viernes, 20 de junio de 2008

NUEVOS Y ANTIGUOS FRANKENSTEINS

William Godwin (1756-1836), hijo de calvinistas, consideraba a Dios como un tirano al que había que destronar. Sin embargo, fue aquella educación rígida y feroz la que le empujó hacia la idea de la Revolución y el fervor reformista, escandalizado ante la cruenta compraventa de los votos o la imposición del Terror. A pesar de su reivindicación de la virtud como camino de felicidad, en su país fue considerado un terrorista de la peor especie. Creyente en la bondad de la naturaleza humana, para Godwin, la simple existencia de la justicia conllevaba la determinación de la dicha social y por consiguiente la felicidad: para él, el hombre nació libre de toda idea innata, siguiendo a Hume, y su mente puede ser influenciada y sugestionada hacia el Bien. “Toda corrupción es el error y la ignorancia puestas en práctica”, dice. Pero no sólo la enfermedad moral es curable por la Razón, hasta los defectos físicos, se propone Godwin, serían en un futuro desterrados, tanto la enfermedad como quizá la muerte mediante el ejercicio de la razón y el esfuerzo mental. Estamos ante un pionero del anarquismo, un visionario de los progresos científicos, aquel que navega el lado oculto de la Razón, llegando hasta el extremo norte de los recónditos sentidos del esoterismo y el oscurantismo.
El Estado, para Godwin es quien ejerce la presión sobre los individuos y lo convierte en un ser ignorante. “Látigos, hachas, patíbulos, mazmorras, cadenas y suplicios son los métodos prescritos y en uso para persuadir a los hombres a la obediencia e imprimir en sus mentes las lecciones de la Razón”. Su proyecto de Sociedad abole la Propiedad, el Estado, el sincronismo de los horarios y los relojes, la institución familiar, el sexo e incluso el Arte de la Música y el Teatro, porque “los intérpretes repiten notas y palabras que no son suyas”. La familia, errada en su doble base -propiedad y subordinación de las personalidades-, es desterrada. En la infancia, sus propuestas de métodos educativos superan en mucho los métodos del siglo XX. Pero insinúa la idea de que la procreación, la educación y la crianza terminarán por resultar innecesarias: la Razón tiene acceso también a los secretos de la inmortalidad física y la eterna juventud.
Godwin, a pesar de sus ruidosos ataques contra la institución del matrimonio, se casó con Mary Wollstonecrafft, pionera feminista y reformista, defensora de los derechos humanos. De tal matrimonio nacería María, la futura Mary Shelley. Percy, el esposo poeta de Mary sería uno de los primeros discípulos de William Godwin y la hija de su segunda mujer, Clara, fue quien persiguió a Byron hasta conseguir quedar embarazada de quien sería Allegra, la hija del poeta-soldado.
Aquella noche mágica de Villa Diodati a orillas de un lago suizo, cuando Byron propuso jugar a la literatura y contar una terrible historia de fantasmas, dos criaturas nacieron para la historia colectiva: El vampiro de Polidori, antecedente directo de la fisonomía y carácter del Conde Drácula y Frankenstein de Mary Shelley.
Quizá las enseñanzas paternas influyeron en Mary de forma contundente y marcaron su personaje. Frankenstein -llamado el Monstruo- se levanta contra su creador, que no es otro que el Doctor Frankenstein, hombre que ha derrocado al Dios tirano y asume el poder de dar la vida. No olvidemos que el doctor es un joven hombre de ciencia, racionalista del XIX, cercana la llegada del positivismo. Pero al igual que en la filosofía del padre de la autora, la novela se mueve por los lados oscuros de lo aún no descubierto, entre la suposición y la creencia. El Monstruo es el hombre creación humana, el nuevo Prometeo como indica su subtítulo, un hombre marcado por la mente moldeada en un criminal. Pero Godwin planteaba que no existe delito sin motivo ni acción que no pueda en sus objetivos, ser explicada y discutida. La reacción del doctor Frankenstein mantiene diferencias, pretende crear su hombre sobre el despojo social del crimen, lo reeduca, trabaja sobre sus sentimientos -inalterables a pesar del comportamiento antisocial del Monstruo- y lo presenta en sociedad totalmente cambiado: han triunfado la creación y la re-creación. El posterior desdén de la sociedad marcará al Monstruo, que se somete a los más crueles crímenes. He asesinado a seres encantadores e indefensos, he estrangulado a inocentes criaturas mientras dormían, y he apretado la garganta de quien no me había hecho daño a mí ni a ser humano alguno. He arrastrado a mi creador a la desdicha; le he perseguido hasta esta ruina irremediable. La huida del Monstruo perseguido por el creador tras el asesinato de su vástago es la metáfora final de la naturaleza manoseada y vengativa. No había llegado el momento del hombre creación humana, o bien las fuerzas sociales, impertérritas, terminan por condenar.

