Tres colaboraciones. Tres, rodas ellas con Esdrújula Ediciones, y muy variadas: un poema en la antología Todo es poesía en Granada, de José Martín de Vayas; un artículo sobre Roma Criminal (Romanzo criminale) en la selección de ensayos breves sobre series de televisión coordinado por Fernando Ángel Moreno Yo soy más de series; y un relato de ciencia ficción en El laberinto mecánico, Antología de ficciones, número 1. Lo he disfrutado.
lunes, 9 de noviembre de 2015
domingo, 1 de noviembre de 2015
DE SANTOS Y DIFUNTOS: HALLOWEEN Y LA TRADICIÓN.
La relación
íntima de cada cultura con la muerte ha tenido diversas manifestaciones a lo
largo de los siglos y a lo ancho del redondo mundo. En estas fechas de
principios de noviembre, que son las del final de la cosecha y las de la entrada
en el declive del clima benigno que recluirá a los habitantes del hemisferio
norte en sus casas, la relación íntima con los que ya no están fraguó en
diversas manifestaciones que se han ido entrelazando entre sí ya sea por la
vocación acaparadora de la Iglesia Católica, atenta siempre a cristianizar
cualquier manifestación de jolgorio, como por la aculturación y aplanamiento de
los medios de comunicación y entretenimiento que a principios del siglo XXI
campan a sus anchas por el planeta entero.
Ahora y aquí
se identifica con Halloween, una tradición de posible origen celta entroncada
con la festividad cristiana de todos los santos, que fue trasplantada por los
irlandeses a los Estados Unidos de América –como los alemanes trasplantaron su
conejo de Pascua-. Esta tradición hunde sus raíces en el samhain celta, cuyo rastro puede también localizarse en el norte de
la península ibérica. De la mezcla del samhain,
fin de la cosecha, celebrada por los antiguos entre el equinoccio de septiembre
y el solsticio de diciembre y la celebración del día de todos los santos
instaurado por Gregorio IV allá por el siglo IX surgió en las islas británicas el
“all how´eve” contracción de “víspera de todos los santos”.
Es curioso
como las dos grandes celebraciones celtas, este samhain –que se identifica con el año nuevo celta- y el beltaine, el día del buen fuego, con su
víspera de la noche de walpurgis, celebrado el 1 de mayo a caballo entre el
equinoccio de marzo y el solsticio de junio, tienen entre sí, y no es
capricho, una diferencia de seis meses y mientras aquel está dedicado al fin de
la temporada agrícola, este lo está al inicio de la temporada ganadera. Ambas
festividades siguen manteniéndose en el calendario: samhain en la festividad que atañe a esta artículo, y beltaine como día del trabajo –día
internacional de los trabajadores desde 1886, por razones totalmente ajenas a
la celebración pagana y asimilado por la mayoría de los países a lo largo del
siglo XX-, una celebración que se dedicaba en la antigua Roma a los Lares Tutelares (almas de los antepasados)
y que se relacionaba con la actividad humana y el trabajo. Esta fue la que el
cristianismo enredó con la celebración de la invención de la cruz. En nuestra
península pervive también en muchas zonas como el culto precristiano de los
mayos: consistente en la erección de un tronco o palo alto en plazas de los
pueblos en una suerte de metáfora de rituales de fertilidad.
Pero dejemos
mayo y volvamos a noviembre. También en Mesoamérica la fecha del 1 de noviembre
tiene una capital importancia: es el sonado Día de los Muertos mexicano –y de
las repúblicas centroamericanas-. Para honrar a los muertos, entre los aztecas,
a mediados de julio se cortaba un árbol, se descortezaba y se le colocaban
flores. Un par de semanas después se hacían grandes sacrificios y comidas
abundantes. La llegada de los españoles, la prohibición y el sincretismo hicieron
converger a las celebraciones en el Día de los Muertos con manifestaciones muy variadas
en los distintos estados mexicanos y centroamericanos.
El
catolicismo, allá por el siglo XVI, compuso una doble celebración sumando el
día de todos los santos a la celebración de los fieles difuntos, celebración
que se atribuye al francés San Odilón en la postrimerías del primer milenio y
que Roma asumió siglos después. La iglesia ortodoxa mantiene las celebraciones
de difuntos alrededor de la celebración del Pentecostés, como lo fue
antiguamente.
En la
península ibérica se celebran en esas mismas fechas el magosto –magnus ustus, gran fuego- gallego, el
magusto portugués, el magüestu asturiano, la magosta cántabra, el gaztainarre
vasco, la castanyada catalana, la calbotá del Valle del Tiétar, la chaquetía
extremeña, los tosantos gaditanos, donde
en algunas modalidades de fiesta se suelen pedir frutos secos por las casas,
pues todas ellas están íntimamente
relacionadas con los frutos de la cosecha. Suelen tener como límite la celebración
de San Martín (importante día también entre los irlandeses), comienzo de la
preparación de las matanzas del cerdo, extendidas por casi toda la península y
México que tienen lugar generalmente de San Andrés (a fines de noviembre) a San
Antón (a mediados de enero). En la Andalucía central en estas fechas de noviembre,
incluso se elaboran faroles de melones
para ahuyentar a los espíritus, una tradición que con calabazas o “calaveras de
melón” se celebra en el norte peninsular.
Halloween es
así una mezcla de tradiciones sincrética que los grandes medios de
entretenimiento del siglo XX adaptaron al discurso anglosajón. En las últimas
décadas ha arrinconado en la península ibérica a otras celebraciones que como
hemos vito, se le parecían tanto. La difusión del cine, la televisión, el
imprescindible apoyo del estímulo que se ha hecho desde centros educativos, las
redes sociales, la asunción por parte de las familias, y sobre todo, el
importante beneficio económico que supone la celebración para múltiples
empresas han conseguido colocar Halloween en el calendario.
Las
evocaciones románticas de la celebración de difuntos con la representación de
un don Juan Tenorio, las visitas a los cementerios para acicalar las tumbas y
honrar a los antepasados, las leyendas de los montes de ánimas, de la santa
compaña, y otras tantas que antes enumerábamos enraizadas en la celebración
religiosa, gastronómica y festiva, son manifestaciones adquiridas con el
tiempo, tradiciones sí. Como posiblemente la celebración de Halloween a la manera
que se hace hoy en día, con la asunción del disfraz, la película de terror y el
juego del truco o trato pueden con el tiempo afianzarse como tradición. Es lo
que tiene presenciar el nacimiento de las tradiciones –cuando no sabemos si
serán fallidas o triunfantes- que se las ve como faltas de la propia tradición
que pretenden conseguir y que solo el tiempo les otorgará. La castanyada, la
matanza o el magusto, el día de los difuntos o el día de los muertos mesoamericano
fueron tradiciones nacientes, hace siglos. Y también hubo alguien que torció entonces
el gesto ante aquellas extrañas costumbres.
