lunes, 29 de diciembre de 2014

LA NOCHE MÁS LARGA

Es sencillo imaginar cómo los habitantes del hemisferio norte, hace milenios, descubrirían que, en el curso de las estaciones, las noches se alargaban hasta que alcanzaban su máxima dimensión horaria en el inicio del duro invierno. Este fenómeno repetido estación tras estación parece poco trascendente en la actualidad, pero en unas sociedades cuya única energía lumínica era el fuego, el aumento de las horas de oscuridad marcaría con fiereza la vida cotidiana. Es el momento que los científicos posteriores llamarían solsticio de invierno, pero que en otros tiempos simplemente quedaba simbolizada por la victoria anual del sol frente a la oscuridad.




Es sencillo suponer que semejante fenómeno, condicionante del trabajo, la vida social y económica tuviese una interpretación religiosa, mítica, y de ahí que muchos dioses venerados en la Antigüedad en el hemisferio norte tengan su momento de nacimiento coincidente con el sol vencedor de las tinieblas. Cercano el 21 de diciembre de nuestro actual calendario, en el hemisferio norte el sol alcanza su posición de declinación sur máxima respecto al ecuador y alcanza el cenit al mediodía sobre el Trópico de Capricornio. Fueron posiblemente romanos y celtas los que comenzaron a festejar este triunfo, el simbólico renacer del Sol, denominado Sol Invictus, mezclado en Roma con tradiciones provenientes de Oriente que reunían a Helios con Mitra, a El Gabal con el fortalecimiento del Sol como principal divinidad del panteón romano, en tiempos de Aureliano.

Otro sencillo cálculo sobre los datos bíblicos propició una feliz coincidencia para la incipiente iglesia cristiana a principios del primer milenio. Ya que los profetas debían fallecer el mismo día en que fueron concebidos, como señalaba cierta tradición hebrea, calcularon que, si Jesús murió un 25 de abril, echando las cuentas del periodo de embarazo terrenal de una virgen –eso sí, sin que pudiesen tener como referencia la última fecha de menstruación- la fecha de alumbramiento debía ser el 25 de diciembre, que curiosamente coincidía con las fiestas romanas de las Saturnales –en honor a Saturno, proclamadas en los tiempos que Roma sufría el acoso de Aníbal- y las Brumales –instituidas por Rómulo en honor del Baco, características por el exceso en la bebida, la comida y la relajación de las costumbres. Sería en tiempos de Constantino, que hizo uso de la insignia del Sol triunfador, cuando tres siglos después del nacimiento en Belén, se impusiera la tradición de la Natividad. En Europa Oriental, en la iglesia ortodoxa, al uso del calendario juliano se debe añadir la celebración de la Epifanía, una fiesta posiblemente procedente de Egipto que tiene lugar el 6 de enero (curioso: nueve meses antes sería 6 de abril, fecha adoptada en las provincias orientales del Imperio romano para fijar la fecha de la muerte de Jesús).





Es cierto que las fuentes del Evangelio son parcas a la hora de establecer el nacimiento de Jesús. Solo Mateo y Lucas propician algunos detalles, que parecen muy contradictorios climáticamente con un invierno en Palestina. Pero el antioqueno Lucas es posible que extrajera las referencias de narraciones egipcias sobre el nacimiento milagroso de Horus. Hay otros dioses cuyo nacimiento parece ubicarse en ese arco del solsticio de invierno: Mitra, Atis, Buda, Krishna, Dionisio, Frey –dios escandinavo cuya celebración se realizaba con un árbol perenne adornado… Aunque existen tantas imprecisiones y contradicciones en las fechas y los días como siglos han pasado desde los inicios de sus adoraciones.

En la Roma imperial era costumbre adornar los habitáculos con luces, realizar regalos, así como profetizar qué traería el invierno en las fiestas del solsticio. Sería el papa Liberio, en 354, quien decretó que el nacimiento de Jesús fue el 25 de diciembre, a lo que se había adelantado en unos años la Iglesia alejandrina en el Concilio de Nicea de 325. Sucesivos concilios cristianos proscribieron las fiestas paganas, que fueron desplazadas de la celebración de la Natividad a la del Año Nuevo, coincidente con el undécimo mes del año, cuando los cónsules de Roma asumían el gobierno, pues en Roma, el año comenzaba en los primeros días de marzo. El calendario de César, denominado juliano, fue modificado por Gregorio XII en 1582, pasando a ser denominado gregoriano, y mantuvo el inicio del año en la fecha del 1 de enero.



El ahondamiento en el control del tiempo, característico de la Revolución Industrial -y luego expandido por el capitalismo, que llegará a medir no solo las estaciones, meses y días, sino también las horas, minutos y segundos- estableció para el mundo europeo las fiestas de Navidad y Año Nuevo, manteniendo una simbología propia del hemisferio norte. La colonización hizo el resto, propagando la celebración de unos pocos pueblos por todo el planeta.

Hay otros muchos “años nuevos” por el mundo que se suceden en distintas estaciones, aunque quizá el más apropiado para la vida diaria de la Europa actual sería la invención de la Revolución Francesa que instituyó el inicio del año el 22 de septiembre (primero de vendimiario en el calendario republicano francés) coincidente con el inicio de los actuales cursos escolares, las temporadas teatrales, el retorno de las vacaciones estivales y los periodos parlamentarios. Liberándose de esa manera no solo del dominio de las fases lunares, que por ejemplo señala aún los inicios de los años judíos e islámicos, sino de esa partición laboral que significan aún las modernas saturnalia.