¿Sueñan los androides con ovejas electricas? es una fábula tecnológica de Philip K. Dick donde se marca el impreciso límite entre lo natural y lo artificial. En un mundo devastado por la guerra, colmado de restos tecnológicos y edificios de apartamentos vacíos, Rick Deckard es un cazador-policía mercenario cuya empresa consiste en retirar de la circulación a androides rebeldes. Pero los Nexus 6 son androides con características especiales, casi humanos. En esta novela se basó Ridley Scott para su película Blade Runner. El aspecto de ensueño de la novela se traduce en crudeza en la película. Los Nexus tienen una mayor presencia, no aparecen los pequeños ordenadores que infunden desde la mesita de noche los estados de ánimo a los humanos mediante una adecuada programación, no contamos con la vergüenza que siente Rickard de no tener en su casa un animal de verdad -casi todos están en vías de extinción, y por ejemplo, tener un sapo en casa es demostración de poderío, suerte y buenos sentimientos-. No conocemos la depresión que sufre la esposa de Deckard, arrinconada en la cama y sin animal original que mostrar a las amistades. No vimos al poli observando San Francisco desde la inmensidad y pensando en aquellos que abandonaron las ciudades para intentar ser felices en los campos sin vigilancia.
Los Nexus en Blade Runner son irremediablemente los nuevos frankensteins, humanos, demasiado humanos. El planteamiento de Mary Shelley no podía alumbrar las nuevas dificultades que modela Scott. A sus frankensteins se les ha creado una vida pasada, ficticia a base de fotografías falsas y recuerdos insertos en su memoria. Los Nexus saben que tienen fecha de caducidad como aquel sevillano de la novela de Sender que vio la fecha de su muerte cuando descendió a un pozo. Pero los Nexus no se resisten a la realidad de la muerte y se rebelan contra el creador. Este tremendo nexo de la creación humana se vislumbra en los avances genéticos, en las técnicas de la informática avanzada y el trasplante. El Frankenstein de Mary Shelley era la creación ante la naturaleza humana impía que no busca rehabilitar. Los Nexus tienen pensamiento y sentimiento propio. Pero tienen cara a cara a su creador, y quieren vengarse de él: y éste envía al arcángel sangabrieldeckard para que elimine al que sale de la norma. De nuevo el hombre creación humana se ha levantado contra la mano extraña que embadurna la naturaleza. La creación intenta derrocar al creador. De nuevo el tirano es sitiado. Y el rebelde sometido a látigos, hachas, patíbulos, mazmorras, cadenas y suplicios. Y de aquí a Godwin, hay un solo paso