Alfonso Salazar, 31 de octubre 2015
sábado, 31 de octubre de 2015
MARIANO
Hace unos días José Sánchez Montes nos invitó a ver un
documental sobre el que ha estado trabajando los últimos años, titulado “Mariano
Maresca: palabra a palabra”. Allí nos reunimos un grupo de personas, miembros
de la familia Maresca y otros, cuyo nexo común y fundamental era y es la
amistad o familiaridad con Mariano. Quien no conozca a Mariano Maresca no
conoce a una de las instituciones primordiales de la Granada de la transición,
un agitador intelectual del fin de siglo veinte y comienzos del veintiuno, un
referente en la izquierda menos servil. Es un intelectual en el sentido de
aquel que pone su intelecto al servicio de los demás. Durante más de cuatro
décadas prestó servicio a la Universidad de Granada, en el Departamento de
Filosofía del Derecho, y estuvo en todas las salsas culturales: las revistas
Olvidos de Granada y La Fábrica del Sur, la trastienda de la otra
sentimentalidad, fue columnista de El País, guionista de cine y televisión, presentador
de libros sobresaliente y promotor de tantas y tantas cosas que tuvieron que
ver en esta ciudad entre la música, el cine, la literatura y la reflexión.
Siempre empuñó el raciocinio, el argumentario moral, la necesidad ineludible de
no perder la postura ética, y la lupa brillante de una mirada crítica, competente.
Mariano tuvo hace unos años un ictus. Fue un mes de
noviembre como el que se nos anuncia, pero en 2011. Entonces, aquel cerebro que
tanto nos había sorprendido –sobre el que los amigos bromeábamos asombrados y
llamábamos “disco duro”, pues no había película cuyos datos no pudiera ofrecer
con fidelidad, canción cuya génesis desconociese o libro que no pudiese resumir
en cuatro frases y con acierto- digo que aquel cerebro sufrió un apagón. Sin
embargo, aquellas neuronas estaban acostumbradas a esfuerzos sobrehumanos desde
la infancia, y desde el misterio de la neurología emergió la capacidad del ser
humano que se sobrepone y comienza desde el principio a volver a andar sobre la
palabra.
Palabra a palabra, como titula Sánchez Montes, Mariano
Maresca volvió a la senda, pero de otra manera. Él lo define gráficamente como “la
vida de antes” frente a la vida de ahora, donde todo es algo más difícil, pero
es consciente del triunfo de la voluntad y la vida. Como amigos estábamos sorprendidos
con el resultado de sus esfuerzos. Me contaba no hace mucho cómo una noche, de
pronto, le llegó la comprensión del pensamiento de Locke, así como un chaparrón,
como si unas cuantas neuronas hubiesen enlazado a través de un difícil paso y hubiesen
recuperado ese filón de memoria escondido. Todos estamos orgullosos.
Jose ha tenido la paciencia y la visión clara de tomar nota con su cámara de todos esos avances, de montarlos y darles cuerpo, y a pesar de la rebeldía que pueda mostrar el homenajeado ante la crudeza de los ratos pasados y en virtud de su humildad, ha conseguido dejarnos para siempre la memoria de una batalla ganada a favor de la memoria. Gracias.
Jose ha tenido la paciencia y la visión clara de tomar nota con su cámara de todos esos avances, de montarlos y darles cuerpo, y a pesar de la rebeldía que pueda mostrar el homenajeado ante la crudeza de los ratos pasados y en virtud de su humildad, ha conseguido dejarnos para siempre la memoria de una batalla ganada a favor de la memoria. Gracias.
Alfonso Salazar, a punto de comenzar noviembre.
*La foto corresponde a los créditos del documental.
lunes, 7 de septiembre de 2015
REEDICIÓN DE MELODÍA DE ARRABAL
La primera novela del Detective del Zaidín, reeditada por Palabaristas:
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viernes, 4 de septiembre de 2015
EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN EN EL ZAIDÍN
Hace doce años el barrio del Zaidín cumplió cincuenta años. Era 2003, y Arial Ediciones publicaba Melodía de arrabal, la primera novela -que publica en estas fechas Palabaristas en ebook-, en la que aparecían Matías Verdón y todo el grupo de vecinos que lo han acompañado a lo largo de cuatro novelas, hasta la publicación de Para tan largo viaje, en 2014. Este año, por fin, Verdón y su corte de los milagros visitarán el Zaidín, gracia a la doble invitación que cursaron tanto la Biblioteca del Zaidín Francisco Ayala y los responsables de las Bibliotecas municipales de Granada, como la Asociación de Vecinos del barrio. Para quien escribe esto, es un honor que sus criaturas tenga tales oportunidades, primero la de encontrarse con los lectores y vecinos reales del Zaidín el próximo día 7 de septiembre, y además, disfrutar con ellos de una singular ruta literaria (como esas rutas que se suelen hacer en barrios vetustos y medio en ruinas) el sábado 11 de septiembre, en plenas fiestas de barrio.
jueves, 6 de agosto de 2015
domingo, 2 de agosto de 2015
CULTURA O AFICIÓN
Lo sabemos, pero hay que recordar
una vez más que el sector cultural atraviesa desde hace seis años una crisis
sin precedentes. Los planteamientos desde las administraciones públicas que se
dieron desde mediados de los noventa germinaron en un potente sector que se nutría,
esencialmente, del apoyo público -es cierto-, pero es que la cultura y las
artes escénicas y vivas no tienen en nuestro sistema más viabilidad que el
apoyo público. No solo la cultura, miren la agricultura, la industria
automovilística o la bancaria. Sin embargo, en tanto en unos sectores el apoyo
público se mantiene para evitar el desplome financiero o mantener puestos de
trabajo –y ganancias empresariales-, en el sector cultural el apoyo público es
la única vía de financiación. Algunas de las razones de ser del sistema
subsisten en la carencia de una exigente educación que dé valor a la cultura y
propicie que el espectador esté dispuesto a invertir las cantidades que son precisas
en el consumo cultural –tanto como lo hace en el espectáculo del
entretenimiento-, pero también persiste en sus cimientos una enfermedad de
costes que se arrastra desde la eclosión del capitalismo y que se manifiesta en
que los costes de las artes escénicas y vivas no son fácilmente reducibles a
través de abaratamiento de los costes de producción con una producción en serie,
como ocurre en el sector industrial de la cultura –el cine, la televisión y el
libro-, y su valor aumenta sin posibilidad de minorar sus costes, como si fuese
un fósil del mundo previo a la revolución industrial en un mundo postindustrial.
Unan a ello que estas manifestaciones culturales se manejan entre la invención
y la creación, con productos de riesgo que pueden fracasar para abrir la brecha
de productos futuros, es decir, la cultura como inversión, no como gasto.