Befanas, olentzeros, renos, Santa Claus, Reyes Magos, el tió de Nadal, belenes, pajes, alumbrados urbanos, pavos rellenos, langostinos, crismas, el milenario árbol de Yule convertido en sencillo árbol de navidad, el champán y el Niño Jesús, la misa del gallo, el Kris Kringle, villancicos, Grýla, invenciones literarias como el Grinch y Ebenezer Scrooge –la invención de Dickens que tanto hizo por recuperar el alicaído espíritu navideño en la Gran Bretaña de mediados el siglo XIX-, l´home dels nassos, l´Anguleru, el panettone y el turrón, San Nicolás y el Krampus, el caganer y los polvorones… como toda tradición cultural, según los territorios, así se forjan las celebraciones, con la mescolanza de innovaciones contemporáneas y el residuo de tipologías milenarias. Se incorporan elementos del pasado pagano a la religiosidad cristiana, se caracterizan personajes, se personifican cosas y animales, se preparan comidas y bebidas según la riqueza cultural de cada territorio. Se tienen en cuenta –en mayor o menor medida- las liturgias religiosas, se arrinconan las tradiciones para sustituirlas por las propuestas consumistas de la industria. Pero no dejan de pregonar por todo el hemisferio norte esa invitación de celebrar en grupos, clanes, fratrías, amistades y familias la victoria del sol, el reinicio de la cadencia de las estaciones, el fin de la noche más larga.


Alfonso Salazar

sábado, 20 de diciembre de 2014

EL TELÉFONO, 1877

Hace tiempo que se ensaya el sistema de transmitir el sonido por medio del teléfono: nuestros lectores saben que en la exposición de Filadelfia el Dr. Bell trasmitía a corta distancia despachos hablados en un aparato de su invención: recientemente ha hecho una prueba feliz limón extensión de 143 millas y Gray y otros físicos ensayan diversos sistemas para perfeccionarlo. Como el problema está resuelto en principio, contando con las aplicaciones y mejoras podemos ya imaginarnos lo que será dentro de algún tiempo una estación central de telégrafos, sobre poco más o menos, cuando los sonidos lleguen en todo su vigor por medio del teléfono.
En vez de martilleo monótono pero soportable, que hoy producen los aparatos que funcionan, entonces el extremo de cada cable será una boca abierta y habladora, voceando sin cesar; o un caño de armonía manando siempre óperas, conciertos y playeras; o la boca de un cañón que ensordece a quien acerca sus oídos; y ni la Bolsa, ni los mercados y la plaza de los toros en día de función, ni las sesiones más tumultuosas pueden dar idea del estruendo de aquella torre de Babel, donde se oirán a la vez discursos políticos, conversaciones particulares, arias cantadas por la Patti, los cañonazos de Oriente, el ruido de las cataratas del Niágara, los silbidos de un drama y la campana de Toledo. No habrá ausencia para los amantes porque podrán pelar la pava a través del Atlántico; se darán serenatas internacionales y el cazador que pierda un perro le silbará por todos los ámbitos del mundo. Los abonados a un teatro oirán la función desde la cama: ni la distancia impedirá que nos recite sus versos un poeta, ni evitará las reyertas conyugales. Los gobiernos introducirán alambres en todas las paredes, y los ministros harán gran consumo de algodón para los oídos. En aquel mundo estrepitoso hasta se oirá crecer la hierba y sólo podrán dormir los sordos.

La ilustración Española y Americano (22 de abril de 1877)


viernes, 12 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 1, PARA TAN LARGO VIAJE

FUENTE DEL HERVIDERO, JUNIO DE 1994

Cecilio es manco y lleva una pata de jamón colgada de su muñón derecho. Cada semana monta en su vieja Mobylette, bastante cascada, y se planta en los merenderos de los alrededores de la ciudad, tanto en la falda de la Sierra como en la Vega. A falta de playa y paseo marítimo, buenos son la Vega y el aire serrano en los bosquecillos. Porque aunque se trate de merenderos en vez de chiringuitos, sirven para lo mismo: beber y comer en compañía, charlar con los amigos, resolver o provocar disputas familiares, olvidar de dónde venimos y a dónde vamos, para disfrutar de dónde estamos.

Cecilio convoca una rifa. Vocifera por las mesas de las terrazas, entre las mesas cubiertas de platos de habas con huevo frito y solomillos de cerdo con patatas. Pasea durante un buen rato entre los comensales domingueros y les vende tiras de papel amarillas con diez números, grandes y en negrita, correlativos en cada una de ellas. Cuando ha vendido suficientes busca a algún niñito, una mano inocente, y entonces grita desde la terraza a los cuatro vientos que se va a dar cumplida cuenta del sorteo. La expectación nunca aparece: casi nadie atiende cuando el niño saca el número agraciado, rotulado con una desastrosa caligrafía en un naipe de baraja española.El niño sonríe con una carta mugrienta en la mano y sus padres lo felicitan. Cecilio pregona con su voz cazallera la cifra agraciada. Sabe perfectamente que el número ganador, borroso en un as de espadas, reside aún en su bolsillo, inmerso en las tiras no vendidas. Es el truco más sencillo que puede hacer un mago de tres al cuarto. Los comensales más ilusos miran su lista numerada y la reducen a una bolita de papel cuando comprueban que la inversión fue en vano. Cecilio se deja ver, menea el muñón, y el jamón balancea aromatizando el merendero como si fuese un monaguillo envejecido y apestoso que lleva un botafumeiro. Al rato, se marcha hacia otro ventorro cercano para seguir la farsa.

