Shakespeare en la selva (4): Un hombre nunca debe reprender a su madre.
El anciano aplacó el rumor de incredulidad que inmediatamente se había levantado, y concedió con esa aquiescencia insincera, pero cortés, con que se dejan pasar las fantasías de los jóvenes, los ignorantes y los supersticiosos.
-Sin duda, en tu país los muertos también pueden andar sin ser zombis. –Del fondo de su bolsa extrajo un pedazo de nuez de cola seca, mordió uno de sus extremos para mostrar que no estaba envenenado, y me lo ofreció como regalo de paz.
-Sea como sea –retomé la narración–, el difunto padre de Hamlet dijo que su propio hermano, el que luego se convirtió en jefe, lo había envenenado. Quería que Hamlet lo vengara. Hamlet creyó esto de corazón, porque aborrecía al hermano de su padre. –Tomé otro trago de cerveza.- En el país del gran jefe, viviendo en su mismo poblado, que era muy grande, había un importante anciano que a menudo estaba a su lado para aconsejarle y ayudarle. Se llamaba Polonio. Hamlet cortejaba a su hija, pero el padre y el hermano de ella… –aquí busqué precipitadamente alguna analogía tribal– le advirtieron que no permitiera a Hamlet visitarla cuando estaba sola en casa, puesto que él había de llegar a ser un gran jefe y por tanto no podría casarse con ella.
-¿Por qué no? –preguntó la esposa, que se había acomodado junto al sillón del anciano. Él la miró con gesto de desaprobación por hacer preguntas tontas, y gruñó:
-Vivían en el mismo poblado.
-No era ésa la razón –les informé–. Polonio era un extranjero que vivía en el poblado porque ayudaba al jefe, no porque fuera su pariente.
-Entonces, ¿por qué no podía Hamlet casarse con ella?
-Habría podido hacerlo –expliqué–, pero Polonio no creía que realmente lo fuera a hacer. Después de todo, Hamlet había de casarse con la hija de un gran jefe, puesto que era un hombre muy importante y en su país cada hombre sólo puede tener una esposa. Polonio tenía miedo de que si Hamlet hacía el amor a su hija, ya nadie diera un alto precio por ella.
-Puede que eso sea cierto –remarcó uno de los ancianos más sagaces– pero el hijo de un jefe daría al padre de su amante regalos y protección más que sobrados como para compensar la diferencia. A mí Polonio me parece un insensato.
-Mucha gente piensa que lo era –asentí-. A todo esto, Polonio envió a su hijo Laertes al lejano París, a aprender las cosas de ese país, porque allí estaba el poblado de un jefe realmente muy grande. Como Polonio tenía miedo de que Laertes se gastara el dinero en cerveza, mujeres y juego, o se metiera en peleas, mandó secretamente a París a uno de sus sirvientes para que espiara lo que hacía. Un día Hamlet abordó a Ofelia, la hija de Polonio, comportándose de manera tan extraña que la asustó. En realidad –yo buscaba azoradamente palabras para expresar la dudosa naturaleza de la locura de Hamlet– el jefe y muchos otros habían notado también que cuando Hamlet hablaba podía entender las palabras, pero no su sentido. Mucha gente pensó que se había vuelto loco –repentinamente mi audiencia parecía mucho más atenta.- El gran jefe quería saber qué era lo que le ocurría a Hamlet, así que mandó a buscar a dos de sus compañeros de edad –amigos del colegio hubiera sido largo de explicar– para que hablaran con Hamlet y averiguaran lo que le tenía preocupado. Hamlet, al ver que habían sido pagados por el jefe para traicionarle, no les contó nada. No obstante, Polonio insistía en que Hamlet se había vuelto loco porque le habían impedido ver a Ofelia, a quien amaba.
-¿Por qué –preguntó una voz perpleja– querría nadie embrujar a Hamlet por esa razón?
-¿Embrujarle?
-Sí, sólo la brujería puede volver loco a alguien. A menos, claro está, que uno haya visto a los seres que se ocultan en el bosque.
Dejé de ser contadora de historias, saqué mi cuaderno de notas y pedí que me explicaran más sobre esas dos causas de locura. Aun cuando ellos hablaban y yo tomaba notas, traté de calcular el efecto de este nuevo factor sobre la trama. Hamlet no había sido expuesto a los seres que se ocultaban en el bosque. Sólo sus parientes por línea masculina podrían haberlo embrujado. Dejando fuera parientes no mencionados por Shakespeare, tenía que ser Claudio quien estaba intentando hacerle daño. Y, por supuesto, él era.