jueves, 12 de junio de 2008

DETECTIVES EN LA GUANTERA 05: ERAST FANDORIN




Grigori Shálvovich Chjartishvíli (1956) es un autor georgiano, asentado en Moscú, conocido por el seudónimo de Boris Akunin. El curioso seudónimo, le proviene (dicen) de su significado en japonés, que viene a ser algo como “bandido noble” o “chico malo” (hay versiones). Akunin, como su personaje más destacado, tiende un puente entre Japón y Rusia, países entrelazados por la historia, alianza fraguada en la cultura oriental que Euro-América siempre mira con precaución. No en vano, Akunin es traductor de Mishima. Sin embargo, si escribimos su nombre con sigla leeremos “B. Akunin”, que suena indefectiblemente al revolucionario ruso. Mijail Alexándrovich Bakunin, el aristócrata anarquista, el mismo que pensó en que era posible transformar Rusia (¡qué digo Rusia!, ¡y el mundo!) a través de la acción directa y la utopía del anarquismo colectivo. El ideólogo ácrata murió en el año 1876, y ese mismo y exacto año es el que Boris Akunin toma para el inicio de una múltiple serie, a caballo entre la ficción con escenario histórico y la novela negra, protagonizada por Erast Petrovich Fandorin.Fandorin es una mezcla de James Bond y Miguel Strogoff. Sus novelas, ricas en estilo y género, van desde la conspiración terrorista internacional, con secretas organizaciones empeñadas en transformar el mundo a través del progreso de la ciencia –estamos en la eclosión del positivismo-, hasta el espionaje en el frente de guerra ruso-turco en los Balcanes, la intriga en el mejor estilo de Ágatha Christie o Conan Doyle a bordo de un lujoso transatlántico –falta el asesino mayordomo- o se ve inmerso en los cimientos de la guerra civil rusa, el asesinato político y la larga mano del zar. Boris Akunin tiene la virtud de tomar herencias de los grandes narradores del diecinueve, y su estilo, sus pretensiones, sus citas, homenajean ese legado. Absolutamente absorbente, las andanzas de Erast Fandorin constituyen una serie formal que se inicia con el primer trabajo de un jovenzuelo en la policía moscovita, que emprende, gracias a su genio y su intuición una escalada en la pirámide social rusa que le conduce en poco menos de trescientas páginas –las que tiene El ángel caído, la primera novela de la serie- a emparentar con la alta burguesía rusa y a fichar por el Ministerio de Exteriores como diplomático. Aunque el enlace le traerá tal dolor que le dejará la tartamudez y las patillas canosas.

Lamentablemente, Salamandra, la editorial que publicó sus primeras cuatro novelas ha olvidado traducir las ocho siguientes. Doce novelas (si es que lo han traducido bien del ruso en internet) forman la serie de Erast Fandorin. Pero a pesar de que no podamos contar con uno de los mayores fenómenos de la literatura rusa de manera íntegra, las cuatro novelas publicadas en España anuncian una versatilidad inaudita. Akunin trabaja desde la diversidad y con la vista fija en la novela de la época sobre la que escribe: se divierte con la herramienta formal –introduce tipos de letra que identifican a los diversos personajes-, distintos puntos de vista para narrar la misma acción (como una novela dos veces escrita, pero apasionante), presta atención a los avances e inventos de la época (como hicieran grandes autores contemporáneos de Fandorin, por ejemplo Stoker) y guarda cierto resabio a los imprescindibles clásicos rusos (Tolstoi, Dostoievski como trasfondo).También hay ciertos aromas a Verne, a los grandes autores de aventuras como Salgari o Ridder Haggard, pero sin junglas ni tesoros escondidos. La segunda novela de la serie, Gambito turco, se desarrolla en el escenario de la guerra de los Balcanes. Novela con espías y húsares. En Muerte en el Leviatán, homenajea a la novela británica con un remedo francés de Poirot como antagonista. Y en Conspiración en Moscú, un asesino a sueldo termina con la esperanza política rusa. Un asesinato político. ¿Les suena eso a Rusia? En esta última entrega, Fandorin, retornado de una larga estancia diplomática en Japón, vuelve acompañado de Masa, un nipón silencioso y experto –cómo no- en jiu-jitsu, que sólo puede tener el rostro de Bruce Lee. De nuevo el puente oriental, la cara más asiática de Rusia.Las aventuras de Erast Fandorin, que arrasan en su país, han sido llevadas a la televisión, y el mismísimo Paul Verhoeven lleva desde hace años diciendo que llevará al cine Azazel, la primera de la serie, bajo el título The Winter Queen. La cosa parece que va para largo: tanto como la espera para tener en los estantes de las librerías el resto de las aventuras del diplomático ruso.Fandorin es esencialmente folletín muy bien escrito. La cercenación de su serie, incompleta en nuestro idioma (insisto), no nos permite saber si las otras sagas escritas por Boris Akunin (la monja ortodoxa Pelagia, sugerente idea, y Nicolás Fandorin, un descendiente de nuestro héroe) mantienen ese mismo buen sabor añejo, esa mezcla equilibrada de aventura e intriga. ¿Lo adivinan?: tampoco están traducidas. La serie de Fandorin es una concreta evolución del protagonista desde la bisoñez hacia la madurez y el conocimiento. Tal y como mandan los cánones de la buena narrativa popular está arropado por excelentes secundarios como el mujeriego general Soboliev, el pendenciero conde Zurov, el enigmático efendi Anwar, Grushin el comisario (casi un padre para él), la valiente Varia Andreevna y, sobre todo, su añorada Lizanka. Y como podemos esperar de Rusia, una riada de colores y sabores que los europeos occidentales ni acertamos a sospechar. Una ventana de aire fresco abierta a los Urales. Como el correo del Zar.
La serie de Erast Fandorin publicada en castellano:
El ángel caído, Salamandra, 2002 y Quinteto, 2004
Gambito turco, Salamandra, 2002 y Quinteto, 2005
Muerte en el Leviatán, Salamandra, 2002
Conspiración en Moscú, Salamandra, 2002