El niño rubio rubísimo que ha sacado el número sonríe a su padre. El sol de junio le ilumina el rostro y sus ojos marrones, muy oscuros, brillan casi negros, como incrustaciones de azabache. Padre e hijo, prendidos de la mano, se dirigen hacia el aseo. Un hombre les vigila desde el aparcamiento: disimula recogiendo unas bolsas de escombro, de ruda lona, sucias, descosidas, que introduce con lentitud en una furgoneta gris. Cuando vuelven a la mesa donde la familia ultima el postre, el niño lleva un brillante polo de fresa en la mano. La abuela le acaricia la cabecita casi blanca de rubia que es y mira de reojo a su nuera. «Ella no es feliz», piensa la anciana. El pequeño quiere jugar en el descampado que se abre generoso ante la terraza.


Un indicador de madera señala las veredas de la sierra, sus destinos: mucho más arriba, los caminos llevan a donde se supone que enterraron a algún rey granadino —pero musulmán—, a un monumento a la Virgen de las Nieves y, más veces de la cuenta, son caminos que conducen a excursiones imprudentes, que terminan en desapariciones y desgracias, desfallecidos de hambre, sepultados por rocas correosas. Incluso ahora, que se anuncia el verano en las camisetas de tirantes de las jóvenes, en los pantalones cortos de los muchachos, la Sierra es traicionera: los paisanos lo saben y la respetan.

La terraza está de bote en bote. Platos de morcilla y chorizo, de migas con ajos y tocino, de arroz recalentado con esqueletos de gambas casi vacías, jarras de cerveza fresca con abundante espuma, botellas de tinto de la casa pasan en bandejas portadas por camareros torpes —camareros puntuales, de fin de semana— por encima de las cabezas de los grupos en jolgorio. Las fiestas de la ciudad están cercanas, el mes de junio recién nacido y los bolsillos se permiten alegrías a pesar de las persistentes consecuencias de la crisis económica de 1993.

Son las tres y media de la tarde cuando el pequeño se dirige al descampado. Otros niños juegan al fútbol entre los terrones. Algunas niñas —y algún varón— recogen piñas resecas, piedras de pedernal, ramilletes de florecillas que no llegarán frescos a casa y quedarán olvidados en la parte trasera de cualquier coche. Con paso vacilante anda el niño por el irregular terreno. Se sienta sobre una piedra y mira cómo dan balonazos dirigidos a ningún sitio. Tiene tres años pero parece tener más. Una niña lo acoge como bebé. Se lo llevan a jugar un poco más allá.

El padre y la madre discuten con desgana y resentimiento en presencia de la abuela. Los cafés se han evaporado y él apura un güisqui que poco a poco se va aguando, como la fiesta.

—No quiero quedarme a vivir en Granada. Si vas a trabajar en Sevilla, nos vamos a Sevilla… Todo el día en la carretera. No lo soportaría —se queja ella.

—Tanto tiempo viviendo por ahí fuera y ahora os empeñáis en vivir en Sevilla… Pero vamos, que por mí no os preocupéis… Soy una vieja y las viejas no pintamos nada. Aunque un nietecito es una alegría para una abuela... y con lo poco que me queda… —la anciana intenta terciar sin éxito en una discusión que considera provocada por ella, y deja caer sus desazones.

—Nos quedaremos aquí. La abuela tiene que estar cerca del crío… Aunque a ti te queda mucho tiempo por delante, Mamá: nos enterrarás a todos. Y, además, Alejandro va a estudiar en el mismo colegio que yo —el padre, con duro semblante, no ceja en su empeño y pide otro güisqui.

—A mí eso me da igual. Pero esté donde esté quiero una mucama con el niño. Con abuela o sin abuela. Me agota, me abruma —protesta la mujer, que mueve la cabeza como en una moviola lánguida y abre la boca en un bostezo anestesiado.

—¿Y el niño? ¿Dónde está el niño? —pregunta la abuela, inquieta.

—Le permites demasiado. No debiste dejarlo ir al descampado solo —recrimina el padre a la madre mientras gira la cabeza en todas las direcciones—. O bien es que no te importa un pimiento la criatura.

—Me parece que estaba allí —dice la madre con voz desganada y señalando el descampado con un dedo índice que apenas se levanta.


El padre se pone en pie y se dirige resueltamente al descampado. Busca y busca. Grita en el páramo de piedras con los brazos en jarras. Una furgoneta gris abandona apresuradamente el merendero. Pasaron más de tres horas. Luego se hizo de noche. No avisaron a la Guardia Civil.


Foto de Manuel M. Mateo







miércoles, 10 de diciembre de 2014

ARTÍCULO EN GRANADAIMEDIA

ENLAZA


Foto de Jesús García Latorre. Alfonso Salazar y Salvador Perpiñá.

viernes, 5 de diciembre de 2014

PARA TAN LARGO VIAJE. SINOPSIS.

Año 1996. Recientemente el Partido Popular ha ganado las Elecciones Generales. Un crepuscular Matías Verdón, el detective del Zaidín, recibe el encargo de una anciana para hallar a su nieto desaparecido dos años atrás. Pero tras el escaparate de una familia recta, formal y célebre, se esconden misterios y secretos que el detective tendrá que desvelar con la ayuda de su inseparable Desastres. La historia de un largo viaje se cruza en la investigación de Matías Verdón, una historia que se hunde en la ciénaga de las guerras yugoslavas y que termina por tener unas implicaciones políticas que el detective no esperaba.

Foto de Joaquín Puga

sábado, 15 de noviembre de 2014

MESA REDONDA: EL PROCESO DE ESCRITURA

Jornadas organizadas por la Editorial Dauro. Lunes 17 de noviembre 20:30 h. Aula 8 Facultad de Derecho de Granada.




