miércoles, 30 de diciembre de 2009

EL NOBEL FERNANDO PESSOA

No sucedió que la mañana del día 25 de abril de 1930 un cartero dejó un telegrama en la Rua Coelho da Rocha, 16, primero.

No sucedió porque el inquilino paseaba por la Boca del Infierno en compañía de Aleister Crowley, cacheando el precipicio en busca de la voz perdida del amigo muerto en el Hotel de Nice de París. Satán nos comunica que su voz volvió a la costa de Cascaes. Crowley hablaba entre dientes, camuflado en la túnica negra y escrutaba el ruidoso entrechocar de la roca contra el mar. El abismo impedía vislumbrar voces retornadas. Fue el 26 de abril de hace catorce años, decía el poeta, si los dioses mantienen el amor que le juraron en vida, su voz navega en la Boca. No se preocupe don Fernando, oigo una voz que sube por el acantilado, Satanás no engaña -contestó el brujo.

El satanista se agarró con fuerza a los pliegues rocosos y enseñó sus pies al vacío. Sá-carneiro, Sá- carneiro, gritó teatralmente. La amenaza de la tormenta acolchaba el eco. Algunas gotas brumosas le resbalaban de la barbilla a la cruz del pecho. ¿Lo oye, don Fernando?, el mar y el diablo contestan unánimes, ahí está la voz de Sá-carneiro, se embarcó en el Sena y ha recorrido el Atlántico rehuyendo las redes, las voces son lentas pero despabiladas, siempre se necesita tiempo para llegar a la fama y la gloria.

Ofelia viaja entre las olas tranquilas de un río y Rimbaud dice que se asoma a contemplarla. Pessoa se imagina fuera de la tormenta y ve pasar el cuerpo de Ofelia Queiroz navegando la costa de Estoril, o exhibiéndose en el estuario. Dice adiós elevando su mano como un mástil. Adiós detestable Álvaro, adiós venerado Maestro Alberto, adiós devoto y dulce Ricardo. Ya no contestaré más tus cartas, parece decir el horizonte. Asómate querido Fernando a escrutar el estanco, deambula con revistas infinitas, con amigos muertos en el café de Martinho de Arcada, olvida a la abuela Dionisia y las noches de 1920. Ofelia dice la última palabra y toma un coche de caballos en la Plaza Camoens.

Recuerde que Mario me dijo que finalizaría la carta definitiva para Ofelia. Crowley no podía oír a Pessoa entre tanta ola violenta en el fondo de la Boca. Su voz debe traer el último párrafo, busque, busque. La delgada figura de Pessoa se asimilaba ya a la negritud y escrutaba la profundidad como miraba los estancos para preguntarse sobre la vida en sí. Cuando la descendente sombra de Crowley se recortaba en el cielo agarrada a los peñascos un suspiro de tranquilidad anidaba el ánimo deshecho de Fernando Pessoa.

La noche se hizo intensa y la tormenta obligó al poeta a buscar abrigo en una desvencijada techumbre junto a la carretera. Allí le sorprendió la mañana del día 26 de abril de 1930. Se dirigió tambaleándose hacia el acantilado, esperando ver una transfiguración de la voz de Sá-carneiro en el cuerpo de Crowley, mecido por diablos marinos. Un párrafo, sólo un párrafo. la única gloria en la vida.

Deje la fama para la posteridad, amigo Fernando. El maestro Alberto Caeiro lo miraba de reojo en el cuarto de la pensión de la calle Estefanía. El amor, amigo Fernando, el amor, y deje la fama para la vida postrera, tras la muerte, que no tardará en convencerle. Mire yo, un poeta de la naturaleza, que ya no sé andar solo los caminos, porque ya no sé andar yo solo. Pessoa miraba entonces los ojos perdidos de Bernardo Soares caminando solo hacia la Rua dos Douradores. Tan distintos, los pequeños ojos negros y los grandes zapatos de charol de Ofelia subiendo al coche de caballos, insinuándose al postillón, los ojos distantes de Pessoa, sus zapatos de hombre viejo andando via Augusta, si se fija se ven hoy aún.

Pessoa abrió la puerta del primer piso de la calle Coelho da Rocha. No había nadie. No sucedió entonces que cogió el telegrama insertado a través de la rendija. Remitido por la Academia, desde Estocolmo. A la obra de Álvaro Do Campos, finalizaba. Cuando se lo diga se va a poner como unas pascuas, se dijo, debían habérselo enviado al estanco. Le interrumpió la voz de la vecina. Unos señores de Noticias Ilustradas querían verle para hablar de un inglés desaparecido...

La tarde prometía un paseo por la Baixa. Con lo que va a ganar con el Nobel, Do Campos se comprará una villa en Estoril, confesó Pessoa a Almada en el Café Martinho de Arcada. El fantasma de Almada Negreiros lo miró con ojos tristes. Hoy hace no sé cuantos años de lo de Mario. Fernando Pessoa dejó que sus ojos se perdieran un poco más: y Crowley no me ha conseguido el fragmento final para la carta a Ofelia, Mario me la prometió, Crowley me la prometió, y nada de nada.

Siéntese, Pessoa y tome nota. La voz de Crowley ascendía por las brechas de la Boca del Infierno. Anote. Fueron destellos insultantes hacia el amor perdido y recuperado tras una fotografía. Recuerde Pessoa, hace no tanto, póngase de perfil, don Fernando, así, apurando la copa. El fotógrafo estaba apostado en la puerta de Abel Pereira y tras la figura del poeta los barriles de clarete y moscatel. Ésa fue la fotografía en flagrante delito, que llegó a Ofelia, por causalidad, de la mano de su sobrino. Por eso volvió a escribirle. Me debes un verso, le dijo. La voz de Crowley eran las palabras de Álvaro Do Campos. Le dije que buscase la voz de Sá-carneiro, no la de Campos, Crowley, ella detesta a Campos y Campos ya no puedo ser yo. Campos es un nobel, yo no puedo desgustar fama en vida. La enorme cruz de Crowley chocaba contra las rocas, flotando en el mar como Ofelia muerta.

martes, 29 de diciembre de 2009

sábado, 19 de diciembre de 2009

SI NO EXISTE LIGA EN OTROS PLANETAS...

Si no existe Liga en otros planetas, el FC Barcelona ha terminado un periplo imparable. Este año han sido 6 de 6. No va más.

martes, 15 de diciembre de 2009

LOS GÉNEROS DEL DOLOR Y EL ABANDONO, 10: PICADITAS DE VIRUELA

La señal indeleble sobre la mujer se muestra con virulencia en los géneros de la canción sentimental. Copla y tango hicieron de la mujer objeto inexcusable de sus letras. Si bien, como hemos dicho en más de una ocasión, la copla se nutre de una voz femenina –es la mujer quien canta- y el tango se nutre de la masculina. Pero tanto una como otro –en el propio término de cada género musical se manifiesta su género sexual- hicieron de la mujer una bandera. En las primeras décadas del siglo XX, donde ambos mostraran el desarrollo que desemboca en su configuración definitiva, la mujer atravesaba el desierto del la emancipación social. La situación de siglos anteriores había desaguado en una de las peores épocas para el sexo femenino: la irrupción de la Revolución Industrial y la consiguiente irrupción de la clase trabajadora –y su explotación- se había cebado en las mujeres que pasaban ahora de la dura vida en los campos a las durísimas condiciones de los barrios obreros.

En este ambiente, la copla y el tango vienen a ofrecer el testimonio de la situación social. Una y otro ofrecerán la visión sociológica del denigrado estatus femenino que le es contemporáneo. Los estereotipos en una y otra orilla del Atlántico no son tan distintos. Al fin y al cabo la Argentina, país de aluvión, se forjaba con emigración. Una emigración que reproducía los modelos europeos en el arenal del Mar de la Plata. La ubicación de la mujer como objeto sexual y, en muchos casos, posesión doméstica tomaba en la canción, como un pueril intento de contrapeso, su elevación al altar del mito de belleza arrebatadora y venenosa, con un deje de falsa sumisión masculina - que no fue más que verte y perder/ la fe, el coraje,/ el ansia de guapear./ No me has dejado ni el pucho en la oreja/ de aquel pasado malevo y feroz (Malevaje)- y una simulación de un matriarcado interior imposible que en realidad se sometía a la paliza -¡no te rompo de un tortazo,/ por no pegarte en la calle! (en la milonga Tortazos).

Tango y copla reproducirán una de las mayores condenas de la mujer. Su camino marcado preveía el matrimonio como finalidad inexcusable. A él se resumía todo posible desarrollo personal. La soltería era un descalabro infinito. La mujer soltera, con resabio a sociedad agraria, era una pérdida económica, una inversión desgraciada, una carga para la familia, que contaba con la soltera como una leprosa social. Picadita de viruela es quizá una de las coplas que mejor enmarcan esta referencia. La lacra de la soltería se manifiesta en la piel asaeteada por la enfermedad. Las propias huellas en el rostro de la muchacha hacen huir a los hombres en cuanto se descorre el visillo de la reja y la mujer deja mostrar sus señales. La pérdida de la virginidad –como le ocurre a Lola Puñales- viene a corroborar cómo las cicatrices físicas se manifiestan, como la exudación del drama interior de la mujer.

Y al alimón, A la lima y al limón, nos mostrará a la mujer desafortunada, porque no es hermosa –no tiene el talle de espiga, ni son sus labios de sangre- condenada a la soltería. Sin embargo, ambas coplas, en el retruécano del culebrón feliz, conseguirán un novio final para cada una de ellas, salvando a la picadita –que al final parirá una rosa, símbolo de una virginidad transformada- y enorgulleciendo a la vecinita de enfrente –y con ironía siempre tararea/ el mismo estribillo de la rueda rueda.

El tango, más cruel, dejó sin novio para los restos a la protagonista de Nunca tuvo novio, encerrada en la lectura de novelas sentimentales, esperando príncipes azules. Tan encerrada como las novias de El último organito. Porque la mujer que pisaba la calle pasaba a ser considerada maleva, a un paso de la prostitución, y si bien era un imprescindible factor en las calles de arrabal bailongo, buscaba habitualmente convertirse en mantenida de algún individuo ricachón (figura, ésta de la amante, repetida hasta la saciedad en tangos y coplas, sobre lo que volveremos algún día, como Mano a mano, La Bien pagá, Muñeca brava, Margot, Yo no me quiero enterar, Romance de la Otra, Yo soy ésa).

