domingo, 25 de enero de 2009

VITOLA DEL ANAÏS, NÚMERO 91: "JÓVENES DOMINGOS, LUNES VIEJOS", DE ALFONSO SALAZAR

Vitola número 91
Asociación del Diente de Oro
26 DE ENERO 2009
Jóvenes domingos, lunes viejos
de Alfonso Salazar
Presenta: Javier Benítez
Café Pícaro, C/ Varela, 10, Granada

lunes, 12 de enero de 2009

IRÉ A SANTIAGO

No sucedió que en la mañana reseca del 17 de agosto de 1936 un falangista abrió la puerta de la habitación en que el poeta Federico García Lorca dormía rodeado de fantasmas queridos y oscuridad húmeda.
Sobre la mesita descansaba entreabierta la fiambrera que la tarde anterior consiguió hacer llegar la familia García al detenido. Los restos de tortilla fermentaban azuzados por el calor nocturno de agosto y el olor del miedo, como en versos, se desparramaba por el suelo del antiguo edificio jesuita dedicado por aquellos días a Gobierno Civil. Cercano estaba el silencio roto en la noche de agosto por guardias civiles borrachos con los atavíos verdes travestidos en azules camisas y cartucheras más negras que la pena.
Una hora antes el falangista había bajado desde el Campo del Príncipe, primitivo camposanto judío, antes del alba. Por las calles del barrio, la noche anterior, le pareció escuchar gemidos como propuestas que bajaban por la cuesta del Caidero, desde la Antequeruela, donde el viejo maestro Falla consumía un poco más su cuerpo pequeño soñando con santos quemados y Atlántidas hundidas. El falangista cruzó la calle y miró hacia la casa de los Alonso prometiéndose dejar para siempre las piedras derruidas, las traiciones y contemplar la refundación y las revoluciones desde La Habana perdida para siempre.
Algunos coches ataviados con banderas bicolores en desuso no hace un mes se dirigían tan temprano al interior de las montañas. La gente sin miedo decía que por las veredas de la sierra caminaban los leales como cabras por el monte. Recogió al compañero de aventura en la puerta de su casa, como quedó acordado en la noche previa y se dirigieron a la farmacia municipal. El compañero extrajo sus llaves y violó el horario. Tomaron los frascos acordados. El reloj del Ayuntamiento marcó las siete de la mañana. Por encima del monte de la Alhambra aparecían desconcertados los rayos de sol y un piquete de pájaros destrozó la prudencia de la plaza. Los dos compadres cruzaron sobre el río embovedado y se miraron caniculares y distantes, con el son de las mulatas en la trastienda de las esperanzas y la poesía en una baranda.
No vamos a salir de aquí, dijo el compañero. Pues hay que atreverse, dijo el otro mientras miraba las torres de la Catedral inconclusa. Con el blindaje del miedo y el recuerdo de muertos cerca del río, tras los parapetos que los obreros levantaron en el paraje que llamaban Paseo de los Tristes, atravesaron la plaza del mercado. Nadie dijo que esto iba a ser así, o no has leído lo de Madrid? El falangista se desabrochaba el botón de la camisa y fingía un motivo para mantenerse firme. Las revoluciones no las hacen los militares, entiendes? Eso no es revolución, concluyó. ¿Y qué nos importa el maricón ése? dijo el otro. Calla, que el poeta es un salvoconducto. Los puestos del mercado abrían temprano y acertaron a ver acomodar las uvas doradas y los melones aromáticos. Una mujer con la muerte dibujada en la cara desde hacía un mes fríe churros en la esquina.