EL PROCESO DE ESCRITURA

LUNES 17 DE NOVIEMBRE 20:30 

Modera:

Mariana Lozano Ortiz (editora)

Participan:

Francisco Gil Craviotto

Andrés Cárdenas

José Luis Entrala


Alfonso Salazar


Ausias March

Como el enfermo que hace mucho tiempo convalece
y se esfuerza un día en levantarse
y su virtud no puede ayudarle
y más que ponerse en  pie, súbitamente cae.

Así me ocurre a mí,
que contra amor me esfuerzo
y quiero conseguir lo que mi juicio manda.
Pero cumplirlo no puedo.
La misma fuerza me lleva al mismo mal
conducido por el amor mismo.

(trad A.S.)

sábado, 11 de octubre de 2014

CIEN AÑOS DE HISPANIDAD

Hace unos cien años que un político asturiano y alfonsino propuso la celebración de la efemérides del día en que Rodrigo de Triana avistó Guanahaní. Un abogado gijonés propuso como primera denominación Día de la Raza, de la raza española, se entiende. El artífice fue el gijonés Faustino Rodríguez-San Pedro, un antepasado de Rodrigo Rato, que por entonces presidía la Unión Ibero-Americana. La fiesta fue convocada y se extendió por todo el territorio y los estados americanos. En 1917 el Ayuntamiento de Madrid asumió la celebración y al año siguiente fue sancionada ley por el rey Alfonso XIII para que la fiesta se instituyera de manera nacional, una fiesta que la Unión Ibero-Americana celebraba en su domicilio desde 1914, y sirvió al municipio madrileño para darle un toque entusiástico a sus fiestas populares de otoño.

Muchos de los “estados prósperos” americanos a los que se refería el gijonés en su convocatoria también publicaron legislaciones que reconocían tal efeméride, tomando como título desde el Columbus Day de los EEUU hasta el Día de la Identidad y Diversidad Cultural en República Dominicana, pasando la fiesta desde Chile hasta México. Cada país le coloca un título, y España mantuvo el de “Raza” hasta que el alavés Ramiro de Maeztu insistió en adoptar la denominación de “Día de la Hispanidad” y así lo reconoció el gobierno franquista cuarenta años más tarde, en un Decreto en el que subrayaba el «inolvidable privilegio de la República Argentina y de su insigne Presidente don Hipólito Irigoyen de extender a todo el ámbito de la Hispanidad la celebración de la Fiesta del Descubrimiento, hasta entonces limitada a sencillos y conmovedores actos rituales, sin reconocimiento oficial». Irigoyen dijo en 1917 que el doce de octubre consagraba “esa festividad en homenaje a España, progenitora de naciones, a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos afirmar y mantener con jubiloso reconocimiento».


Detrás del término “hispanidad” se puede rastrear a Unamuno, al periodista socialista Luis Ariquistain y sobre todo a Maeztu, por entonces embajador de Buenos Aires, quien se hizo eco de la propuesta del sacerdote, también vasco, Zacarías de Vizcarra (autor de libros con títulos tan jugosos como Vasconia españolísima. Datos para comprobar que Vasconia es reliquia preciosa de lo más español de España) establecido en Argentina desde joven, que reflexionó acerca de lo impropio del concepto de raza –nada que ver con la inexistencia del concepto desde el punto de vista antropológico– sino porque Hispanidad, decía, «constituye una unidad superior a la sangre, al color y a la raza de la misma manera que la 'Cristiandad' expresa la unidad de la familia cristiana, formada por hombres y naciones de todas las razas, y la 'Humanidad' abarca sin distinción a todos los hombres de todas las razas, como miembros de una sola familia humana. Es una denominación que a todos honra y a nadie humilla».

Venía al pelo su coincidencia con el Día de la Virgen del Pilar, que establece, en el oscurantismo de la leyenda, la relación de Hispania con el apóstol Santiago, allá por el año 40 DC, cuando en una visita a Caesaragusta se le apareció la virgen al pie de una columna de jaspe que, parece ser, María dejó allí antes de su Asunción. La fiesta de la virgen la asumió el municipio de Zaragoza en el siglo XVII cuando proclamó a la virgen patrona de la ciudad. De esta manera, se entrelazan en el calendario Hispanidad y Cristiandad, cumpliendo el fin nada imprevisto de Vizcarra, esto es, que la estirpe española y «toda la Hispanidad, debe cumplir todavía dos brillantes misiones en la Cristiandad, para salvar a la Humanidad en su más terrible crisis: 1.º Debe derrotar al Anticristo y a toda su corte de judíos, con el signo de la Cruz (...), 2.º Debe España completar la obra iniciada en Covadonga, Las Navas, Granada y Lepanto, destruyendo completamente la secta de Mahoma y restituyendo al culto católico la catedral de Santa Sofía, en Constantinopla».


Pero no fue la paternidad única. Ricardo Monner Sans, catalán y cónsul de España establecido en la Argentina, donde en 1892 había organizado el primer homenaje a Cristóbal Colón en Buenos Aires, andaba obsesionado con la pureza de la lengua española e introdujo en un discurso que pronunció en 1918 la apostilla de que le repugnaba el título de Fiesta de la Raza, «ya que hoy, en el siglo XX, no acierto a ver más que una raza, la humana (…) A mi parecer, y bien puedo andar descarriado en mi raciocinio, el día 12 de octubre de cada año, no es la fiesta de ninguna raza; es, a lo sumo, y ello ya es mucho y grande e interesante para nosotros, la fiesta de la gran familia española (...) Apellidar Fiesta de la raza a lo que es sencilla y netamente fiesta de la familia hispanoamericana, se me antojó siempre inadmisible hipérbole, pues pugna con la lógica y con la historia».

