viernes, 24 de diciembre de 2010
lunes, 20 de diciembre de 2010
MOURINHO SEGÚN SEGUROLA
La revuelta de un consentido
lunes, 20 diciembre 2010, 15:29
Era cuestión de tiempo –de muy poco tiempo- que Mourinho se revolviera contra su club. Hubo un anticipo en su delirante intento de compaginar su trabajo en el Madrid con el de seleccionador de Portugal, capricho que vendió como un acto de servicio a la patria. Lo justificó por la exigencia de su hiperactiva naturaleza, que le impide estar mano sobre mano cuando se detiene el calendario de la Liga española. (IR AL ARTÍCULO EN MARCA.COM)
sábado, 18 de diciembre de 2010
lunes, 13 de diciembre de 2010
lunes, 6 de diciembre de 2010
AMOR Y ODIO
"(…) La activación o el silenciamiento de algunos genes son importantes a la hora de estimular la producción o no de ciertas hormonas que puedan propiciar determinados sentimientos hacia las personas (…). El afecto, el amor (o el odio) son patrones dinámicos de múltiples variables que penetran las interacciones sociales y que pueden conducir a coherencias en la vida social altamente operativas (Maturana y Varela, 1992: 247)175."
Nota 175 Amor y odio comparten estructuras cerebrales como el putamen y la ínsula. Sin embargo mientras el amor y la ira desconectan las áreas límbicas implicadas en el juicio, la planificación, el odio apenas lo hace. Se diferencia con el amor, la ira, el enfado, en que coexiste la planificación y la ejecución (Zeki & Romaya, 2008). Por algo dicen que la venganza se sirve en plato frío.
(Eugenia Ramírez Goicoechea en Evolución, cultura y complejidad)
EL EXPERIMENTO DEL DOCTOR ROSENHAN
"Este estado de cosas tuvo su cenit con la experiencia llevada también a cabo, hace ahora treinta años, por el Doctor Rosenhan y que publicó la revista Science. Rosenhan logró que ocho personas, todas ellas consideradas normales en cuanto a su salud mental, se hicieran pasar por enfermos mentales y fueran ingresadas en varios hospitales psiquiátricos a lo largo y ancho de Estados Unidos. En aras a asegurar su ingreso en los hospitales, estas personas simularon algunos síntomas esquizofrénicos y, efectivamente, fueron diagnosticadas de esquizofrenia y admitidas en el hospital. Una vez ingresadas, estas personas desarrollaron una conducta normal en todo momento; es decir, hablaban y se conducían a diario sin hacer absolutamente nada para parecer enfermos. Sorprendentemente tanto lo médicos y las enfermeras como el personal asistencial de cada uno de estos hospitales trató a estas personas como si fueran verdaderos pacientes esquizofrénicos y explicaron su conducta en términos de los que se suponía era esa enfermedad mental. Y aunque, como digo, los falsos pacientes se comportaron en todo momento como personas normales (que es lo que eran), para mucho de ellos fue difícil obtener el alta del hospital. Y, al final, cuando esto fue posible, el parte de alta no expresó un reconocimiento de salud mental recuperada, sino con el diagnóstico “esquizofrenia en remisión”. “Está claro” -señaló Rosenhan en aquel momento- “que no somos capaces de distinguir un enfermo mental de alguien que no lo es". Esta publicación suscitó una gran polémica en aquella época.”
(Francisco Mora en ¿Enferman las mariposas del alma?)
sábado, 4 de diciembre de 2010
ANÁLISIS DEL GUIÑO
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMNVRpaEs6yMMllgLLXvK4tqBkGUAEdpBR3sQ_3C6peJ8W3QChJzWSEzZPyIkXkh6MH-0gMSJ_rDIpxZp3yKlpZUbOX3dChRZg5iWyusBV2Ygnfp5o8CGLX1YgVGqSL54rPW1ftqnd8WHs/s320/ojo2.jpg)
"Consideremos, dice el autor, el caso de dos muchachos que contraen rápidamente el párpado del ojo derecho. En uno de ellos el movimiento es un tic involuntario; en el otro, una guiñada de conspiración dirigida a su amigo. Los dos movimientos, como movimientos, son idénticos; vistos desde una cámara fotográfica, observado “fenoménicamente” no se podría decir cuál es un tic y cuál es la señal ni si ambos son una cosa o la otra. Sin embargo, a pesar de que la diferencia no puede ser fotografiada, la diferencia entre un tic y un guiño es enorme, como sabe quien haya tenido la desgracia de haber tomado el primero por el segundo. El que guiña el ojo está comunicando algo y comunicándolo de una manera bien precisa y especial: 1) deliberadamente, 2) a alguien en particular, 3) para transmitir un mensaje particular, 4) de conformidad con un código socialmente establecido, y 5) sin conocimiento del resto de los circunstantes. Como lo hace notar Ryle, el guiñador hizo dos cosas (contraer su ojo y hacer una señal) mientras que el que exhibió el tic hizo sólo una, contrajo el párpado. Contraer el ojo con una finalidad cuando existe un código público según el cual hacer esto equivale a una señal de conspiración es hacer una guiñada. Consiste ni más ni menos, en esto: una pizca de conducta, una pizca de cultura y –voilá- un gesto."
(Clifford Geertz, en La interpretación de las culturas)
sábado, 20 de noviembre de 2010
20 de noviembre
ya desarmado,
porque el mito de nada os vale,
una vez muerto,
cuando vuelvo a cruzar tu cuerpo,
y silenciosamente han llegado,
los carniceros.
Asumido el papel de escriba de mi tiempo
y contemporáneo de tu época y el desengaño,
por las paredes escribo aquella historia
de la poesía,
léeme amor, y desfallece.
LA COPA ROTA: PEPE RAMOS
hasta hoy
tuve tiempo para aprender
que fidelidad y felicidad
no riman,
que la misericordia
es una forma de amor.
Que el cáncer tiene más piedad
y duele menos.
Tras el dolor
el consuelo reside
en saber desconocerse
en abandonarse
en dejar de imaginar
cómo son las cosas
cuando uno no está
es mejor morir tumbado
que vivir temiendo vivir
el fraude banal de los días
aunque veas digas y sepas
que detrás del dolor no hay nada
nada sirve de nada
y te sirve de consuelo
Poemas extraídos de "La copa rota" (Línea de fuego, 1999)
martes, 16 de noviembre de 2010
lunes, 15 de noviembre de 2010
CARTAS, DE MIGUEL HERNÁNDEZ
13 de noviembre 2010 20:00 hs
Concierto Homenaje a Miguel Hernández
Guitarra: Pedro Soriano
Lectura: Alfonso Salazar
EN EL BLOG ARCADIA LA NÓMADA
Un doble homenaje, a Miguel Hernández y Radio Española Independiente (Estación Pirenaica).
Radio España Independiente, más conocida como La Pirenaica, por la leyenda de que se emitía desde algún lugar de los Pirineos, fue una emisora creada por el Partido Comunista de España, a instancias de Dolores Ibárruri, Pasionaria y comienza a emitir desde Moscú el 22 de julio de 1941. El apelativo de "estación pirenaica" se utilizó para eliminar la sensación de lejanía que podía significar para los oyentes de España el hecho de emitir desde Moscú. La Pirenaica, sería la única información radiofónica no controlada por el régimen de Franco, el simple hecho de atreverse a sintonizarla ya era un gesto de oposición al franquismo.
Estamos en sus estudios, en el mes de abril del año 1942. Recientemente se ha conocido la muerte del poeta Miguel Hernández en la enfermería del Penal de Alicante.
A través de sus cartas, Radio Pirenaica rinde homenaje al poeta de Orihuela.
