martes, 25 de agosto de 2009

DETECTIVES EN LA GUANTERA 11: KOSTAS JARITOS




El detective creado por Petros Markaris, el griego Kostas Jaritos, comisario de la Dirección de Seguridad del Ática, reúne todas las condiciones del tipo poco relevante en su vida privada, sencillo, marcado por la historia del país. Decía Juan Carlos Rodríguez que en España no podía haber novelas policíacas porque sólo había torturadores. Y en Grecia tres cuartos de lo mismo: la dictadura fascista de Metaxás de 1936, que acabó con la bamboleante República de 1924 con restauraciones monárquicas por medio, la pertenencia al Tercer Reich, la división entre partisanos y colaboracionistas y la consiguiente guerra civil al fin de la II Guerra Mundial, la instauración de reyes marionetas de generales, la represión hacia los comunistas, la dictadura de los coroneles y una situación política que se estabilizó en los años setenta-ochenta. ¿No les suena la historia? No es idéntica al otro país europeo que mete los pies en el Mediterráneo, en el extremo oeste, pero casi. La historia de aquí.

De ese panorama procede Kostas Jaritos, de una policía que siempre fue sospechosa de convidarse con el poder de los militares y que contaba con una largo historial de represiones, de cárceles y sótanos con el sudor del miedo pegado a las paredes (Makrónisos, Jaidari, Bubulinas). Para aquella policía tuvo que trabajar Jaritos, hijo de un carabinero, y allí conoció a compañeros sin piedad y enemigos con nobleza. Pero no todo en las aventuras de Jaritos es la mirada hacia atrás: ése es sólo un ciclorama desteñido. La historia de la policía griega dejó atrás a sus torturadores, y sólo aparecerán como una terrible pesadilla, que incluso a veces –el retorno de aquellos fantasmas- posibilitarán al comisario desbrozar algún enrevesado caso.

Hay más, porque la ciudad que los acoge, Atenas, es tan sabrosa en matices como para facilitar al autor un riquísimo repertorio del que echar mano: desde la proverbial burocracia mediterránea hasta el tráfico imposible de largas caravanas, bocinazos e insultos. Desde la vital importancia del fútbol al paraíso de las islas griegas y la placidez de las tabernas de El Pireo. Del sol y calor de agosto a los chubascos impredecibles de otoño. Todo ello en las calles retorcidas de Platka, en las avenidas señoriales de Kolonaki, por las carreteras siempre atestadas que llevan a Corinto o Salónica, las cuestas de Likavitos y los barrios y pueblos menos turísticos de Nea Filadelfia, Rentis o Kiffisiá. Y definitivamente, las instalaciones abandonadas del sueño de las Olimpiadas de 2004, ahora refugio de inmigrantes ilegales, lugar ideal para ejecutar un asesinato o irse de pesca a los canales de remo.

El fabuloso paisaje descrito por Markáris se completa con una serie de secundarios impecables. En su familia (un detective mediterráneo como debe ser, con familia), su esposa abnegada Adrianí, enganchada a las telenovelas y especialista en cocinar tomates rellenos. Y su hija Katerina, doctoranda en Derecho y amancebada –para desesperación de Adrianí- con Fanis Uzunidis, el médico que salvó a Kostas de morir infartado. Y en comisaría, con el poliédrico Guikas, Director General de la Policía, arribista, servil con los superiores y cruel con los subalternos; el policía Zanasis, que le salió rana en la primera novela; Kula, la secretaria del jefe, y sus colaboradores Dermitzakis y Vlasópulos, desesperados por esa manía del comisario Jaritos de seguir utilizando su Mirafiori, un vehículo ya anacrónico y sin aire acondicionado con el que resulta imposible combatir el desesperante calor de las avenidas atenienses repletas de coches. Y personajes del pasado: Zisis el comunista a quién vigiló en Bubulinas y Kostarás, el policía asesino que terminó recluido en un asilo.
Si hay dos asuntos que preocupan a Markáris son la recepción de la inmigración y los medios de comunicación. Muchas de sus víctimas pertenecen a uno u otro colectivo. Mientras para unos reserva cierta misericordia, para los otros, los personajes vinculados con la televisión (sobre todo) aplica sus peores calificativos. Especialmente hacia el pijo periodista Sotirópulos –personaje continuo en la serie- o para los dueños de las cadenas de televisión reunidos de manera patética en “El accionista mayoritario”. La televisión, en las novelas de Markaris preside las vidas de los ciudadanos, los absorbe, los hipnotiza. Con ella convive Kostas Jaritos, mirándola siempre de soslayo, temiéndose lo peor: el ataque de los buitres sobre los pedazos sanguinolentos de los cadáveres, de almas destrozadas, de condenados que cumplieron condena y que ahora sólo deben preocuparse de la persecución de las cámaras.