La denominación fue refrendada en 1981, pero tuvo que enfrentarse a cierta oposición que reclamaba el día del refrendo de la Constitución Española, el 6 de diciembre de 1978, como Día Nacional. La Ley 18/1987 ratifica como festividad nacional de España el día asociado al Descubrimiento, y «establece el Día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de octubre», aunque prescinde de la denominación «Día de la Hispanidad» aunque sin derogar formalmente lo establecido en 1981, andando así a medio camino, descontentando a los unos –aquellos que siguiesen el espíritu de Vizcarra y a los otros que querían concebir el V Centenario como un “encuentro” entre culturas.

Es, de todas las maneras, interesante considerar cómo el origen de la celebración se alumbra en un preciso momento: pocos años después del desastre en las Filipinas y Cuba, en un arranque de patriotismo que mira hacia atrás para olvidar qué hay delante. La postura parece que se mantiene incólume.


Pero ¿qué vigencia tiene hoy en día la fiesta? Sabemos que no hay ninguna fiesta que esté exenta de una tendenciosa ideología que remita al enaltecimiento de valores determinados en su momento histórico. Ni una fiesta se salva de que fuese alumbrada en una relación con el calendario litúrgico, con el profano, por seguimiento o por oposición. Es una predilección acostumbrada de quien manda y ordena la de predisponer al pueblo en la celebración para mayor gloria de cualquier idea: no se salva ninguna. Incluyamos las celebraciones de "años dedicados" a tareas sociales que propone habitualmente la Unesco, las magnas celebraciones religiosas o los desfiles militares que celebran el día en que comenzó –o fracasó– una revolución o un golpe de estado.

A día de hoy la Hispanidad anda revuelta en su propio feudo de fundación. Sus nacionalismos intrínsecos, que siempre se han sentido en segunda división, vuelven en el péndulo histórico a reclamar la independencia. La Historia ha dado la victoria a un nacionalismo español y unionista frente a los rebeldes nacionalismos catalanes, aragoneses, leoneses, castellanos o vascos, que llegan a ser tantos o más que Comunidades Autónomas, con mayor o menor fortuna. España, que fue las Españas durante tanto tiempo, es un producto histórico aglutinado desde la capitalidad de Madrid –que a veces puede ser opuesta al concepto de “castellano”–, fundado por la dinastía borbónica, y que se ha sostenido en los últimos siglos enredado en el concepto de cristiandad, de unidad, de oposición a los nacionalismos de la periferia y finalmente, por singularidad en tópicos. Hasta el siglo XIX España seguía siendo un territorio que se extralimitaba de la península ibérica, que había aplastado los fueros singulares de sus territorios con los decretos de Nueva Planta de Felipe V, que no dejaron de ser una consecuente decisión ante un condado catalán que manifestó preferencia hacia las dinastías austriacas frente a la constante amenaza francesa más allá de los Pirineos durante la Guerra de Sucesión.


Pero el siglo XIX trajo el nacionalismo como una canción romántica y apasionada. Ese fue el fortalecimiento de Europa, con sus agrupaciones máximas –como en el caso de Alemania o Italia– y sus disgregaciones mínimas que fraguan a partir de 1900, pues Europa pasará de 24 países en 1906 a 46 a finales del siglo pasado.

Si el ejemplo en el siglo XIX era la Francia unida se justificaría históricamente ese empeño nacionalista español, pero no podemos perder de vista su fundamento en el espíritu católico, muy diferente al espíritu ilustrado y ciudadano del francés. De ahí que los intentos reorganizadores en el siglo XIX, como la I República, recojan los afanes cantonalistas y se plantee la primera constitución federalista en 1871, que jamás vería la luz. A partir de ahí, España descarrila en un proceso reaccionario que desembocaría en la derrota de la República y la revolución, proyectos que observaban la reestructuración y modernización del Estado atendiendo a demandas históricas de los territorios, auspiciados por los movimientos románticos de regionalismo y nacionalismo, como la renaixença catalana, el rexurdimiento gallego, el aranismo vasco o el nacionalismo andaluz.

La extraña situación de denominación del territorio surgido tras la Guerra Civil, cuando el país no era ni Reino ni República, indujo al franquismo a acuñar el concepto de Estado Español como régimen político –un concepto jurídico avanzado en la constitución de la II República–; curiosamente esta denominación ha sido utilizada para evitar el uso de la denominación España por parte del nacionalismo periférico y ciertas posturas conciliadoras progresistas.


Los planteamientos federales, que posiblemente casaban mejor con el papel histórico de los territorios de aquellas Españas del Antiguo Régimen, cayeron en el olvido del centralismo, pero se avivan en momentos de zozobra: ya sea desde la lucha armada y sangrienta con el franquismo por objetivo –y excusa, cosa que el tiempo terminó por quitarle razones–, en la quiebra de los conceptos de solidaridad, ante el desplante del españolismo más burdo, y en ese enredo entre lenguas diversas –que nunca han sido reconocidas como riqueza y sí muchas veces como pesos muertos ante la supuesta eficiencia del castellano como koiné–, de identidades patrias, plasmado en la prodigiosa confluencia de ideologías tan opuestas como partidos agrarios, obreros y liberales, siempre coincidentes en la necesidad de la separación. Son singulares situaciones que podemos observar en la escasa defensa de la cultura no escrita en castellano por parte de las instituciones españolas, como si el catalán o el gallego fuesen realmente algo ajeno.

