La pandemia del coronavirus ha hecho brotar, como fiebre, una plaga de listos. Los listos están detrás de un vídeo grabado modo ególatra, los listos amplifican una opinión de oídas como verdad irrefutable. Los listos van disfrazados de científicos alarmistas, están ocultos en nuestro propio miedo y afloran como si manifestando la tragedia pudiesen conjurarla.
Cada día aparecen nuevos listos, salvadores de la multitud, gentes que piensan que un gobernante pretende hacerlo mal, rematadamente mal, que el objetivo de quien gobierna es joder a la población. Los listos se dieron cuenta de la pandemia antes de que el virus apareciese, los listos se adelantan a su tiempo, anticipan los efectos a las causas, leen el pasado desde el futuro. Los listos –y las listas- sacan provecho de la muerte y se nutren de anciano muerto. Los listos comparan lo incomparable con tal de tener razón. Los listos no duermen porque piensan en cómo interpretar la realidad para asaltar la realidad. Los listos, aunque todo cambie cada día, aunque la comunidad científica aporte un grado de conocimiento a diario, se agarran a un dato y reman con él contracorriente. Los listos anuncian el apocalipsis para ayer.
Los listos se alían con los tontos para hacernos la vida más complicada. Los listos, y los tontos, creen que los virus paran en frontera. Los listos instan al sacrificio desde la oposición, reprenden a quien tome las decisiones, acusan a quien no les da lo que creen merecer. Los listos consideran que ellos sí, ellos sí que saben manejar esta situación. Los listos creen que con una sola pregunta en una sola rueda de prensa descubrirán una verdad. Los listos interpretan la parte como un todo. Los listos esperan con ansia lo peor para dar tensión y anuncios. Un listo achaca la gestión de una crisis a un interés partidista, tal y como el propio listo haría, tal y como el propio listo sueña que podría hacer si le diesen las riendas de esto. Un listo piensa que la acción de la política puede alcanzar y resolver cualquier asunto: incluso lo que escapa a la acción política. Un listo piensa que todo se reduce a una materia política tan gris como su alma.
Los listos, de dos modelos matemáticos, siempre elegirán el peor. Un listo no mide, un listo confina a tope o pide libertad de movimiento. Un listo no suele estar de acuerdo con otro listo, pero sí con un tonto que esté en su antípoda ideológica. Un listo emana mensajes por redes informando de lo peor, por si acaso pudiese salvar de no se sabe muy bien qué a no se sabe quién. Un listo informa de su reducido mundo como si fuese el mundo entero. Los listos consideran exageraciones los avisos y avisan de exageraciones. Ha llegado el momento de los listos, de los que se saltan los cauces, de los que se echan al monte pandémico, de los que prefieren decir en un futuro cercano el ‘ya te lo dije’. Un listo, una lista, no duda: jamás. Los listos nos tienen rodeados.
Alfonso Salazar