La descarriada, podía terminar desplumada y marchita como la protagonista de Esta noche me emborracho -que esto que hoy es un cascajo/ fue la dulce metedura/ donde yo perdí el honor- o recuperada y vuelta al hogar como La Maleva, tango de Mario Pardo. No salgas de tu barrio, tango con música de Delfino, es toda una declaración de principios: en él aparece la voz femenina, que tan poco se prodiga, manifestando a una muchacha, susceptible de perderse en el camino oscuro de las peligrosas calles que conducen al cabaré, los peligros del extravío y así, escarmentar en cabeza ajena, pues la quehabla dejó el muchacho sencillote, buen novio, por el niño engominado que le enseñó todos los vicios, cásate con un hombre que sea como vos/ y aún en la miseria sabrás vencer tu pena/ y ya llegará un día en que te ayude Dios, dice finalmente la consejera.

No lo indica así Mamá yo quiero un novio, tango de Fontaina, donde el autor oye cantar a una muchacha cómo reclama un novio milonguero, guapo y compadrón a quien entregar todo –y si mi novio precisa, empeño hasta la camisa y si eso es poco, el colchón- y huir al fin del hogar.

En el ambiente triste de la soltería, de ese miedo a quedarse para vestir santos y quedar señalada con una flor marchita en el vientre, sólo la copla y el genio finísmo de Rafael de León dieron la vuelta a la tortilla y en la excepcional Compuesta y sin novio la mujer se enorgullece de su condición de soltera, enumerando con desparpajo y frescura los inconvenientes del matrimonio –que la plaza, que la gripe, que tu madre, que la mía, son muchas complicaciones, ¡Soltera para toda la vida!. Pero es una línea cómica, con retranca, en el agua procelosa del machismo imperante en la sociedad de la época.

Como dice Vázquez Montalbán en su Crónica Sentimental de España, catecismo para quien se acerca a la copla y la canción, el verso (de la copla) había que oírlo cantado por las mujeres de la posguerra, por las mujeres que más padecían la posguerra, por las mujeres que siempre han padecido todas las posguerras de la Historia, sin ganar ninguna guerra. Ojalá venzan en la guerra que libran a diario por su dignidad.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

INAPELABLE

Prometí al Rotterdam que le sacaría de la segunda división y lo hice: bajamos a Tercera.

Tommy Docherty, entrenador escocés

sábado, 5 de diciembre de 2009

sábado, 28 de noviembre de 2009

RUEDA DE RECONOCIMIENTO, 2


De izquierda a derecha: Australopithecus, Homo Habilis, Homo Erectus, Homo Heidelbergensis, Homo Neanderthalensis y Homo Sapiens

jueves, 26 de noviembre de 2009

RUEDA DE RECONOCIMIENTO

De izquierda a derecha: Homo Habilis, Homo Sapiens, Homo Floresiensis, Homo Erectus, Paranthropus Boisei, Homo Heidelbergensis y Homo Neanderthalensis

miércoles, 25 de noviembre de 2009

domingo, 22 de noviembre de 2009

PULSO HERIDO QUE SONDA LAS COSAS DEL OTRO LADO


Dice la leyenda que en una exposición parisina de Picasso, allá por los principios de los años 20 del siglo 20, entró una señora en la galería, posiblemente una coleccionista, que tras ver los cuadros se dirigió al galerista y le dijo: "Esta pintura no me gusta nada, no la entiendo". Pablo Ruiz Picasso, que andaba por allí, se volvió hacia ella y le preguntó: "Señora, ¿le gusta a usted el jamón?". A lo que respondió la señora: "Claro que me gusta". Picasso le replicó: "¿Y entiende usted el jamón?".
La poesía, como el jamón, no precisa de explicaciones ni entendimientos. A esa conclusión me llevó el impresionante Poeta en Nueva York. Cuando lo leía con escasos doce años, no entendía nada. Pero me gustaba. Es más, quizá sigo sin entenderlo, pero me sigue gustando.
La poesía visual, como el jamón, tampoco precisa de explicaciones. Gusta o no gusta. Esta pieza se explica a sí misma: un fonendo sonda un verso sobre un poema de Poeta en Nueva York, Poema doble del lago Edem, sobre el verso "pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado" en una reproducción de la edición de Aguilar Quinta Edición Aumentada de 1963. Eso sí, una página vuelta del revés -excepto el verso en cuestión. Esto es: todo del otro lado, menos el otro lado.
Alfonso Salazar


El próximo viernes 27 de noviembre de 2009, a las 20:00 hs Alfonso Salazar donará, en el marco de los actos "Disfraces de noviembre", a la Casa Museo de Federico García Lorca de Fuente Vaqueros el objeto poémico "Pulso herido que sonda las cosas del otro lado", perteneciente a su colección de poesía visual.
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sábado, 21 de noviembre de 2009

LOS TRAPECISTAS SOLOS



Soledades Eternas.
Homenaje a Javier Egea. Ateneo de Granada.

Trasnoches poéticos
Bajo el título de "Los trapecistas solos" se celebrarán, desde el miércoles hasta el viernes, lecturas poéticas en bares de la ciudad. Además, cada autor leerá un breve texto sobre Javier Egea. Estos actos serán coordinados por la Asociación Cultural del Diente de Oro.

Los trapecistas solos, 3 . Viernes 20 de noviembre 2009
Café-bar LaTertulia. 22:00 horas
Participan: Ramón Repiso, Alfonso Salazar, Rubén Pérez y Javier Benítez Láinez.
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Alfonso Salazar:

RECUERDO DE JAVIER EGEA. LOS TRAPECISTAS SOLOS, 3

Recuerdo a Javier Egea en la barra del Bar Bernardo, en la perpendicular de su calle del Zaidín -cuando el Bernardo estaba allí y era la más famosa peña ciclista del barrio-, ya pontificando a los parroquianos, tomándonos una caña, preguntándonos por qué se corría el Tour si se sabía que ganaría Induráin, o elogiando la cabeza alopécica de Dertiycia, aquel delantero del Cádiz que solía marcar en el último minuto del último partido de Liga para salvar al equipo del descenso. Éramos del Cádiz y de Cádiz.

Solíamos a veces abandonar el Bar Bernardo y adentrarnos en el barrio, en un delicioso via crucis por lo más granado de las tabernas. Allí lo mismo me aficionaba a Las Habitaciones de Louis Aragon o analizábamos un corto de Chaplin, que me contaba –como sólo él sabía hacerlo- el repertorio de las mejores anécdotas de sus estancias, de las que hacía tiempo ya, en el Hospital de la Virgen, el único manicomio de la ciudad, donde por entonces se revolvían personas con peculiaridades síquicas y simples alcohólicos. Allí era donde la perplejidad le asaltaba cuando veía a una de las internas fregar los suelos, pero hacia delante. O donde se interrumpía el almuerzo a albondigazos. Allí, donde el café que algún residente traía del bar frente al manicomio distinguía definitvamente a los locos de los alcohólicos. Él cometió la ingenuidad de pedirlo solo. Hasta que se enteró de que había que pedirlo cortado, pues se cortaba con coñac. Y allí fue donde cometió su mayor hazaña, cuando fue ingresado un técnico electrónico, y Javier lo convenció de visitar a uno de los internos, que tenía una radio antigua en su habitación por la que decía oír voces misteriosas y arengas de Queipo de Llano. Hasta la habitación llevó Javier a una patulea de locos para ver el milagro de la electrónica. Por algún motivo debieron ingresar al técnico, indiscutiblemente, cuando al meter mano con el destornillador al aparato éste empezó a echar chispas y estando a pique de incendiarse, comenzó a gritar el dueño de la radio ¡Funciona!, ¡Funciona!, ¡Funciona!

En la barra sw La Tertulia le serví muchos cortados –pero de descafeinado y cortado con leche. Sólo leche-. Y él me sirvió muchas lecciones. Si le acompañaba Enrique Vázquez, las lecciones se convertían en magistrales y me explicaban, yo en mis veinte años, que para deconstruir Las Meninas como hizo Picasso, era preciso primero saber pintar Las Meninas como lo hizo Velázquez. Y que me lo aplicase a la poesía, sin falta.

En La Tertulia ya no están ni Enrique, ni él. Como tampoco están María José, ni Esteban. Se cumple así una selección natural al revés, que termina por dejar aquí a los que no son mejores.

Una tarde de noviembre, hace hoy exactamente quince años, nos fuimos al Auditorio, para escuchar a Victoria de los Ángeles cantar las Siete Canciones Españolas de Manuel de Falla y las Canciones Negras de Montsalvatge. Las de Montsalvatge eran las que nos interesaban, con aquella Cuba dentro de un piano de Alberti: Cuando mi madre llevaba un sorbete de fresa por sombrero/y el humo de los barcos aun era humo de habanero… A la salida nos encontramos con Ana Munaín (que también se nos fue). Ella quería conocerlo y él estaba interesado por aquella chica de rasgos orientales pero con acento vasco. Es sabido que Javier padecía de curiosidad infinita. Los tres rondamos la noche por el barrio del Realejo. Conversamos varios bares y Ana nos dejó a la deriva de madrugada. A las tantas apareceríamos por aquella puerta del fondo. Y cerraríamos el bar. Y aquí, en vez de contarme otra vez cómo aquella radio dio por fin el discurso encendido de Queipo de Llano, me dijo que el sentido de su vida, que su mundo, era escribir. Y que hacía tiempo que eso no sucedía. Y al final me preguntó si yo era capaz de distinguir entre el mundo y la vida. Y me lo sigo preguntando.
La Tertulia. 20 de noviembre 2009

CUBA DENTRO DE UN PIANO. RAFAEL ALBERTI

Cuando mi madre llevaba un sorbete de fresa por sombrero
y el humo de los barcos aun era humo de habanero.
Mulata vuelta bajera.
Cádiz se adormecía entre fandangos y habaneras
y un lorito al piano quería hacer de tenor.
Dime dónde está la flor que el hombre tanto venera.
Mi tío Antonio volvía con su aire de insurrecto.
La Cabaña y el Príncipe sonaban por los patios del Puerto.
(Ya no brilla la Perla azul del mar de las Antillas.
Ya se apagó, se nos ha muerto).
Me encontré con la bella Trinidad.
Cuba se había perdido y ahora era verdad.
Era verdad, no era mentira.
Un cañonero huido llegó cantándolo en guajiras.
La Habana ya se perdió. Tuvo la culpa el dinero...
Calló, cayó el cañonero.
Pero después, pero ¡ah! después...
fue cuando al SÍ lo hicieron YES.