La propuesta catalana que se afianza en el referéndum que la Generalitat quiere llevar adelante, que ha chocado con la más rápida reacción de un Tribunal Constitucional jamás vista en la historia de nuestra democracia, se da en un momento en que el concepto de Hispanidad –de Día Nacional, o como terminemos llamándolo–, se encuentra en sus horas más bajas. Los vaciamientos por la parte izquierda, más preocupada por la situación social de los ciudadanos que por una denominación nacional, el enrocamiento por la derecha, que a veces parece volver al concepto de Vizcarra –y se sustentan, muy esquematizadas, en una interpretación de la Constitución del 78, aquella que perdió la batalla del Día Nacional–, y las templadas posturas centristas que invocan el proceso de europeización como coartada ante el nacionalismo periférico, sitúa el tema del nacionalismo en ese campo casi apolítico que agrupa a muy diferentes tradiciones ideológicas y se llama "sensibilidad".


Es posible que la cuestión de los nacionalismos españoles sea una cuestión sentimental, aunque al fondo aflore la cuestión económica, como la basura en un jardín. Si fuese así, la "falta de cariño" manifestada a lo largo de la historia por el centralismo español, no deja de ser el principal depósito de gasolina que enciende una y otra vez la mecha. Si la postura democrática consiste en dar voz a los ciudadanos, el hecho de que los diversos territorios españoles no puedan decidir su futuro es un asunto que debe enhebrarse con destreza y cuidado entre la constitucionalidad y la Ley.

Posiblemente se limite la cuestión a conocer quiénes son los que tienen derecho a decidir sobre su futuro: si los ciudadanos de un territorio en particular o los ciudadanos de todo el conjunto. Ese camino apenas transitado da por hecho ese derecho a decidir, aunque quede por decidir el cuerpo del sufragio pasivo. La discusión sobre este cuerpo electoral tiene antecedentes en nuestro país: en los referéndums propuestos para decidir el camino que tomarían los procesos autonómicos, que tuvieron sus bases en el municipalismo, nunca fue el cuerpo general de la ciudadanía española, sino los cuerpos particulares de los territorios los que se constituirían a través del proceso.

Quizá existen otras vías, denostadas tanto por los tibios y despreocupados como por los unionistas y los separatistas. Esas terceras vías abogan por la denominación de federación o confederación del concepto de compromiso que fue el “autonómico” –que este sí, es “Marca España” y desconocido en el resto del mundo– o bien, aparcar por el momento, y otra vez, decisiones sentimentales que arraigan desde hace siglos en territorios del país. Aparcar es dejar a futuras generaciones volver a enfrentarse al dilema. Los nacionalismos no desaparecen ni siquiera bajo el mayor paraguas de las transnacionalidades, como el europeísmo. Todo lo contrario. Y ni siquiera hemos hablado de banderas, símbolos, himnos y selecciones nacionales de fútbol.

Alfonso Salazar

sábado, 4 de octubre de 2014

TALLER INTENSIVO DE POESÍA

Los Talleres Intensivos Tusitalas completan los Cursos de Escritura Creativa Tusitalas que se celebran de octubre a mayo en La Expositiva y en la Fundación CajaGranada. Se desarrollan en fines de semana en Open Cultura, C/ Jarrería, 5, local a 18009 Granada. Más información en www.tusitalas.org o en el tlf 620240125. Nos puedes encontrar también en las principales redes sociales.

POESÍA ERES TÚTaller de escritura poética.
Un fin de semana intensivo. Sábado de 10 a 14 h y de 16 a 20. Domingo de 10 a 14 h. Precio total: 50 €. Número mínimo: 5 alumnos.
Nivel 1. Fin de semana del 25 y 26 de octubre 2014.


INSCRÍBETE AQUÍ

EL KIOSKO DE POESÍA

Entre mayo de 2002 y otoño de 2006 estuve montando regularmente un kiosko de poemas en la web que abrí por entonces: www.laplazahumana.com que tenía su versión en radio y su manifestación como revista en internet. Por entonces no había redes sociales, los blogs eran cosa de profesionales e internet era un mundo por explorar, como una ciudad que comenzaba a construir y vivía los inicios de su propia burbuja. Aquella recopilación de kioskos sigue por ahí, con su aspecto desaliñado de web avejentada, en la red: http://www.laplazahumana.com/paginasplaza/poesia/hemerotecakioskos.htm




miércoles, 17 de septiembre de 2014

PODEMOS Y LA IDEOLOGÍA

Cuando hace poco más de tres años irrumpió el Movimiento 15M en la vida política, ciudadana y social de España, los carteles de la campaña electoral de las elecciones municipales del 22 de mayo de 2011 envejecieron de pronto. En este blog nos hicimos eco de aquella situación en que, de pronto, pareció que los modos tradicionales de hacer política se tambaleaban ante una demanda que buscaba relacionar políticamente a los ciudadanos entre sí. No se trata solo de derrumbar unas estructuras piramidales, o diseñadas de arriba-abajo, sino de la relación política concebida como la relación social: un ovillo, una maraña de relaciones.

El tradicionalismo político se parapeta en los aparatos de los partidos, ajados, corroídos por unas escuelas de formación añejas, generalmente conducidas por aquellos que llevan lustros enganchados al grupo, hacen y deshacen a través de la fidelidad y proyectan unos principios que poco importa sean violados en la práctica cotidiana. Se ordena y manda en plaza, se promociona y se despeña, se amamanta y se cría en una suerte de academia que pasa por las juventudes y termina en los cargos públicos. Todos tienen su mentor, casi nadie llega de improviso, se medra y se curra uno el puesto, el salario y el futuro. Se progresa por dos vías: la interna del partido y la externa de la representación pública –o llámenlo cargos de asesor- que puede llevar desde una concejalía remota al Parlamento. Esos son los cauces que los Partidos Políticos, en nuestra democracia, han establecido tradicionalmente; y las deudas, con el tiempo, generan falta de transparencia; el celo y los rencores surten de facciones y venganzas; las rencillas personales se enmascaran en discusiones ideológicas; la estructura vertical dificulta el intercambio y la regeneración. Tanto el miedo a la infiltración como el acatamiento de las órdenes sin más, son males que provienen de los caldos de cultivo donde, con tantas dificultades, afloraron los partidos españoles: un pasado de miedo y represión, y en algunos casos de malas prácticas aprendidas en casa del padre.
Hay personas que llevan decenios insertos en los aparatos de los partidos. El concepto precisa una refundación desde el prisma de la confianza democrática y de la participación ciudadana, es decir, partidos de las personas más que partidos para las personas. La tradición requiere de una mirada que descorche el tapón de las anquilosadas estructuras y acerque la ciudadanía a una de las formas fundamentales de promoción de la participación en la vida democrática y que contribuye a fraguar sus representantes constitucionales.