De momento me protegí de las preguntas diciendo que el gran jefe también se negaba a creer que Hamlet estuviera loco debido simplemente al amor de Ofelia.
-Él estaba seguro de que algo mucho más importante estaba afligiendo el corazón de Hamlet.
-Los compañeros de edad de Hamlet –continué– habían traído con ellos a un famoso contador de historias. Hamlet decidió hacer que aquel narrador contara al jefe y a todo el poblado la historia de un hombre que había envenenado a su hermano porque deseaba a la esposa de éste, y porque además quería convertirse él mismo en jefe. Hamlet estaba seguro de que el gran jefe no podría escuchar la historia sin dar algún signo de ser realmente culpable, y de este modo podría descubrir si su difunto padre le había dicho la verdad o no.
El anciano interrumpió, con profundo ingenio:
-¿Por qué habría un padre de engañar a su hijo?
-Hamlet no estaba seguro de que fuera realmente su padre muerto –respondí evasivamente. Era imposible, en esa lengua, decir nada sobre visiones inspiradas por el demonio.
-Quieres decir –exclamó– que en realidad era un presagio, y que él sabía que a veces los brujos envían falsos presagios. Hamlet fue tonto por no acudir antes que nada a alguien versado en leer presagios y adivinar la verdad. Un hombre-que-ve-la-verdad podría haber tenido miedo de decirla. Yo creo que es por esa razón por la que un amigo del padre de Hamlet –anciano y brujo– envió un presagio, para que así el hijo de su amigo lo supiera. ¿Era cierto el presagio?
-Sí –dije, dejando de lado fantasmas y demonios; tendría por fuerza que ser un presagio enviado por un brujo-. Era cierto, por lo que cuando el contador de historias estaba contando su cuento ante todo el poblado, el gran jefe se levantó descompuesto. Por miedo a que Hamlet supiera su secreto, planeó matarlo.
-Sin duda, en tu país los muertos también pueden andar sin ser zombis. –Del fondo de su bolsa extrajo un pedazo de nuez de cola seca, mordió uno de sus extremos para mostrar que no estaba envenenado, y me lo ofreció como regalo de paz.
-Sea como sea –retomé la narración–, el difunto padre de Hamlet dijo que su propio hermano, el que luego se convirtió en jefe, lo había envenenado. Quería que Hamlet lo vengara. Hamlet creyó esto de corazón, porque aborrecía al hermano de su padre. –Tomé otro trago de cerveza.- En el país del gran jefe, viviendo en su mismo poblado, que era muy grande, había un importante anciano que a menudo estaba a su lado para aconsejarle y ayudarle. Se llamaba Polonio. Hamlet cortejaba a su hija, pero el padre y el hermano de ella… –aquí busqué precipitadamente alguna analogía tribal– le advirtieron que no permitiera a Hamlet visitarla cuando estaba sola en casa, puesto que él había de llegar a ser un gran jefe y por tanto no podría casarse con ella.
-¿Por qué no? –preguntó la esposa, que se había acomodado junto al sillón del anciano. Él la miró con gesto de desaprobación por hacer preguntas tontas, y gruñó:
-Vivían en el mismo poblado.
-No era ésa la razón –les informé–. Polonio era un extranjero que vivía en el poblado porque ayudaba al jefe, no porque fuera su pariente.
-Entonces, ¿por qué no podía Hamlet casarse con ella?
-Habría podido hacerlo –expliqué–, pero Polonio no creía que realmente lo fuera a hacer. Después de todo, Hamlet había de casarse con la hija de un gran jefe, puesto que era un hombre muy importante y en su país cada hombre sólo puede tener una esposa. Polonio tenía miedo de que si Hamlet hacía el amor a su hija, ya nadie diera un alto precio por ella.
-Puede que eso sea cierto –remarcó uno de los ancianos más sagaces– pero el hijo de un jefe daría al padre de su amante regalos y protección más que sobrados como para compensar la diferencia. A mí Polonio me parece un insensato.
