser de otra manera.
Se hace acompañar del Desastres, cartero de barrio, vividor y borrachín, con menos luces que un candil apagao, pero fiel al detective, su amigo de vía crucis tabernarios por los bares y tascas de la avenida Dílar y calles transversales.
Sus inseparables colegas de barrio, el Desastres y el Poeta, existen, yo los he visto en el Zaidín. También he visto muchas caras que podrían ser las de Matías Verdón.
Alfonso conoce el Zaidín, un barrio que comparto con él en la memoria. Mis padres también arribaron allí en los 60, como los suyos, tal vez, un poco después, allí fui niño, sentado en el tranco del portal, de babero y pan con chocolate.
Leo sus novelas y encuentro cientos de “lugares comunes”, lugares que podrían estar en cualquier barrio obrero de España. Las leo con un regusto de buenas letras.

MARIO ORTEGA

domingo, 26 de abril de 2009

LOS GÉNEROS DEL DOLOR Y EL ABANDONO: 08, ENTRE GAYOLA Y TRENA

Gayola, trena, cana, talego. Si un lugar define los malos pasos de la copla y el tango es la cárcel. Ambos deambulan de la mano en el filo de la ley y terminan penando amores traicioneros entre rejas. El flamenco, ese hermano sabio, forjó en las carceleras algunos de los cantes más insondables y lastimeros. Sin embargo, tango y copla toman unas veces caminos distintos para alcanzar los portalones de la prisión. El navajero bonaerense, guapo de barrio, se bate por su honor mancillado (del cual el tango La Gayola es el ejemplo por antonomasia) y a veces por el dudoso respeto de imponerse a los gallos del corral. La emigración trajo en un principio –como en toda emigración, o en toda conquista- una avalancha de individuos masculinos que sembraron en los días de parados los adoquines y bailaron en las noches de juerga tango en las veredas. Casi todos los tangos que nos muestran al malevo de turno pavoneándose con el hierro asomándole por el pantalón se nutren de lunfardo profundo y, a veces, inescrutable para el oído europeo. El ciruja, tango de Francisco Alfredo Marino, nos muestra el duelo bajo los farolillos del arrabal, como si de Hombre de la esquina rosada se tratase. Borges, omnipresente, nos lo deja en su poema El Tango, hermoso compendio de estiletes con pasos de baile: Una mitología de puñales/ lentamente se anula en el olvido;/ Una canción de gesta se ha perdido/ En sórdidas noticias policiales. Canciones de gesta. Si entroncamos esta estrofa con Hombre de la esquina rosada, entreveremos la despiadada gloria del criminal. Como en tantas manifestaciones de folclore el navajazo asciende a los altares populares y es ensalzado. En El Batidor, un confidente despreciable es perseguido por una partida de delatados. En Sangre maleva, tango que confunde sus últimos versos con No fue batidor de Germán Rienda, el protagonista morirá desangrado antes que delatar a los agentes quién le ha herido de muerte. Porque el valiente -frente al chivato-, es fiel al silencio, se echa hacia delante en el rumor de la noche, anunciado por copas de vino agrio y guitarras de cordaje quebrantado, siempre al amparo de la oscuridad, en descampados, calles desiertas. O en un colmado, una madrugada de copla, donde dos hombres riñen por el amor de La Parrala. Omertá, alevosía y nocturnidad. Pero sin cuadrilla. El valiente se enfrenta solo, anudado a un hierro fatal.
Secta del cuchillo y del coraje, dice Borges, como si nuestra Lola Puñales apareciese en escena. Pero hay cárceles y cárceles. En el sobrecogedor tango Como abrazao a un rencor, de Podestá, el malevo canta en las puertas de la muerte recordando el dolor de unas cadenas que le queman las muñecas. Pero no podía faltar en este último canto, ya en la cama y a modo de testamento, un recuerdo. Junto a las cadenas de la cárcel aparece una mina que arrodilla mis arrestos de varón. Llegamos. Una mujer se cruza en el camino. La misma mujer, aquella hembra gitana, que convirtió al bueno, guapo y honrado Antonio Vargas Heredia, flor de la raza calé, en carne de presidio.
Pero si hay un tango que preside la historia de navajazos pasionales y violencia es Dicen que dicen, escrito por Delfino en 1930. Grabado tanto por Gardel como por Sosa, la voz cuenta de manera turbadora la historia oída acerca de un asesinato. La historia del asesinato por traición amorosa es narrada a una mujer, sospechosa de hacerle la misma jugada al narrador. Y un final literariamente magistral: la voz termina por mezclarse con el personaje de la historia y acuchilla a la temblorosa oyente. Yo sólo quise contarle un cuento, pero el encono me ha traicionado. Curiosamente, la voz asesina pedirá a una vecina que calle y no llame a nadie. Otro tour de force de Tatuaje llevado hasta la muerte.
La presencia del barrio, y de las vecinas asomadas a las ventanas de los patios durante las palizas y broncas, nos introduce en otro tango, Justicia criolla, de Brancatti, donde a pleno pulmón la voz reclama la presencia policial –en este tango se alza la sombra alargada de Lola Puñales pidiendo la presencia de la justicia. Se entrega con la frente bien alta, orgulloso del hecho criminal, vengado y vindicando los hechos. Sin más ápice de flaqueza que solicitar un último beso a su hijita que quedará confiada a la vecina de turno. El llanto que le cubre el rostro es presentado como el lloro del valiente, de aquel que ha dejado su honor a salvo pero a cambio abandona en la orfandad a una criatura. La cárcel a los hombres no hace mal, dice. La voz de Justicia Criolla ruega a la vecina que cuente a a la pobre huérfana, mañana, cuando ella moza, que su padre no fue ni borracho, ni criminal sino que su madre era una libertina (sic). La violencia doméstica cantada y ensalzada: al fin y al cabo, sórdidas noticias policiales.
Pero mientras en el tango caían apuñaladas las minas infieles, en la copla serán los maridos traidores los que sucumban al cuchillo. En la copla Vengo a entregarme, la protagonista, muy al contrario del parricida de Justicia Criolla, pretende que nadie diga a su hijo el asesinato cometido sobre el marido infiel para que no se avergüence de mí. Lo que en el tango es orgullo, en la copla es vergüenza. Éste es el peso sobre el sexo que acuchilla. Esta curiosa copla, cuenta en su primera parte las repetidas veces en que la mujer pide al Sargento Ramírez que le coloque los grilletes, para evitar el más que probable crimen que está dispuesta a cometer sobre su casquivano compañero. Aunque no haya motivo, diga usted que soy ladrona, pero póngame usted presa, que mis manos no responden si sigo en libertad. Sabemos que la Benemérita no tomó en serio la amenaza porque en la segunda parte de la copla, se reproduce idéntica la escena, pero esta vez el Sargento Ramírez tiene motivos suficientes para prenderla. Cumpla usted con su deber, si usted me hubiese escuchado cuando yo vine a entregarme no hubiera hecho la muerte que acabo de cometer. El destino irremisible cumplió su designio: con un cuchillo de luna cortó la flor de un te quiero.