El caso es que el sector avanzó
en los años noventa y principios de siglos hasta límites insospechados: en la Comunidad
Andaluza, por ejemplo, se edificaron numerosos contenedores culturales –en su
mayoría sin un plan de desarrollo artístico y humano-, dependientes de las instituciones
públicas; se estimuló la creación de empresas y se premió el estricto
cumplimiento de la legislación laboral y tributaria en un sector que hasta
entonces se movía entre el amateurismo y la incipiente profesionalización; se abrieron
vías de formación hasta entonces desconocidas, tanto en el sector de la
interpretación como en el de la gestión y administración, con la implicación de
las Universidades y de agencias públicas; se reflexionó, se pensó y se publicaron
ríos de tinta entre el es y el debe ser de la cultura como sector.
Pero todo aquel sector que comenzaba
a ser pujante, que podía vanagloriarse de su presentación política como motor
económico del futuro, donde se mezclaron profesionales de la farándula y el
espectáculo televisivo con tufo a Operación Triunfo con artesanos de la interpretación
de las obras del Siglo de Oro y exploradores de músicas que estaban olvidadas
en cajones de una sacristía cualquiera, aquel sector que vivía con el Estado como
mecenas, de la implicación de las administraciones en su mantenimiento,
despertó día a día en un mundo donde los recursos escaseaban y la coartada de las
prioridades sociales funcionó como accionamiento para cerrar un grifo, que por
otra parte nunca fue a mansalva.
Podríamos dedicar varias páginas
a reflexionar sobre qué es cultura, pero nos desviaría del tema del presente artículo. Baste decir que cultura es lo que emancipa, lo que convierte al
ciudadano en un ser crítico, emocionado, lo que en el lenguaje llano sería “nos hace ser más humanos”. No es aquello que sencillamente entretiene -¡qué importante es entretener!-, aquello que pertenece a un sector comercial y mercadeado que se sostiene con una globalización fundada en el modelo de las majors capitalistas. La cultura también entretiene, pero no solo entretiene.
El caso es que la ruina de esta
microcultura, frente a esa macrocultura que comprendería el otro sector, el de
las industrias culturales, y que siguen a menudo el modelo major entertainment, cristaliza
en la programación de cualquier ciudad media: son las clases medias de
intérpretes, gestores y empresarios -muy medianos y pequeños- de la cultura los
que han visto cómo su medio de vida ha menguado, y les pueden decir ustedes que, al fin
y al cabo, estaban haciendo cultura por encima de las posibilidades de la sociedad.
Los síntomas del empobrecimiento no solo están en el ahogo y desaparición de
las pequeñas empresas, en la escuálida resistencia a través de unos presupuestos
públicos mermados, ante una ley de supervivencia donde los más fuertes, los
menos dependientes o los mejor contactados perduran, sino en el panorama que se
avecina: el campo del amateurismo campa a sus anchas donde antes había
profesionales, sin que las administraciones –que parecen ahora desmemoriadas-
hagan el más mínimo esfuerzo por corregir la situación. Más bien al contrario,
la estimulan acuciados por unos presupuestos empobrecidos y una demanda que se
mantiene.
Allí donde antes se programaba una
compañía teatral forjada con esfuerzo, que cumplía con sus obligaciones
tributarias y laborales, que generaba riqueza, se encuentra el espectador la
labor de una compañía de aficionados –también encomiable e indiscutible cantera-
que si bien cumple el expediente de la programación no aprueba en el estímulo
económico del sector, sino que lo arruina. Allí donde antes se programaba una
orquesta cuyo trabajo se esforzaba en el mantenimiento de un legado de siglos,
encontramos orquestas jóvenes, que bajo el amparo y la justificación de la
formación, vienen a sustituir a sus mayores abonando un terreno donde ellos
mismos, en un futuro muy cercano, serán sustituidos por nuevos jóvenes en
formación, en una espiral sin sentido. Allí donde los profesionales de la
programación cultural, los productores, se esforzaban en diseñar nuevas
propuestas y desbrozar el futuro de las artes escénicas encontramos
programaciones hechas a salto de mata por funcionarios a los que muchas veces
les cae encima una labor para la que no fueron preparados, por la que no les contrataron, ni es por esa
labor por la que realmente les pagan.
El apoyo público a este sector no
tiene vuelta de página: bueno sí, su vuelta es una página en blanco, vacía. El
IVA cultural –que si bien afecta sobremanera a la macrocultura, también incide
en este sector microcultural, que pase lo que pase seguirá facturando sus
servicios al 21 %-, las equivocadas ideas de algunas formaciones políticas emergentes
que solamente optan por un sentido participativo de la cultura cuya accesibilidad se basa en la gratuidad para todos, y así olvidan las
importantes bazas de la creación, la producción y la distribución, tanto como confunden accesibilidad con igualdad; los proyectos
inconclusos de las leyes de mecenazgo que amenazan con verter por un mismo desagüe
ayudas al cine, al deporte, a la investigación científica y al teatro –y sabemos
hacia qué vertiente caerán las aguas, a buen seguro-, anuncian ya no solo un
cambio rotundo de modelo, sino la desaparición de los viejos comediantes, de
los músicos de cámara y de jazz, de los pedagogos artistas, de los diseñadores
de una cultura del compromiso, que serán extinguidos por una apuesta por la
cultura sin terminar de hacer, por un empoderamiento de la cultura como afición
antes que como profesión.
Alfonso Salazar
jueves, 28 de mayo de 2015
CUATES NEGROS
GRANADA NOIR
28 DE MAYO 2015
19:30 horas. Conversación a dos: La ciudad, personaje literario. Salazar vs. Pedregosa Sinopsis de ‘Para tan largo viaje’ (Dauro): Año 1996. Recientemente el Partido Popular ha ganado las Elecciones Generales. Un crepuscular Matías Verdón, el detective del Zaidín, recibe el encargo de una anciana para hallar a su nieto desaparecido dos años atrás. Pero tras el escaparate de una familia recta, formal y célebre, se esconden misterios y secretos que el detective tendrá que desvelar con la ayuda de su inseparable Desastres. La historia de un largo viaje se cruza en la investigación de Matías Verdón, una historia que se hunde en la ciénaga de las guerras yugoslavas y que termina por tener unas implicaciones políticas que el detective no esperaba.
“Para tan largo viaje” es la cuarta entrega de la saga de ‘El Detective del Zaidín’.
ENLACE
domingo, 26 de abril de 2015
MESA REDONDA NOVELA NEGRA MEDITERRÁNEA
http://agenda.ideal.es/evento/la-novela-negra-mediterranea-471069.html
Con Juan Madrid, Clara Peñalver y Jesús Lens, el día 25 de abril 2015 en la Feria del Libro de Granada, sobre novela negra y mediterráneo.
Con Juan Madrid, Clara Peñalver y Jesús Lens, el día 25 de abril 2015 en la Feria del Libro de Granada, sobre novela negra y mediterráneo.