Junio 2008, Alfonso Salazar

miércoles, 11 de junio de 2008

UN FRANCO, 14 PESETAS

La semana pasada tuve la suerte de echar un rato de charla en una taberna con Carlos Iglesias. Participamos juntos en una mesa redonda sobre E(I)nmigración y tuvimos el gusto de ver su película: Un franco, catorce pesetas. Carlos Iglesias, que tantos identifican únicamente con aquel Benito de Manos a la obra, “el introductor del gotelé en este país”, tiene poco que ver con aquel personaje: la simpatía e inevitablemente la voz. Se redimió de aquel papel que le dio la fama y la manduca con un estupendo Sancho Panza en El Quijote de Gutiérrez Aragón. Es un hombre sencillo, humilde y con el cine muy claro. Su película es una tragicomedia en la mejor tradición europea: destila neorrealismo italiano, contundencia española y se ve con avidez. Habla de cosas importantes con tremenda sencillez. Promete una nueva obra con los niños de la guerra, aquellos que se fueron a Rusia, como tema. Será un placer.

martes, 10 de junio de 2008

EL AÑO DE HOPPER, 1: ENERO, UNA CHARLA NOCTURNA (CONFERENCE AT NIGHT, 1949)





Hay ciertas propiedades que únicamente tiene el invierno: un temblor repentino, una aguja en los huesos, pero estos desarreglos intestinales que sólo encuentran soluciones en otras formas de la soledad pertenecen a todas las estaciones. La sensación se fraguó en la ginebra, veinte horas antes, de madrugada y en el despacho. Son estas las noches donde no admiten las vísceras insistir en las experiencias. Una huelga de brazos caídos, desprendidos todos los miembros. Pero trae el invierno la propiedad más tremenda: un círculo alrededor se hace más grande. Como si el frío endureciese, o quizá la ropa de abrigo interioriza la cercanía y los demás están más alejados. Al fin y al cabo también hibernan las cosas y todo se resuelve cuando un cuerpo se acerca. Con el círculo endurecido, el deseo de la liberación intestinal, con la nocturnidad de los pasos en los pasillos de las aulas: los ojos no se cruzan, no encuentran nadie en la facultad. En la habitación del fondo esperan el profesor y la mujer rubia. Habrá un ventanal proyectando luz en el interior. El conserje olvidó el recambio de las lámparas fundidas en este aulario, olvidó ese poder contra la noche, la sucesión interminable de las cosas, el redescubrimiento del fuego. Las maderas proclaman olor de tiempo, resabio de barricas que niega la bilis, o la afición a retomar los lápices de colores y las virutas del sacapuntas. Están hablando antes de mi llegada. Quisiera decirles este círculo más ancho, qué está tanto más alejado, aquel lápiz que prefería en la infancia, dónde está el retrete por favor, posponer la conversación hasta la mañana siguiente, cuando fumar ya no provoca dolor de cabeza, o cáncer, enfermedades cardiovasculares, complicaciones con la anestesia en una operación urgente. Y la queja del cirujano, echando en cara los años que se multiplican en cigarrillos, en ese consumo del aburrimiento. - Les ruego la máxima brevedad posible, me esperan en otro lugar -yo miento sin quitarme el sombrero. El profesor gesticula, pretende mayores importancias, desconoce que hay muertos sin sentido, que acudo por inercia a