viernes, 24 de abril de 2009

ÉPICA Y LÍRICA

No sin razón están los medios de comunicación catalogando al Real Madrid de épico. Épica por allí, épica por aquí, épica de toda la vida, épico partido, épico arreón. La Épica siempre tiene tufo a testoterona, a atarse los machos, a tener más cojones que nadie. Por eso es cierto el calificativo: Robben parece un Filípides de blanco, el soldado de Maratón, enjuto y a pique de un repique; Higuaín espadachín, mosquetero que contra todos arremete; Raúl, pistolero de western, buscando un duelo; Gago melena al viento; Pepe más cerca del pressing catch, pero de verdad (le falta el antifaz y la capa); Casillas, como Guzmán el Bueno, defiende la almena…
Hombres hechos y derechos, dirán, muchos huevos. Eso tiene la épica, un resabio detestable, amargor de masculinidad, pestazo de sudores y orgullos sicóticos. Por eso no soporto la épica. Y sólo me vale contada por Defoe o por Stevenson, que nunca es tanto; o por Sender, cuando abunda en la miseria humana.
El Barcelona, por el contrario, y desde hace años -con excepción de una evitable época Van Gaal- trabaja desde la Lírica. Ojalá ahora sean buenos tiempos para la Lírica y dejemos la violenta épica, la rudeza, la ostia de genio.
Y es que siempre he sido más de la Lírica que de las cosas por cojones.

martes, 21 de abril de 2009

FERIA DEL LIBRO DE GRANADA 2009

EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN
DE ALFONSO SALAZAR
PRESENTA: MARIANO MARESCA
FERIA DEL LIBRO DE GRANADA, 25 DE ABRIL 2009,
13:00 HS CENTRO CULTURAL CAJAGRANADA
FIRMA DEL AUTOR: 25 DE ABRIL 2009,
20:00 HS CASETA DE FIRMAS

domingo, 5 de abril de 2009

DETECTIVES EN LA GUANTERA (EXTRA 2): EL DÍA DE LA MUERTE DE VÁZQUEZ MONTALBÁN

Los pájaros de Bangkok




Ha tenido que ser Bangkok. Carvalho no era excesivamente aficionado a viajar, a menos que en Milenio, como promete su próxima novela nos haga recorrer el mundo como si de Phileas Fogg acompañado de Picaporte se tratase (¿habría sido Cantinflas un buen Biscuter?).

Carvalho se bastaba con el paisaje trillado de las Ramblas, una visita al mercado de la Boquería, la subida empinada hacia Vallvidrera camino del Tibidabo o el Vallés para cenar amigablemente con su vecino Fuster y quemar un buen par de libros. Y en cuanto a viajes, como mucho y tras aquella inicial aventura en EE UU, Carvalho se inclinó por la siempre añorada Buenos Aires, lugar perfecto donde un detective privado español puede esconderse para oír tangos cantados por Adriana Varela y buscar desaparecidos. Bueno, y Bangkok, en un viaje para confirmar que la Tierra es redonda. O saber el nombre de los pájaros de Bangkok.