PARA TAN LARGO VIAJE EN LA FERIA DEL LIBRO DE GRANADA
Con Jesús Lens y Juan Carlos Friebe en la Feria del Libro de Granada, 19 de abril 2015. Foto de Joaquín Puga.
viernes, 13 de marzo de 2015
lunes, 2 de marzo de 2015
CHAVS: CANIS DE GRAN BRETAÑA
Chavs: la demonización de la clase obrera es un libro de Owen Jones (Capitán Swing, 2012) que viene a profundizar en los fangos actuales de la brecha de la desigualdad, cuyo origen localiza en los lodos de las últimas décadas de neoliberalismo del siglo XX, aquellos que hundieron la política social en Europa, y específicamente en Gran Bretaña.
Owen Jones parte en su trabajo de una escena cotidiana: una cena de amigos donde se cuenta un chiste acerca de los “chavs”. Los “chavs”, parece ser, son aquellos descendientes de la orgullosa clase trabajadora británica de los años sesenta del siglo pasado: chicos y chicas con escaso futuro, sin trabajo fijo, una formación escolar exigua, que suelen vestir con ropa deportiva informal, pero de marca, lucen bisutería, pasean pitbulls, a veces llevan navaja, pueden procrear a los quince años, tienen nombres extraídos de culebrones o del mundo del espectáculo, exóticamente inapropiados para la sociedad seria (Wayne, Chantelle, Dazza, Britney) y a veces manifiestan comportamientos considerados agresivos. En España, conceptos como “choni” o “cani” pueden acercarse al concepto “chav”. Decimos que parece ser, porque Jones abre una polémica cuando bucea en la insondable procedencia de los términos que se han hecho recientemente populares y hacia los cuales no navegan los filólogos de la búsqueda del origen. Es un término de esos que están en evolución semántica, sin foto fija, que se desfigura, que abunda en los medios de comunicación, que comienza a aparecer en los modernos diccionarios y al que se atribuye un origen tan diverso como el inglés del siglo XIX, el romaní –chavó, chaval-, o simplemente se le achaca ser un acrónimo (de Council House Violent, o “violento de viviendas municipales”). Pero podemos estar de acuerdo en que es un término –como choni, como cani- esencialmente peyorativo.
En la cena de amigos que abre el libro, se hace un chiste sobre “chavs”. Pero ¿Y si en vez de “chav” el término utilizado en el chiste fuese otro? Como aquellos chistes de catetos o de gangosos que han caído en desgracia. Sería políticamente muy incorrecto y ahondaría en la risa injusta. Sin embargo, en Gran Bretaña, la caricatura del chav ha calado: un ejemplo de ello es Shameless, o ciertos personajes de Little Britain -que es humor, al fin y al cabo, donde no se deja títere incólume y caen bajo el martillo de la caricatura clases sociales, estereotipos y tópicos ingleses. El personaje “chav” existe en la cultura anglosajona del siglo XXI, puede identificarse en los barrios obreros, en el extrarradio de las grandes ciudades, y provoca además un rechazo que ha generado incluso páginas web donde se amenazan y localizan núcleos chavs por toda la isla, que han encontrado eco y seguidores en la prensa mayoritaria. Es un palmario ejemplo de odio de la clase media hacia la clase baja. El mensaje persistente es el paso del respeto, hasta el temor, en deriva a la condescendencia, y al fin el desprecio, hacia la clase trabajadora. Incluso, hay que huir de la clase baja si a ella se pertenece, no identificarse, repudiarla.
Jones analiza el fenómeno desde el impacto de la figura chav en la prensa para pasar a investigar lo que considera la “demonización de la clase obrera”. Los medios de comunicación británicos se han centrado en difundir la idea de que entre las clases más bajas, a las que en muchos casos solo les queda recurrir a las ayudas sociales, abundan los parásitos sociales, gente que vive de subsidios, que no tienen ningún interés en emanciparse socialmente, en acceder a la escalera mecánica del ascenso social.
En un libro jalonado de datos, extractos de opiniones en prensa y con entrevistas tanto a miembros de antiguos gobiernos como a sencillos trabajadores de los barrios obreros británicos, Jones plantea preguntas que son muy incómodas: ¿Es el chav una consecuencia de la política neoliberal que inauguró el gobierno Thatcher y continuaron, sin mesura alguna, los gobiernos laboristas de entre siglo? ¿Dónde ha quedado aquella orgullosa clase obrera británica que organizada en sindicatos pudo poner de rodillas a gobiernos hace décadas? ¿Cuándo decidió Gran Bretaña convertirse en un país de consumidores sin productores?
En un libro jalonado de datos, extractos de opiniones en prensa y con entrevistas tanto a miembros de antiguos gobiernos como a sencillos trabajadores de los barrios obreros británicos, Jones plantea preguntas que son muy incómodas: ¿Es el chav una consecuencia de la política neoliberal que inauguró el gobierno Thatcher y continuaron, sin mesura alguna, los gobiernos laboristas de entre siglo? ¿Dónde ha quedado aquella orgullosa clase obrera británica que organizada en sindicatos pudo poner de rodillas a gobiernos hace décadas? ¿Cuándo decidió Gran Bretaña convertirse en un país de consumidores sin productores?
“La demonización de la clase trabajadora no puede entenderse sin volver la mirada hacia el experimento thatcherista de los años ochenta que forjó la sociedad en la que hoy vivimos” escribe Owen Jones. La lucha emprendida por el gobierno de Margaret Thatcher a finales de los años setenta del siglo XX contra el que consideraba un excesivo control de los sindicatos obreros se saldó con una contundente victoria gubernamental. Se unieron muchos ingredientes en aquella década: el movimiento punk y el okupa; la poll-tax; la heroína y el aumento de la drogadicción en las zonas deprimidas; los hooligans, aguerridos hinchas de fútbol que se hicieron famosos y temidos en toda Europa por su agresividad y racismo; pero también la huelga minera, la prohibición gubernamental de construcción de vivienda social a los Ayuntamientos –en tanto el gobierno promovió que los inquilinos de viviendas protegidas pudiesen comprar sus casas a precios reducidos ofreciéndoles hipotecas al cien por cien-, la deslocalización de las empresas, el descenso de la sindicación, una reconversión industrial que trajo consigo el cierre de la potente industria siderúrgica inglesa, de su pujante industria del automóvil y el incremento de la inmigración procedente tanto de los países del este europeo como de las antiguas colonias del Imperio.
Con la distancia que dan los lustros pasados, podemos ver la mano de Friedman y la Escuela de Chicago tras las decisiones en política económica y monetaria de Thatcher –como también estaba sucediendo en el gobierno Reagan en EEUU. De aquellos tiempos viene el sarampión de la privatización de los servicios públicos y la desregulación financiera con el consiguiente incremento del sector financiero, el de la construcción y los servicios frente al alicaído sector manufacturero e industrial. Las finanzas y los servicios –la City- eran el futuro, producir era el pasado ¿Les suena?