las llamadas en el contestador, que ni siquiera tengo intención de tomar asiento, ni dejar el abrigo para desnudar más aún el círculo duro que me impide llegar hasta ellos. - La situación es complicada -el profesor mueve las manos sentado sobre la mesa y prefiero las ranuras del pupitre, la genealogía de la creación: qué alumno aburrido, qué explicación soporífera, qué tribulación llevó el estilete a la madera. - Comprenda nuestra urgencia, señor Hopper -la mujer rubia habla, enciendo un cigarro, cruzo su escote, me pierdo en un canal-. Nos dirá que es preferible acudir a la policía. Lo hemos hecho. Pensamos que es lo mejor. Yo lo afirmo: y piensan ustedes bien, pero en virtud de mis intestinos y mi dolor de cabeza. Me callo los dolores y propongo que ellos son los más adecuados para decidir. Pienso huir, pero hago acopio de mi profesionalidad. No puedo prometer nada, digo, encontrar las causas de un muerto no es fácil. No puedo prometerles nada, repito. Quizá no entenderían la influencia del invierno, todas las propiedades afectivas del frío, porque les parecería absurdo, una incoherencia el muerto desnudo en los servicios y la relación de la temperatura en la calle. Lo encontraron esta mañana, explica el profesor. Estaba desnudo desde la cintura y con la violencia en el cuello. - ¿Cómo han explicado la muerte del muerto? El forense hizo el acta de defunción. Miraría los dedos marcados, los morados de la vena obturada con tanta fuerza humana, calcularía el tremendo apretón, la rotura de la tráquea en los oídos del asesino y quedaría todo sobre su firma. - Hubo de ser alguien de aquí, no había nadie en el edificio. El portero no vio nada extraño, sólo afirma que el contable entró y salió. Pero no es de fiar -tampoco el profesor parece de fiar con negaciones dobles en las manos- Todo es muy violento, puede haber escándalo, aunque no tuviese familia. Él no tenía familia. Mientras la mujer rubia miente, a mí me parece que he olvidado todo. Que por un momento he olvidado todo y se presentan como fogonazos las conversaciones sin sentido que mantengo, las noches perdidas, los casos sin solución, las vidas sin problemas y sin solución. Supe entonces qué tenía que decir. - ¿Qué quieren exactamente de mí? Y supuse: una cabeza en el sentido de la visita, alguien rápido y culpable, una explicación a los dedos en la garganta, todo lo anterior al muerto, los momentos antes, la vida oscura, los años antes. - Nuestra facultad no puede verse mezclada en un asunto así -el profesor deja la mano en el aire- no nos mueve la curiosidad, sino la depuración. Si nuestro contable ha muerto, si nuestro contable ha sido asesinado, queremos saber por qué y por quién. Vinieron entonces las preguntas: con quién andaba el muerto, qué hacía, dónde vivía, quienes son los enemigos -como pregunta de la insistencia-, hora y copia de la defunción. La posibilidad de visitar el depósito y el precio de las horas perdidas. Acepté el caso, llevado por esa inercia, conducido por el malestar del cuerpo y la prisa: funcionamos así mi cuerpo y yo. Todo lo supe por la intérprete rubia, quizá era esa la explicación del absurdo: el profesor gesticulaba solamente y yo no sé el acento de los mudos.