Mi querida Josefina:
Todo se acabará a fuerza de uña y paciencia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo. Pero son demasiada poca cosa para mí, tan valiente como siempre, y aunque fueran como elefantes esos bichos que quieren llevarse mi sangre, los haría desaparecer del mapa de mi cuerpo. ¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo de mi alma, no sabe a ratos qué postura tomar, y al fin toma la de la esperanza que no se pierde nunca. Así veo pasar un día y otro día, esperanzado y deseoso de correr a vuestro lado y meterme en nuestra casa y no saber en mucho tiempo nada del mundo, porque el mundo mejor está entre tus brazos y los de nuestro hijo.
Me decías en tu anterior que guardara la ropa cuanto pudiera. No te preocupes, que si no tengo ropa cuando salga, con ponerme una mano en el occipucio y otra en el prepucio, arreglado. Así y todo procuro conservarla y uso la más vieja y todo son cosidos y descosidos y ventanas por todas partes. El pijama se me ha roto y le he puesto un remiendo que es media camisa, porque se me veía toda la parte de atrás y era una verdadera vergüenza.
¡Ay, Josefina mía! No nos queda otro remedio que aguantar todo lo malo que nos viene y nos puede venir, para el día que nos toque aguantar lo bueno. ¿Verdad que llegará ese día? Yo nunca he dudado de que llegará y de que seremos más felices que hasta aquí hemos sido.
La otra noche soñé a Manolillo ya con cinco o seis años de edad. Cuídalo mucho, Josefina que crezca fuerte y defendido contra toda enfermedad. Cuando te sea posible come mucha fruta y mucho vegetal, principalmente patatas. Es lo que más conviene a tu salud y a la de nuestro sinvergüencilla.
Josefina: recibe para ti y para nuestro hijo y para nuestros hijos mayores el cariño encerrado y empiojado y ... perdido de tu preso
Miguel
Idea y Selección de textos: Alfonso Salazar
Música: Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez, Alberto Cortez y Pedro Soriano
Voz en off (Rafael Alberti y Pablo Neruda): Jesús Herrera
Grabaciones musicales: Antonio Caba
Diseño de imagen: Jean-Pierre Santacana
Interpretación musical: Pedro Soriano
Lectura: Alfonso Salazar
sábado, 6 de noviembre de 2010
CALENDARIO DEL CONTRIBUYENTE
si Delegación de Hacienda que traga
jóvenes y viejos
por números y letras.
Gran Arquitecto
del Estado y la Solidaridad,
a tus pies somos,
en tus manos,
tus mesas
y tus borradores de declaración.
sábado, 30 de octubre de 2010
miércoles, 20 de octubre de 2010
domingo, 17 de octubre de 2010
CIEN AÑOS DE LA CNT. LECTURA EN MANZANARES
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiphGsuYVDYEA8kKFPOrazP80GRvf3mJ2CyAjX1F8014G5XqP-_ihR5zqhEaJe3aTa8WW3xGVowvkSgn5N49YOp43A8KwaLS74MONxNyBh0BS85EnBwc4pkSErQSc_c5bXGHDGshmUOg_FQ/s320/postal+manzanares.jpg)
17 Octubre 2010
Jornada de homenaje a Juan Caba, Vicente Sánchez y Antonio Pedrazo
(anarquistas históricos regionales)
Casa de la Monstrua C/. Manifiesto 8
sábado, 16 de octubre de 2010
CIEN AÑOS DE LA CNT. LECTURA EN ALCOI
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwqzoRjzpYln6gCebd0eKhyphenhyphenwv0EGA7NjKvZ8ZrxkCOMBJIX0qkUPoad3WlcsAFy5ujPGxakLm8QuUSezJWm2LR0133_zdpVRB_7mA2avCVM-k0Xp1kxWeA_5trwjMjiWAJEqlZrF5TITPi/s320/postal+manzanares.jpg)
16 DE OCTUBRE 2010
martes, 12 de octubre de 2010
LA MCDONALIZACIÓN DE LA SOCIEDAD
La tienda de comestibles de otros tiempos, en las que el dependiente entregaba los artículos, ha sido sustituida por el supermercado, en el que el cliente puede dedicar varias horas a la semana a “trabajar” como dependiente de una tienda de ultramarinos buscando artículos deseados (y no deseados), dando interminables paseos por pasillos no menos interminables. Después de haber obtenido los productos, el propio cliente pesa a continuación los alimentos en las básculas correspondientes y, en algunos casos, incluso los empaqueta. Todo este proceso es absolutamente eficiente desde el punto vista del supermercado, pero a todas luces ineficaz desde la perspectiva del cliente.
Prácticamente han quedado eliminados los empleados de las gasolineras que llenaban los depósitos de los automóviles, comprobaban el aceite y limpiaban las ventanillas; ahora hacemos unos minutos a la semana de dependientes sin sueldo. Además, en lugar de tener un empleado dedicado a cobrarnos, debemos entrar en la gasolinera, o ir hasta una cabina, para pagar el combustible que hemos puesto. Incluso, en numerosas estaciones de servicio tenemos que pagar antes, regresar para llenar nuestro depósito y, si no hemos puesto tanta gasolina como creíamos necesitar, tenemos que volver a la oficina para conseguir el cambio. En el último “avance” de este sector los clientes introducen la tarjeta de crédito y llenan su depósito; la factura automáticamente se carga en cuenta por la cantidad correcta (o eso se espera), y, todo ello, sin haber tenido contacto alguno con ningún empleado de la estación de servicio.
Las entidades bancarias han sido las pioneras en introducir la última novedad con la llegada del cajero automático, que nos permite trabajar, al menos durante algunos momentos, como cajeros sin sueldo (y, a menudo, pagando comisiones por el privilegio).
En la actualidad cuando se utiliza el teléfono para hacer alguna llamada por un asunto de negocios, en lugar de tratar con un operador humano que establezca la conexión que deseamos, debemos hacerlo con una voz computerizada que nos dicta una serie de instrucciones y que nos obliga a marcar una desconcertante cantidad de números y prefijos ante de conseguir que nos salga la extensión deseada.
Muchos de estos ejemplos de empresas que ponen al consumidor a trabajar pueden parecer triviales, y en muchos casos lo son. Es evidente que no se trata de un trabajo agobiante escribir un código postal en un sobre o buscar un número de teléfono en un listín. Pero, si consideramos la totalidad de estas actividades, podemos advertir que se está creando una tendencia de amplio alcance. El moderno consumidor está perdiendo una cantidad cada vez más significativa y mayor de tiempo y energía realizando trabajos no pagados para un buen número de empresas."
Extracto de La McDonalización de la Sociedad (1996), George Ritzer. Ed. Ariel
viernes, 8 de octubre de 2010
UN SONDEO EN GOOGLE
"zapaterismo", 21.000 resultados
"postzapaterismo", 47.700 resultados
lunes, 20 de septiembre de 2010
SHAKESPEARE EN LA SELVA (5)
Los ancianos se miraron unos a otros con supremo disgusto.
Me lancé a salvar la reputación de Polonio.
-Polonio habló. Hamlet le había oído. Pero pensó que era el jefe, y quiso matarlo para vengar a su padre. Ya había querido hacerlo antes, esa misma tarde... –interrumpí la narración, incapaz de explicar a esta gente pagana, que no cree en la supervivencia individual tras la muerte, la diferencia entre bien morir rezando y morir “sin comunión, sin preparación, sin sacramentos”.
Esta vez había impactado en serio a mi audiencia. “Que un hombre levante su mano contra el que, siendo hermano de su padre, se ha convertido en padre para él es algo terrible. Los ancianos deberían dejar que sea embrujado un hombre semejante.”
Mordisqueando perpleja mi pedazo de nuez de cola, señalé que, después de todo, era quien había matado al padre de Hamlet.