El Gobierno Thatcher fomentó la cultura de que el éxito se medía por lo que uno poseía y glorificó la riqueza. En esta respuesta de Margaret Thatcher se encuentra sentido a gran parte de su legado: “Creo que hemos entrado a un periodo donde muchos niños
y gente han crecido con la idea de «¡Tengo un problema, es el trabajo del gobierno lidiar con ello!» o «¡Tengo un problema, iré y conseguiré una concesión para lidiar con ello!», «¡No tengo casa, el gobierno debe darme una!» y así le están arrojando a la sociedad sus problemas, pero ¿quién es la sociedad? ¡No existe tal cosa! Hay hombres y mujeres independientes y hay familias, y ningún gobierno puede hacer algo, excepto a través de la gente, y la gente primero tiene que luchar por sí misma. Es nuestro deber cuidar de nosotros y luego ayudar a nuestros vecinos y la vida es un negocio recíproco, donde la gente tiene sus derechos en mente, pero no sus obligaciones.” Al fin y al cabo, para Margaret Thatcher, “clase” solamente era un concepto comunista.
Los ataques thatcherianos a la industria y a los sindicatos propinaron un golpe mortal a la vieja clase obrera. En pocos años desparecieron los trabajos bien remunerados. Owen Jones rebusca dónde están los descendientes de aquellos duros y orgullosos trabajadores británicos del acero y el carbón, que fueron la vanguardia del movimiento obrero: trabajan en supermercados y centros de atención telefónica. Sí, trabajos menos duros y físicos, pero en grados de explotación similares a trabajos de hace más de cien años. La eliminación física del soporte laboral en los barrios obreros, la demolición del sistema de ayuda y vivienda social se emprendió simultáneamente con una política de desigualdad fiscal por la cual el desequilibrio impositivo favorecería cada vez más al segmento más rico de la población.
El vaciamiento de las propuestas socialdemocrátas de la tercera vía laborista tuvo en Tony
Blair un fiel continuador de la política thatcheriana, y así, pregonó en 1997 que la nueva Gran Bretaña era una meritocracia. Ello supone que los pobres y los desfavorecidos sean menospreciados. Hay una cuestión sociológica de fondo que el filósofo francés Pierre Bourdieu apuntó en Contrafuegos, 2 cuando se refería a una economía de la inteligencia: “De esta forma la nueva economía tiene todas las propiedades para aparecer como el mejor de los mundos (en el sentido de Huxley) (…) puede aparecer como una economía de la inteligencia, reservada a las personas «inteligentes» (lo que atrae la simpatía de los periodistas y de los cuadros «conectados»). La sociodicea adquiere aquí la forma de un racismo de la inteligencia. Desde ahora, los pobres no son pobres, como en el siglo XIX porque son poco previsores, malgastadores, intemperantes, etc. (por oposición el deserving poor), sino porque son imbéciles, incapaces intelectualmente, idiotas. En fin «solo tienen lo que se merecen», escolarmente”.
Blair un fiel continuador de la política thatcheriana, y así, pregonó en 1997 que la nueva Gran Bretaña era una meritocracia. Ello supone que los pobres y los desfavorecidos sean menospreciados. Hay una cuestión sociológica de fondo que el filósofo francés Pierre Bourdieu apuntó en Contrafuegos, 2 cuando se refería a una economía de la inteligencia: “De esta forma la nueva economía tiene todas las propiedades para aparecer como el mejor de los mundos (en el sentido de Huxley) (…) puede aparecer como una economía de la inteligencia, reservada a las personas «inteligentes» (lo que atrae la simpatía de los periodistas y de los cuadros «conectados»). La sociodicea adquiere aquí la forma de un racismo de la inteligencia. Desde ahora, los pobres no son pobres, como en el siglo XIX porque son poco previsores, malgastadores, intemperantes, etc. (por oposición el deserving poor), sino porque son imbéciles, incapaces intelectualmente, idiotas. En fin «solo tienen lo que se merecen», escolarmente”.
Entre la opinión de Thatcher, la declaración de Blair y el juicio visionario y doloroso de Bourdieu se encuentra ese sector de la sociedad considerado irresponsable, delincuente e ignorante, que ha desdeñado el ascenso social y es considerado en la actualidad una escoria. Para Jones, el estereotipo chav es utilizado por los gobiernos para justificar esa falta de compromiso que les obligaría a entrar en el fondo de los problemas sociales y económicos que generan la desigualdad.
El neolaborismo de Blair se empeñó en hacer desaparecer el concepto de clase social y por extensión la lucha de clases. Aunque el millonario Warren Buffet lo corrige con claridad: “La lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando”. Con el Nuevo Laborismo la desigualdad pasó a ser denominada “exclusión social”, en vez de “pobreza” (la clase social viene dada por las circunstancias, la “exclusión” es algo que sucede y donde la persona se implica como agente). Fue Blair quien propagó que “en Gran Bretaña ahora todos somos clase media”, en 2005, y por tanto la clase obrera pasaba a ser un concepto peyorativo, pues es la clase media la que implica cierta cultura y no es pobre. La idea es que cualquiera con talento puede progresar en la Gran Bretaña actual, pero lo diga Blair o Cameron, las clases sociales no desparecen por mor del ascenso social, y según Jones, todo está amañado en la sociedad británica con el objetivo de favorecer a la clase media. Educación y clase social siguen estando en íntima comunión.
Pero, si todos fuésemos clase media ¿cómo podría reconocerse ese mantra de la aspiración al ascenso social? En el concepto del nuevo laborismo hay una trampa, porque el punto medio de la escala salarial no está en la clase media, sino más abajo. No es ningún secreto que el Parlamento Británico –como casi todos los parlamentos europeos- no son un microcosmos de la sociedad y su sistema de clases. Abundan los representantes públicos criados en colegios privados, con contactos en la alta empresa y con un total desconocimiento de la vida real en los barrios reales.
El desmontaje de la clase obrera según Jones ha llegado al punto de identificar a este subgrupo social como un grupo étnico de excluidos sociales blancos, donde calan las apuestas nacionalistas radicales como el BNP, o el UKIP y la Liga de la Defensa Inglesa. Se trata de mirar la desigualdad y la pobreza con un enfoque racial. Hay un solo paso para decir que son los extranjeros los que quitan los puestos de trabajo a los trabajadores ingleses blancos. Ello implica que el multiculturalismo operante
enfrenta a grupos étnicos de trabajadores para que compitan por los mismos recursos y servicios públicos, cada vez más escasos. Así la clase blanca trabajadora quedaría retratada como pobre, vaga, racista, grosera y sucia. Un buen caladero para hacer chistes. Son considerados trabajadores, generalmente en paro y despreocupados por buscar trabajo, bastos y chabacanos, sin el discreto encanto de la burguesía, esa clase media que se reproduce a sí misma y se defiende, que mira con desprecio y escandalizada el burdo gusto televisivo, el ramplón estilo en el vestir y una incorrecta manera en el hablar.