lunes, 9 de junio de 2008

EL AÑO DE HOPPER, 0

Cuando Mariano Maresca, boqueando 1993, me regaló un calendario que reproducía doce cuadros del pintor norteamericano Edward Hopper (1882-1967) me propuso, como juego, escribir un cuento cada mes, basado en cada una de las imágenes. Así me lo propuse y lo hice. Pero no serían doce cuentos sino un sólo cuento, un cuento de intriga, de asesinatos, víctimas de amores inconfesados y traiciones desbrozado en doce escenas. Y lo seguí al pie de la letra. Casi. Cada relato, escrito uno cada mes, era independiente, lo cuál aporta una coral de personajes -un hombre muerto, una secretaria, un detective llamado Hopper y el extraño y escurridizo hermano de la víctima- de narradores que se suceden y a veces se desdibujan en el relato total. Pero faltaba un cuadro que resolviese la intriga. Ése cuadro me deslumbró una noche colocado como tarjeta postal sobre una barra de bar. Era junio y se añadió a los doce del calendario: Nighthawks. Ése no estaba en el calendario.







ENERO

























domingo, 1 de junio de 2008

DETECTIVES EN LA GUANTERA 04: GORDIANO EL SABUESO




Hay más de un detective que mezcla los dos cafés literarios, el negro y el histórico. Así sucede con Philip Kerr y su Bernie Gunther, Boris Akunin y su Erast Fandorin. Y así lo hace, en la época imperial romana, los lascivos años de los Flavios, Lindsey Davis con Marco Didio Falco, el detective por antonomasia del sarcasmo en latín. La autora inglesa ubica en el año 70 dc a Falco. Pero un siglo y pico antes otro romano, con menos apellidos conocidos, Gordiano –llamado el Sabueso-, rastrea los callejones de la Subura y otea el horizonte de la República en putrefacción desde el Aventino.
Steven Taylor, historiador tejano, inició en 1991 la serie Roma sub rosa, el término viene a definir lo furtivo o encubierto, aquello que se dice bajo secreto. Es propio de Gordiano. Desde el año 80 ac, cuando se inician sus andanzas, Gordiano verá retirarse a Sila a su dorado recogimiento, cuando estaba en la cima del poder; conocerá muy de cerca el ascenso irresistible del imberbe Julio Cayo César y cómo aumenta la soberbia de Pompeyo el Magno; presenciará la rebelión de Espartaco, verá multiplicarse la riqueza de Craso y la bravuconería de Marco Antonio; y sobre todo, vigilará la carrera de Marco Tulio Cicerón.

Las obras de este abogado, orador, cónsul e intrigante político romano sirven de base al autor para marcar una vía por donde durante más de cuarenta años se entrelazan la vida política y corrupta de la República dando sus últimos coletazos. Casi todos los libros de la serie (se conocen ocho traducidos al castellano en diversas editoriales y un libro de cuentos) se trazan conforme a alguno de los casos famosos en los que Cicerón se vio envuelto, desde la afamada conjura de Catalina, hasta la defensa de los asesinos del héroe popular Publio Clodio que generó el incendio del Senado. Junto a los avatares históricos en que Gordiano se verá envuelto: presenciando el renombrado cruce del Rubicón de César y la consiguiente derrota de Pompeyo en el sitio de Brindisi en el 49 ac, la estancia del caudillo en Egipto (con el inevitable encuentro con la misteriosa Cleopatra), etcétera, contemplamos la evolución de la peculiar familia del sabueso: Eco, un hijo adoptado sordomudo que recuperará el habla y se convertirá en heredero de su instinto; Metón, nacido esclavo, a quien Gordiano recibe en pago de un trabajillo para Craso cerca de Nápoles y que se convierte en escribiente (y quizá algo más, mucho más) del incipiente adalid Julio César; su esposa Bethesda, comprada en Alejandría por el propio Gordiano hechizado por su belleza sin igual y, luego, manumitida; su hija Diana casada con –otro- esclavo, que esta vez Pompeyo, traspasa al Sabueso; y varios esclavos (Belbo, Rupa, Androcles, Moso) que viven en régimen de plena libertad dentro de su casa para escándalo de sus vecinos.

