Hace tiempo que se ensaya el sistema de transmitir el sonido por medio del teléfono: nuestros lectores saben que en la exposición de Filadelfia el Dr. Bell trasmitía a corta distancia despachos hablados en un aparato de su invención: recientemente ha hecho una prueba feliz limón extensión de 143 millas y Gray y otros físicos ensayan diversos sistemas para perfeccionarlo. Como el problema está resuelto en principio, contando con las aplicaciones y mejoras podemos ya imaginarnos lo que será dentro de algún tiempo una estación central de telégrafos, sobre poco más o menos, cuando los sonidos lleguen en todo su vigor por medio del teléfono.
En vez de martilleo monótono pero soportable, que hoy producen los aparatos que funcionan, entonces el extremo de cada cable será una boca abierta y habladora, voceando sin cesar; o un caño de armonía manando siempre óperas, conciertos y playeras; o la boca de un cañón que ensordece a quien acerca sus oídos; y ni la Bolsa, ni los mercados y la plaza de los toros en día de función, ni las sesiones más tumultuosas pueden dar idea del estruendo de aquella torre de Babel, donde se oirán a la vez discursos políticos, conversaciones particulares, arias cantadas por la Patti, los cañonazos de Oriente, el ruido de las cataratas del Niágara, los silbidos de un drama y la campana de Toledo. No habrá ausencia para los amantes porque podrán pelar la pava a través del Atlántico; se darán serenatas internacionales y el cazador que pierda un perro le silbará por todos los ámbitos del mundo. Los abonados a un teatro oirán la función desde la cama: ni la distancia impedirá que nos recite sus versos un poeta, ni evitará las reyertas conyugales. Los gobiernos introducirán alambres en todas las paredes, y los ministros harán gran consumo de algodón para los oídos. En aquel mundo estrepitoso hasta se oirá crecer la hierba y sólo podrán dormir los sordos.
La ilustración Española y Americano (22 de abril de 1877)
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