El 15M ha cristalizado en diversas iniciativas, y Podemos es la que ha calado, al menos según los resultados de las Elecciones Europeas de hace unos meses. Pueden ser muchas las razones: la oportunidad, el alcance en los medios, el anuncio de su argumentario, la operación madurada desde el poder académico, y también se valoran teorías conspiranoicas, sobre las válvulas de escape que el Poder va colocando de manera estratégica. Hay quien identifica el fenómeno con el castrismo, hay quien con el bolivarianismo, hay muchos que con el populismo, pero tendríamos que preguntarnos ¿qué populismo? Ninguno de estos fenómenos de manifestación del Poder son extrapolables –ni el Frente Popular, ni el Partido Nacionalsocialista, ni la República de los soviets- de manera que se puedan aplicar alegremente de unas a otras sociedades, de una a otra época: la teoría política ha mostrado en el último siglo que cada fenómeno acarrea sus peculiaridades. Por eso los derroteros aún no los conocemos, pues todo está en marcha. Pero sí observamos efectos: incluso en los partidos más alejados en la curva ideológica empiezan a hablar de primarias y otros, ya miran por la contención de los salarios de los cargos públicos.

Según recientes encuestas -tomadlas con pinzas- el perfil del votante de Podemos es lo suficientemente transversal como para que no se ciña en el perfil de estudiante de una universidad madrileña, ni de desharrapados sociales, ni perroflautas, ni anarquistas, ni sencillamente, descontentos e indignados. Cada cual tiene una visión del “podemista”. Cada cual de nosotros tiene algún conocido que nos ha dicho de su cercanía al fenómeno. Algunos quizá provengan de la protohistoria del 15M, arraigada en formas de trabajo que arrancan de movimientos que empezaron a organizarse a principios de este siglo, como modelos de alternativa de participación ciudadana. Otros son rebotados de formaciones donde no pudieron o no les permitieron dedicarse a la cosa pública. Otros, descontentos con las estructuras tradicionales de los partidos. Algunos, iluminados, entregados y doctrinales. También habrá quien sea una persona aburrida y sin otra cosa que hacer. Como en todo grupo humano. Muchos, se sienten fastidiados con el rumbo del sistema, con sus injusticias y sus privilegios.

El retrato robot del “podemista” ha dado tantos bandazos en los medios de comunicación que la cercanía del fenómeno deja los argumentos en suspenso.  Decía Bourdieu que uno se termina rodeando de iguales, que la estructura social en los países occidentales mantenía unos elementos de rigidez. Basta con que cada cual mire a su alrededor y se verá rodeado de personas con niveles de formación académica similares al suyo, de posición económica parecida, de inquietudes culturales semejantes. La estructura social hace que el matrimonio entre los inmediatos descendientes de un notario y un obrero de la construcción sea una excepción. Usted se reúne con iguales, en los bares, en las invitaciones a casa, en las actividades lúdicas. La estructura no es totalmente estanca, por supuesto –ni siquiera lo son las castas hindúes-, pero solamente ciertas estructuras como los centros educativos, los centros de salud o los polideportivos –si son públicos- reúnen diversos segmentos sociales y la estructura se retuerce, se ovilla en la aplicación práctica. Estos centros, cuando son privados, tienden a mantener la separación de la estructura social y vuelve ésta a su posición, como un muelle. El carácter transversal del votante es a lo que han aspirado los partidos políticos, es decir, que sus perfiles no se centren en un segmento de esa estructura social. Y esté usted en el segmento que esté, tendrá algún conocido que habla de Podemos y se muestra como “podemista”. Las encuestas solo han hecho fijar el carácter transversal del votante.

Por eso, la ideología del fenómeno suscita una discusión profunda y se encuentra abierta en canal, sobre la mesa de operaciones de la observación pública. Si en todos los segmentos puede apreciarse, en mayor o menor medida, afinidad con las posturas ideológicas de la mayoría de los partidos políticos al uso, lo mismo sucede con Podemos.
Pero ¿cuál es su ideología? Es un síntoma que Wikipedia discuta desde hace meses –desde la irrupción del fenómeno y la aparición de los primeros representantes públicos tras las Elecciones Europeas- acerca de cuál es la ideología de este partido en formación. Solo conocemos el programa electoral presentado la primavera pasada. Y poco más. Hay declaraciones sueltas de miembros de Podemos, personas que aún no ocupan ningún tipo de cargo orgánico. Pero son declaraciones individuales, no hay una postura institucional. Porque estamos asistiendo en directo a un proceso efervescente de una nueva manera de hacer política, cuyo resultado solo puede ser aventurado, pues nadie tiene constancia de adónde va. De hecho, en esa efervescencia, está abierto a la participación de todos, y por tanto, el proceso de afiliación en el que se encuentra inmerso, determinará y mucho hacia dónde se dirige Podemos.