-No –sentenció el anciano, hablando menos para mí que para los jóvenes allí sentados entre los mayores. Si el hermano de tu padre ha matado a tu padre, debes recurrir a los compañeros de edad de tu padre; son ellos quienes pueden vengarlo. Nadie puede usar la violencia contra sus parientes de más edad –le sobrevino otra idea-. Pero si el hermano del padre hubiera sido realmente tan infame como para embrujar a Hamlet y volverlo loco, entonces la historia es realmente buena, porque entonces él mismo sería el causante de que Hamlet, estando loco, no conservara razón alguna y estuviera dispuesto a matar al hermano de su padre.
Hubo un murmullo de aprobación. Hamlet volvía a parecerles una buena historia, pero a mí ya no se me antojaba la misma. Según pensaba en las complicaciones venideras de la trama y los temas, me iba desanimado. Decidí rozar sólo de pasada el terreno peligroso.
-El gran jefe –continué– no sentía que Hamlet hubiera matado a Polonio. Eso le daba una razón para enviarle lejos, acompañado por sus dos infieles compañeros, con cartas para un jefe de un lejano país que decían que debía ser asesinado. Pero Hamlet cambió lo que estaba escrito en las cartas, de forma que en su lugar mataron a éstos.
Encontré una mirada llena de reproche por parte de uno de los hombres a quienes yo había dicho que una falsificación indetectable de la escritura no sólo era inmoral, sino que estaba más allá de la habilidad humana. Miré hacia otro lado.
-Antes de que Hamlet pudiera regresar, Laertes volvió para el funeral de su padre. El gran jefe le contó que Hamlet había matado a Polonio. Laertes juró matar a Hamlet por esto, y porque su hermana Ofelia, al saber que su padre había sido muerto por el hombre a quien amaba, se volvió loca y se ahogó en el río.
-¿Ya te has olvidado de lo que te hemos dicho? –me echó en cara el anciano.- No se puede tomar venganza de un loco; Hamlet mató a Polonio en su locura. Y en cuanto a la chica, no es que simplemente se volviera loca, sino que se ahogó. Sólo la brujería puede hacer que la gente se ahogue. El agua por sí misma no hace ningún daño, es sencillamente algo que se bebe o en donde uno se baña.
Empecé a enfadarme.
El anciano hizo unos ruidos apaciguadores y me sirvió personalmente algo más de cerveza.
-Tú cuentas bien la historia, y te estamos escuchando. Pero está claro que los ancianos de tu país nunca te han explicado lo que realmente significa. ¡No, no me interrumpas! Te creemos cuando dices que vuestra forma de matrimonio y vuestras costumbres son diferentes, o vuestros vestidos y armas. Pero la gente es similar en todas partes. Allí donde sea siempre hay brujos, y somos nosotros, los ancianos, quienes sabemos cómo funciona la brujería. Te dijimos que era un gran jefe el que quería matar a Hamlet, y ahora tus propias palabras confirman que teníamos razón. ¿Qué parientes varones tenía Ofelia?
-Solamente su padre y su hermano –Hamlet claramente se me había escapado de las manos.
-Tiene que haber tenido más; esto es algo que también debes preguntar a tus mayores cuando vuelvas a tu país. Por lo que nos cuentas, y dado que Polonio estaba muerto, debe haber sido Laertes quién mató a Ofelia, aunque no veo la razón.
Ya habíamos vaciado uno de los cuencos de cerveza, y los hombres discutieron el tema con un interés rayano en lo ebrio. Finalmente uno de ellos me preguntó:
-¿Qué dijo a su vuelta el criado de Polonio?
Retomé con dificultad a Reinaldo y su misión.
-No creo que regresara antes de la muerte de Polonio.
-Escucha –dijo el más anciano de todos– y te diré cómo ocurrió y cómo sigue tu historia, y tú me puedes decir si estoy en lo correcto. Polonio sabía que su hijo se metería en problemas, y efectivamente así fue. Tenía muchas multas que pagar por sus peleas, y deudas de juego. Pero sólo había dos maneras de conseguir dinero rápidamente. Una era casar a su hermana de inmediato, pero es difícil encontrar a un hombre que quiera casarse con una mujer deseada por el hijo de un jefe. Porque, si el heredero del jefe comete adulterio con tu mujer, ¿tú qué puedes hacer? Sólo a un loco se le ocurriría plantear un pleito a alguien que puede ser quien te juzgue en el futuro. Por eso Laertes tuvo que seguir el segundo camino: matar por brujería a su hermana, ahogándola, para poder vender su cuerpo en secreto a los brujos.
Opuse una objeción.
-Su cuerpo fue encontrado y enterrado. De hecho, Laertes saltó a la fosa para ver a su hermana por última vez. Por tanto, como ves, el cuerpo realmente estaba allí. Hamlet, que acababa de llegar, saltó también detrás de él.
-¿Qué os dije? –El más anciano se dirigió a los demás.- No es que Laertes estuviera tratando precisamente bien al cuerpo de su hermana. Hamlet procuró estorbarle, porque al heredero del jefe, igual que a cualquier jefe, no le gusta que ningún otro hombre se enriquezca ni se haga poderoso. Laertes se pondría furioso, porque había matado a su hermana sin sacar de ello ningún beneficio. En nuestro país, ese motivo hubiera bastado para que intentara asesinar a Hamlet. ¿Es eso lo que pasó?
-Más o menos –admití-. Cuando el gran jefe encontró que Hamlet aún vivía, animó a Laertes a que tratara de matarlo y se las apañó para que hubiera una pelea de machetes entre ellos. En la lucha ambos cayeron heridos de muerte. La madre de Hamlet bebió una cerveza envenenada que el jefe había dispuesto para Hamlet en el caso de que ganara la pelea. Cuando vio a su madre morir a causa del veneno, Hamlet, agonizando, consiguió matar al hermano de su padre con su machete.
-¿Veis? ¡Tenía razón! –exclamó.
-Era una historia muy buena –añadió el anciano jefe– y la has contado con muy pocos errores. Sólo había un error más, justo al final. El veneno que bebió la madre de Hamlet obviamente estaba destinado al vencedor del combate, quienquiera que fuese. Si Laertes hubiera ganado, el gran jefe lo habría envenenado para que nadie supiera que él había tramado la muerte de Hamlet. Así, además, ya no tendría que temer la brujería de Laertes; hace falta un corazón muy fuerte para matar por brujería a la propia hermana.
Envolviéndose en su raída toga, el anciano concluyó:
-Alguna vez has de contarnos más historias de tu país. Nosotros, que somos ya ancianos, te instruiremos sobre su verdadero significado, de modo que cuando vuelvas a tu tierra tus mayores vean que no has estado sentada en medio de la selva, sino entre gente que sabe cosas y que te ha enseñado sabiduría.
Bohannan Laura Shakespeare in the busch. Natural History, Agust-September, 1966.
domingo, 19 de septiembre de 2010
SHAKESPEARE EN LA SELVA (4)
Shakespeare en la selva (4): Un hombre nunca debe reprender a su madre.
-Sin duda, en tu país los muertos también pueden andar sin ser zombis. –Del fondo de su bolsa extrajo un pedazo de nuez de cola seca, mordió uno de sus extremos para mostrar que no estaba envenenado, y me lo ofreció como regalo de paz.
-Sea como sea –retomé la narración–, el difunto padre de Hamlet dijo que su propio hermano, el que luego se convirtió en jefe, lo había envenenado. Quería que Hamlet lo vengara. Hamlet creyó esto de corazón, porque aborrecía al hermano de su padre. –Tomé otro trago de cerveza.- En el país del gran jefe, viviendo en su mismo poblado, que era muy grande, había un importante anciano que a menudo estaba a su lado para aconsejarle y ayudarle. Se llamaba Polonio. Hamlet cortejaba a su hija, pero el padre y el hermano de ella… –aquí busqué precipitadamente alguna analogía tribal– le advirtieron que no permitiera a Hamlet visitarla cuando estaba sola en casa, puesto que él había de llegar a ser un gran jefe y por tanto no podría casarse con ella.