La clase trabajadora, según Jones, ha sido demonizada, excluida del mundo de la política y de los medios de comunicación, confinada a Gran Hermano y la telerrealidad, una clase de la que hay que escapar. Los problemas sociales han sido convertidos en defectos personales: la pobreza es un vicio del carácter. Pueden así campar a sus anchas teorías como las de Charles Murray y Richard J. Herrnstein cuando propusieron que el cociente intelectual va a aparejado al nivel socieconómico. Los proletarios deben convertirse en emprendedores, para que corra por su cuenta el éxito o el fracaso.
Alfonso Salazar en www.olvidos.es, febrero 2015
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ANTROPOLOGÍA EN ZAPATILLAS,
BREVES ENSAYOS
sábado, 21 de febrero de 2015
CATÁLOGO DE POESÍA VISUAL
Poemas visuales 2000-2015. La Mitá de la Vida. Alfonso Salazar.
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POESÍA VISUAL,
SOLUCIONES POÉTICAS PROPIAS SL
domingo, 18 de enero de 2015
ÁRABE, MUSULMÁN E ISLAMISTA
En algunos medios de
comunicación se toma la parte por el todo. Los adjetivos que encabezan este
post son a veces intercambiados alegremente en algunos medios –otros periodistas
tienen buen cuidado en decir lo que quieren decir- y se extienden, fruto de la
ignorancia, por las redes sociales, y por supuesto, en el habla cotidiana. Pero
son tres adjetivos cuya coincidencia en una sola persona, precisa de una intensiva
conjunción de accidentes culturales.
Árabes
son aquellos naturales de Arabia, de la península arábiga y
alrededores, y tradicionalmente han formado parte de etnias que el paso del
tiempo ha desdibujado y vuelto a dibujar. En la actualidad en la península arábiga
se ubican 10 nacionalidades distintas. No se trata de una raza –no existen las
razas como categoría, ni biológica ni cultural en el ser humano-, aunque el concepto "racial" facilita, desde el desconocimiento, la categorización de los grupos
humanos. Pero en sentido estricto, un árabe es aquel que comparte una tradición
genealógica y cultural que nació en la península arábiga, antes del
surgimiento del islam.
El
idioma originario de estas tribus se llama también árabe, y
es una idioma muy extendido (más vivo que el latín, pero más fragmentado que el
español) que fue lingua franca en el medievo, por todo el Mediterráneo y que en
la actualidad se extiende por los países arábigos -de la Península arábiga- y otros países en
el Magreb y Oriente Medio. Pero hay
personas que hablan árabe en una esquina del mundo cuya habla del idioma es difícil de entender por otra persona que habla árabe en otra esquina del mundo. Esta macrolengua
mantiene una forma estándar, pero las diferencias dialectales son tremendas. Es
oficial en al menos veinte países del mundo y es el octavo en su extensión
planetaria con 350 millones de hablantes, pero muchos de ellos nada tienen que
ver con el concepto étnico, ni geopolítico del término “árabe”.
Algunos países de lengua
árabe se identifican a sí mismos como árabes, en un rizo de concepto de
identidad cultural, lo que dio como fruto la fundación en la Liga de Estados Árabes en 1945, donde
se encuentran países que no son árabes étnicamente hablando –como Egipto o
Marruecos, por ejemplo-, pero la identidad cultural y política es algo que uno
determina para sí mismo (sea o no sea cierto) o en todo caso, son los “otros”
los que la determinan como tal: la cultura es lo que uno hace visto desde
fuera, ya sea porque uno mismo se la otorga o porque los demás la señalan. Así
la Liga Árabe incluiría a somalíes, bereberes, egipcios, libaneses o kurdos, que
no son árabes, pero hablan árabe, así como el mundo hispano hablante incluye a
nacionalidades diversas y no exclusivamente a “españoles”. Es una cuestión de
nacionalismo, manifestado en torno a una lengua, y ciertas coincidencias
culturales y religiosas, pero sin u cuerpo cultural común.
En definitiva, hay pueblos que utilizan la lengua árabe,
pero no son árabes en sentido estricto y hay grupos humanos que hablan árabe
que no son musulmanes: coptos
egipcios, maronitas libaneses, árabes israelíes, árabes drusos.
Musulmán es una categoría religiosa, con un número de practicantes en todo el planeta que ronda los 1200 millones de personas. Como hemos visto, hay árabes (que hablan árabe) que no son musulmanes, aunque sean pocos, y hay musulmanes que no son árabes, y son muchos: ni lo hablan ni viven en estados de la Liga Árabe, ni tienen relación genealógica alguna con las etnias originarias de Arabia. Además, como el islam no es una religión jerarquizada, como la católica, no hay una línea de orden de un “papa” musulmán a un “sacerdote” de mezquita. Como es tan extensa la territorialidad del Islam y tan amplia su historia, hay diversas interpretaciones del Corán que han sido generadas con el paso de los siglos por las diversas maneras de interpretarlo (suní, chií, sufí, entre otras muchas), y se da de un modo similar a la distinción que en el cristianismo se hace entre católicos, ortodoxos, protestantes y otros muchas profesiones de fe.
Hay multitud de países que,
con una mayoría de habitantes que practican el islam, no son árabes ni por
asomo: Pakistán, Irán, Turquía, Indonesia, Burkina Fasso o Turkmenistán por
poner algunos casos. Entre ellos, hay países
que se consideran islámicos, es decir, en los que el Corán forma parte de
su corpus jurídico –la sharia, o
derecho islámico-, ya sean repúblicas, monarquías absolutistas, dictaduras o
regímenes teocrácticos. En estos países la separación Religión-Estado es uno de
los nudos gordianos de la convivencia. Son estos casos Irán –que no es un país árabe,
ni habla árabe-, el Afganistán de los talibanes, Libia desde 2011, Pakistán o
Mauritania.
Los árabes-musulmanes constituyen solamente el 20 % de la población musulmana mundial. Así que si usted llama árabe a un egipcio, a un bereber o a un sudanés porque hablan la lengua árabe, podría usted llamar sin empacho “españoles” a los bolivianos, mejicanos o uruguayos porque hablan español. Si usted llama árabe a cualquier musulmán, es como si llamase “español” a cualquier cristiano, así que puede también ir por ahí llamando español a cualquier italiano, irlandés o bávaro. Y si llama musulmán a cualquier árabe es como si diese por supuesto que todo español es cristiano, católico, apostólico y romano. Y nunca denomine a una persona "islámica", porque islámico es el adjetivo que se aplica a los conceptos impregnados de islam: ya sea el arte, el Estado, o la cultura.