En su primera novela, una periodista es asesinada; en su tercera un suicidio se realiza ante las cámaras; en la cuarta alguien intenta terminar con la publicidad en televisión asesinando a los modelos publicitarios. Inevitablemente, y a la espera de que Internet lo remate, la televisión y sus tejemanejes terminan por hacer la vida aún más difícil al Comisario Jaritos.

La última entrega publicada en España (“Muerte en Estambul”) evoca un viaje que tiene mucho de sentimental. Al fin y al cabo, Markáris es un griego nacido en Estambul. Por allí anda Jaritos, y como la inevitable Jessica Fletcher se tropieza con un asesinato (un cadáver en Grecia, una asesina en Estambul) y buceará en las calles turcas, acompañando a un grupo turístico en el que le enredó Adrianí, redescubriendo la historia de los griegos de Turquía. Otro homenaje a la historia griega.

En conclusión, y sólo tratando de detectives euromediterráneos frente a los adustos detectives españoles –aunque Carvalho disfrute de las habilidades culinarias de Biscúter-; frente al elegíaco, melancólico y marsellés Fabio Montale; frente a los italianos –el aburguesado Brunetti, un cínico Montalbano-, aparece el familiar y preocupado Jaritos, un tipo, tal y como lo define el propio Markáris, (...) de lo más corriente, que gana un mal sueldo, que tiene una familia a la que quiere y a la que tiene que alimentar y un jefe que le impone respeto y al que teme.


Novelas de Jaritos publicadas en castellano:
Noticias de la noche (Ediciones B, 2006)
Defensa cerrada (Ediciones B, 2006)
Suicidio perfecto (Ediciones B, 2004). Descatalogado.
Un caso del comisario Jaritos y otros relatos clandestinos (Ediciones B, 2006)
El accionista mayoritario (Tusquets, 2006)
Muerte en Estambul (Tusquets, 2009)
Con el agua al cuello (Tusquets, 2011)

Mapa de "Muerte en Estambul"

(Agosto 2008. Alfonso Salazar. Actualizado en diciembre 2011)

martes, 18 de agosto de 2009

CRÍTICA DE MIGUEL ÁVILA CABEZAS A "EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN"

EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN: TODO ES POSIBLE EN GRANADA
por Miguel Ávila Cabezas

Me viene a la memoria (como anillo al dedo neuroemocional) aquel eslogan que allá por los promisorios 60 ó 70 (no sé, ahora no me acuerdo) presentaba la levítica Granada como una ciudad en la que todo, pero que todo, era posible. Y en verdad que no anduvo muy descaminado el posibilista utópico que ideó la frasecita en cuestión pretendiendo ayuntar -no sé si a caso hecho- el Todo y la Nada, esto es, el Alfa y el Omega entre los que se contempla ufano el universo entero. Ya lo vemos, con tan sólo cinco (5) palabras de las que únicamente tres poseen eso que el lingüista de guardia apuntaría como “pertinencia semántica”. Que todo es posible en Granada lo pueden certificar, digo yo, más de uno e, incluso, más de dos. (...) LEER COMPLETO

sábado, 8 de agosto de 2009

COSTURERILLAS (13 ROSAS ROJAS)

Costurerillas del 36,
hijas del no pasarán.
Cigarreras de Sevilla
del Partido Liberal.

Enfermeras de Devonshire
Segunda Guerra Mundial.
Mignones que cantan Edith Piaf
en la Plaza de Pigalle.

Mujeres de pólvora y carmín
de rabia y libertad.
Esas sí, Comuna de París,
van dejando estelas en el mar.

Las que dijeron que no
cuando hablar estaba mal.
Las que dijeron sí
y guardaban un puñal.

Las que tienen velo sin querer.
Las que cuidan viejos sin quejar.
La que no fue madre
pero acuna hasta dormir.

Mujeres de plazas y de pan.
De colas largas y costal.
Esas sí, madres del maquís,
van dejando estelas en el mar.

A LA GREÑA

Socialistas y Comunistas se disputan su memoria. Como hace 70 años. Así nos va.

Estas son, de nuevo las 13 rosas (rojas), como decíamos en un post de hace un año.