LES CHAMBRES, 4. LOUIS ARAGON

Aquel día en que te había perdido y hablo
De algún otro lugar que es otro lugar siempre algún otro lugar decir otro lugar
como grita ay una desbandada
de codornices

Digo otro lugar cada tres palabras No lo habréis observado
Por cualquier cosa bajo insolentes pretextos de asonancia
El pregón del sillero por la calle o
En mí En otro lugar está en mí me pierdo en él Sería necesario
Reagrupar todos esos ruidos de mí mismo esas
Misteriosas palabras tachadas tiznadas ahogadas en un cuaderno
Por ejemplo o bien hojas en un cajón que se encontrarán
quién sabe
Yo muerto o vivo incluso desdibujado poco a poco manchado despedazado
por las arrugas para
Notificar a la carne que nada cuenta o más aún
este hombre
Aún
Una tachadura
Todo lo que habré dicho inacabado esos comienzos esos
relámpagos vistos
Qué tenía en la cabeza que
se desvaneció
Aquel día en que había perdido

Y el recuerdo vuelve con tanta violencia
En mitad de la noche un sueño No nada de un sueño
La evidencia de que uno se levanta
En mitad de la noche por las habitaciones en sombra
Espesa en que los muebles ya no están en su lugar jamás
Nunca en su lugar
Siguiendo una luz oscuramente oscura hasta
Este lugar de escribir y los lápices esparcidos esas cosas de tinta y
de espanto
Y el papel apresuradamente sucio arrugado tirado a la papelera
Ah qué hemos qué he hecho de nosotros la palabra nosotros
en mi boca de rodillas

Aquel día en que te había perdido

Busco a ciegas ese laberinto de horas ese infierno
Tranquilo un día de sol me parece y no es
Seguro no es nada seguro no sé ya casi nada de esta noche anterior
Por la mañana palpo una mañana gris en ese gran cielo de vidrio
Al final de los finales había dormido solo cedido solo al sueño
Una mañana gris en el taller devastado de ti


Objetos
Estúpidos el armario abierto
No existe la
Más pequeña
razón para cerrar el armario
Una cosa
caída

Aquella noche en que te había perdido

Cuándo se levantó aquel día por qué se
Levantó veo
la habitación enorme y vacía donde todo
Está disperso de ti desgarrado de ti devastado Me he
Sentado como una ruina en el confín del mundo
A la que jamás le será dada respuesta
En los escalones acurrucado en los escalones de mí mismo
No ver más el desván la cama reventada las sábanas
Colgantes

Pero cómo por dónde se levantó por dónde se levantó aquel día
Brumoso y gris desierto mudo aquel día ciego y vacío

Pero cómo se alzó de mí sobre mí aquel día sin día inmenso y blanco
Aquel día sin más palabra que el ruido ínfimo en la puerta donde
alguien deposita
Una botella de leche abro arranco esa puerta
Arranco esa puerta de sus goznes
Ya no hay nadie Pasos en la escalera Nadie más
Que una botella de leche

Aquel día en que te había perdido


Todo un día ante mí su puerta abierta donde nadie lee
el destino
Todo un día de mil y mil detalles olvidados
inolvidablemente
Todo un día que comienza desde su herida y yo ignoraré
siempre
Si tuve frío si tuve hambre si tuve pena si

Ah moverse por qué moverse cambiar de lugar irse
descender al fondo del agujero es qué tengo
Necesidad de moverme de mirar la botella y el desorden
Durante todo un día y cómo el cielo ha osado cambiar
No sé siquiera si es aquí o es allá dónde ha cambiado el gris menos
gris un verdadero
Insulto y todos los gestos maquinales maquinalmente hechos
Había sol en otro barrio de la ciudad
Fantásticamente vacía nunca se sabe cuánto una ciudad puede
Estar vacía
Y sin palabras No hubiera
Creído jamás a París capaz de esto
Capaz de aquel día

Aquel día en que te había perdido

Aquel día aquel día
No era yo más que un hombre de basura
Un ser tirado como una lata vacía un
Desperdicio la corteza
Nauseabunda de un melón e incluso los ruidos
Eran para mí el silencio
Reinaba sobre París
Aquel silencio de ti
Ese extraño silencio interior en el que los
Transeúntes tienen aires de peces sordos
Nadie
No hay nadie en sitio alguno
más que unos pasos por la mantequilla

Por qué es mejor aquí que allá por qué partir
por qué quedarse
Llevo un buen rato mirando al barrendero al
Barrendero en la calle
Campagne-Première
El baile en otro lugar
Habíamos hecho la guerra juntos
La primera

Nada hay tan singular como un barrendero Conocer
A un barrendero Quién habla
Al barrendero Quién se para con él
Diciendo palabras de hombre al barrendero
Quién le cuenta
al barrendero
cómo llovía
En mil cuatrocientos quince el día de Azincourt
Quién soñaría en contarle la muerte de Patroclo entre
lágrimas
Los periódicos corren por la cuneta a lo largo de la acera
Tampoco al barrendero le conté mi pena
Era un día como cualquier otro un día sin pájaros

Aquel día aquel día agujereado en que te había perdido


(trad. a.s.)

RARO DE LUNA. JAVIER EGEA

I
Il y a des gens quelque part qui n´en peuvent plus de silence
(Hay en algún lugar personas que no soportan ya el silencio)
Louis Aragon


Allí
donde las islas
donde floten los párpados aquellos
las negras islas
las definitivas arenas secretas allí
cuando se agota el brillo de los abordajes
allí mientras llaman las sirenas últimas
pequeña perla negra
donde las islas negras
allí
donde quizá los cofres aquellos entonces entrevistos

No No era este el lugar
Para ti siempre quise
avenidas sin látigo
plazas sin gentes pálidas que se desploman
chapoteando caen mientras que sangran y por siempre caen
del verdín de las gárgolas y de las cicatrices
sobre reinos vastísimos de laberintos y de topos
caen
Quizá fuera posible
quizá pensé que al menos esa lluvia de los ojos de patio
algún día tomar las islas negras a embestidas
para tu cuerpo
para las cruces en el mapa de fuego

No No era este el lugar
ni su aventura alquilada
definitivamente para ti

Pero oigo las andanadas secas contra muros y sueños
todo enmudece frente a las altas sienes sin alba
todos los brazos cierran sus mundos presentidos
en el punto de mira de la noche tirita su silencio
y mis ojos ahora perdidos
-ropa olvidada en perchas ya sin luna-
entre los siete por siete metros de estampida
buscan tus otros ojos perdidos
tus otros bosques sin galope

Al entrar
siete por siete pozos por siete olas por siete labios despoblados
y a las charnelas
a su desvencijado saludo
respondo siempre habito este palacio
por los reinos del frío del frío
voy a las grutas del 2.º B
nadie con esa llave
nadie con esos ojos al entrar
siete por siete mares por siete soledades

¿Cómo contar ahora que la muerte se llama 2.º B
cómo decir 2.º B sin abismarse
por la tiniebla de porteros eléctricos y solos
cómo decir a nadie yo soy el enamorado del 2.º B
quién saca la basura del 2.º B
dónde se prende la luz del 2.º B
cómo vivir
cuando su nombre pálido te cerca?

Hay noches que no ofrecen
sino palomas ciegas en sus escaparates
Hay en algún lugar personas que no soportan ya el silencio

Soledades al filo de la pólvora
soledades que tienen chaqueta en su respaldo
soledades con banqueros al fondo
soledades de las torres
las desmoronadas torres
soledades canallas bogando las venas y los albañales


No No era este el lugar ningún lugar nunca más un lugar



II

Il y aura une pelle au vent dans les sables du rêve
(Siempre habrá una pala al viento en los arenales del sueño)
André Breton



Entre tanto
quién por los peldaños con la baba de dudosas luciérnagas
quién en el rellano de las adormideras
quién entre tanto quién en los altos fosos perdido

Perdido en los pasillos del chamarilero
que compra las arañas plateadas
y golpea los vientres y disfraza las llaves
y pone tachaduras en el destino de los embalajes
frágiles
mientras al fondo pájaros
pájaros angustiados entre la miserable caravana de espejos
inquietan los recodos
los anaqueles con el brillo negro de los zapatos familiares
Todo
todas las mariposas ante la encrucijada de terciopelo
Cámaras
agazapadas cámaras
y los mínimos ojos disecados

He aquí que me citan con el tambor y la melena
aquí me arrojan contra las redes azules y soñadas donde nadie
he aquí el horizonte de alfileres
Abro:
las camisas tendidas dan al valle
Al valle donde al fin
el trapecista mira las lluvias estancadas
mira el rizo la vela la sombra de ortigas
al fin desde la fiebre que tendieron las lunas de pechos urgentes
mira desnudo al fin en las faldas del lago
las más verdes ortigas del verdinegro lago

Entre tanto
el ahogado cruza las teclas negras del pianíssimo
el trapecista solo sin ruiseñores ciegos
los trapecistas solos sobre la pasarela
contrastan con el sueño
tres saltos y una muerte
que resbala
resbala
resbala

Entre tanto baldíos
el ahogado que besa sus estrellas ahogadas
los ahogados que fueron a cegar ese valle
con siglos y violetas en sus pómulos fueron
a cegar esos ojos de los valles baldíos

III



Ses yeux sont dans un mur
et son visage est leer lourde parure.
Un mensonge de plus de jour,
une nuit de plus, il ný a pas d´aveugles…
(Sus ojos están en un pared
y su rostro es un pesado adorno.
Una mentira más del día,
una noche más, ya no hay ciegos…)
Paul Eluard



Algo se desvanece
alguien sitiado por las profundas iniciales
por las altas soberbias lobas contar la nieve del decreto
alguien de cualquier obra menos de paraíso
con los brazos marcados por agujas de oro alguien se desvanece

Desmoronadas
a sombra húmeda que parpadea
al filo de la esquina con sus cuervos alineados
antes de los disparos
desde las inscripciones sorprendidas en vela
en la forzada vela
desplegadas sobre el muestrario de todos los vacíos
despintadas de rosas de ocres de timbres del pozo
desvanecidas
huelen a paramera
a camisa quebrada en el escombro
a sombra húmeda que parpadea

No No era este lugar

Entre las alambradas esa orden oscura
despereza los brazos y las uñas manchadas de erizos
abre para la muerte las cabinas que siempre trepidan
gira sus brazos gira contra las soledades
en cada ojo clava los desolados crímenes de la estrella

No No hay ventanas enfrente
ni cabelleras sueltas en los hombros de enfrente

Miedo de la ceniza acostumbrada
miedo de tanto raso con las alas inmóviles
miedo de las centenas y de los labios y de los miles
miedo que sabe a gruta cegada por los sapos
miedo de sus aceras y de sus párpados y de sus réditos

No Para nadie lo quise
Sólo un guante vacío
Sólo las aduanas y la lluvia con las firmas en blanco

No No era este el lugar

Pero búscame allí
pequeña perla negra anticipada perla
por las gavias de las naves secretas suéñame allí
allí mientras destiñen los tatuajes últimos
ven con las águilas mensajeras en tromba
ven a las islas ven a mis ojos ven esperada
en este allí rescátame de todas las sentinas.