Primero, debería establecerse un acuerdo en la definición de ideología cuando los medios de comunicación ahondan en identificar la de Podemos. Pero sea cuál sea, es muy probable que termine estableciéndose un concepto de ideología cercano al conjunto de ideas sobre cómo debe desempeñarse la sociedad, un programa político que indique la prioridad de los fines sociales, la asignación del Poder y los métodos para alcanzar tales fines. Podemos está en ello, y se inspira en muchos de los principios que se establecieron a raíz del 15M. Pero insistamos, está en proceso, abierto y participativo. Y hasta que esa “ideología” no quede fijada en un argumentario político del partido, todo serán conjeturas.



Pero podemos conjeturar que estos principios se sustentarán sobre la revisión del desempeño de los cargos políticos sitiados por la desconfianza ciudadana (absentismo de los cargos electos, supresión de privilegios y aforamientos, equiparación de salarios, aumento en la sanción de los delitos de corrupción, reducción de cargos libremente designados); las políticas de desempleo y vivienda golpeadas por la crisis económica (políticas dirigidas hacia la reducción de la jornada laboral, la reducción de la edad de jubilación, revisión de la política y legislación de despidos y de los conceptos de flexibilidad laboral, establecimiento de subsidios mínimos, rentas básicas, fomento del alquiler, política sobre desahucios y viviendas vacías, dación en pago…);  la defensa de los servicios públicos (control de los gastos de la Administración conforme a nuevos modelos de prioridad, la gratuidad y calidad de los servicios públicos educativos y sanitarios, ley de dependencia, reducción de los gastos militares…); el control de las entidades bancarias, las grandes fortunas y las grandes empresas cuando entran en contacto con el dinero público (en cuanto se refiere a los rescates, los paraísos fiscales, mayor progresividad de los impuestos, la especulación, las SICAV, la tasa Tobin); y lo referente a las libertades ciudadanas (la representatividad del sistema electoral, la independencia del poder judicial, la democracia interna de los partidos).

Grosso modo, un programa que se identificará mucho más con la socialdemocracia –que ha dejado un vacío en la representación pública- más que con cualquier otra ideología política, dada la tendencia hacia el mantenimiento y viabilidad del Estado del Bienestar y la Justicia Social. Si bien, quedará en el aire su entronque en el sistema capitalista de gastos e ingresos, donde todo se vende y todo se compra, y se resume a una cuenta de resultados. Ahí estará la clave de la credibilidad del proyecto político.

El sistema adoptado de decisión orgánica se encuentra en constitución, buscando una viabilidad que entronca con los procesos asamblearios, pero se tiñe con la irrupción en nuestras vidas de las redes sociales. En todo lugar hay riesgo. Las asambleas pueden ser rígidas y tediosas, impermeables, dogmáticas. Pueden optar por el mandato imperativo que lleva al callejón sin salida de la negociación imposible. Los Círculos, que es la base de funcionamiento, se organizan territorial y sectorialmente, pero ¿es esa la base apropiada para una sociedad interrelacionada y que busca romper los muros que estancan unos grupos de otros, que anda tras la glocalidad? ¿Es la herencia sindicalista del sectorialismo una aplicación actualizada para sectores sociales que se agrupan por tendencias demográficas, de desclase social, de inquietudes y anquilosamientos culturales? El movimiento se demuestra andando.

Sea cual sea el sistema de decisión que se tome, en los principios que cimentan los conceptos ideológicos esbozados se percibe en unos una impresión de la vaga y deseable noción de sentido común (pero ¿no es la dación en pago algo “de sentido común”?), en otros la Declaración Universal de Derechos Humanos, y muchos se encuentran ya –sin que nos debamos sorprender- en la Constitución de 1978, si bien su desarrollo legislativo ha tomado en determinados casos un aspecto fantasmal. Pero, en su mayoría giran en torno a dos aspectos principales: el equilibrio igualdad-libertad y llamar la atención sobre algo que la sociedad empieza a vislumbrar con temor: el ahondamiento de la brecha social.



La prevención frente al stalinismo, el castrismo, el chavismo y otros “ismos” se enfoca en las sombras y las luces. Depende de cómo se mueva el foco se percibe mayor o menor temor a uno u otro derrotero. La implicación ciudadana en la política siempre debe ser consciente de los peligros a los que conducen las ideologías totalitarias: el equilibrio entre igualdad y libertad en las sociedades modernas tiene mucha paleta de grises. Y es una importante lección histórica cómo la democracia no casa con las limitaciones de las libertades públicas, así como viene siendo otra cómo las libertades individuales no deben interferir en un reparto igualitario y equilibrado de la riqueza. El binomio libertad-igualdad, con la aplicación de la variable seguridad, no debe quedar en una bipolaridad sistémica que sí conduce inevitablemente al populismo: populismo en el sentido de tomar medidas contrarias al estado democrático para defender la hegemonía política de unos pocos.


Pero pareciese que una parte de la sociedad está marcando un camino, señala unas líneas rojas que considera que ni el Estado ni la Sociedad deben traspasar. Esas líneas están abocetadas en la Constitución y en la Declaración de Derechos Humanos. Hay por supuesto aspectos constitucionales que serían revisables desde el acuerdo pues las sociedades avanzan sobre las constituciones, no deben quedar aferradas a sus pesos muertos. Hay que atender a los desvíos tomados en el desarrollo legal de aquellos asuntos que en el marco constitucional, a veces demasiado laxo, han derivado hacia una pesada cadena que tira para detrás más que hacia una sincronía que mira el ahora. Y como paisaje de fondo el deambular de una agarrotada manifestación de la política, alejada de la ciudadanía, vetada, sustraída por acuerdos tácitos político-financieros. Marcar las líneas rojas del sistema es una solución de excepción es una situación excepcional, cuando la regeneración y la higiene democrática se hacen imprescindibles.

Alfonso Salazar