jueves, 3 de julio de 2008

EL AÑO DE HOPPER, 2: FEBRERO, CARRETERA SEXTA (ROUTE SIX, 1941)




Nunca recorriste la carretera sexta como aquella mañana. Mantuviste entonces la reflexión posible acerca de los postes de la luz, el teléfono y la perspectiva. Cómo un huerto se viste de febrero y se inicia un cultivo profundo, un cuidado certero de los detalles en las rosaledas -dentro de unos meses, las rosas un estallido, diversos colores, recuérdame amor en primavera, cantas- toda la reflexión inútil sobre esos detalles de la mañana y los alrededores. Fue como siempre el paseo previo a la tostada y el café, el zumo de naranjas y la ducha. Tan temprano, habitualmente la casa sola blanqueada, el garaje trasero, ni un automóvil circulando. Aquí surge la reflexión en los postes, qué serías sin teléfono. Cómo se acercaría por sorpresa el amor, una noche los faros en el cambio de rasante, o en la curva más alejada, cuando tú desde la ventana superior intentas aclarar oscuros libros, encontrar un sentido en los números anotados entrelíneas, con el cuidado que se maneja el sexo. Sin teléfono el amor sería más impaciente. Casi apuñalando por la espalda te cegarían los faros en ese lance de la sorpresa, conocería tu memoria el ruido del motor. Conocerá tu intuición el momento previo, los brazos que vienen, los labios que se acercan, este abrazo esta noche, este domingo de la tarde sola. A mediodía cortas la cebolla sobre la mesa, aliñas la verdura, se asa lento el pescado, analizas la vitamina (o la falta de vitamina en la sangre), el peligro navegando en la sangre, secretos inconfesables, sangre común. Directas al corazón las vitaminas para mantenerlo fuerte, para susurrarle continuo no pares, no pares, tú eres mi vida, te prefiero a él, yo no sería sin ti mi corazón, yo no sería. Cantas otra vez. Has vuelto la tarde de domingo al paseo, con la tierra algo empapada, un olor lejano de humo verdoso, del humo húmedo de febrero, de las pisadas en el barro, las ropas cubiertas de moho, cuero, pura lana virgen, tonos marrones austeros aunque la mañana fuese luminosa. Tiemblas ante los pasos del cazador, de un guarda más allá de la carretera sexta –en los cotos vecinos perdigones ascienden al cielo, penetran los matorrales– y piensas quizá el amor esta tarde, cuando te decides entre la chimenea y el café, si posiblemente una copa de brandy y volver al tabaco por esta vez, la música apropiada para esperar los faros de ese coche, los brazos que se llegan, y en su cara traerá el frío del invierno, pasa y caliéntate, te sienta tan bien la barba a medioafeitar, tan dejado en el fin de semana, antes del lunes, cuando nos conozcan las corbatas en el trabajo, los trajes grises, los abrigos de tres cuartos, el olor de la colonia por encima de este profundo olor de la madera que se quema entre tú y yo y ahora. Sentaos en la alfombra, lejos de la mirada imperdonable y cerca del fuego. Desnúdate hermano y pon las manos en su cuello, besa las heridas que siembran su cabeza y su frente. Todo lo haces por la mañana para esperarme de noche, para consumirnos en la alfombra y recordar que fueron nuestros cuerpos jóvenes. Tremendos y jóvenes los músculos y este amor que llega más allá del otro lado.

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