"Islámico", como adjetivo, no es aplicable a una persona, sino que en nuestro idioma utilizamos para ello el adjetivo “musulmán”. Islamista se refiere al concepto de islamismo, que es un término político, aunque nuestro diccionario reserve distinto conceptos para “islamismo” (conjunto de dogmas y preceptos morales que constituyen la religión de Mahoma) e “islamista” (relativo al integrismo musulmán). Dentro del islamismo hay posturas regeneradoras, moderadas, radicales, extremistas, según cómo se midan, pero que los medios (y al parecer, el diccionario) por lo general identifican, en su concepción violenta, con la asunción de normas como la “yihad”. La Yihad no es exclusivamente sinónimo de “guerra santa” para algunos estudiosos, puesto que englobaría también el concepto de “lucha interior”. No hay conceptos en el cristianismo que se le acerquen, aunque las prácticas evangelizadoras tenían un objetivo en común: la expansión de la religión. Estas posturas denominadas radicales pueden provenir del sunnismo –como los Hermanos Musulmanes egipcios, los talibanes o el salafismo- y otras del chiísmo –como el Irán de Jomeini o Hezbolá.
Por otro lado, hay conceptos culturales que se identifican en los medios de comunicación y en la divulgación popular con el islam -la lapidación, la flagelación pública, la mutilación genital, la poliginia, el matrimonio concertado de menores-, pero no son usos exclusivos de países musulmanes. En otros países, que nada tienen que ver con el islam, se practican. De hecho es muy probable que el arraigo cultural de estas prácticas sea anterior al islam, pero perduran en culturas islámicas e incluso algunos de ellos fueron recogidos en el Corán. Otra cosa es cómo se interprete el Corán…
Y otro día hablaremos sobre la confusión acerca del velo.
Alfonso Salazar
sábado, 10 de enero de 2015
EL MAPA DEL DETECTIVE DEL ZAIDÍN
Un completo mapa de todos los lugares donde sucede la saga del detective del Zaidín, Matías Verdón.
En azul, la última novela, Para tan largo viaje, publicado por Dauro en 2014 (figura en azul claro el viaje del protagonista yugoslavo)
En amarillo, El Detective del Zaidín, publicado por Ediciones B en 2009.
En verde, Golpes tan fuertes, publicado por Alhulia en 2013 (figura en verde claro la trama de los años 40-50)
En rojo Melodía de Arrabal, publicado por Arial en 2003.
En azul, la última novela, Para tan largo viaje, publicado por Dauro en 2014 (figura en azul claro el viaje del protagonista yugoslavo)
En amarillo, El Detective del Zaidín, publicado por Ediciones B en 2009.
En verde, Golpes tan fuertes, publicado por Alhulia en 2013 (figura en verde claro la trama de los años 40-50)
En rojo Melodía de Arrabal, publicado por Arial en 2003.
viernes, 9 de enero de 2015
domingo, 4 de enero de 2015
CAMBIO DE EJE
En la Antigüedad, el eje mediterráneo señalaba una
diferencia profunda entre el Oriente y el Occidente, como si un meridiano
–imaginario, como todos los meridianos- separase dos mundos. A la izquierda del
mapa quedaban territorios misteriosos que los marinos fenicios y griegos
transitaban y eran germen de leyendas: Tartessos, los bereberes, la Tingitana;
a la derecha las estirpes de las civilizaciones occidentales: Egipto, Grecia,
Palestina, Bizancio. El eje residiría en
Roma, que separaba la riqueza opulenta de Oriente frente a la apenas hollada
tierra de Occidente que Hércules abrió hacia el Atlántico. Con el tiempo, el
Mediterráneo sufrió un importante cambio de eje, del corte vertical, al
horizontal. En la actualidad, la riqueza reside en el norte, y la pobreza en el
sur. La frontera se traza tumbada, cruzando el mar de oeste a este.
Este ejemplo es solo un gráfico sobre un mapa
conocido: el eje vertical se tumba, la percepción de la diferencia gira sobre
sí misma y pasa en unos cientos de años de una separación vertical a una
horizontal.
Pienso en el cambio de eje mediterráneo cuando
pienso en ese otro cambio de eje que se anuncia en las ideologías políticas. El
siglo XX, siguiendo el camino que ya había abierto el siglo XIX, forjó una diferencia
ideológica entre la izquierda y la derecha. Hace ciento cincuenta años, esas
diferencias apenas eran perceptibles en los arcos parlamentarios: tuvo que ser
la irrupción del pensamiento marxista la espoleta, la organización de los
partidos socialistas apoyados en los sindicatos de clase; y posteriormente, a
partir de la década de los treinta del pasado siglo, y la implantación del
comunismo leninista cuajó la diferencia en el espectro. Fue entonces cuando se
dibujó, con la claridad que ha sido vista en los últimos años –sobre todo en la
Europa Occidental-, la división entre la izquierda y la derecha, conceptos cuyo
origen se atribuye a la ubicación de
asientos en la Asamblea Nacional francesa de 1789 y que en la Europa posterior
a la Segunda Guerra Mundial tuvo su plasmación palmaria en el mapa europeo separado
–gráficamente también- por el telón de acero que dividía Este/Oeste.
Izquierda y derecha han formado parte del
imaginario del espectro político del capitalismo en la Europa Occidental, poco
extrapolable a otros territorios: no soporta la aplicación somera a los Estados
Unidos –dividido entre demócratas y republicanos-; o naufraga en otros terrenos
como los países islámicos donde todo gira en torno a la división laicismo/religiosidad
en la vida política; o países sudamericanos, como Argentina, donde el peronismo
no admite el concepto. Sin embargo, Europa sí ha utilizado con profusión este
concepto de izquierda/derecha como una garantía de claridad de ideas, otorgando
a la izquierda la defensa de la propiedad pública, el fomento de la igualdad,
el laicismo, el intervencionismo económico del gobierno, la solidaridad; y a la
derecha el liberalismo económico, el mantenimiento del orden, la intervención
ética del gobierno; figurando siempre dos grandes bloques totalitarios en los
dos extremos del espectro, que coinciden en el planteamiento de una imposición
autoritaria.
El análisis del espectro político se hace a través
de artefactos, y los sociólogos no han encontrado para Europa una mejor
respuesta que el eje izquierda/derecha a pesar de la aparición de fenómenos que
saltan por encima de esta propuesta: ecologismo, feminismo, pacifismo,
anticlericalismo, globalización, republicanismo y nacionalismo, por indicar
algunos conceptos, marchan en todas las direcciones, y tanto ellos como sus
contrarios, son proclives a ser hallados en discursos de la izquierda o de la
derecha, sea en mayor o menor proporción, sin que podamos rastrear un patrón
definido. En todo caso, no son fenómenos que tenga una exclusividad de marca
izquierda, o de marca derecha. Hay derecha republicana y anticlerical, como hay
izquierda autárquica y nacionalista. Muchos de estos fenómenos, en mayor o
menor gradación, pues nunca serán monolíticos, pueden aparecer en cualquier
discurso. Solo una mayor profusión tonal predican una probable ubicación en la
escala.
Izquierdas y derechas participan
del concepto de los modelos de un solo eje, que son excesivamente simplistas, y
dejan siempre en las afueras a posturas como el anarquismo y el libertarismo.