A las siete y cuarto avistaron la entrada del provisional Gobierno Civil. Había gente en la puerta. Saca el carné y pregunta por Alonso, que no está. El compañero se dirigió al guardia de traje azul y canana. Era un muchacho del barrio del matadero, de aquellos a los que amoratasen hace no tantos años con pedradas por un pretil dominado sobre el río. Que vengo a ver a Alonso, dijo el mancebo. El del matadero, con los ojos encandilados por el sueño se hizo a un lado del arco de piedra indicándole el quicio de la antigua portería. Entraron los dos con el carné en la mano. El falangista pasó de largo la portería y tiró del compañero hacia dentro. Ahora no podemos parar, especificó cómico. Los pasillos estaban casi vacíos. Se implantó la pistola en el cinto y buscaron donde Rosales les dijo.
Fue entonces cuando no sucedió que el falangista abrió la puerta de la habitación en que el poeta Federico García Lorca dormía rodeado de fantasmas queridos y oscuridad húmeda. El mancebo vistió su guardapolvo pulcro y se colocó un fonendo de mala manera. El falangista se acercó al poeta tembloroso que aún no había despertado. Esto deberías hacerlo tú, espetó al compañero, yo no soy quien sabe de medicinas, coño. El aprendiz de boticario se estremeció cuando volcó el cloroformo sobre los algodones. ¿No es eso mucho? susurró el otro. Yo no sé. Pues si no sabes, al menos, empieza. Le aplicaron al poeta adormecido una ración de anestesia. ¿Y ya está? dijo el compañero. Si estaba dormido, sigue dormido, sostuvo el falangista, mientras aguante. El poeta se zarandeó por dentro con tanto fantasma en la memoria.
Lo cargaron entre los dos echándole los brazos por la cintura. Sostuvieron su pequeña figura ennegrecida por los aires y salieron con sigilo de la habitación. Fíjate tú qué revolución ni hostia, ni un guarda para el poeta, farfulló el falangista. Caminaron por los pasillos de mármol gris y alcanzaron la puerta de atrás. Otro guardia azul, pero de ojos claros y mañaneros se les cruzó en el camino. ¿Y éste? preguntó. Un soponcio, dijo el falso médico. Pues, cuidado. En eso estamos, camarada. El falangista dejó ver el carné por el bolsillo de la camisa de campaña, la pistola en la cincha y se atusó el bigotito con la mano libre. ¿Qué? ¿nos dejas pasar? ¿o esperamos a que repita? La impaciencia del falangista hizo subir el sudor al compañero como el chorro de luz que se extendía por el empedrado. Pero sin permiso… dónde lo llevan… y quién es, titubeaba el guarda. Como no quieras que Alonso te dé de hostias más conviene que preguntes menos y eches una mano. El guarda dejó la escopeta de caza en el pilar y suplió al falangista. Una vez en la acera, con el falso enfermo arrastrando los pies por las escaleritas hacia la calle, el falangista silbó hacia la perpendicular. El coche se acercó lentamente. El guarda ayudó a meter al enfermo en el coche. Pues que se mejore, dijo retomando la carabina. Es un rojo de buena familia apuntó el falangista desde el asiento del conductor y bajando la cabeza para recordar con nitidez la cara del bobo. Tira, ordenó al conductor.
El automóvil se dirigió hacia el monte de la Alhambra. Pues sería más fácil cargárselo y punto, aquí en el bosque no lo encuentra ni dios. El falangista miró con ojos torcidos al conductor, Tú te callas que no tienes ni idea de negocios. Pararon frente a la verja, junto a la casa del maestro. Que salga la mujer y vea si es éste, y que acoquine, conminó el falangista al mancebo. La mujer apareció más pronto que tarde. Miró, se le escapó una lágrima y les dio el sobre. ¿Y esto? preguntó el conductor. Para mis gastos, dijo el falangista volviéndose a la mujer, y no se preocupe señora, dígale al maestro que a este lo dejamos a salvo, desde Almería seguro que embarca, y no ponga esa cara, mujer, que está dormido.
Antes de las seis de la tarde desembocaban en la ciudad y se dirigieron al puerto. Al día siguiente, por su propio pie, Federico García Lorca también embarcaba hacia Cuba