-¿Por qué no? –preguntó la esposa, que se había acomodado junto al sillón del anciano. Él la miró con gesto de desaprobación por hacer preguntas tontas, y gruñó:
-Vivían en el mismo poblado.
-No era ésa la razón –les informé–. Polonio era un extranjero que vivía en el poblado porque ayudaba al jefe, no porque fuera su pariente.
-Entonces, ¿por qué no podía Hamlet casarse con ella?
-Habría podido hacerlo –expliqué–, pero Polonio no creía que realmente lo fuera a hacer. Después de todo, Hamlet había de casarse con la hija de un gran jefe, puesto que era un hombre muy importante y en su país cada hombre sólo puede tener una esposa. Polonio tenía miedo de que si Hamlet hacía el amor a su hija, ya nadie diera un alto precio por ella.
-Puede que eso sea cierto –remarcó uno de los ancianos más sagaces– pero el hijo de un jefe daría al padre de su amante regalos y protección más que sobrados como para compensar la diferencia. A mí Polonio me parece un insensato.
-Mucha gente piensa que lo era –asentí-. A todo esto, Polonio envió a su hijo Laertes al lejano París, a aprender las cosas de ese país, porque allí estaba el poblado de un jefe realmente muy grande. Como Polonio tenía miedo de que Laertes se gastara el dinero en cerveza, mujeres y juego, o se metiera en peleas, mandó secretamente a París a uno de sus sirvientes para que espiara lo que hacía. Un día Hamlet abordó a Ofelia, la hija de Polonio, comportándose de manera tan extraña que la asustó. En realidad –yo buscaba azoradamente palabras para expresar la dudosa naturaleza de la locura de Hamlet– el jefe y muchos otros habían notado también que cuando Hamlet hablaba podía entender las palabras, pero no su sentido. Mucha gente pensó que se había vuelto loco –repentinamente mi audiencia parecía mucho más atenta.- El gran jefe quería saber qué era lo que le ocurría a Hamlet, así que mandó a buscar a dos de sus compañeros de edad –amigos del colegio hubiera sido largo de explicar– para que hablaran con Hamlet y averiguaran lo que le tenía preocupado. Hamlet, al ver que habían sido pagados por el jefe para traicionarle, no les contó nada. No obstante, Polonio insistía en que Hamlet se había vuelto loco porque le habían impedido ver a Ofelia, a quien amaba.
-¿Por qué –preguntó una voz perpleja– querría nadie embrujar a Hamlet por esa razón?
-¿Embrujarle?
-Sí, sólo la brujería puede volver loco a alguien. A menos, claro está, que uno haya visto a los seres que se ocultan en el bosque.
Dejé de ser contadora de historias, saqué mi cuaderno de notas y pedí que me explicaran más sobre esas dos causas de locura. Aun cuando ellos hablaban y yo tomaba notas, traté de calcular el efecto de este nuevo factor sobre la trama. Hamlet no había sido expuesto a los seres que se ocultaban en el bosque. Sólo sus parientes por línea masculina podrían haberlo embrujado. Dejando fuera parientes no mencionados por Shakespeare, tenía que ser Claudio quien estaba intentando hacerle daño. Y, por supuesto, él era.
De momento me protegí de las preguntas diciendo que el gran jefe también se negaba a creer que Hamlet estuviera loco debido simplemente al amor de Ofelia.
-Él estaba seguro de que algo mucho más importante estaba afligiendo el corazón de Hamlet.
-Los compañeros de edad de Hamlet –continué– habían traído con ellos a un famoso contador de historias. Hamlet decidió hacer que aquel narrador contara al jefe y a todo el poblado la historia de un hombre que había envenenado a su hermano porque deseaba a la esposa de éste, y porque además quería convertirse él mismo en jefe. Hamlet estaba seguro de que el gran jefe no podría escuchar la historia sin dar algún signo de ser realmente culpable, y de este modo podría descubrir si su difunto padre le había dicho la verdad o no.
El anciano interrumpió, con profundo ingenio:
-¿Por qué habría un padre de engañar a su hijo?
-Hamlet no estaba seguro de que fuera realmente su padre muerto –respondí evasivamente. Era imposible, en esa lengua, decir nada sobre visiones inspiradas por el demonio.
-Quieres decir –exclamó– que en realidad era un presagio, y que él sabía que a veces los brujos envían falsos presagios. Hamlet fue tonto por no acudir antes que nada a alguien versado en leer presagios y adivinar la verdad. Un hombre-que-ve-la-verdad podría haber tenido miedo de decirla. Yo creo que es por esa razón por la que un amigo del padre de Hamlet –anciano y brujo– envió un presagio, para que así el hijo de su amigo lo supiera. ¿Era cierto el presagio?
-Sí –dije, dejando de lado fantasmas y demonios; tendría por fuerza que ser un presagio enviado por un brujo-. Era cierto, por lo que cuando el contador de historias estaba contando su cuento ante todo el poblado, el gran jefe se levantó descompuesto. Por miedo a que Hamlet supiera su secreto, planeó matarlo.
Hubo un asombrado murmullo por parte de todos.
Un hombre nunca debe reprender a su madre.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
SHAKESPEARE EN LA SELVA (3)
Shakespeare en las selva (3): Los muertos no tienen sombra
-Dos años es demasiado –objetó la mujer, que acababa de hacer aparición con la desgastada bolsa de piel de cabra-. ¿Quién labrará tus campos mientras estés sin marido?
-Hamlet –repliqué sin pensármelo–. Era lo bastante mayor como para labrar las tierras de su madre por sí mismo. Ella no precisaba volverse a casar. –Nadie parecía convencido y renuncié–. Su madre y el gran jefe dijeron a Hamlet que no estuviera triste, porque el gran jefe mismo sería un padre para él. Es más, Hamlet habría de ser el próximo jefe, y por tanto debía quedarse allí para aprender todas las cosas propias de un jefe. Hamlet aceptó quedarse, y todos los demás se marcharon a beber cerveza.
Hice una pausa, perpleja ante cómo presentar el disgustado soliloquio de Hamlet a una audiencia que se hallaba convencida de que Claudio y Gertrudis habían actuado de la mejor manera posible. Entonces uno de los más jóvenes me preguntó quién se había casado con las restantes esposas del jefe muerto.
-No tenía más esposas –le contesté.
-¡Pero un gran jefe debe tener muchas esposas! ¿Cómo podría si no servir cerveza y preparar comida para todos sus invitados?
Respondí con firmeza que en nuestro país hasta los jefes tienen una sola mujer, que tienen criados que les hacen el trabajo y que pagan a éstos con el dinero de los impuestos.”
De nuevo repicaron que para un jefe es mejor tener muchas esposas e hijos que le ayuden a labrar sus campos y alimentar a su gente; así todos aman a aquel jefe que da mucho y no toma nada.
- Los impuestos son mala cosa.
Aunque estuviera de acuerdo con este último comentario, el resto formaba parte de su modo favorito de rebajar mis argumentos.
-Así es como hay que hacer, y así es como lo hacemos.
Decidí saltarme el soliloquio. Ahora bien, incluso si pudiera estar bien visto el que Claudio se casara con la esposa de su hermano, aún quedaba el asunto del veneno.
