viernes, 21 de febrero de 2020

Un poema prestado


CREDO, de Juan Carlos Aragón

Creo en ti,
¡oh, todopoderoso Carnaval de Cádiz!
creador del cielo inmenso de los pobres
y creador de la tierra como calle.
Creo en el Tío de la Tiza, su hijo primero,
y en todos sus hijos, los otros, los chirigoteros,
que los concibieron por la obra y la gracia del divino espíritu
que el pueblo necesita,
el pueblo que aquí nació, de la virgen Tacita.

Creo en ti,
¡oh, todopoderoso Carnaval gaditano!
Que padeció el poder bajo tantos tiranos
hasta ser crucificado, muerto y sepultado.
Que desde lo profundo de los infiernos
resucitó al tercer siglo de entre los muertos
y ascendió a la Cruz Verde y allí está sentado a la izquierda del Falla.
A donde vive su reino para que la gente viva feliz
aunque no tenga gobierno.

Creo en el espíritu libre y santo,
en la iglesia de los compases celestiales,
en la comunión de la gente cantando,
en el perdón de los pecados inmorales.
En la resurrección de las caras pintadas de blanco
y creo en la vida eterna de los carnavales,
y creo en la vida eterna de los carnavales.

Juan Carlos Aragón (1967-2019)

LA MITAD IGNORADA

Madréporas
 Silvia Mistral
Ramón Gaya (Ilustrador); Mónica Jato (Prologuista)
Cuadernos del vigía, Madrid-Granada, 2020

Las olvidadas
Carlota O´Neill
Dioni Mora Macías (Ilustrador); Rocío González Naranjo (Prologuista)
Cuadernos del vigía, Madrid-Granada, 2020




Leer en Los Diablos Azules

La editorial Cuadernos del Vigía, en los últimos años, ha tomado el interesante rumbo de la recuperación de textos que se perdieron tras la derrota de la República. Al trabajo desarrollado en la reivindicación de la figura de Max Aub (con la reedición de sus ‘campos’ esa memoria de un hombre y de un país) se suma ahora la edición de ‘La mitad ignorada’, una colección de textos dirigida por Jairo García Jaramillo, que bucea y recupera textos de las autoras de la República y el exilio. Carmen de Burgos, Concha Méndez, Elisabeth Mulder y Carmen Conde han sido los primeros nombres elegidos para encabezar esta colección que está llamada a darnos grandes descubrimientos, gratos reencuentros y esperadas reconciliaciones con autoras olvidadas.


Las últimas autoras en añadirse a la lista son Carlota O´Neill y Silvia Mistral. La primera fue hija del diplomático Enrique O´Neill mexicano y la escritora Regina de Lamo. De Carlota, que fue confinada en la prisión del Fuerte de Victoria Grande de Melilla, tras la ejecución de su marido en julio de 1936 -el ingeniero y aviador republicano Virgilio Leret-, se publica el relato ‘Las olvidadas’. El relato fue escrito en aquel presidio militar del que fue liberada al final de la guerra tras sufrir diversos consejos de guerra. Tras su puesta en libertad tuvo que luchar por la custodia de sus hijas y vivió escribiendo bajo los seudónimos de Laura de Noves y Carlota Lionell. Es imprescindible no olvidar el empuje sindicalista y feminista de O´Neill, cómo promovió el teatro proletario durante la República, para no caer en la acusación simplista de colaboracionista del franquismo, cuando realmente escribió folletines y otros textos para sobrevivir y poder, finalmente, exiliarse a México y Venezuela. Quienes la acusan, no habrán leído ‘Una mujer en la guerra de España’, sin duda. O´Neill pertenece a una familia donde hay que destacar a Rosario Acuña, Regina Flavio y Lidia Falcón, pioneras del feminismo. 

‘Las olvidadas’ es un relato que refleja la vida en prisión, tal y como le sucede a la autora, donde convive con prostitutas y cabareteras, denunciadas por los propios militares que poco antes las visitaban en los antros donde eran explotadas. Allí narra la historia de la Oliva, modelo de Romero de Torres, y de su amiga Carmen, una historia cargada de amor, celos y pasiones que, quizá por esa razón, pudo sacar el cuaderno donde fue escrito, indemne, de la cárcel. Aunque el desenlace escabroso del relato hace dudar que, siquiera, leyeran el cuaderno los censores de la prisión. El relato cobra interés por su procedencia, lo que bien explica Rocío González Naranjo en el prefacio -cuando nos narra el descubrimiento de este texto escrito durante el cautiverio en el legado de la autora, diligentemente guardado por la familia Leret O´Neill-, pero también por su singularidad: hay un lenguaje alambicado en la narradora, jalonado de palabras imposibles o muy desconocidas, palabras técnicas aplicadas en situaciones cotidianas, que bien pudieran tener su razón en, como dicen los editores, una suerte de ejercicio léxico de la autora ‘para su cansado cerebro’. Pero este lenguaje, inaccesible a veces, contrasta con el llano de las protagonistas, con acento cordobés, sevillano, y reproducido tal cual. La fidelidad de la autora al lenguaje muy andaluz y el contraste con el lenguaje exclusivo hacen pensar en un modo de muletazo a la censura. No ha debido ser una edición fácil recuperar el texto, se percibe en el mismo cierta premura de la autora, pero estas pequeñas fallas dan al texto aún mayor vivacidad, como si fuese la transcripción de aquel cuaderno. Como si presenciásemos la escritura (y la toma de notas de sus conversaciones con las compañeras presas) en directo, en un banco del presidio. Así recuerda Carlota en sus memorias cómo escribía en prisión: ‘colocaba sobre las rodillas una caja de madera donde guardaba los peines y encima las cuartillas en el suelo, el tintero; brazos y codos al aire…’. 

