Ángel Talián
Balduque
Cartagena 2017
LEER EN LOS DIABLOS AZULES
Ángel Talián es una voz fresca y generosa. Tiene un pie en cada uno de los lenguajes poéticos del siglo: la muestra clásica y la poesía del slam y la improvisación. La gruesa vena de la interpretación marca para bien a los poetas y Talián sabe navegar ambos mares porque es actor y es poeta. En su escritura resuenan los ritmos de la poesía dicha y bien recitada, exenta en su último trabajo de las trabazones de la puntuación, y así, deja las palabras y los versos al esfuerzo recompensado que conlleva localizar la voz del poeta a través de su gramática y su exposición de ideas.
El sol sobre la nieve es un libro liminar, por donde se pasa de la poesía de la juventud a la poesía del adulto, amenazada por la decencia que seduce en el camino que lleva a los cuarenta. Se estructura en dos partes bien diferenciadas en el paisaje, el tono, la estructura y el discurso. Diferenciada en los astros y los fenómenos meteorológicos. En la luz y el frío, en el calor y el invierno, en el verano y la oscuridad. La primera parte abre con un “marco”, un pórtico lúcido con un poema expuesto como calcetín reversible, en ida y vuelta. Tales experimentos estaban reservados a la poesía de los límites y a brillantísimas oportunidades carnavalescas (puedo recordar una versión de los “duros antiguos” gaditanos, cantados del revés). Se trata de componer un poema en dos direcciones, que se lea del derecho y del revés. El gran hallazgo de Talián es ubicarlo en una razón mayor, anuncia el viaje de ida y el viaje de vuelta en un avión, porque tal elemento hace exactamente eso: es decir, Talián ubica el hallazgo en la mecánica y cobra mayor sentido la forma que en el sencillo juego del surrealismo o la inventiva gaditana.
A partir de este pórtico, El sol sobre la nieve se centra en el sol, en un luminoso sol californiano ideal para la vivencia del último viaje, de cuando éramos jóvenes. Pueden hallarse muchos ecos. Todo autor necesita ecos, todo autor es un eslabón más, un relevista que recibe un texto y debe llevarlo, a través de los años, a la siguiente línea, la siguiente generación. Talián ha recibido múltiples relevos de muchas voces de la poesía granadina –desde d´Ors a José Carlos Rosales-, pero también de los autores de los cincuenta, especialmente de Gil de Biedma, creando en muchos casos injertos de versos en los versos que se muestran compactos y poderosos, como relevos bien entregados en una única carrera.
Talián ficciona el viaje de la juventud, el recorrido por las carreteras del oeste americano, con todas las resonancias culturales que debemos encontrar entre California y Nevada. Los enfermos de los mapas seguimos el itinerario con el Google Maps abierto: aquí San Francisco, allí Yosemite, más acá, cerca del final, Las Vegas. El ritmo se acelera como el viaje del dodge, cabalgando el grupo de forajidos desde Berkeley al Gran Cañón, 666 millas, mirando el azul y frío Pacífico, Auster incógnito, los ríos en catarata de los parques nacionales, moteles de carretera, antiguas ermitas españolas y el mosaico aterrador de las gentes de San Francisco cuando Talián, hábilmente, transforma el Aullido de Gingsberg (He visto a las mentes más maravillosas de mi generación…) en un Maullido que se adelanta en el tiempo a la empresa de la postverdad, del trumpismo y de la Norteamérica ombliguista, temerosa y violenta.
La segunda parte del poemario abandona la juventud en la Costa Oeste para pasar a un paisaje centroeuropeo, nevado, en un largo poema que anda por la ciudad en tanto nieva. A mí los largos paseos siempre me evocan el Paseo de los Tristes de Javier Egea. Por eso me gustan los poemas de paseos, de gente que piensa, sufre y ama mientras anda. Porque son esos paseos que conducen de la más sencilla situación cotidiana a la reflexión recóndita. Y además, incluye la hermosa metáfora del viaje de Shackleton, en el tiempo de los héroes.
Alfonso Salazar