-Mucha gente piensa que lo era –asentí-. A todo esto, Polonio envió a su hijo Laertes al lejano París, a aprender las cosas de ese país, porque allí estaba el poblado de un jefe realmente muy grande. Como Polonio tenía miedo de que Laertes se gastara el dinero en cerveza, mujeres y juego, o se metiera en peleas, mandó secretamente a París a uno de sus sirvientes para que espiara lo que hacía. Un día Hamlet abordó a Ofelia, la hija de Polonio, comportándose de manera tan extraña que la asustó. En realidad –yo buscaba azoradamente palabras para expresar la dudosa naturaleza de la locura de Hamlet– el jefe y muchos otros habían notado también que cuando Hamlet hablaba podía entender las palabras, pero no su sentido. Mucha gente pensó que se había vuelto loco –repentinamente mi audiencia parecía mucho más atenta.- El gran jefe quería saber qué era lo que le ocurría a Hamlet, así que mandó a buscar a dos de sus compañeros de edad –amigos del colegio hubiera sido largo de explicar– para que hablaran con Hamlet y averiguaran lo que le tenía preocupado. Hamlet, al ver que habían sido pagados por el jefe para traicionarle, no les contó nada. No obstante, Polonio insistía en que Hamlet se había vuelto loco porque le habían impedido ver a Ofelia, a quien amaba.
-¿Por qué –preguntó una voz perpleja– querría nadie embrujar a Hamlet por esa razón?
-¿Embrujarle?
-Sí, sólo la brujería puede volver loco a alguien. A menos, claro está, que uno haya visto a los seres que se ocultan en el bosque.
Dejé de ser contadora de historias, saqué mi cuaderno de notas y pedí que me explicaran más sobre esas dos causas de locura. Aun cuando ellos hablaban y yo tomaba notas, traté de calcular el efecto de este nuevo factor sobre la trama. Hamlet no había sido expuesto a los seres que se ocultaban en el bosque. Sólo sus parientes por línea masculina podrían haberlo embrujado. Dejando fuera parientes no mencionados por Shakespeare, tenía que ser Claudio quien estaba intentando hacerle daño. Y, por supuesto, él era.
De momento me protegí de las preguntas diciendo que el gran jefe también se negaba a creer que Hamlet estuviera loco debido simplemente al amor de Ofelia.
-Él estaba seguro de que algo mucho más importante estaba afligiendo el corazón de Hamlet.
-Los compañeros de edad de Hamlet –continué– habían traído con ellos a un famoso contador de historias. Hamlet decidió hacer que aquel narrador contara al jefe y a todo el poblado la historia de un hombre que había envenenado a su hermano porque deseaba a la esposa de éste, y porque además quería convertirse él mismo en jefe. Hamlet estaba seguro de que el gran jefe no podría escuchar la historia sin dar algún signo de ser realmente culpable, y de este modo podría descubrir si su difunto padre le había dicho la verdad o no.
El anciano interrumpió, con profundo ingenio:
-¿Por qué habría un padre de engañar a su hijo?
-Hamlet no estaba seguro de que fuera realmente su padre muerto –respondí evasivamente. Era imposible, en esa lengua, decir nada sobre visiones inspiradas por el demonio.
-Quieres decir –exclamó– que en realidad era un presagio, y que él sabía que a veces los brujos envían falsos presagios. Hamlet fue tonto por no acudir antes que nada a alguien versado en leer presagios y adivinar la verdad. Un hombre-que-ve-la-verdad podría haber tenido miedo de decirla. Yo creo que es por esa razón por la que un amigo del padre de Hamlet –anciano y brujo– envió un presagio, para que así el hijo de su amigo lo supiera. ¿Era cierto el presagio?
-Sí –dije, dejando de lado fantasmas y demonios; tendría por fuerza que ser un presagio enviado por un brujo-. Era cierto, por lo que cuando el contador de historias estaba contando su cuento ante todo el poblado, el gran jefe se levantó descompuesto. Por miedo a que Hamlet supiera su secreto, planeó matarlo.
El escenario de la siguiente secuencia presentaba algunos problemas de traducción. Comencé con prudencia: “El gran jefe pidió a la madre de Hamlet que le sonsacara lo que sabía. Mas, previendo que para una madre su hijo está siempre por encima de todo, hizo esconder al anciano Polonio tras unas telas que colgaban junto a la paredes la choza de dormir de la madre de Hamlet. Hamlet comenzó a increpar a su madre por lo que había hecho.”
Hubo un asombrado murmullo por parte de todos.
Un hombre nunca debe reprender a su madre.
Hubo un asombrado murmullo por parte de todos.
Un hombre nunca debe reprender a su madre.
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