Estaba segura de que desaprobarían el fratricidio, de manera que continué más esperanzada:
-Esa noche Hamlet se quedó vigilando junto a los tres que habían visto a su difunto padre. El jefe muerto apareció de nuevo, y aunque los demás tuvieron miedo, Hamlet le siguió a un lugar aparte. Cuando estuvieron solos, el padre muerto habló.
-¡Los presagios no hablan! –el anciano era tajante.
-El difunto padre de Hamlet no era un presagio. Al verlo podría parecer que era un presagio, pero no lo era –mi audiencia parecía estar tan confusa como lo estaba yo-. Era de verdad el padre muerto de Hamlet, lo que nosotros llamamos un “fantasma”. –Tuve que usar la palabra inglesa, puesto que estas gentes, a diferencia de muchas de las tribus vecinas, no creían en la supervivencia de ningún aspecto individualizado de la personalidad después de la muerte.
-¿Qué es un ‘fantasma’? ¿Un presagio?
-No, un ‘fantasma’ es alguien que ha muerto, pero que anda vagando y es capaz de hablar, y la gente lo puede ver y oír, aunque no tocarlo.
Ellos replicaron:
-A los zombis se les puede tocar.
-¡No, no! No se trataba de un cadáver que los brujos hubieran animado para sacrificarlo y comérselo. Al padre muerto de Hamlet no lo hacía andar nadie. Andaba por sí mismo.
-Los muertos no andan –protestó mi audiencia como un solo hombre.
Yo trataba de llegar a un compromiso.
-Un ‘fantasma’ es la sombra del muerto.
Pero de nuevo objetaron:
-Los muertos no tienen sombra.
-En mi país sí que la tienen –espeté.
martes, 7 de septiembre de 2010
SHAKESPEARE EN LA SELVA (2)
Lectura anterior: SHAKESPEARE EN LA SELVA (1)
El anciano me pasó más cerveza para ayudarme en mi relato. Los hombres llenaron sus largas pipas de madera y removieron el fuego para tomar de él brasas con que encenderlas: entonces, entre satisfechas fumaradas, se sentaron a escuchar. Comencé usando el estilo apropiado: “Ayer no, ayer no, sino hace mucho tiempo, ocurrió una cosa. Una noche tres hombres estaban de vigías en las afueras del poblado del gran jefe, cuando de repente vieron que se les acercaba el que había sido su anterior jefe”.
-¿Por qué no era ya su jefe?
-Había muerto –expliqué– es por eso por lo que se asustaron y se preocuparon al verle.
-Imposible –comenzó uno de los ancianos, pasando la pipa a su vecino, quien lo interrumpió.- Por supuesto que no era el jefe muerto. Era un presagio enviado por un brujo. Continúa.
Ligeramente importunada, continué.
-Uno de esos tres era un hombre que sabía cosas –la traducción más cercana a estudioso, pero por desgracia también significa brujo. El segundo anciano miró al primero con cara de triunfo-. De modo que habló al jefe muerto, diciéndole: ‘Cuéntanos qué debemos hacer para que puedas descansar en tu tumba’, pero el jefe muerto no respondió. Se esfumó y ya no lo pudieron ver más. Entonces el hombre que sabía cosas –su nombre era Horacio–, dijo que aquello era asunto para el hijo del jefe muerto, Hamlet.
Hubo un sacudir de cabezas general dentro del corro: “¿El jefe muerto no tenía hermanos vivos. ¿O es que el hijo era jefe?”
- No –repliqué–. Esto es, tenía un hermano vivo que se convirtió en jefe cuando el hermano mayor murió.
Los ancianos murmuraron entre dientes: tales presagios son asunto para jefes y ancianos, no para jóvenes; ningún bien puede venir de hacer las cosas a espaldas del jefe; evidentemente, Horacio no era un hombre que supiera cosas.
-Sí que lo era –insistí tratando de apartar un pollo de mi cerveza. En nuestro país el hijo sucede al padre. El hermano menor del jefe muerto se había convertido en jefe, y además se había casado con la viuda de su hermano mayor tan sólo un mes después del funeral.
-Hizo bien –exclamó radiante el anciano, y anunció a los demás: –Ya os dije que si conociéramos mejor a los europeos, encontraríamos que en realidad son como nosotros. En nuestro país –añadió dirigiéndose a mí– también el hermano más joven se casa con la viuda de su hermano mayor, convirtiéndose así en padre de sus hijos. Ahora bien, si tu tío, casado con tu madre viuda, es plenamente el hermano de tu padre, entonces también será un verdadero padre para ti. ¿Tenían el padre y el tío de Hamlet la misma madre?
Esta pregunta no penetró apenas en mi mente; estaba demasiado contrariada por haber dejado a uno de los elementos más importantes de Hamlet fuera de combate. Sin demasiada convicción dije que creía que tenían la misma madre, pero que no estaba segura –la historia no lo decía. El anciano me replicó con severidad que esos detalles genealógicos cambian mucho las cosas, y que cuando volviese a casa debía de consultar sobre ello a mis mayores. A continuación llamó a voces a una de sus esposas más jóvenes para que le trajera su bolsa de piel de cabra.
domingo, 5 de septiembre de 2010
martes, 31 de agosto de 2010
ESTO ES QUE IBAN UN TIV, UN MARING Y UN YANOMAMI POR LA SELVA Y EL TIV LE DICE AL MARING... (ANTROPOLOGÍA EN ZAPATILLAS)
Empezaremos por un texto de Laura Bohannan titulado "Shakespeare en la selva" (Shakespeare in the busch. Natural History, Agust-September, 1966).
La investigadora se desplaza a un campamento Tiv en África Occidental. Los ancianos cuentan historias, e intrigados por los "papeles" que lee la antropóloga (un libro, Hamlet, de Shakespeare),le piden que les cuente una historia. La experimentada Bohannan sufrirá una tremenda sopresa: la tragedia de Shakespeare no es tan universal como creía. Una buena cura de humildad para el etnocentrismo.
Como el texto es largo, irá en varios post.
Shakespeare en la selva (1): Libros como papeles
Justo antes de partir de Oxford hacia territorio Tiv, en África Occidental, mantuve una conversación en torno a la programación de la temporada en Straford. “Vosotros los americanos”, dijo un amigo, “soléis tener problemas con Shakespeare. Después de todo, era un poeta muy inglés, y uno puede fácilmente malinterpretar lo universal cuando no ha entendido lo particular.”
Yo repliqué que la naturaleza humana es bastante similar en todo el mundo; al menos, la trama y los temas de las grandes tragedias resultarían siempre claros –en todas partes–, aunque acaso algunos detalles relacionados con costumbres determinadas tuvieran que ser explicados y las dificultades de traducción pudieran provocar algunos leves cambios. Con el ánimo de cerrar una discusión que no había posibilidad de concluir, mi amigo me regaló un ejemplar de Hamlet para que lo estudiara en la selva africana: me ayudaría, según él, a elevarme mentalmente sobre el entorno primitivo, y quizá, por vía de la prolongada meditación, alcanzara yo la gracia de su interpretación correcta.
Era mi segundo viaje de campo a esa tribu africana, y me encontraba dispuesta para establecerme en una de las zonas más remotas de su territorio –un área difícil de cruzar incluso a pie. Al final me situé en una colina que pertenecía a un anciano venerable, cabeza de una explotación doméstica de unas ciento cuarenta personas, todos ellos parientes próximos de él, o bien mujeres e hijos suyos. Al igual que otros ancianos en los alrededores, pasaba la mayor parte de su tiempo ejecutando ceremonias de las que apenas pueden verse hoy día en zonas de la tribu que son de más fácil acceso. Yo estaba encantada. Pronto vendrían tres meses de ocio y aislamiento forzosos, entre las cosecha que tiene lugar antes de la época de las crecidas y el desbroce de nuevos campos tras la retirada del agua. Entonces, pensaba yo, tendrían más tiempo para ejecutar ceremonias y para explicármelas a mí.