(Raro de Luna, Javier Egea, Hiperión, 1990)

jueves, 19 de noviembre de 2009

MÁXIMA DE SANTACANA

Un lector ante su público:

"No leo rápido, oís lento"

lunes, 16 de noviembre de 2009

jueves, 5 de noviembre de 2009

EN EL DESPACHO DEL SR. CALDERS


O será que el mercado nos fue tragando
con sus comadres y su algarabía,
que no supimos vernos ni hablarnos
entre anuncios de sopas luminosas,
promesas y altavoces
pregonando los últimos saldos
de la felicidad.

Javier Egea


Jenaro Cendoya salió otra mañana fría a la calle. Contó las monedas de su bolsillo, calculó el contenido de la billetera y midió hasta dónde el ahogo de la mañana tenía que ver con sus dos preocupaciones fundamentales, las que aguardaban en su fondo como un mal sueño: el pago del alquiler y la letra del coche, con vencimiento el treinta del presente. La cena fría de anoche era el síntoma definitivo de este final empinado de mes. Repasó sus notas de venta. Con fecha de veintiocho no cumplía, ni de chiripa, los objetivos mínimos exigidos. Pensaba aún en rebuscarle algún aspecto favorable a su suerte. Podía consolarse de no considerarse un mendigo, como lo terminó siendo su padre, borracho por las esquinas, con orín en el pantalón, desasistido, de no ser por la mano de Jenaro que buscó el asilo; o no ser el manco de la esquina que pasa frío en la venta glacial de cupones minusválidos; no estar tirado junto a la vieja del portón de la iglesia, que acompañó a la figura paterna en el deambular oscuro de los callejones; no vender ramitos de flores en papel celofán, pañuelos de un solo uso, cajas de cerillas en los mercados, mecheros por las mesas de las terrazas. Pero él vendía algo casi peor, de tratos directos, más cara a cara, de despacho en despacho. Vendía con corbata y maletín, disfrazado, sin el ruego directo del picado de los clínex; vendía sibilinamente, en el juego enfrentado de cliente y vendedor, como una historia de ansia y odio, de víctima, captura y conquista.

Abrió el dietario por la hoja de hoy, se ajustó la corbata, pidió cafeconleche y mediatostada -sólo media, solamente- pensó en el presupuesto menguante y se le antojó inútil ese gasto de desayuno; pero la alacena de casa vacía, el estómago encogido, el agotamiento de las diez que cruje en las tripas, realzaron el consumo y se permitió el lujo con disfrute, a pesar de las letras clavadas en el cogote.

Revisó de nuevo las monedas y eliminó la compra del periódico de las cuentas de hoy. Visitas de la agenda: un papel con membrete de la empresa reseñaba cuatro direcciones. Imaginó los trayectos en un plano de la ciudad y su cinturón industrial, un trayecto con línea de gasolina, un contador de litros en el cerebro y la desaparición de los billetes desde el bolsillo pobre de Jenaro Cendoya al mono del gasolinero, truco de magia,.

DIEZ DE LA MAÑANA, VISITA EQUIPAMIENTOS CARONTE S.A., PROPUESTA DE OFERTA. OJO, COMISIÓN AL CINCUENTA. PREGUNTAR SR CALDERS, CALLE 32 A, POLÍGONO INDUSTRIAL LA FOGATA.

La calle era más fría desde el coche impagado, el calor de la tapicería justificaba el valor de la letra del día treinta, y merecía más la pena el esfuerzo, la visita al señor Calders y Caronte S.A. El polígono en su lejanía era una ciudad de iguales naves, fantasmagórica en la neblina, descolorida en los enormes dibujos y anagramas comerciales que reclamaban atención.

Caronte S.A. en la calle 32 A tenía la puerta metálica de las oficinas entreabierta. Cendoya limpió sus zapatos de barro, miró el retrovisor del coche como si lo abrazase y prometió luchar por él y hacerlo suyo a fin de mes, con la ayuda bendita de Calders y la oferta del membrete. La oficina ardía de tanta calefacción. Se presentó a la secretaria con tarjeta de la empresa y sonrisa ancha de retrovisor.

-...y espere un momento- terminó la secretaria.

Cendoya se sentó y ojeaba las revistas mustias, los saldos de la felicidad en aquél papel perdido en el corazón de un polígono industrial: coches a bajo precio, periódicos gratuitos de compraventa, ya puede usted vivir en el centro por un precio módico, apartamentos dos habitaciones piscina-jardín, adosados, los más baratos, con menor entrada y llave en mano. Reluciente mentira de su vida cruel en una nómina sometida a comisión.

- ...le espera -sólo oyó el final de la frase, Cendoya.

- ...Jenaro Cendoya -dijo en el umbral del despacho de Calders. Lucio Calders brillaba encorsetado en traje cruzado granate y corbata gris tras la mesa vacía del fondo.

- ...dirá -concluyó Calders.

Resuelto presentó su oferta, espoleado por el 50%, elogiando su producto, ultimada ya la técnica, tecnología punta, ya sabe usted, como siempre… y quedará usted contento. Todo un abanico de productos, por arte de birlibirloque, salieron del maletín, y en el catálogo, mire usted, aquí por ejemplo, nuestra joya, y el precio, asómbrese.

Jenaro Cendoya dejó el alma última sobre la mesa. La suya propia. Si Calders no comparaba ésa, la letra sería lapidaria, el alquiler imposible y vendería pañuelos en el portón de San Judas, amancebado con la vieja.

- ...tal de precio? -preguntó Calders señalando el alma blanquecina de Cendoya.

- ...más IVA -dijo temeroso Cendoya.

Y abandonó el polígono con la letra resuelta y el alquiler en paz.
(Diciembre 1996)

sábado, 24 de octubre de 2009

AMBIVALENCIA, DE IRVING LAYTON

Abandono mi hogar
y dirijo mis pasos
a la biblioteca
donde poetas y amantes
han dejado en custodia
su saber esencial.

Pero, rayos, algún dios monstruoso
me hace girar los pies
y me encamina hacia tu domicilio.
Yo me digo que no, que no iré nunca
a verte
aun cuando esté llamando ya a tu puerta.



AMBIVALENCY
I forsake my home / and direct my steps / to the library / where poets and lovers / have left their wisdom / for safe-keeping.
Hell, some monstruous god / twists my feet around / and turns me towards your abde. / I tell myself I won´t ever come / to see you / even as I ring your doorbell.

(Traducción de Salustiano Masó, para Hiperión, 1980)

viernes, 23 de octubre de 2009

ZAIDÍN, CIUDAD SIN LEY

No hace mucho, me dediqué a fotografiar paredes y otros elementos urbanos (no sólo de las calles de Granada). Aquí iré colgando una muestra bajo la etiqueta ESTAMPADO EN LA PARED.




jueves, 15 de octubre de 2009

CRÍTICA DE RAFAEL ESPEJO A "EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN" EN GRANADA HOY

Granada, para quienes no la conocen, empieza y acaba poco menos que en el Albaycín: su poquito de Sacromonte, sus miradores panorámicos, su Alhambra, su Paseo de los tristes y acaso el pellizco de Plaza Nueva con Elvira, donde las terrazas con solete y músicas del mundo, las teterías escapistas y los bazares de cartón piedra hacen las delicias del turismo de postín. Granada, tierra mora. Un marco incomparable para las fotos, lindos souvenirs con los que pavonearse a la vuelta: "yo estuve allí", dijo una vez el mismo Bill Clinton. LEER MÁS

viernes, 2 de octubre de 2009

Emilio Salgari a sus editores

Fragmento de la carta escrita antes de que el escritor se suicidase por el rito japonés del Seppuku:

A mis editores: A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, sólo os pido que en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma. Emilio Salgari.

lunes, 28 de septiembre de 2009

CRÍTICA DE MAMEN CABEZAS A "EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN" EN EL GENIO MALIGNO

Granada y Cádiz. Cádiz y Granada. Los que vivimos entre ambas tierras, como es el caso de nuestro autor, sabemos y comentamos el invisible lazo de unión que existe entre ellas, fruto quizá de los caracteres tan opuestos (y por lo tanto, afines) de sus gentes. Falla y Alberti eran tan granadinos como Carlos Cano fue gaditano.
Alfonso Salazar es otro buen ejemplo.
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domingo, 27 de septiembre de 2009

LECTURA DE LA PUPILA

Así, en la presente sentencia, no se debate si el acusado arrancó, o no, un ojo a la demandante, sino determinar si existió uso fraudulento de la pupila de la demandante por parte del demandado (...)

Septiembre, 2009

miércoles, 23 de septiembre de 2009

I amici

Lío a la italiana, por Enric González, en El País Domingo, 20 de septiembre 2009

sábado, 19 de septiembre de 2009

LA CASA DEL VIENTO

A medianoche llegaron los dos hombres al patio de atrás. Debieron saltar los muros cargados con las palas y en silencio. Ni siquiera se inmutó el mastín, tan fiero, que estaba como dormido. Lo vio desde la ventana y pudo acertar a ver el farol amarillento mover la luz. La escopeta en el zaguán, sin proponer la defensa, desasistía al huésped en la soledad del cortijo. No se atrevió a prender el quinqué de la habitación y seguía asustado en el alféizar viendo cavar a los hombres con dedicación. Nadie se movió en las fincas vecinas, nadie oía el golpe de metal en la tierra y de la tierra en el suelo. Quizá pasaron horas en la duda de gritar a los intrusos y hacerlos huir. Al fin se armó de cierto coraje y encendió el quinqué de la mesilla, infundido de luz se remangó el pijama y bajó sin silencio hasta el zaguán donde reposaba la escopeta descargada.

Cuando salió al patio no vio la luz del farol moviéndose con el viento. No había nadie junto al pajar. Creyó tropezar con una pala abandonada en la huida. Definitivamente no había nadie. Cuando se asomó a la excavación vio un agujero sin fondo. Pensó que era su vida y siguió cavando.