sábado, 10 de enero de 2009

LOS GÉNEROS DEL DOLOR Y EL ABANDONO: 05, LAS FORMAS DEL ADIÓS

Las formas del adiós, la ruptura de la pareja, la separación sobrevenida por las diferencias sociales, o ese esquivo trastorno imprevisible de la vida, son carne de tango, carne de copla, carne, en definitiva, de poemas de dolor y abandono, de la literatura del desarraigo. Y tantas veces es desarraigo social que se transforma en dolor íntimo e individual, intransferible y único.
Pero el acercamiento a la forma por excelencia del dolor, el abandono, tiene múltiples manifestaciones. Desde las separaciones predestinadas al modo del Caminemos de Alfredo Gil cantado por Los Panchos (y es preferible olvidar que sufrí) a los desplantes mirando a las estrellas del chusco tango Victoria de Discépolo (Me saltaron los tapones cuando tuve esta mañana la alegría de no verla más). Desde la contenida expulsión de la Falsa Monea (Cruzó los brazos para no matarla) al agradecido y extraño adiós del Nosotros de Pedro Junco (Y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós).
Con excepción de los boleros señalados, observaremos un sobrevuelo, a veces presencia patente, de una manifestación de violencia que parece ser el desenlace final de tantas parejas de tango y copla. Dos tangos –no tan conocidos- exponen de dos maneras bien distintas la misma situación: Fuimos y Confesión.
Fuimos fue compuesto por Homero Manzi (el letrista de tangos emblemáticos como Sur, Malena o El último organito) en colaboración con el bandoneonista José Dames y nos desmenuza, con ese lenguaje elaborado y brillante de Manzi, una amarga despedida, que como vinagre en la herida va desgranando el aquello que fue y no pudo ser. Eso sí, con un derroche de valentía, la voz propone la retención de la lágrima, que no el reproche al llanto incontenible.
Confesión es una de las secretas proezas expresivas del tango compuesta por uno de los maestros del género: Enrique Santos Discépolo. Con una destreza trágica, con una entereza excepcional, la voz del tango confiesa la pérdida adrede del amor de su vida con el fin de no dañar, en una espiral vital camino a perdición, al alma arrebatada y enamorada.
El que abandona, lo hace por el bien del abandonado. Éste es el punto en común de ambos tangos. El uno, aquel de Fuimos, intenta hacer entrar en razón al alma enamorada en las ventajas de la deserción. En otro, éste de Confesión, no pide permiso ni opinión, sino que actúa propiciando el abandono irremisible. Mientras la voz de Fuimos es una voz de conciencia abatida por el irremediable futuro desalentador, enganchado al pasado que fue, vencido ante el presente de daños sin mesura, la voz de Confesión en un arrebato poco común reconoce el fracaso personal, que como un veneno conduciría al alma amada al fondo del pozo de la miseria.
Confesión se presenta así, desde una estética menos llamativa, con un verso menos elegante, como un ejercicio de narración que encierra un impresionante argumento y nos ubica en la realidad social de su tiempo: palizas (que por desgracia no pertenecen exclusivamente al pasado del Río de la Plata), miserias y bondades, esperanzas y esfuerzos baldíos. La complacencia de la voz de Confesión, a veces sonrojante, es la muestra del macho contemporáneo, feliz llorando en la oscuridad, sin el valor suficiente para enfrentarse a su propia miseria moral y fortalecerse, inmune sólo en su golpe teatral, ufano del gesto inmortal de hacer el bien a costa de su mal.
Para salvarte sólo supe hacerme odiar, dice la voz. Encierra este verso uno de los motivos literarios que ahondaron los folletines y se extienden en las interminables sagas de los culebrones. La voz, fracasada y vencida, sin ánimo de enmienda, aleja el amor de su vida para salvar la vida ajena. La vida de esa mujer, se intuye, que ignorante de los tejemanejes irresponsables que otorgan golpes a cambio de buen amor, abandona, en sano juicio, la vida de alcohol, sangre y vacío que incumpliría aquella promesa de tratarla como una reina.

Nunca sabremos si la voz de Fuimos solicitaba el adiós para contener la misma paliza. El fino verso de Manzi, frente al desnudo desgarro de Discépolo, encubre bajo cenizas y rosas marchitadas el reconocimiento de un fracaso que no desea ser compartido. Aquí la otra parte se muestra activa (aunque sea en ese llanto simultáneo que emboza todo el tango) y posiblemente confundida ante esa voz que le reclama, que le llama y al mismo tiempo le rechaza besos bajo las lágrimas y le denuncia el sometimiento a una sorda y lenta muerte, una violencia psicológica incontrolada. Y al mismo tiempo le prohíbe las llamadas, el beso, el llanto, el amor. Como dos adolescentes.

FUIMOS

Letra: Homero Manzi

Música: José Damés

Fui como una lluvia de cenizas y fatigas
en las horas resignadas de tu vida…
Gota de vinagre derramada, fatalmente derramada,
sobre todas tus heridas.
Fuiste por mi culpa golondrina entre la nieve
rosa marchitada por la nube que no llueve.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.
¡Vete…! ¿No comprendes que te estás matando?
¿No comprendes que te estoy llamando?
¡Vete…! No me beses que te estoy llorando
¡Y quisiera no llorarte más!
¿No ves?, es mejor que mi dolor quede tirado con tu amor
librado de mi amor final.
¡Vete!, ¿No comprendes que te estoy salvando?
¿No comprendes que te estoy amando?
¡No me sigas, ni me llames, ni me beses
ni me llores, ni me quieras más!
Fuimos abrazados a la angustia de un presagio
por la noche de un camino sin salidas,
pálidos despojos de un naufragio
sacudidos por las olas del amor y de la vida.
Fuimos empujados en un viento desolado…
sombras de una sombra que tornaba del pasado.

CONFESIÓN

Letra: Enrique Santos Discépolo

Música: Luis César Amadori

Fue a conciencia pura que
perdí tu amor.
nada más que por salvarte
hoy me odias
y yo, feliz,
me arrincono para llorarte.