Estaba muy equivocada. La mayoría de las ceremonias exigía la presencia de los hombres más viejos de varios poblados. Cuando las inundaciones comenzaron, a los ancianos les resultaba demasiado difícil ir caminando de un poblado a otro, y las ceremonias fueron cesando poco a poco. Cuando las inundaciones se hicieron intensas, toda actividad quedó paralizada, con una sola excepción. Las mujeres preparaban cerveza de mijo y maíz, y hombres, mujeres y niños se sentaban en sus colinas a beberla.
Empezaban a beber al alba. A media mañana el poblado entero estaba cantando, bailando y tocando los tambores. Cuando llovía, la gente se tenía que sentar en el interior de las chozas, donde o bien bebían y cantaban, o bien bebían y contaban historias. En cualquier caso, al mediodía o antes yo ya me veía obligada a unirme a la fiesta, o si no, a retirarme a mi propia choza con mis libros. “No se discuten asuntos serios cuando hay cerveza. Ven, bebe con nosotros”. Dado que yo carecía de su capacidad para aquella espesa cerveza nativa, cada vez pasaba más y más tiempo con Hamlet. La gracia descendió sobre mí antes de que acabara el segundo mes. Estaba segura de que Hamlet tenía una sola interpretación posible, y de que ésta era universalmente obvia.
Con la esperanza de tener alguna conversación seria antes de la fiesta de cerveza, solía acudir a chozas de recepciones del anciano –un círculo de postes con un techado de bardas y un murete de barro para guarecerse del viento y la lluvia. Un día, al traspasar agachada el bajo umbral, me encontré con la mayoría de los hombres del poblado allí apiñados, con su raída vestimenta, sentados en taburetes, esteras y mecedoras, al calor de una fogata humeante al amparo de la destemplanza de la lluvia. En el medio había tres cuencos de cerveza. La fiesta había comenzado.
El anciano me saludó cordialmente, “Siéntate y bebe”. Acepté una gran calabaza llena de cerveza, me serví un poco en un pequeño recipiente y lo apuré de un solo trago. Entonces serví algo más en el mismo cuenco al hombre que seguía en edad a mi anfitrión, y pasé la calabaza a un joven para que el reparto continuara. La gente importante no debe tener que servirse a sí misma.
“Es mejor así”, dijo el anciano, mirándome con aprobación y quitándome del pelo una brizna de paja. “Deberías sentarte a beber con nosotros más a menudo. Tus criados me cuentan que cuando no estás en nuestra compañía, te quedas dentro de tu choza mirando un papel”.
El anciano conocía cuatro tipos de “papeles”: recibos de los impuestos, recibos por el precio de la novia, recibos por gastos de cortejo, y cartas. El mensajero que le traía las cartas del jefe usaba más que nada como emblema su cargo, dado que siempre conocía lo que éstas decían y se lo relataba al anciano. Las cartas personales de los pocos que tenían algún pariente en puestos del gobierno o las misiones eran guardadas hasta que alguien iba a un gran mercado donde hubiera un escribano que las leyera. A partir de mi llegada, me las traían a mí. Algunos hombres también me trajeron, en privado, recibos por el precio de la novia, pidiendo que cambiara los números por sumas más altas. No venían al caso los argumentos morales, puesto que en las relaciones con la parentela política esto es juego limpio, y además resulta difícil de explicar a gentes ágrafas los avatares técnicos de la falsificación. Como no quería que me creyeran tan tonta como para pasarme el día mirando sin parar papeles de esa clase, les expliqué rápidamente que mi “papel” era una de las “cosas antiguas” de mi país.
“Ah”, dijo el anciano. “Cuéntanos”.
martes, 10 de agosto de 2010
sábado, 24 de julio de 2010
EL REINO DEL FÚTBOL, SEGÚN GALEANO
Insólitos fueron los diez estadios donde se jugó, hermosos, inmensos, que costaron un dineral. No se sabe cómo hará Suráfrica para mantener en actividad esos gigantes de cemento, multimillonario derroche fácil de explicar pero difícil de justificar en uno de los países más injustos del mundo.
Insólita fue la pelota de Adidas, enjabonada, medio loca, que huía de las manos y desobedecía a los pies. La tal Jabulani fue impuesta aunque a los jugadores no les gustaba ni un poquito. Desde su castillo de Zurich, los amos del fútbol imponen, no proponen. Tienen costumbre.
Insólito fue que por fin la todopoderosa burocracia de la FIFA reconociera, al menos, al cabo de tantos años, que habría que estudiar la manera de ayudar a los árbitros en las jugadas decisivas. No es mucho, pero algo es algo. Ya era hora. Hasta estos sordos de voluntaria sordera tuvieron que escuchar los clamores desatados por los errores de algunos árbitros, que en el último partido llegaron a ser horrores. ¿Por qué tenemos que ver en las pantallas de televisión lo que los árbitros no vieron y quizá no pudieron ver? Clamores de sentido común: casi todos los deportes, el basquetbol, el tenis, el béisbol y hasta la esgrima y las carreras de autos, utilizan normalmente la tecnología moderna para salir de dudas. El fútbol, no.
Los árbitros están autorizados a consultar una antigua invención llamada reloj, para medir la duración de los partidos y el tiempo a descontar, pero de ahí está prohibido pasar. Y la justificación oficial resultaría cómica, si no fuera simplemente sospechosa: el error forma parte del juego, dicen, y nos dejan boquiabiertos descubriendo que errare humanum est.
Insólito fue que el primer Mundial africano en toda la historia del fútbol quedara sin países africanos, incluyendo al anfitrión, en las primeras etapas. Sólo Ghana sobrevivió, hasta que su selección fue derrotada por Uruguay en el partido más emocionante de todo el torneo.
Insólito fue que la mayoría de las selecciones africanas mantuvieran viva su agilidad, pero perdieran desparpajo y fantasía. Mucho corrieron, pero poco bailaron. Hay quienes creen que los directores técnicos de las selecciones, casi todos europeos, contribuyeron a este enfriamiento. Si así fuera, flaco favor han hecho a un fútbol que tanta alegría prometía. África sacrificó sus virtudes en nombre de la eficacia, y la eficacia brilló por su ausencia.
Insólito fue que algunos jugadores africanos pudieran lucirse, ellos sí, pero en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó contra Alemania, se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno llevaba la camiseta de Ghana, y el otro la camiseta de Alemania.
De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno jugaba en el campeonato local de Ghana. De los jugadores de la selección de Alemania, todos jugaban en el campeonato local de Alemania. Como América Latina, África exporta mano de obra y pie de obra.
Insólita fue la mejor atajada del torneo. No fue obra de un portero, sino de un goleador. El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado pero Uruguay no.
Insólito fue el viaje de Uruguay, desde los abajos hasta los arribas.
Nuestro país, que había entrado al Mundial en el último lugar, a duras penas, tras una difícil clasificación, jugó dignamente, sin rendirse nunca, y llegó a ser uno de los mejores. Algunos cardiólogos nos advirtieron, desde la prensa, que el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta. Al fin y al cabo, el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena.
Terminamos ocupando el cuarto puesto, que no está tan mal para el único país que pudo evitar que este Mundial terminara siendo nada más que una Eurocopa. Y no fue casual que Diego Forlán fuera elegido mejor jugador del torneo.
Insólito fue que el campeón y el vicecampeón del Mundial anterior volvieron a casa sin abrir las maletas. En el año 2006, Italia y Francia se habían encontrado en el partido final. Ahora se encontraron en la puerta de salida del aeropuerto. En Italia, se multiplicaron las voces críticas de un fútbol jugado para impedir que el rival juegue.