De la segunda, Silvia Mistral, se publica una pequeña joya: ‘Madrépora’. Hay poquísimas muestras de literatura que aúnen maternidad y exilio. La vida de Silvia Mistral es una vida que va y viene por el Atlántico. Nacida en 1914 en La Habana, de padres españoles, emigró a la península y luego volvió a la isla caribeña, para, otra vez, volver de nuevo a España con su familia, impelida por la esperanza puesta en la España que nacía el 14 de abril de 1931. Aquella repatriación trajo de vuelta a casi 1000 españoles –‘sobrevivientes de la crisis económica norteamericana iniciada en 1929, del desempleo, la lucha contra el terror machadista’- que terminarían en su mayoría en las cunetas y las trincheras, o como Mistral, de vuelta al Caribe en el viaje del exilio vía Francia y México, acompañada del anarquista Ricardo Mestre. Cuando Silvia Mistral emprende el viaje del exilio está embarazada, y ‘Madrépora’ son las reflexiones y emociones transcritas de aquel viaje por la vida, que conducirá al nacimiento, ya en México, de su hija. Es un texto escrito para la recién llegada a la vida, pero donde se entrelazan la vivencia de la maternidad, la experiencia hermosa, con la prueba desgarradora del exilio. Mónica Jato lo explica acertadamente en el prólogo, donde expone la división en partes del texto, en un orden cronológico que conduce desde el embarazo al nacimiento, pero –y a la vez- ese viaje del pasado al presente, y de España a México, país de acogida y definitivamente, país de la familia Mestre-Mistral y de su hija, una madrépora que echa raíces en tierra nueva.

La maternidad es una experiencia única, irrepetible, pues cada embarazo y cada parto tienen una historia propia, la del ser humano que está llegando, la del ser humano que le da la vida y el viaje que inician desde ese preciso momento en que el cuerpo se abomba. Esa experiencia brillante en las palabras de Silvia Mistral no es solo una experiencia física –que también- sino que afina de tal manera el adjetivo y la metáfora que la convierte en una implosiva experiencia sentimental e histórica. El parto, que es la misma vida, se hace metáfora de la vida. Silvia Mistral habla de la vida que hay que vivir, de la vida que se muestra hacia delante: una vida futura que debe reconciliar con las ganas de vivir, el deseo y la esperanza de la superviviente agradecida, consciente y al fin libre.

Alfonso Salazar

lunes, 17 de febrero de 2020

2031

La Voz de Granada, 17 de febrero 2020

El Centro Federico García Lorca sufre carencia de personal y la respuesta de las instituciones que forman su consorcio es la rebaja de su presupuesto. La Orquesta Ciudad de Granada tira de la pesada bola de su deuda y entra en el peligroso bucle donde se pregunta sobre su utilidad. La gestión de las principales instituciones, como el Parque de las Ciencias, deviene en una discusión fútil que reagrupa el poder centralista en Sevilla y arrincona la iniciativa de la ciudad. Los festivales de Granada menguan, algunos desaparecen sin sustituto, otros solo se nutren de ilusión y lo que deje una taquilla, porque las instituciones han empezado a hacer mutis por el foro.

Con estas mimbres ¿se puede ser ciudad cultural europea en un plazo de once años? Difícilmente. El trabajo ni se hizo ni se hace, es una cuestión de la personalidad esquizofrénica de nuestra ciudad. Lo tenía todo, pero no lo trabaja. Y quien trabaja lo hace por cuenta propia con mayor ilusión que apoyo. No vamos a volver a hablar de cómo proyectos de otras ciudades, tan cercanas, abocadas a otros destinos como motores económicos han sabido gestionar, con un esfuerzo de años, el relumbrón cultural y hacer de la cultura un motor más añadido a las poderosas turbinas del turismo. Ese motor, el de la cultura, era el nuestro y anda gripado. Esas otras ciudades supieron copar, estratégicamente, los puestos del partido en el poder autonómico cuando de la cosa cultural se trataba, y se daba un engrase perfecto con los jerifaltes, de cualquier otro partido, que estuviesen en el poder local. Aquí nada de nada, ni acuerdo: gresca, pereza e inaninidad.

