Los autores nórdicos suelen utilizar, como personajes, individuos solos y solitarios. La luminosidad familiar del
Mediterráneo, o la pasión por su pareja, sólo pierde la color en la Barcelona cosmopolita, a veces deshumanizada, de Carvalho y Méndez. La familia es un concepto universal (en todas su formas: de la nuclear a la extensa, de la monoparental a la liderada por la abuela) que tiende a desvanecerse en la literatura anglosajona, sobre todo en los detectives de bajos fondos de los cuarenta-cincuenta del Siglo XX, que parieron la novela negra con culos de güisqui y resacas en gabardina.
El Mediterráneo alumbró los detectives con mujer e hijos, con problemas caseros y desplantes conyugales. Cuanto más ascendemos en latitud más solitarios parecen los detectives:
Gunther viudo y con infelices noviazgos;
Fandorin con la novia asesinada aún de blanco; Gunnarstranda y Frolich hacen pinitos torpones en citas de café;
Blomkvist y Salander comen precocinados; el viejo
Selb intenta rehacer una familia con una mujer, hijo incluido, para justificar el árbol de Navidad con adornos de latas de sardina;
Wallander sólo tiene una hija (y un padre que sueña con viajar a Egipto); Poirot decía que tenía un hermano, Aquiles, otro nombre de héroe. La excepción más relevante la constituye el impávido Martin Beck de Sjöwall y Walhöö, con matrimonio infeliz e hijos con los que apenas habla, pero vacaciones en las islas: hasta que llegue el día de la separación.
Más abajo, hacia el Sur, Carvalho sólo tiene como familia al minúsculo Biscúter y la sufridora Charo; a Méndez no se le conoce; al Innombrado detective casual de Mendoza, una hermana puta. Pero es típica la situación de
Montalbano, en constante involución con Livia, la norteña: detectives con pareja, y a ser posible con empleada de hogar.
Mario, el Conde de La Habana, recupera a su amor de juventud y tiene la amplia familia de entrañables amigos, y sus madres. Similar a
Montale, amigos, amores y vecinos.
Jaritos sufre con los devaneos estudiantiles y amorosos de su hija y ve por las tardes aburridos seriales con Adrianí. El romano
Gordiano aumenta su familia constantemente con la manumisión de sus esclavos.
Brunetti es el modélico padre veneciano. Es decir, al Sur de París existe vida más allá del trabajo, hay tramas que no conducen al cadáver. Hay desayunos, almuerzos en familia, complicaciones domésticas, exámenes de la prole, compras en el mercado.
Ya que Erlendur Sveinsson, el personaje de Arnaldur Indridason, es islandés, su familia está descompuesta. Con la cincuentena cumplida aún no sabe porqué abandonó a su mujer y sus hijos hace veinte años. Eva Lind, su hija, pasea por el céntrico barrio del caballo, preñada y enganchada. Su otro hijo sólo aparece por teléfono. Su ex mujer, lo hace fugazmente, para recriminarle el abandono conyugal.
Islandia, a los ojos del Sur, resulta exótica. Una isla con una exigua población, bastante homogénea (como buen campo de pruebas para hacer experimentos de transmisión de enfermedades genéticas). Con noches largas como meses y días que cumplen las dos funciones del término (veinte y cuatro horas y claridad diurna). Historias de desaparecidos en la ventisca siguiendo sus ganados, rudos marineros hundidos cerca del círculo polar ártico. Gente que se habla de tú y por el nombre de pila, ya sea con los desconocidos o con los superiores jerárquicos.
Indridason trabaja desde cierto lenguaje poético. Si bien sus tramas no son contundentes, los temas de fondo contraen la dureza de la infancia, los recuerdos insepultos, la violencia de género (cuando no se llamaba así), y como una suerte de “
Cold Case”, mucho más congelado, se resuelven casos de décadas atrás. Al menos en las novelas publicadas en España, recientemente, por RBA. Hay otra sociedad debajo de la nieve y el hielo, en la tierra fresca de la podredumbre. La pequeña isla que era envidia del capitalismo ahora anda en bancarrota. Reikavik es una capital de aluvión: gentes de pueblos llenaron barrios de obreros y braceros, se extiende por los valles y los lagos. En ese sótano social deambula Eva Lind. Hasta allí va Erlendur, intentando limpiar la culpa del abandono de sus hijos, allí conoce a niñas con quemaduras de cigarro, traficantes y asesinos a sueldo, frecuenta bujíos de opio y apestosas viviendas de squatters.
Otra Islandia. Como en un mantra, Indridason vuelve continuamente a otra Islandia. No sólo aquella subterránea donde posiblemente aparezca algún día muerta la esquelética hija de Erlendur, sino hacia la Islandia de antes: la del aluvión; la de la ocupación aliada (con permiso gubernamental, ante el temor nazi) que fue utilizada como base por ingleses y americanos; la de la fiesta orgiástica en el gasómetro, el día que se esperaba el fin del mundo con la llegada del cometa Halley; la de la fiesta de Thingvellir, trigésimo aniversario de la República. Erlendur termina por chocar con crímenes antiguos, en los que emplea una amplia serie de recursos policiales, que resulta altamente sospechoso.
Indridason peca de un artificioso manejo de los tempos de la narración. Retrasa el desvelo al lector de manera a veces más engorrosa que inquietante. Desplaza por los capítulos resoluciones que estaban a pique de un remate, de modo innecesario, quitando caramelos de la boca, sin arte ni motivo. Sucede sobre todo en
La mujer de verde, donde el doble desarrollo de la trama confluye al final: un final desplazado de manera constante y sin justificación. Queda así la sensación de haber asistido a un juego de manos del autor, más que a un despliegue de contundencia narrativa y suspense.
Pocos son los secundarios en el ambiente frío de la soledad. Sigurdur Óli, antipático y joven compañero de Erlendur; Elínborg, policía curtida, creyente en médiums y eficaz. Y poco más, un jefe caradura que se da de baja para escaquearse y antiguos colaboradores de Jefatura. Una hija drogadicta y un hijo que no aparece. Una ex-mujer vengativa y tan desmejorada. Un hermano muerto, en la infancia, entre la tormenta. Y nada más. Qué vida más triste.
Libros publicados de Arnaldur Indridason, serie Erlendur, en castellano:
Las Marismas, RBA, 2009
La mujer de verde, RBA, 2009