En Francia, el desastre provocó una crisis política y encendió las furias racistas, porque habían sido negros casi todos los jugadores que cantaron la Marsellesa en Suráfrica. Otros favoritos, como Inglaterra, tampoco duraron mucho. Brasil y Argentina sufrieron crueles baños de humildad. Medio siglo antes, la selección argentina había recibido una lluvia de monedas cuando regresó de un Mundial desastroso, pero esta vez fue bienvenida por una abrazadora multitud que cree en cosas más importantes que el éxito o el fracaso.
Insólito fue que faltaran a la cita las superestrellas más anunciadas y más esperadas. Lionel Messi quiso estar, hizo lo que pudo, y algo se vio. Y dicen que Cristiano Ronaldo estuvo, pero nadie lo vio: quizás estaba demasiado ocupado en verse.
Insólito fue que una nueva estrella, inesperada, surgiera de la profundidad de los mares y se elevara a lo más alto del firmamento futbolero. Es un pulpo que vive en un acuario de Alemania, desde donde formula sus profecías. Se llama Paul, pero bien podría llamarse Pulpodamus.
Antes de cada partido del Mundial, le daban a elegir entre los mejillones que llevaban las banderas de los dos rivales. Él comía los mejillones del vencedor, y no se equivocaba.
El oráculo octópodo influyó decisivamente sobre las apuestas, fue escuchado en el mundo entero con religiosa reverencia, fue odiado y amado y hasta calumniado por algunos resentidos, como yo, que llegamos a sospechar, sin pruebas, que el pulpo era un corrupto.
Insólito fue que al fin del torneo se hiciera justicia, lo que no es frecuente en el fútbol ni en la vida. España conquistó, por primera vez, el campeonato mundial de fútbol. Casi un siglo esperando.
El pulpo lo había anunciado, y España desmintió mis sospechas: ganó en buena ley, fue el mejor equipo del torneo, por obra y gracia de su fútbol solidario, uno para todos, todos para uno, y también por las asombrosas habilidades de ese pequeño mago llamado Andrés Iniesta. Él prueba que a veces, en el reino mágico del fútbol, la justicia existe.
Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía "Cerrado por fútbol". Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado 64 partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido.
Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.
Ya empiezo a extrañar la insoportable letanía de las vuvuzelas, la emoción de los goles no aptos para cardíacos, la belleza de las mejores jugadas repetidas en cámara lenta. Y también la fiesta y el luto, porque a veces el fútbol es una alegría que duele, y la música que celebra alguna victoria de esas que hacen bailar a los muertos, suena muy cerca del clamoroso silencio del estadio vacío, donde ha caído la noche y algún vencido sigue sentado, solo, incapaz de moverse, en medio de las inmensas gradas sin nadie.
EDUARDO GALEANO. Periódico La Jornada Martes 13 de julio de 2010, p. 2
martes, 20 de julio de 2010
EL AMOR COMO FACTOR ANTIECONÓMICO
viernes, 16 de julio de 2010
miércoles, 14 de julio de 2010
jueves, 8 de julio de 2010
viernes, 2 de julio de 2010
LA SEÑORA
miércoles, 30 de junio de 2010
martes, 29 de junio de 2010
PEQUEÑO POEMA PARA ANDAR POR EL MUNDO CON O SIN COMPÁS
Porque donde la piedra se tallara
surgiesen hombres y mujeres (¿mujeres?),
donde el pasado está presente en el futuro.
Porque buscar en la caverna sigue tallando.
Porque allí donde la sombra, la luz.
Pero nunca la sombra a oscuras:
sino en todo junto se hace y se alumbra.
Porque buscar en la luz hace sombra.
Porque donde cincel y martillo,
y herramienta y caja, y tanto más,
hace hombre (¿hombre?) donde lo haya.
Porque sombra, piedra, hombre, hiciesen luz.
Pero ahí donde la piedra pierde el grano,
ahí donde la luz pueda cegar,
estaremos tripa, mano y tú.
domingo, 20 de junio de 2010
martes, 8 de junio de 2010
lunes, 31 de mayo de 2010
LA CAÍDA SIN RED DE SIGFRIDO SÁNCHEZ
La empresa recibía informes que vaticinaban el desastre en el balance a final de año. Maldita la crisis. El expediente de aquella regia obra en el ecuador de su realización registraba cuatro obreros muertos, esto es, por orden: ocho manos fuera del funcionamiento, cuatro indemnizaciones por accidente laboral, cuatro viudas, un manojo de huérfanos, y alguna que otra suegra. Aquello era verle las orejas al lobo. Y a la matemática. Finalizada la obra, esos números que nunca engañan y que las cuentas traerían consigo, vaticinaban ocho indemnizaciones. Un precio demasiado alto para la contabilidad empresarial.
El Arquitecto, hombre serio y entregado a la empresa, lanzó la señal de alarma hacia las cumbres jerárquicas. El Jefe de personal, que acudía religiosamente a los sepelios y se quejaba de la mala suerte, decidió poner punto y final al asunto. Tenían por costumbre los obreros caer desde la quinta planta, o desde la sexta, lo cual suponía una catástrofe, pues a tal altura vencía la fuerza de la gravedad la estática dureza del casco. Se barajaron varias iniciativas antes de tomar una resolución definitiva. El psicólogo de la empresa, planteó concienciar a los obreros a caer desde el segundo piso, a lo sumo, pues así se rebajaría a la mitad el número de fenecidos y no reportaría apenas gastos, sino los de hospital y rehabilitación. Tal solución fue desechada por inconvenientes técnicos: primero, porque el obrero-tipo era difícil de concienciar según el Capataz de la obra, y segundo porque no existía tiempo material. Durante la hora del bocadillo se negó el psicólogo a poner en marcha el proceso de concienciación, pues, con argumentos antropológicos, convenció a la junta de que el hombre, por lo general, no puede recibir a la vez comida e ideas y digerir ambas con eficacia. El Maestro de obras, hombre rudo pero práctico, propuso rodear de arenilla los alrededores del edificio. Se puso tal operación en práctica, mas lo aconsejable de la teoría se vio batido por la realidad de la praxis: las carretillas no podían transitar sobre aquel arenal, a pesar de la disposición estratégica de tablones; las primeras lluvias convirtieron el lugar en un peligroso pantanal; y para rematarlo, se le ocurrió al obrero Fernández, realizar una caída parabólica desde la sexta planta y fue a caer en el límite entre la arena y el asfalto, con la mala suerte de partirse el casco en éste y dejar los zapatos inertes en aquella, como peces muertos en la orilla de la playa.
Pero el Jefe de personal, hombre práctico y avispado, ya había demostrado con creces su valía en anteriores situaciones comprometidas: fue la suya la idea contratar norteafricanos, más baratos que los obreros nativos, para las tareas de cimentación, lo cual redujo los gastos en un treinta por ciento y facilitó los despidos, pues de ello se encargaba el Ministerio de Interior poniendo en práctica de deportación. Digo, que este hombre, tras ser informado fiablemente, contrató los servicios de una empresa alemana especializada en aeronáutica de vanguardia, que había diseñado los accesorios y propulsores personales de los trajes espaciales de la misión europea para la investigación de las cordilleras sur de Marte.
El ingeniero Joseph Von Kable llegó a la ciudad con un invento de su creación que iba a revolucionar el mundo de la Reconstrucción del Oriente Medio. Es sabido que en tales latitudes el calor afecta al sentido del equilibrio, así, el número de obreros despeñados había llegado a ser alarmante. Von Kable puso manos a la obra, y con el dispositivo que había creado se preveía que ahorraría a las empresas de Reconstrucción occidentales cantidades ingentes de petrodólores.