1996

miércoles, 16 de septiembre de 2009

HISTORIAS IMPERFECTAS DE FRANCIA: JEAN GENET

Había llegado a la ciudad milenaria, frente a él imaginaba que se elevaba en el horizonte la silueta de otro continente. Se paró a mirar fijamente esperando diferenciar en el viento los cuerpos delgados de los jóvenes árabes de los que tanto hablaban en los suburbios de París. El manco lo tomó por la cintura y lo condujo por las estrechas calles mal iluminadas. Marineros borrachos se paraban en las esquinas, se acariciaban unos a otros las nalgas y pretendías masturbarse haciendo piruetas y acrobacias para mantener en pie el pene y la postura. Stilitano lo condujo a una taberna maloliente. “Sube con el señor Norberto”, dijo. El patrón de la taberna salió de la barra y le palpó con manos blandas. Ya en la habitación. Norberto lo aplastó. Penetró tranquilamente hasta que lo tocó con su barriga, lo atraía contra sí con ambas manos, súbitamente horrorosas y potentes; se asombraba de sufrir tan poco. “No duele, no hay nada que decir, sabe tocar”.

Condujo instintivamente el movimiento preciso, como descubriendo una naturaleza casi olvidada desde los tiempos del reformatorio y las durezas corporales del joven Villeroy. Sabía exquisitamente que estaba produciéndose una alteración que hacía de él un hombre en manos de otro hombre. El patrón babeaba y gemía cuando él se apartó delicadamente y empezó a acariciar el vientre enorme de aquel desgraciado que hacía por ocultar un miembro ya gastado. Fue cuando rebuscó el enorme machete entre sus ropas y lo rajó entero. Mientras el patrón se retorcía como queriendo cerrarse en la herida, el joven Jean vio al manco Stilitano en el umbral. “Recoge”, ordenó. Se vistió como pudo, pisando el cuerpo ya casi inerte. “No era preciso que dejases que te la metiese”. Jean quiso no oír la recriminación. “Yo soy tu chulo”. El manco casi lloraba cuando volvieron a la oscuridad del puerto de Cádiz.

(El Erizo Abierto, número 5, abril 1995)

sábado, 12 de septiembre de 2009

DETECTIVES EN LA GUANTERA 12: ERLENDUR SVEINSSON




Los autores nórdicos suelen utilizar, como personajes, individuos solos y solitarios. La luminosidad familiar del Mediterráneo, o la pasión por su pareja, sólo pierde la color en la Barcelona cosmopolita, a veces deshumanizada, de Carvalho y Méndez. La familia es un concepto universal (en todas su formas: de la nuclear a la extensa, de la monoparental a la liderada por la abuela) que tiende a desvanecerse en la literatura anglosajona, sobre todo en los detectives de bajos fondos de los cuarenta-cincuenta del Siglo XX, que parieron la novela negra con culos de güisqui y resacas en gabardina.
El Mediterráneo alumbró los detectives con mujer e hijos, con problemas caseros y desplantes conyugales. Cuanto más ascendemos en latitud más solitarios parecen los detectives: Gunther viudo y con infelices noviazgos; Fandorin con la novia asesinada aún de blanco; Gunnarstranda y Frolich hacen pinitos torpones en citas de café; Blomkvist y Salander comen precocinados; el viejo Selb intenta rehacer una familia con una mujer, hijo incluido, para justificar el árbol de Navidad con adornos de latas de sardina; Wallander sólo tiene una hija (y un padre que sueña con viajar a Egipto); Poirot decía que tenía un hermano, Aquiles, otro nombre de héroe. La excepción más relevante la constituye el impávido Martin Beck de Sjöwall y Walhöö, con matrimonio infeliz e hijos con los que apenas habla, pero vacaciones en las islas: hasta que llegue el día de la separación.

Más abajo, hacia el Sur, Carvalho sólo tiene como familia al minúsculo Biscúter y la sufridora Charo; a Méndez no se le conoce; al Innombrado detective casual de Mendoza, una hermana puta. Pero es típica la situación de Montalbano, en constante involución con Livia, la norteña: detectives con pareja, y a ser posible con empleada de hogar. Mario, el Conde de La Habana, recupera a su amor de juventud y tiene la amplia familia de entrañables amigos, y sus madres. Similar a Montale, amigos, amores y vecinos. Jaritos sufre con los devaneos estudiantiles y amorosos de su hija y ve por las tardes aburridos seriales con Adrianí. El romano Gordiano aumenta su familia constantemente con la manumisión de sus esclavos. Brunetti es el modélico padre veneciano. Es decir, al Sur de París existe vida más allá del trabajo, hay tramas que no conducen al cadáver. Hay desayunos, almuerzos en familia, complicaciones domésticas, exámenes de la prole, compras en el mercado.

Ya que Erlendur Sveinsson, el personaje de Arnaldur Indridason, es islandés, su familia está descompuesta. Con la cincuentena cumplida aún no sabe porqué abandonó a su mujer y sus hijos hace veinte años. Eva Lind, su hija, pasea por el céntrico barrio del caballo, preñada y enganchada. Su otro hijo sólo aparece por teléfono. Su ex mujer, lo hace fugazmente, para recriminarle el abandono conyugal.

Islandia, a los ojos del Sur, resulta exótica. Una isla con una exigua población, bastante homogénea (como buen campo de pruebas para hacer experimentos de transmisión de enfermedades genéticas). Con noches largas como meses y días que cumplen las dos funciones del término (veinte y cuatro horas y claridad diurna). Historias de desaparecidos en la ventisca siguiendo sus ganados, rudos marineros hundidos cerca del círculo polar ártico. Gente que se habla de tú y por el nombre de pila, ya sea con los desconocidos o con los superiores jerárquicos.

Indridason trabaja desde cierto lenguaje poético. Si bien sus tramas no son contundentes, los temas de fondo contraen la dureza de la infancia, los recuerdos insepultos, la violencia de género (cuando no se llamaba así), y como una suerte de “Cold Case”, mucho más congelado, se resuelven casos de décadas atrás. Al menos en las novelas publicadas en España, recientemente, por RBA. Hay otra sociedad debajo de la nieve y el hielo, en la tierra fresca de la podredumbre. La pequeña isla que era envidia del capitalismo ahora anda en bancarrota. Reikavik es una capital de aluvión: gentes de pueblos llenaron barrios de obreros y braceros, se extiende por los valles y los lagos. En ese sótano social deambula Eva Lind. Hasta allí va Erlendur, intentando limpiar la culpa del abandono de sus hijos, allí conoce a niñas con quemaduras de cigarro, traficantes y asesinos a sueldo, frecuenta bujíos de opio y apestosas viviendas de squatters.

Otra Islandia. Como en un mantra, Indridason vuelve continuamente a otra Islandia. No sólo aquella subterránea donde posiblemente aparezca algún día muerta la esquelética hija de Erlendur, sino hacia la Islandia de antes: la del aluvión; la de la ocupación aliada (con permiso gubernamental, ante el temor nazi) que fue utilizada como base por ingleses y americanos; la de la fiesta orgiástica en el gasómetro, el día que se esperaba el fin del mundo con la llegada del cometa Halley; la de la fiesta de Thingvellir, trigésimo aniversario de la República. Erlendur termina por chocar con crímenes antiguos, en los que emplea una amplia serie de recursos policiales, que resulta altamente sospechoso.

Indridason peca de un artificioso manejo de los tempos de la narración. Retrasa el desvelo al lector de manera a veces más engorrosa que inquietante. Desplaza por los capítulos resoluciones que estaban a pique de un remate, de modo innecesario, quitando caramelos de la boca, sin arte ni motivo. Sucede sobre todo en La mujer de verde, donde el doble desarrollo de la trama confluye al final: un final desplazado de manera constante y sin justificación. Queda así la sensación de haber asistido a un juego de manos del autor, más que a un despliegue de contundencia narrativa y suspense.

Pocos son los secundarios en el ambiente frío de la soledad. Sigurdur Óli, antipático y joven compañero de Erlendur; Elínborg, policía curtida, creyente en médiums y eficaz. Y poco más, un jefe caradura que se da de baja para escaquearse y antiguos colaboradores de Jefatura. Una hija drogadicta y un hijo que no aparece. Una ex-mujer vengativa y tan desmejorada. Un hermano muerto, en la infancia, entre la tormenta. Y nada más. Qué vida más triste.

Libros publicados de Arnaldur Indridason, serie Erlendur, en castellano:

Las Marismas, RBA, 2009
La mujer de verde, RBA, 2009
La voz, RBA, 2010
El hombre del lago, RBA 2010

Artículos relacionados:
1001 libros
La Vanguardia
El País

(Septiembre 2009. Alfonso Salazar. Actualizado en diciembre 2011)

viernes, 11 de septiembre de 2009

EL BOSQUE DE FONTAINEBLEAU

Los trenes llevan a Fontainebleau, como las canciones comunes y los recuerdos. Los trenes atraviesan la campiña, donde los cables eléctricos hacen juegos visuales uniéndose y desuniéndose, como si la vida fuese al fin y al cabo sólo eso: trenes y cables, constante unión y desencanto, paradas técnicas, estaciones terminales, despedidas y encuentros, avisos y revisores. Quedan atrás los barrios marginales que cambian de un año para otro, creciendo y menguando, mejorando infraestructuras, alargándose los tentáculos de la ciudad hacia donde engendra los últimos ramajes del continente.

Pero pasadas las estaciones de los arrabales, la placidez se encontraba en los pueblos de Francia y todo parecía dirigirse y estar hecho para el bosque de Fontainebleau, donde aguardaban los espectros de todo el tiempo a caballo, con calzas y levitas, pelucas blancas y miriñaques. Encuentro con un pasado, presente constante, siempre estacionada entre el quince y el veinte de septiembre.

Era conocida la hospedería como todos los años, y era reconfortante recubrirse con las sábanas del Duque, mirar fijamente los cuadros de monterías, los rostros antiguos y enfermizos de quienes habitasen aquel hotel, antes pequeño pabellón perteneciente a la corona, donde los descendientes del Rey Sol ejercitaban el adulterio en correrías nocturnas y la reina trataba a sus tiernas amantes, oculta en el desamor y el poder, pendiente la cuchilla próxima a su cuello. Preguntó al conserje por la visita esperada y le comunicaron que la mujer vagaba por los senderos cerca del río desde muy temprano.