(Información tomada de Público)

Las 13 rosas
Carmen Barrero Aguero (20 años, modista). Trabajaba desde los 12 años, tras la muerte de su padre, para ayudar a mantener a su familia, que contaba con 8 hermanos más, 4 menores que ella. Militante del PCE, tras la guerra, fue la responsable femenina del partido en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.
Martina Barroso García (24 años, modista). Al acabar la guerra empezó a participar en la organización de las JSU de Chamartín. Iba al abandonado frente de la Ciudad Universitaria a buscar armas y municiones (lo que estaba prohibido). Se conservan algunas de las cartas originales que escribió a su novio y a su familia desde la prisión.
Blanca Brisac Vázquez (29 años, pianista). La mayor de las trece. Tenía un hijo. No tenía ninguna militancia política. Era católica y votante de las derechas. Fue detenida por relacionarse con un músico perteneciente al Partido Comunista. Escribió una carta a su hijo la madrugada del 5 de agosto de 1939, que le fue entregada por su familia (todos de derechas) 16 años después. La carta aun se conserva.
Pilar Bueno Ibáñez (27 años, modista). Al iniciarse la guerra se afilió al PCE y trabajó como voluntaria en las casas-cuna (donde se recogía a huérfanos y a hijos de milicianos que iban al frente). Fue nombrada secretaria de organización del radio Norte. Al acabar la guerra se encargó de la reorganización del PCE en ocho sectores de Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.
Julia Conesa Conesa (19 años, modista). Nacida en Oviedo. Vivía en Madrid con su madre y sus dos hermanas. Una de ellas murió de pena (por la muerte de su novio en las guerrillas) estando ella detenida. Se afilió a las JSU por las instalaciones deportivas que presentaban a finales de 1937 donde se ocupó de la monitorización de estas. Pronto se empleó como cobradora de tranvías, ya que su familia necesitaba dinero, y dejó el contacto con las JSU. Fue detenida en mayo de 1939 siendo denunciada por un compañero de su "novio". La detuvieron cosiendo en su casa.
Adelina García Casillas (19 años). Militante de las JSU. Hija de un guardia civil viudo. Le mandaron una carta a su casa afirmando que sólo querían hacerle un interrogatorio rutinario. Se presentó de manera voluntaria, pero no regresó a su casa. Ingresó en prisión el 18 de mayo de 1939.
Elena Gil Olaya (20 años). Ingresó en las JSU en 1937. Al acabar la guerra comenzó a trabajar en el grupo de Chamartín.
Virtudes González García (18 años, modista). Amiga de María del Carmen Cuesta (15 años, perteneciente a las JSU y superviviente de la prisión de Ventas). En 1936 se afilió a las JSU, donde conoció a Vicente Ollero, que terminó siendo su novio. Fue detenida el 16 de mayo de 1939 denunciada por un compañero suyo bajo tortura.
Ana López Gallego (21 años, modista). Militante de las JSU. Fue secretaria del radio de Chamartín durante la Guerra. Su novio, que también era comunista, le propuso irse a Francia, pero ella decidió quedarse con sus tres hermanos menores en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo, pero no fue llevada a la cárcel de Ventas hasta el 6 de junio. Se cuenta que no murió en la primera descarga y que preguntó "¿Es que a mi no me matan?".
Joaquina López Laffite (23 años). En septiembre de 1936 se afilió a las JSU. Se le encomendó la secretaría femenina del Comité Provincial clandestino. Fue denunciada por Severino Rodríguez (número dos en las JSU). La detuvieron el 18 de abril de 1939 en su casa, junto a sus hermanos. La llevaron a un chalet. La acusaron de ser comunista, pero ignoraban el cargo que ostentaba. Joaquina reconoció su militancia durante la guerra, pero no la actual. No fue conducida a Ventas hasta el 3 de junio, a pesar de ser de las primeras detenidas.
Dionisia Manzanero Salas (20 años, modista). Se afilió al Partido Comunista en abril de 1938 después de que un obús matara a su hermana y a unos chicos que jugaban en un descampado. Al acabar la guerra fue el enlace entre los dirigentes comunistas en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.
Victoria Muñoz García (18 años). Se afilió con 15 años a las JSU. Pertenecía al grupo de Chamartín. Era la hermana de Gregorio Muñoz, responsable militar del grupo del sector de Chamartin de la Rosa. Llegó a Ventas el 6 de junio de 1939.
Luisa Rodriguez de la Fuente (18 años, sastra). Entró en las JSU en 1937 sin ocupar ningún cargo. Le propusieron crear un grupo, pero no había convencido aun a nadie más que a su primo cuando la detuvieron. Reconoció su militancia durante la guerra, pero no la actual. En abril la trasladaron a Ventas, siendo la primera de las Trece Rosas en entrar en la prisión.