Es posible que aún se esté a tiempo, si acaso se plantea lo importante por encima de lo urgente, si acaso se remangan todas las fuerzas políticas y trazan un plan ambicioso, un camino que recorrer; si ponen los medios para que así sea. La labor de las instituciones en el campo de la cultura, desengáñense, no es facilitar. Su función es tirar del carro, porque la cultura, como los parques públicos no se financian con la venta de entradas. Es la diferencia entre un parque y un vivero. En el vivero se venden árboles, en el parque se disfruta de la sombra. Granada debía ser una ciudad de parques culturales, de árboles de cultura, de una enorme sombra cultural cubriéndola toda. Una sombra que alcanzase hasta 2031 y mucho más allá.

Para ello, el empeño de las instituciones todas, de los partidos todos, pasa por unirse, por entenderse, por empeñarse, por rebuscar, por equilibrar, por conseguir financiación, imaginación y dinero debajo de las piedras. Pasa porque los centros culturales de Granada irradien y trabajen con personal suficiente, porque la oferta cultural sea cada vez de mayor calidad, pasa porque los proyectos sean viables e indiscutibles, surgidos del acuerdo y el apoyo. Porque esa es la labor: liderar el proyecto, ponerse al frente. Ser Capital Europea de la Cultura no soporta la reducción de un presupuesto.

Alfonso Salazar

martes, 4 de febrero de 2020

TRIDIMENSIONAL

La Voz de Granada, 4 de febrero 2020

La dimisión de Sebastián Pérez como presidente provincial del PP, debe entenderse tridimensionalmente, desde tres coordenadas: la primera, desde la difusa línea que separa las opciones de la derecha española, que emborronadas por la cuestión catalana –y la entrega a la españolidad- y el auge del populismo de VOX, ni siquiera la argamasa del poder está siendo capaz de cuajar. El jarmazo de Ciudadanos debería haber reforzado la postura del PP, pero la duda entre los posibles adelantamientos desde su derecha y su más a la derecha, generan duda, plantean una refundación de la derecha; ya lo dijo Aznar en su momento: cuando él se fue dejó una derecha, y ahora cuando mira, se encuentra con tres.

La siguiente coordenada es la que se refiere a la municipalidad. Indudablemente, como dice, Granada fue utilizada como moneda de cambio (¿por Málaga? ¿Murcia?) en la elección del gobierno municipal: no es una ficción. No hay otra explicación plausible para que una fuerza como Ciudadanos, que no había apenas ascendido en votos municipalistas, que conservaba un número escaso de concejales, se aupase al bastón de mando. Han pasado muy pocos meses, pero hay que recordar que por entonces se vivía el idilio de la entente Moreno Bonilla y Martín (dicho así, seguido, parece un bufete de provincias o una delantera olvidable), Cs andaba como un cohete y el PP vivía momentos bajos, muy bajos (aún no había explotado el cohete, ni el PP estaba en remontada). Además, se dio un nudo gordiano: a este alcalde solo lo puede desbancar la antinatural unión de los contrarios.

La tercera coordenada pivota en la identidad territorial. Más allá de esas ataduras consistoriales que maniataron a Pérez, ha de tenerse en cuenta que los desplantes a Granada se suceden con contundencia y dejan en mal lugar a los delegados del gobierno sevillanero. Parque de las Ciencias, centros educativos, Escuela Andaluza de Salud Pública, siembran un constante alejamiento del capitaleo, que ya se calentó con el AVE y el PTS. Además, ahora que la Junta cambia el logo –como si no hubiese otras cuestiones en que abundar- por una ‘A’ grande, a Granada quizá le parezca aún más lejana la Junta y su imagen, casi irreconocible, y le sonará a la ‘A’ de Alcampo.

Eso sí, Pérez no se va, solamente lanza un órdago a la dirección andaluza del PP, manejada desde Málaga (¿Málaga) y a la Secretaría general del Partido dirigida por Murcia (¿Murcia?). Expone su nulo entendimiento con el acuerdo suscrito con CS por parte de los jefes; muestra la poquísima simpatía entre los dos políticos que estaban llamados a dirigir la ciudad. Pero se queda, seguirá en la Plaza del Carmen, atento, por si cualquier día hay que pasarse a la oposición, por si un Ciudadanos mermado, vapuleado, opta por eso que llaman ‘España Suma’ y todas las derechas aznaritas vuelven a la misma, prieta fila, y un Sebastián renacido porta el estandarte.

Alfonso Salazar