El recuerdo que tendrás de mí
será horroroso.
Me verás siempre golpeándote
como a un malvado;
y si supieras bien qué generoso
fue que pagase así
¡tu buen amor!…

¡Sol de mi vida!…
Fui un fracasao,
y en mi caída
busque el echarte a un lado.
porque te quise tanto,
tanto…
que en mi rodar
para salvarte
sólo supe
hacerme odiar.

Hoy, después de un año atroz,
te vi pasar.
me mordí para no llamarte,
ibas linda como un sol;
se paraban para mirarte.

Yo no sé si el que te tiene así
se lo merece.
Sólo sé que la miseria cruel
que te ofrecí
me justifica, al verte hecha una reina
que vivirás mejor
lejos de mí.

domingo, 4 de enero de 2009

METIENDO LAS MANOS EN UNA BOLSA DE HIELO

Un corazón frío pasea por los pasillos.
Busca el pecho caliente, entubado,
el reposo de tu nombre antiguo.

Has llegado hasta aquí para ser otro,
al fin: un zaguán en la historia,
una entrevista en la calle.

El primer corazón muerto encajado
entre hielo, previsto a la ginebra.
Me dieron el corazón de mi padre.
Late. No tiene perdón.

viernes, 2 de enero de 2009

40 MAYOS DESDE 1968, EN LOS CINCO SENTIDOS

OLFATO
Hemos adquirido el olor de los adultos:
todo el olor de los hombres adultos.
Suma de sudor y tiempo de espera,
tabaco quizá, alcohol por favor,
fermento de dientes sufridos
por querer morder manzanas.
Olor que proviene del estómago de cuero,
perlas de jugo gástrico,
burbujas y serrín, páncreas del pasado.

Aguas de colonia ahora y el agua tibia
que mora en el resguardo del crédito,
la tramposa mirada de la edad en la barba
que vino para quedarse:
nos contempla el aseo diario
y el cuerpo nos da la edad exacta
sometidos a la dictadura de las células.

Si quiere ser libre, usted,
en la vida y por el mundo,
sepa que nunca lo es
en su organismo cerrado.
Que los campos de concentración son cánceres,
pústulas, hígado de cicatrices, varices en la nariz.
Arranque los años la esponja
ya esparto, ya cilicio de pecados
contra el cuerpo mismo,
nazi.

El olor de los hombres, orgullosos nosotros,
hermosa edad del tiempo,
flor de fruto maduro.

VISTA
Pensaba
que de un vistazo lo vería todo.
Que no precisaría gafas nunca.
Ni muleta en la axila de la vida.

Que los ojos de mi padre, marrones.
Que la radio en el taquillón, celeste,
decía Franco ha muerto y no hay clases.

Y entonces reconocimiento médico
de mil novecientos ochenta y tres:
la tensión ocular normal en ambos ojos.
No existe degeneración en mácula.
Sí discromatopsia no corregible.
Una limitación con la que usted
vivirá toda la vida, me dijo.
Rara discapacidad.

Eres daltónico toda la vida,
no puedes distinguir piloto verde
de piloto rojo en el video tape.
Y no existen gafas para el color.

El mar era mi verde:
¿quién le puso al verano primavera?


OÍDO
Aprenderás a oír entre líneas,
prescribe la experiencia.
La palabra del amigo,
el eco del discurso vacío,
la voz metálica de la telefonista.

Sabrás que la voz cascada
del cocainómano conduce a lo peor,
que detrás de cada palabra
está el cansancio y la alegría.

Que la voz adolescente
ya no es la tuya
porque la tos, esa tos,
ya no es del resfriado pasajero
sino del resfriado de todos los días.

GUSTO
Sobre gustos casi todo está escrito.

TACTO
Todo el órgano es la piel.
La que todo lo siente:
ya la arruga que aparece,
ya la espinilla que no cruje,
ya la mano que sin fuerza se rinde,
ya el callo en corazón.

Se exuda todo por la piel:
mucosa, sangre, bilis, leche,
excremento, lágrima, caspa, cera,
sudor, semen, saliva, caries,
gases, pus, pis.

Percha de lo que fui.
Carne que va cayendo
con una resaca bajo el brazo
y sueño de argamasa en los ojos,
versos de ánimo por el desagüe.

Cada mañana la hermosa manía:
mirar adentro de nosotros mismos.

¿Quién para ahora el tren de la felicidad?

jueves, 1 de enero de 2009

EL POETA PIDE A SU AMOR QUE LE ESCRIBA UN MAIL

Para Ramón R.

Pena de trabajo, niña,
qué despilfarro,
que se te vea la gracia
sin nada a cambio.

Vacíos van,
vacíos llegan,
barcos de sal
con la marea.