Dispuso el poco equipaje en la cómoda y los enseres del aseo junto el lavabo: guardó como recuerdo las pequeñas pastillas de jabón de cada septiembre, y sintió un suave mareo al recogerlas. En ropa de lana y cuero bajó hasta el río, respirando hondo la fragancia y dando por iniciadas las pequeñas vacaciones que suponen siempre un paso más, el avance de otro año y ya casi los treinta. Ella estaba apoyada en la baranda de madera que protegía el pequeño embarcadero, mirando el agua oscura sembrada de grandes lirios flotando como si llevasen el cuerpo de una mujer. La brisa que abría las ramas acertaba en la melena rubia y ofrecía la imagen más joven que recordaba: diez años atrás en otra ciudad, cuando se perdían en la noche entre combinados de naranja y la conversación ambigua en frases de idioma variable, y esperaban terminar en el temblor de los huesos ante la presencia desnuda.

Se acercó acechante para susurrarle el buenos días, simple, en el oído y se repitió el saludo mantenido a través del tiempo, el abrazo como si el septiembre anterior hubiese concluido la semana pasada, en un vertiginoso juego de lo relativo, de la separación y la vida estanca, clasificada, como si no fuese esta todos los días, sino aquella de algunos.

Se preguntan sobre el trabajo rutinario, los viajes que dejó el verano, la llegada de nuevo a la antigua hospedería, el miedo en los rostros de óleo y cómo consiguieron otra y esta vez los mismos números en las habitaciones, para borrar los doce meses transcurridos y enganchar días como días, de años consecutivos crear otro. Retoman el paseo en la alameda, descubren la ligera llegada del otoño en las hojas que enmarcan el suelo, avanza una mano sobre la otra y los dedos se abren y se cierran asegurándose en el mismo tacto.

- Me casé el pasado abril. No me atreví siquiera a avisarte. De todas formas no habrías venido a Holanda, no hubiese querido que vinieses a Holanda.

El paisaje se hace gris a cada paso, cuando se añaden horas sobre horas y atardece. “Yo habría hecho lo mismo”, dice. Y vuelven a la conversación común que separa la distancia el resto de los días, las ocupaciones y los otros amores. Parece que todo lo tienen en común, que serán agradables las cinco tardes venideras paseando bajo los álamos que en todo coinciden.

- Estar cinco días junto a ti – piensa- es estar toda la vida; pero estar toda la vida junto a ti, no es estar este tiempo contigo.

Se comprueban en la textura de los troncos, las caricias en el dorso de la mano y la lengua buscando la palabra justa en la boca otra. Hablan de la difícil convivencia, de las miserias de cada día, de esa pequeña manía que al principio pasó inadvertida y pronto se hizo un mundo, un motivo de divorcio; coinciden en el reproche de la rutina, de los días repetidos, de la exigencia en la pareja, y se prometen felicidad eterna cinco días en Fontainebleau, allí donde nunca hay mañana y siempre próximo año. Allí donde nunca reside el amor empequeñecido por el paso de aliento de las mañanas y la queja constante, el dolor de cabeza y los críos.

- Estoy embarazada. Será en Febrero. Quisiera que estuvieras conmigo en Madrid, sigo viviendo sola en aquel apartamento enorme.

Ella promete el viaje, y se abrazan entonces buscándose la caricia tierna en los pechos, y la promesa de las noches que quedan.

(1994)

jueves, 10 de septiembre de 2009

"EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN" EN EL CLAVO EN LA PARED, POR JESÚS ORTEGA

Desde que el Lazarillo de Tormes alcanzase la cúspide del éxito social como pregonero malcasado, y sobre todo desde que un cincuentón loco y su gordo ayudante salieran por la Mancha a buscar aventuras y hacer el ridículo, la literatura castellana dejó establecidas algunas de las coordenadas impostergables de su tradición. Algunas de ellas -incluso desde antes, desde siempre- son el inveterado realismo (el terrenal Cid Campeador frente al mágico rey Arturo), el costumbrismo (el buscón Pablos con su vestido de escupitajos) y la sátira social (del Arcipreste de Hita a Rafael Azcona: la risa amarga que señala los vicios y distingue entre verdad y mentirosa apariencia, entre lo que se es y lo que se pretende ser).
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miércoles, 9 de septiembre de 2009

Otro "listo" al volante. Apañados estamos.

Alguersuari se une al tópico: "Las mujeres conducen bastante peor que nosotros"
El piloto de Fórmula Uno Jaime Alguersuari atendió al Diario 'Marca' y respondió a algunas cuestiones tan delicadas como la de "¿quién conduce mejor, hombres o mujeres?


Sport.es BARCELONA
"Definitivamente, las mujeres conducen bastante peor que nosotros. Lo siento", opinó el joven piloto de Toro Rosso. LEER MÁS

lunes, 7 de septiembre de 2009

Bateson

Así como existe una ecología de las malas hierbas, existe una ecología de las malas ideas.

Gregory Bateson

(Cita de Vers l´ècologie de l´ésprit, tomo II, París, Le Senil, 1980, citado por Félix Guattari en Las Tres ecologías, Pre-textos, 1996)

martes, 25 de agosto de 2009

DETECTIVES EN LA GUANTERA 11: KOSTAS JARITOS




El detective creado por Petros Markaris, el griego Kostas Jaritos, comisario de la Dirección de Seguridad del Ática, reúne todas las condiciones del tipo poco relevante en su vida privada, sencillo, marcado por la historia del país. Decía Juan Carlos Rodríguez que en España no podía haber novelas policíacas porque sólo había torturadores. Y en Grecia tres cuartos de lo mismo: la dictadura fascista de Metaxás de 1936, que acabó con la bamboleante República de 1924 con restauraciones monárquicas por medio, la pertenencia al Tercer Reich, la división entre partisanos y colaboracionistas y la consiguiente guerra civil al fin de la II Guerra Mundial, la instauración de reyes marionetas de generales, la represión hacia los comunistas, la dictadura de los coroneles y una situación política que se estabilizó en los años setenta-ochenta. ¿No les suena la historia? No es idéntica al otro país europeo que mete los pies en el Mediterráneo, en el extremo oeste, pero casi. La historia de aquí.

De ese panorama procede Kostas Jaritos, de una policía que siempre fue sospechosa de convidarse con el poder de los militares y que contaba con una largo historial de represiones, de cárceles y sótanos con el sudor del miedo pegado a las paredes (Makrónisos, Jaidari, Bubulinas). Para aquella policía tuvo que trabajar Jaritos, hijo de un carabinero, y allí conoció a compañeros sin piedad y enemigos con nobleza. Pero no todo en las aventuras de Jaritos es la mirada hacia atrás: ése es sólo un ciclorama desteñido. La historia de la policía griega dejó atrás a sus torturadores, y sólo aparecerán como una terrible pesadilla, que incluso a veces –el retorno de aquellos fantasmas- posibilitarán al comisario desbrozar algún enrevesado caso.

Hay más, porque la ciudad que los acoge, Atenas, es tan sabrosa en matices como para facilitar al autor un riquísimo repertorio del que echar mano: desde la proverbial burocracia mediterránea hasta el tráfico imposible de largas caravanas, bocinazos e insultos. Desde la vital importancia del fútbol al paraíso de las islas griegas y la placidez de las tabernas de El Pireo. Del sol y calor de agosto a los chubascos impredecibles de otoño. Todo ello en las calles retorcidas de Platka, en las avenidas señoriales de Kolonaki, por las carreteras siempre atestadas que llevan a Corinto o Salónica, las cuestas de Likavitos y los barrios y pueblos menos turísticos de Nea Filadelfia, Rentis o Kiffisiá. Y definitivamente, las instalaciones abandonadas del sueño de las Olimpiadas de 2004, ahora refugio de inmigrantes ilegales, lugar ideal para ejecutar un asesinato o irse de pesca a los canales de remo.

El fabuloso paisaje descrito por Markáris se completa con una serie de secundarios impecables. En su familia (un detective mediterráneo como debe ser, con familia), su esposa abnegada Adrianí, enganchada a las telenovelas y especialista en cocinar tomates rellenos. Y su hija Katerina, doctoranda en Derecho y amancebada –para desesperación de Adrianí- con Fanis Uzunidis, el médico que salvó a Kostas de morir infartado. Y en comisaría, con el poliédrico Guikas, Director General de la Policía, arribista, servil con los superiores y cruel con los subalternos; el policía Zanasis, que le salió rana en la primera novela; Kula, la secretaria del jefe, y sus colaboradores Dermitzakis y Vlasópulos, desesperados por esa manía del comisario Jaritos de seguir utilizando su Mirafiori, un vehículo ya anacrónico y sin aire acondicionado con el que resulta imposible combatir el desesperante calor de las avenidas atenienses repletas de coches. Y personajes del pasado: Zisis el comunista a quién vigiló en Bubulinas y Kostarás, el policía asesino que terminó recluido en un asilo.
Si hay dos asuntos que preocupan a Markáris son la recepción de la inmigración y los medios de comunicación. Muchas de sus víctimas pertenecen a uno u otro colectivo. Mientras para unos reserva cierta misericordia, para los otros, los personajes vinculados con la televisión (sobre todo) aplica sus peores calificativos. Especialmente hacia el pijo periodista Sotirópulos –personaje continuo en la serie- o para los dueños de las cadenas de televisión reunidos de manera patética en “El accionista mayoritario”. La televisión, en las novelas de Markaris preside las vidas de los ciudadanos, los absorbe, los hipnotiza. Con ella convive Kostas Jaritos, mirándola siempre de soslayo, temiéndose lo peor: el ataque de los buitres sobre los pedazos sanguinolentos de los cadáveres, de almas destrozadas, de condenados que cumplieron condena y que ahora sólo deben preocuparse de la persecución de las cámaras.

En su primera novela, una periodista es asesinada; en su tercera un suicidio se realiza ante las cámaras; en la cuarta alguien intenta terminar con la publicidad en televisión asesinando a los modelos publicitarios. Inevitablemente, y a la espera de que Internet lo remate, la televisión y sus tejemanejes terminan por hacer la vida aún más difícil al Comisario Jaritos.

La última entrega publicada en España (“Muerte en Estambul”) evoca un viaje que tiene mucho de sentimental. Al fin y al cabo, Markáris es un griego nacido en Estambul. Por allí anda Jaritos, y como la inevitable Jessica Fletcher se tropieza con un asesinato (un cadáver en Grecia, una asesina en Estambul) y buceará en las calles turcas, acompañando a un grupo turístico en el que le enredó Adrianí, redescubriendo la historia de los griegos de Turquía. Otro homenaje a la historia griega.