Pero en el marco fidedigno de la Roma republicana que transita Gordiano, donde intima con los más poderosos de la ciudad, también aparecen unos secundarios –reales como la historia misma- imprescindibles: el puntiagudo y borracho romántico Catulo, la pérfida y hermosa Clodia, la honrada y malvada Calpurnia, el insidioso y apolíneo Marco Celio, el repugnante Milón. Todos ellos, como bien merece la leyenda de Roma, cruzados en relaciones extramaritales, sesiones de baños, consulados, complots, emparentamientos y animadversiones.

Contadas en primera persona, en las novelas de Saylor caminamos con Gordiano por las vías del Lazio, el golfo de Nápoles, las montañas de los Apeninos, los muelles del Tíber, la mítica Alejandría, las hermosas villas de las afueras de Roma, los templos de vestales, y la Galia Cisalpina.

Taylor apoya cada una de sus obras en una concienzuda exposición de la época, los avatares políticos, los textos históricos en que se apoya –de Cicerón, básicamente-, pues como indica el autor “me propongo pintar un fresco de los últimos y revueltos años de la república romana, trazando un arco temporal que va desde la dictadura de Sila (80 ac) hasta el asesinato de César (44 ac) y tal vez después”. Aún le quedan pasos: la última novela publicada (por ILHSA, en Argentina) sucede en el año 48 ac, cuando aún César está prendándose de Cleopatra y el cachorro Octavio está por despertar. Si no fuese por la lamentable publicación que se ha realizado en España (Emecé inició la serie en 1998 y parece ser que se cansó a la quinta entrega) aún nos quedan varias novelas que disfrutar, de esas que nunca sabemos si son novela histórica o novela negra (o sub rosa). No es una discusión de colores, ni de géneros, sino de gustos: hay novela histórica que son una ruina desde su primera página y novela negras que no escriben negro sobre blanco. Gordiano el Sabueso, posiblemente antepasado del chispeante Marco Didio Falco, es mucho más acertado que éste y la pluma de Taylor, aunque divertida, no se entretiene en los chistes ingleses supuestamente dichos en latín de Lindsey Davis –pero esa es otra historia.


Para saber más:
Página personal de Steven Saylor (en inglés)
Biografía y novelas publicadas por Saylor (en inglés)
Negra y criminal
Artículo sobre la Vía Apia romana de Ricardo Vigueras Fernández


Toda la serie ha sido también publicada por Círculo de Lectores
Roman blood (Sangre romana) 1991, Emecé-Salamandra; 2006, Planeta
Arms of Nemesis (El brazo de la justicia) 1992, Emecé-Salamandra; 2006, Planeta
Catilina´s riddle (El enigma de Catilina) 1993, Emecé-Salamandra; 2007, Planeta
The Venus throw (La suerte de Venus) 1995, Emecé-Salamandra; 2007, Planeta
A murder on the Appian Way (Asesinato en la vía Apia) 1996, Emecé-Salamandra; 2007, Planeta
Rubicon (Cruzar el Rubicón) 2006, Salamandra.
Last seen in Massilia (El cerco de Massilia) 2008, sólo en Círculo de Lectores
A mist of prophecies (La adivina de Roma) 2007, Swing
The judgement of Caesar (El veredicto del césar) 2006, El Ateneo, ILHSA, Argentina
The triumph of Caesar (no publicado en castellano)

Narraciones cortas de Gordiano, el Sabueso
The house of the vestals: the investigations of Gordianus the Finder (La casa de las vestales) 1997, Emecé-Salamandra; 2007, Planeta
A Gladiator Dies Only Once (La muerte llega a Roma) 2006, El Ateneo, ILHSA, Argentina

PRÓXIMA ENTREGA: KURT WALLANDER