El Jefe de personal, cautivado por la idea encargó tantos dispositivos como obreros en situación de riesgo había: los que solían colgarse de cornisas, los miopes, los gordos, los que subían a andamios de segunda clase... Constaba este dispositivo de un sencillo sistema. Unas botas especiales con suela automática, contenían en su interior unos muelles, que accionados por un botón colocado a la altura de la cintura salían al exterior y amortiguaban el choque. El Jefe de personal decidió adelantarse a las pruebas que en Irak se realizarían en noviembre y anunció como primicia, para mediados de octubre, el estreno mundial de aquel revolucionario y simple dispositivo que reducía el riesgo de pérdida económica por despeñamiento de la mano de obra.
Faltaba el voluntario. Cuando Sigfrigo Sánchez tuvo noticia del evento, fue el primero en presentarse aquella mañana de octubre al jefe de obras, y le habló de su cariño a la empresa –que no de su frustración cuando se encontraba ante el plato de huevo con patatas– y le habló del futuro de la construcción –que no del miedo que le imponía el cráneo deshecho de un compañero en la acera. Y se prestó gustoso, esperando alcanzar méritos, fama, una pensión menos exigua y ser conocido en su barrio y en el mundo entero como un pionero, un Yuri Gagarin de los albañiles.
Sigfrido fue recibido entre vítores por su compañeros de trabajo; lágrimas, esperanzas y deseos de una caída mejor le rodeaban. Allí estaba el Jefe de personal, esperando no tener que acudir a más sepelios que le rompiesen la calma de sus mañanas, y estaba el ingeniero alemán, verdadera estrella del programa, que esperaba alcanzar el más rotundo éxito en el mundo de la amortiguación. Y estaba el Alcalde de la ciudad que también esperaba, pues esperaba alcanzar más puntos entre los miembros de la ejecutiva regional del partido y así ser presentado como candidato a las próximas autonómicas. Y estaba el Maestro de obras, mentor del héroe. Y la mujer del héroe, temerosa. Y sus hijos, contentos por no acudir aquella mañana a la escuela. Y un señor de gris anodino que interrumpió el paseo matinal con su perro cuando vio aquello aglomeración. Estaban todos.
A las diez en punto dio comienzo la ceremonia. Habló el Alcalde, habló el ingeniero, mediante torpe intérprete, habló el Jefe de personal. Y habló Sigfrido, acongojado, pero con la esperanza de enfrentarse con menos sinsabor a un plato de huevo con patatas. Y después, desde la quinta planta, como un ángel, Sigfrido se lanzó al vacío.
Los segundos parecieron una jornada continuada en la garganta de Sigfrido Sánchez; el inicio del salto tuvo aliento de lunes a las siete para fichar, lejano el viernes como lo estaba el suelo, repleto de gentío. Y el vértigo. El vértigo eran las cuarenta horas semanales que se le enredaban en el vientre, no acostumbrado a emociones de altura.
Pero arriba, en esa quinta planta a medio hacer, donde se apiñases fotógrafos y cámaras, quedaba todo: el salario mediocre y la pensión mínima, el menú barato, el obrero pobretón, los regalos de reyes de los niños a medio camino entre la miseria y el descontento, el cinturón apretado, las letras grandes y el suelo repleto de facturas. Sigfrido caía y veía descomponerse las patatas, pudrirse el huevo, engordar el salario, allá, en el quinto.
El ingeniero le recomendó caer de pie, pues carecía el dispositivo de muelles en la cabeza, ni en las rodillas, ni en la panza. Y Sigfrido cerró los ojos yendo por la segunda planta. Apretó las manos en la fachada del primero. Y flexionó las piernas en el entresuelo.
Todos admiraban la caída. Se apoderó de la multitud el estupor, la incredulidad, ver un suicidio anunciado. Y de los jefes, se apoderó la sonrisa del trabajo bien hecho. De Sigfrido, se apoderó el corazón de los héroes de los tebeos de la infancia. Y de su mujer, la pobre Ramona, la incertidumbre que precede a la equivocación irremediable.
Pero el ruido no fue sordo. Se oyó: “boing”. Y entre la sonrisa del respetable, el desmayo de Ramona, el suspiro de los jefes y el grito de júbilo de los compañeros ante la visión del cráneo incólume, Sigfrido ascendió a los cielos. Y descendió. Y volvió a ascender. Y volvió a descender. Y de nuevo ascendió. Y de nuevo descendió. Y botaba, ascendía y descendía, y botaba.
El Arquitecto, el Jefe de personal, el Alcalde, el ingeniero alemán y el Capataz, se abrazaban, celebraban el éxito. El público vitoreaba cada subida y bajada. Sigfrido saludaba, hacía virguerías, se tumbaba en el aire, realizaba saltos mortales, como el salto a la fama. Ramona partía en ambulancia hacia el centro de salud más próximo, víctima del soponcio. Los niños, que confundieron a partir de entonces a su padre con un pájaro, eran tomados de la mano por una vecina de la familia que los llevó a atiborrarse de chocolate.
Sigfrido volaba y volaba. Y la expectación inicial devino en abulia colectiva. El hambre se ensañaba en los estómagos. Al fin y al cabo, ese día glorioso, era día libre. Los obreros, exentos de la jornada laboral, se marcharon a su casa a eso de las dos de la tarde. Las autoridades competentes y los jefes incompetentes, tanto o más que las autoridades, fueron a celebrar el éxito entre langostas y cavas en un restaurante céntrico. Sigfrido manejaba por entonces los amortiguadores con sorprendente habilidad.
A las cinco de la tarde, Sigfrido subía hacia el sol otoñal y bajaba a la fría acera, rebotaba y ascendía más allá de la altura del edificio. Abajo, no quedaba nadie. Casi toda la ciudad había disfrutado del espectáculo. Algunos niños del vecindario se divertían tirando piedras a aquel blanco móvil, proyectiles que Sigfrido evitaba con destreza. Anocheció y Sigfrido sentía hambre. No le consolaba la plenitud de poder y su triunfo, ni siquiera encontrarse por encima del bien y del mal, ni ver a las vecinas, a intervalos, desnudarse, ni romper la intimidad del barrio penetrando en el octavo por la ventana y de improviso.
Sigfrido se aburrió. El salto era la rutina y por un momento, casi añoró el salario mediocre y el huevo con patatas. Al menos, estando frente al plato, cabía su voluntad, podía ejercer su derecho a no hacer lo que no deseaba. Los jefes y las autoridades, borrachos a medianoche, lo vieron saltar cerca de las nubes, por encima de la ciudad. Y no llegaron a ver el rostro de desaliento y desesperación del pobre Sigfrido. Y no pudieron comunicarle que la paciente Ramona estaba encinta, que había sido ascendido a capataz en virtud de su salto, que era ahora encargado de la adecuada utilización de aquellos benditos dispositivos. No pudieron decirle que era Capataz del Éxito.
Cuando el Maestro de Obras llegó a su casa comió, ebrio yació y en sopor dormía cuando el teléfono y la voz del guarda de la obra interrumpieron, y amaneció temprana la resaca a las tres de la mañana. Comunicó aquella llamada urgente al Jefe de personal, y éste consultó al Arquitecto, y supieron que no había medio para detener el salto, y se dio, al fin, aviso al Alcalde.
La asociación de vecinos del populoso barrio donde Sigfrido ascendía y descendía amenazaba con presentar una denuncia contra el municipio y la empresa constructora por espionaje y violación de la intimidad. No podía permitirse semejante escándalo. El Alcalde, receloso de su éxito y ante la proximidad de las elecciones, en connivencia con el juez de guardia, tomó la determinación. Se dio aviso a la Benemérita. El cabo Gutiérrez abatió a Sigfrido de dos precisos disparos en la nuca.
A Francisco Serrano, noviembre 1991