Aquel viaje de Carvalho del año 83 se debió a la travesura de la amiga Teresa Marsé, una niña pija barcelonesa. Pero una parada técnica en la misma capital tailandesa, veinte años después, nos deja a los seguidores de Carvalho sin el maestro, sin el padre de la moderna novela negra –y mucho más-, Manuel Vázquez Montalbán.

Paradigma del compromiso ético, de la hermosa contradicción entre la solidaridad y el disfrute de los placeres que otorga la vida y la buena mesa, Vázquez Montalbán ha ejercido de imprescindible preceptor en las generaciones de escritores posteriores al año ochenta.

La impresionante creación de Carvalho, ese detective descreído, intelectual, siempre de vuelta, supuso la primera piedra de toque para la aparición de una nueva novela española, que desde la perspectiva de un género menor -tantas veces desdeñada- elevase al altar literario las andanzas de un detective donde tras el golpe, la persecución o la cavilación ante un cadáver hubiese algo más que la pura invención y tanto más como la seria reflexión sobre el presente, la historia de este país y la línea de flotación de la sociedad.

Subió la novela a ese altar reservado a la novela de introspección, al canto a sí mismo. Y no sólo fue Carvalho: también los entresijos del asesinato de Galíndez, o el maravilloso paisaje de infancia de El pianista, sus lúcidas disecciones del pasado inmediato (Autobiografía del General Franco y un jugoso estudio sobre Aznar de próxima aparición). Y en muy contadas ocasiones dio un salto hacia atrás, para desde la figura de César Borgia, hablarnos de los Borgia que actualmente se suman al carro del poder (César o nada).

Su ejercicio literario nos deja más logros de enaltecimiento. Sus ensayos sobre la canción sentimental española de posguerra confinó el rancio estigma de la copla y descubrió los trasfondos sociales, incluido el bolero y el tango, para ofrecer una visión menos torpe que la de muchos críticos al uso, supuestamente progresistas, que se perdían empeñados en un absurdo maniqueísmo sobre el pasado y el futuro, en una ceremonia de confusión que mezclaba las pretensiones de la dictadura y los cantos del pueblo llano.

Y qué decir de su manía gastronómica, donde la cocina es una metáfora de la digestión intelectual. Se acostumbró a digerir a los tapados del franquismo que se subieron a la noria de la democracia. Pero el bacalao al pil-pil era de mayor gusto.

Junto a Marsé –y quizá La ciudad de los prodigios de Mendoza o los paisajes urbanos de González Ledesma- es difícil encontrar alguien que hiciese vivir la Barcelona del siglo veinte con tanta miga como Montalbán. Curiosamente, todos ellos, escribiendo desde el castellano a una ciudad fruto de la multiculturalidad, ahora tan llevada, del xarnego y el pan con tomate frente a la política nacionalista, tanto la de la propia Barcelona como la de Madrid.

Poeta, ensayista, pensador desde la ética y el compromiso, narrador implacable y riguroso, corredor de la banda literaria desde fuera de las academias, entusiasta de un barco actualmente tan perdido como el FC Barcelona de sus entrañas (al que dedicó algunos de sus artículos más perspicaces iniciando el hermoso género de la reflexión intelectual sobre el terreno de juego mucho antes de Valdano), la obra de Vázquez Montalbán queda a nuestra disposición para el disfrute y la fascinación, mirando siempre más allá, desde las atalayas que llevan a la montaña del Tibidabo.

Al parecer entregó su última novela, esa vuelta al mundo jalonado de desgracias y guerras, la última aventura de Carvalho, ex agente del FBI, de la KGB, barceloní puro, mezclado, gallego del Raval. Ojalá fuese justo a tiempo y ambos marchen de la mano. Con seguridad Carvalho, esa madrugada de aeropuerto, le indicaba a Vázquez Montalbán el nombre de los pájaros de Bangkok, por fin.

(Publicado en IDEAL de Granada, el 18 DE OCTUBRE DE 2003)

jueves, 2 de abril de 2009

UN HOMBRE JUSTO: DALTON TRUMBO

Si Wikipedia mide lo que sabemos, esto es lo que somos: Dalton Trumbo, no merece más que 110 palabras. Así nos va.

Dalton Trumbo (9 de diciembre de 190510 de septiembre de 1976) fue un novelista, guionista y director de cine estadounidense perseguido por el macarthismo por sus ideas políticas por lo que tuvo que trabajar frecuentemente con pseudónimos. Entre sus películas destaca Johnny cogió su fusil y el guión de Espartaco.
Con la película The brave one, que firmó con el pseudónimo de Robert Rich, consiguió el Oscar al Mejor Guión en 1957, pero al estar su nombre real vetado por la industria no pudo recogerlo. Finalmente el premio le fue entregado el 2 de mayo de 1975.
Murió de un ataque al corazón a la edad de 71 años.