En conclusión, y sólo tratando de detectives euromediterráneos frente a los adustos detectives españoles –aunque Carvalho disfrute de las habilidades culinarias de Biscúter-; frente al elegíaco, melancólico y marsellés Fabio Montale; frente a los italianos –el aburguesado Brunetti, un cínico Montalbano-, aparece el familiar y preocupado Jaritos, un tipo, tal y como lo define el propio Markáris, (...) de lo más corriente, que gana un mal sueldo, que tiene una familia a la que quiere y a la que tiene que alimentar y un jefe que le impone respeto y al que teme.


Novelas de Jaritos publicadas en castellano:
Noticias de la noche (Ediciones B, 2006)
Defensa cerrada (Ediciones B, 2006)
Suicidio perfecto (Ediciones B, 2004). Descatalogado.
Un caso del comisario Jaritos y otros relatos clandestinos (Ediciones B, 2006)
El accionista mayoritario (Tusquets, 2006)
Muerte en Estambul (Tusquets, 2009)
Con el agua al cuello (Tusquets, 2011)

Mapa de "Muerte en Estambul"

(Agosto 2008. Alfonso Salazar. Actualizado en diciembre 2011)

martes, 18 de agosto de 2009

CRÍTICA DE MIGUEL ÁVILA CABEZAS A "EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN"

EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN: TODO ES POSIBLE EN GRANADA
por Miguel Ávila Cabezas

Me viene a la memoria (como anillo al dedo neuroemocional) aquel eslogan que allá por los promisorios 60 ó 70 (no sé, ahora no me acuerdo) presentaba la levítica Granada como una ciudad en la que todo, pero que todo, era posible. Y en verdad que no anduvo muy descaminado el posibilista utópico que ideó la frasecita en cuestión pretendiendo ayuntar -no sé si a caso hecho- el Todo y la Nada, esto es, el Alfa y el Omega entre los que se contempla ufano el universo entero. Ya lo vemos, con tan sólo cinco (5) palabras de las que únicamente tres poseen eso que el lingüista de guardia apuntaría como “pertinencia semántica”. Que todo es posible en Granada lo pueden certificar, digo yo, más de uno e, incluso, más de dos. (...) LEER COMPLETO

sábado, 8 de agosto de 2009

COSTURERILLAS (13 ROSAS ROJAS)

Costurerillas del 36,
hijas del no pasarán.
Cigarreras de Sevilla
del Partido Liberal.

Enfermeras de Devonshire
Segunda Guerra Mundial.
Mignones que cantan Edith Piaf
en la Plaza de Pigalle.

Mujeres de pólvora y carmín
de rabia y libertad.
Esas sí, Comuna de París,
van dejando estelas en el mar.

Las que dijeron que no
cuando hablar estaba mal.
Las que dijeron sí
y guardaban un puñal.

Las que tienen velo sin querer.
Las que cuidan viejos sin quejar.
La que no fue madre
pero acuna hasta dormir.

Mujeres de plazas y de pan.
De colas largas y costal.
Esas sí, madres del maquís,
van dejando estelas en el mar.

A LA GREÑA

Socialistas y Comunistas se disputan su memoria. Como hace 70 años. Así nos va.

Estas son, de nuevo las 13 rosas (rojas), como decíamos en un post de hace un año.

(Información tomada de Público)

Las 13 rosas
Carmen Barrero Aguero (20 años, modista). Trabajaba desde los 12 años, tras la muerte de su padre, para ayudar a mantener a su familia, que contaba con 8 hermanos más, 4 menores que ella. Militante del PCE, tras la guerra, fue la responsable femenina del partido en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.
Martina Barroso García (24 años, modista). Al acabar la guerra empezó a participar en la organización de las JSU de Chamartín. Iba al abandonado frente de la Ciudad Universitaria a buscar armas y municiones (lo que estaba prohibido). Se conservan algunas de las cartas originales que escribió a su novio y a su familia desde la prisión.
Blanca Brisac Vázquez (29 años, pianista). La mayor de las trece. Tenía un hijo. No tenía ninguna militancia política. Era católica y votante de las derechas. Fue detenida por relacionarse con un músico perteneciente al Partido Comunista. Escribió una carta a su hijo la madrugada del 5 de agosto de 1939, que le fue entregada por su familia (todos de derechas) 16 años después. La carta aun se conserva.
Pilar Bueno Ibáñez (27 años, modista). Al iniciarse la guerra se afilió al PCE y trabajó como voluntaria en las casas-cuna (donde se recogía a huérfanos y a hijos de milicianos que iban al frente). Fue nombrada secretaria de organización del radio Norte. Al acabar la guerra se encargó de la reorganización del PCE en ocho sectores de Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.
Julia Conesa Conesa (19 años, modista). Nacida en Oviedo. Vivía en Madrid con su madre y sus dos hermanas. Una de ellas murió de pena (por la muerte de su novio en las guerrillas) estando ella detenida. Se afilió a las JSU por las instalaciones deportivas que presentaban a finales de 1937 donde se ocupó de la monitorización de estas. Pronto se empleó como cobradora de tranvías, ya que su familia necesitaba dinero, y dejó el contacto con las JSU. Fue detenida en mayo de 1939 siendo denunciada por un compañero de su "novio". La detuvieron cosiendo en su casa.
Adelina García Casillas (19 años). Militante de las JSU. Hija de un guardia civil viudo. Le mandaron una carta a su casa afirmando que sólo querían hacerle un interrogatorio rutinario. Se presentó de manera voluntaria, pero no regresó a su casa. Ingresó en prisión el 18 de mayo de 1939.
Elena Gil Olaya (20 años). Ingresó en las JSU en 1937. Al acabar la guerra comenzó a trabajar en el grupo de Chamartín.
Virtudes González García (18 años, modista). Amiga de María del Carmen Cuesta (15 años, perteneciente a las JSU y superviviente de la prisión de Ventas). En 1936 se afilió a las JSU, donde conoció a Vicente Ollero, que terminó siendo su novio. Fue detenida el 16 de mayo de 1939 denunciada por un compañero suyo bajo tortura.
Ana López Gallego (21 años, modista). Militante de las JSU. Fue secretaria del radio de Chamartín durante la Guerra. Su novio, que también era comunista, le propuso irse a Francia, pero ella decidió quedarse con sus tres hermanos menores en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo, pero no fue llevada a la cárcel de Ventas hasta el 6 de junio. Se cuenta que no murió en la primera descarga y que preguntó "¿Es que a mi no me matan?".
Joaquina López Laffite (23 años). En septiembre de 1936 se afilió a las JSU. Se le encomendó la secretaría femenina del Comité Provincial clandestino. Fue denunciada por Severino Rodríguez (número dos en las JSU). La detuvieron el 18 de abril de 1939 en su casa, junto a sus hermanos. La llevaron a un chalet. La acusaron de ser comunista, pero ignoraban el cargo que ostentaba. Joaquina reconoció su militancia durante la guerra, pero no la actual. No fue conducida a Ventas hasta el 3 de junio, a pesar de ser de las primeras detenidas.
Dionisia Manzanero Salas (20 años, modista). Se afilió al Partido Comunista en abril de 1938 después de que un obús matara a su hermana y a unos chicos que jugaban en un descampado. Al acabar la guerra fue el enlace entre los dirigentes comunistas en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.
Victoria Muñoz García (18 años). Se afilió con 15 años a las JSU. Pertenecía al grupo de Chamartín. Era la hermana de Gregorio Muñoz, responsable militar del grupo del sector de Chamartin de la Rosa. Llegó a Ventas el 6 de junio de 1939.
Luisa Rodriguez de la Fuente (18 años, sastra). Entró en las JSU en 1937 sin ocupar ningún cargo. Le propusieron crear un grupo, pero no había convencido aun a nadie más que a su primo cuando la detuvieron. Reconoció su militancia durante la guerra, pero no la actual. En abril la trasladaron a Ventas, siendo la primera de las Trece Rosas en entrar en la prisión.

jueves, 30 de julio de 2009

ENTREVISTA EN GRUPO JOLY

Publicada en Diario de Cádiz, Diario de Sevilla, Granada Hoy, Málaga Hoy, por José Abad.
PDF

lunes, 27 de julio de 2009

DETECTIVES EN LA GUANTERA 10: SALANDER Y BLOMKVIST




Escribir sobre Larsson es una tarea que se hace perezosa. En los últimos meses (no años: su primer libro lleva, en castellano, año y poco en las librerías) se ha escrito tanto, incluso en este blog (Detectives en la guantera, 6), que parece casi todo dicho. Para rematar, tenemos incluso versión en cine del primer título, que la crítica no demuele, quizá porque la zarpa de Hollywood anda lenta o no dio el tiempo suficiente para triunfar saltando el océano.

Ya se ha dicho y escrito sobre el patético final del legado de Larsson, sobre su muerte al filo de inicio del éxito, del enorme ciclorama desplegado sobre la podredumbre del Estado del Bienestar… Sobrevuela la trilogía Millenium la posibilidad de una tetralogía, con esa coda sin terminar, con un proyecto de siete pensado desde que en el año 2001, parece ser, empezó Stieg a pasar las noches aficionándose a escribir novela negra, inspirándose en los personajes de Astrid Lindgren (Pippi Calzaslargas Salander y Mikael Kalle Blomqvist).

Las poéticas traducciones de los títulos de sus libros al castellano, otorgándole un hálito del que carece en los originales, se aprecia como una estrategia editorial inapelable. Aunque en la primera entrega cambiasen el incisivo “hombres que odian mujeres” por el lírico y compasivo “hombres que no amaban…” Hay cosas que es mejor no plantear desde el principio, debió pensar Destino, que encargó tan apresuradamente las traducciones –el tirón no podía perderse- que los equipos de traductores cometieron deslices imperdonables que sólo las reediciones podrán dispensar.

Finalizada la lectura de la saga en unos tremendos libros de varios kilos que me han provocado incluso una tendinitis (dos noches, a doce horas cada una, cargando con un libro en cama, es mucho peso), las conclusiones caen por el mismo peso de encuadernación. Es cierto que estamos ante un fenómeno editorial. Cabe preguntarse si se trata de un fenómeno literario. Los efectos no son nada perniciosos. Leerse tres ejemplares de ochocientas páginas, venderlos por kilos, como si se tratase de aquellas antiguas novelas del oeste, ha obligado, sin duda, a que el número de páginas leídas por español al año alcancen un nuevo récord. Eso debería decir la estadística a esa sensación que sobrecoge las librerías reales y virtuales.