Como los mensajes sencillos son los que bien calan, y existe esa propensión a
sabernos en un mapa bien trazado que no nos propugne perdernos en el proceloso
camino del pensamiento político, el eje sigue siendo válido, se utiliza con exuberancia
en los medios de comunicación, y sirve al ciudadano para ubicarse en ese
imaginario de escala política, a pesar de que día tras día venga la realidad a
reventar el papel estricto de tan sencilla separación.
Pero ha comenzado una crisis de la representación, del espectáculo: una parte de la ciudadanía –los gobernados habitualmente silentes- se enfrenta a la búsqueda de la democracia real empeñada en el hallazgo de la manera de hacer política de forma continuada: el asunto desborda la izquierda y la derecha, territorios que hoy por hoy parecen pertenecer solo al espectáculo mediático, territorios que pretenden ser asaltados, desmontados y reconstituidos ante el crudo ahondamiento de la brecha de la desigualdad social.
Pero ha comenzado una crisis de la representación, del espectáculo: una parte de la ciudadanía –los gobernados habitualmente silentes- se enfrenta a la búsqueda de la democracia real empeñada en el hallazgo de la manera de hacer política de forma continuada: el asunto desborda la izquierda y la derecha, territorios que hoy por hoy parecen pertenecer solo al espectáculo mediático, territorios que pretenden ser asaltados, desmontados y reconstituidos ante el crudo ahondamiento de la brecha de la desigualdad social.
El cambio de eje se propone desde un giro de lo
vertical a lo horizontal: los polos izquierda-derecha pretenden ser sustituidos
por una partición que enfrenta al poder de la ciudadanía frente a la
oligarquía, la ciudadanía sin privilegios frente a la ciudadanía privilegiada.
Es curioso que este giro de eje plantea una separación simplista que recuerda a
la división tradicional de las clases, pues alrededor del eje horizontal pulularía la clase media: más arriba del eje está la pirámide del poder, más abajo, aquellas
que antes fueron consideradas las clases trabajadoras. En tanto, en el tradicional
eje izquierda-derecha quien ocupa los aledaños del eje es el centro político,
generalmente difuso en su compromiso, contemporizador, tibio y oportunista en sus
propuestas.
¿Cómo llega Europa a esta situación en que el
cambio de eje es sugerido, cada vez con más empeño, por propuestas políticas
que terminarán, lógicamente, tachadas de ambiguas, populistas y traidoras a la
izquierda? No es arriesgado decir que la dicotomía de este eje vertical ha sido
propulsada más desde la izquierda -incluida la imaginaria- que desde la derecha. Al fin y al
cabo, los principios de la derecha no son simbólicos, sino que ya estaban ahí –religión,
propiedad y orden-, y es la izquierda la que ha pretendido diferenciarse y
reivindicar su terreno en el espectro por negación.
Sin embargo, la evolución de la socialdemocracia
europea, que partía de posiciones izquierdistas –de hecho es, posiblemente, la
responsable del sostenimiento de la dicotomía desde hace seis décadas- ha
derivado hacia una seria confusión del concepto al mantenerse dentro del
sistema navegando a dos aguas, proponiendo política económicas identificadas
con la derecha que intenta compaginar con la defensa de los derechos sociales,
económicos y laborales, la igualdad y la democracia. En cuanto la
socialdemocracia optó por la denominada “tercera vía”, una pirueta que intenta
conjugar lo inconjugable, la sensación del ciudadano es que asiste a un turnismo
en el gobierno, un bipartidismo de facto, donde las diferencias entre uno u
otro gobernante son más simbólicas que reales, pues son coincidentes en las
fundamentales políticas socioeconómicas.
No es un asunto banal que los bloques de
concentración sean una respuesta, que nada escandaliza, ante este cambio de
eje: partidos de izquierdas unidos a partidos de derechas ante una protesta que
viene desde abajo, pues no tienen conflicto en los temas fundamentales que
entrelazan al Estado y los poderes privados. Solamente ciertas exigencias de
marketing para la polémica televisada les lleva a defender axiomáticos tonos
ideológicos, poniendo en escena un discurso narrativo poco creíble -y tú más-,
cuyo objetivo único es apacentar sus campos electorales simbólicos. En el campo
electoral de la socialdemocracia, siguen en pie los valores de la justicia
social, los derechos ciudadanos, la solidaridad y la democracia, pero si bien
se mantienen en su discurso, no lo están en su ejecución. En el eje
izquierda-derecha, la socialdemocracia deriva hacia el centro activo, y en su realización
se confunde con los valores de la
derecha.
Gran parte de la población española, según el CIS,
se identifican en el ámbito de la izquierda: un 40 %. En tanto un 30 % se ubica
en el centro político y solo un 13 % en la derecha. El resto, casi un 17 %, no
sabe, no contesta. El vaciamiento de la propuesta real en el
seno de la socialdemocracia ha confundido el sentido electoral de las izquierdas.
Los aparatos de la socialdemocracia comulgan con las políticas regresivas de la
derecha europea, se aferran a un proyecto político social y económico que no se
puede identificar con una izquierda simbólica, y además, el tiempo y el espacio
les niegan la mayor: pertenecen a recientes legislaturas las políticas
económicas de tinte derechista impulsadas por la socialdemocracia allí donde ahora
está en la oposición, y allí en los territorios europeos donde gobierna, o en
sus posturas en las instituciones europeas, consensúa con la derecha real las
políticas socioeconómicas. Ese vaciamiento es el que alimenta el cambio de eje:
la oposición establishment/ciudadanía pretende reventar el eje vertical.
Sin embargo, el cambio de eje se somete a una
difícil prueba: el objetivo de la socialdemocracia –y del propio sistema
capitalista, al menos en un valor simbólico- promulga el ascenso social como principio
y fin. No solo el self made men del
imaginario anglosajón, sino, también y sobre todo, el objetivo de ascenso en
las clases sociales como psicodrama vital, que conlleva la conversión de las
clases trabajadoras en clases medias, hasta el infinito y más allá. Ese es
también el objetivo de este cambio de eje, el ansiado reparto de la riqueza frente
a la igualación por la pobreza con que se amenaza desde el derechismo rancio –y
a la vez, ubicado en las alturas.
Pero el círculo vicioso se mantiene como una
imposible máquina de movimiento perpetuo. El ascenso de los de abajo hacia las
posiciones de los de arriba fracasa tanto como en el eje izquierda-derecha,
basado en la promoción social y la escalada vinculada al sistema económico. El
cambio de eje puede ser el inicio de un derrumbe de una concepción imaginaria,
pero si no ahonda en las estructuras sociales reales, en la brecha de la
desigualdad, en el consumismo como motor económico, en la apariencia
espectacular de la sociedad, en el concepto de la libertad y el cumplimiento
del contrato jurídico y legal, solamente nos encontraremos ante un cambio de
eje que no cambia la realidad sino que es solamente un cambio de mapa.
Alfonso Salazar
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