Sin embargo, anida al lector un extraño estremecimiento al rematar la trilogía. La primera entrega fue como una tormenta tremenda en el páramo de la literatura. Una historia larga y tan bien trenzada, unos personajes con definición más que digital-HD, un panorama de desolación trazado sobre el mapa feliz de Occidente, un escritor de raza surgido de la nada helada del norte. Una alternativa a Mankell, un nieto de Sjöwall y Wahlöö, bien parecido literariamente, heredero de postín. Una novela, en definitiva, con lo mejor de la novela: agarra del cerebro con fuerza, aprieta las horas de la noche y el día, agota al lector físicamente en ese esfuerzo por no abandonar la trama, cueste lo que cueste, arañando momentos a la ocupación diaria. Es la mejor sintonía que puede ofrecer la literatura: ser feliz en ese secuestro que propone una novela, un Síndrome de Estocolmo (qué acertado al caso) cuya única pesadilla es que termine, que haya que abandonar el zulo de la narrativa.

Lo consiguió a la primera, aunque ciertas jergas informáticas y largos discursos de ingeniería financiera internacional dejasen regusto a ciencia ficción. Consiguió hacerse un hueco en la apretada sala de espera del éxito, donde colocó a Salander la asocial y a Blomkvist –sonriente y apañado, qué buen chico-, con asiento de primera fila, a punto de alcanzar la rampa. La segunda entrega –La chica que jugaba con fuego en el original, ahí se perdió una metáfora para el título en castellano-, mantuvo el tono, aunque comenzó a desvariar en una larga trama de conspiraciones del Estado, de planes secretos ejercidos por pandillas de policías al margen del control democrático, de cómo los psiquiatras venden el juramento hipocrático a cambio de hacer la vida imposible a una niña… Esperábamos que la tercera diese el giro hacia una realidad más cercana, hacia ese regusto que dejó la primera entrega. Pero La reina en el palacio de las corrientes de aire, es una sencilla consecución de la segunda novela -una segunda parte de la segunda parte contratante-, una extensión de la misma trama llevada hasta las últimas y decepcionantes consecuencias.

Dos y Tres forman una sola y la Uno se queda sola, más sola que la una, manteniendo enhiesto el baluarte de la buena novela. Quizá las excepcionales expectativas trazadas en Los hombres que no amaban a las mujeres, haya supuesto una aduana excesiva. Muchos avisaron de que podíamos estar ante un bluf. Yo he caído en ese desaliento. Y con tendinitis.

Novelas de Stieg Larsson

Los hombres que no amaban a las mujeres. Destino, 2008. También en Círculo de Lectores.
La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. Destino, 2008. También en Círculo de Lectores.
La reina en el palacio de las corrientes de aire. Destino, 2009. También en Círculo de Lectores.

Más sobre Stieg Larsson

La serie Larsson
La Vanguardia, septiembre 2008
Artículo de Lorenzo Silva en El País
Visitar Estocolmo con Larsson, en ABC

Mapa de Millenium, 2

Julio 2009. Alfonso Salazar

domingo, 26 de julio de 2009

YO, POETA DECADENTE, DE MANUEL MACHADO

Yo, poeta decadente,
español del siglo veinte,
que los toros he elogiado,
y cantado
las golfas y el aguardiente…,
y la noche de Madrid,
y los rincones impuros,
y los vicios más oscuros
de estos bisnietos del Cid:
de tanta canallería
harto estar un poco debo;
ya estoy malo, y ya no bebo
lo que han dicho que bebía.

Porque ya
una cosa es la poesía
y otra cosa lo que está
grabado en el alma mía…

Grabado, lugar común.
Alma, palabra gastada.
Mía… No sabemos nada.
Todo es conforme y según.

jueves, 2 de julio de 2009

CANGUELO 0 - TRIPLETE 3

Lo dijo en la presentación de su libro -poca humildad-, el señor Laporta. Podía haberlo dicho más alto, pero no más claro. Hubo una campaña mediática incontestable por parte de la prensa madrileña. Pero no les llevó a ello una afición desmedida por el Real Madrid -ya no nos lo podemos creer- sino porque vender humo, es vender. Por eso vendieron la remontada posible, el cagómetro y el canguelo. En la cuestión del cagómetro no hace falta poner links. Pues fue así de sencillo: 3 de 3. Aunque ahora se lo callen (si el 3 de 3 hubiese sido del Madrid aún estaríamos con la vomitona de las tres copas).
Porque tras el 3 de 3 vinieron Crsitianos y Kakás, alka seltzer del mercato. Pero parece ser que Villa no quiere al Madrid. La lista de asturianos incuestionables con la camiseta blaugrana es gloriosa: Quini, Abelardo, Luis Enrique… y Villa. Seguiría la lógica Gijón-Barcelona. La otra es la de Maceda y un Luis Enrique que se fue por la puerta chica para triunfar por la puerta grande del Barça.
El presidente del Madrid perdió los papeles -dicen que lo de Cristiano Ronaldo estaba apañado por Calderón y costaba más echar para atrás que para adelante. Pero los papeles se los ha recuperado Caja Madrid. Pídale usted a la entidad del oso un crédito en un plis plas. Sin embargo, el presidente Laporta se dedica a abuchear a Florentino con que si te has pasado o has reventado el mercado. Engolosinados andan los medios con tan jugosas declaraciones.
Los medios de comunicación, estimat president son así. Medios, y por tanto compañías mercantiles, puras y duras, sin sentimiento. Aunque se llamen Sport. Venden a quien venden. Y gozan de menos respeto que una revista del corazón.
Otra cosa es los sentimientos, que a veces se dejan en el retrete de un hotel (como Figo). Ojalá Villa no se los deje en el bidé.

domingo, 14 de junio de 2009

EL RETRATO DE LAUREN BACALL

A las nueve de la noche el Harén de Arquímedes estaba desierto. Desde las cinco de la tarde el camarero sólo había servido un café solo al cliente más solo y sendas copas de brandy a dos americanos borrachos. A las nueve de la noche, insisto, el Harén estaba desierto y el camarero calibraba la posibilidad de echar abajo la persiana y salir a comer algo, incluso hasta Plaza Nueva.

Pero llegó. Aparecieron las piernas más largas que jamás cruzaron el umbral del Harén. Apareció el perfume más antiguo e incitante que jamás recorrió el aire del Harén. Se acercaron las piernas más largas. Puedo decir, sin estar presente, que el camarero tembló. Ella vestía traje de chaqueta años cincuenta de tweed oscuro; zapatos de aguja, guantes de seda y un pequeño sombrero que dejaba caer un suave velo sobre el rostro. Sacó del bolso un paquete de Lucky corto, al que el camarero -juro que temblando- pudo acertar para ofrecerle fuego.

El halo del blanco y negro se hizo en todo el local. Envejecieron las sillas, se manchaba el mármol con sombras de copas antiguas. La luz se hizo mortecina y un disco de Ellington se colocó sobre el plato, y se oía.

- Whisky solo, por favor -la mujer miraba las fotografías apiñadas en las paredes.

- ¿Con hielo? -la voz del camarero se hizo un hilo.

- Si Dios hubiese querido que el whisky llevase hielo, Irlanda estaría en la Antártida, cariño -y la mujer bañó de humo la cara del barman.

Buscó el vaso y el hielo, retembló de nuevo el camarero cuando se descubrió vestido de chaleco negro sobre camisa blanca y con pajarita. Tomó de la repisa una botella de marca desconocida, una botella que jamás estuvo en las repisas del Harén. Sirvió la copa. Ella parecía esperar a alguien.

- Usted… -el camarero hablaba con voz de flan- Usted… es Lauren Bacall… ¿no?

La mujer miró a través del velo y clavó la Mirada en el joven.

- Yo soy acomodadora en el cine de este barrio y no me llamo así.

El camarero tomó el retrato de Lauren Bacall que ilumina un foco sobre la repisa de las marcas escogidas, junto a un paquete de Chester antiguo y la figurita en porcelana de un búho que mira sorprendido. Se lo enseñó a la mujer como quien muestra un espejo. Retrato y mujer eran por igual.

La Mirada levantó su vista del retrato.

- Yo no soy ésa -dijo.
El temblor dejaba paso a la perplejidad, al estupor ente la realidad. No era un retrato, se trataba de un espejo de tocador reflejando el rostro de Lauren Bacall.

- Es más, cariño, no me parezco en absoluto -la mujer volvió a sacar un cigarrillo-. Me llamo Betty Joan Perske, mi vida. No sé ni quien es ella. En las paredes sí reconozco a algunos: a Buster y a Harold, a Groucho y Chico, a Valentino y Chaplin, la Garbo y Chita, Weissmüller y la alemana ésa, Dietrich, creo. Y el beso de Gable y la Leigh. Pero tiene usted un garito repleto de fotografías de completos desconocidos.

- Ése que lía un cigarro y mira el seno de Marilyn es Humphrey -el camarero señaló la fotografía- éste del puro y el pájaro es Hitchcock; aquél del sombrero, Buró Reynolds, Sinatra, Brando, Dean, Welles, Eastwood, B.B., Monty, la Taylor… todos son amigos suyos, estrellas de Hollywood, América, el cine…

- Yo soy acomodadora en el Teatro St James y tú no me vas a enseñar qué es el cine, qué es América y qué es Holywood. No conozco los nombres que me dices; ¿Dónde están Rintintín, Clara Bow, John Gilbert, Al Johnson, Young, Esther Williams, Janet Gaynor, Tom Mix, los Barrymore, Harlow, Negri, Pickford y Fairbanks; seguro que todos esos son segundones, gente del montón.

- Pero usted es Lauren Bacall ¿No recuerda El sueño eterno? ¿Tener o no tener? ¿No recuerda a Bogart? Mire esa escena, están Humphrey, Rains y la Bergman, es el final de Casablanca, yo siempre quise que usted hubiese sido Lisa…

- Chaval, no sé de que me hablas, ni me llamo Lauren, ni he estado en Casablanca.

- Usted sonríe en esa fotografía con Sinatra.

- No sé quién es Sinatra. No insistas, cariño.

- Usted es Lauren Bacall, estrella de cine.

Lauren Bacall se quitó el sombrero y la Mirada estalló en una carcajada. Bebió el whisky de un trago y salió del local. Cuando estuvo a punto de cruzar la puerta, dijo:

- Y si me necesitas, silba, cariño.


(Publicado en Los cuentos del Harén, Granada, julio 1997)