jueves, 24 de enero de 2013

LA SUPERACIÓN DEL TIEMPO


Existe otro reino del tiempo en los Cárpatos. La tradición vampírica nos coloca sobre la pista de una ansiedad humana: la superación del tiempo, de la vida y la muerte, la desconfianza en la vida ultra terrena, porque la maldad está entre nosotros. Bram Stoker utiliza esta utopía, revestida como un descubrimiento. El vampiro fraguado por el autor irlandés se nos muestra como el ser ajeno a toda coordenada de tiempo.

Encontraremos la clave en el primer título de su Drácula, The Undeath. Lo no muerto, pero también lo no vivo, lo que no vivirá, pero también lo que no morirá. A menos que la alianza de los sumisos, la camarilla del bien, del tiempo organizado, de la predestinación divina acaben con ese estado no vinculado a meses, semanas y años, sólo a días y noches. Sin otro fenómeno natural que la alternancia de la oscuridad y  la luminosidad  mal y bien, muerte y vida , Drácula no envejece, o rejuvenece de pronto, o puede vivir mil años. Pero esta existencia sórdida, pues se desliga de las normas, ha de ser cortada de raíz. El desafío de Drácula (estar y no estar, ser y no ser, no precisar de las necesidades básicas  comer, dormir  como superación de sometimientos humanos), entraña obligatoriamente un componente mágico y que sea a la vez talón de Aquiles. Y este talón será el ingrediente humano más divino: la sangre. La ausencia de la sangre fresca, la necesidad de ella, arrastra al Señor de la Noche. Así como el día lo debilita, como el mar le prohibe, como sólo la tierra donde Dios no ha posado su mirada le ofrece descanso.

Drácula es el símbolo del hombre enfrentado a pecho descubierto con su destino, no hay error en su decisión, sólo la voluntad de permanencia en contra de toda ley inexorable.  Aunque para ello, haya que transgredir las reglas naturales. Sin embargo el vampiro nos parecerá como angustiado: hay que salvar al Conde de su condena, hay que devolverlo al mundo de los vivos, al redil de los muertos, a las coordenadas comprensibles de la muerte y la vida eterna, de la vida terrena y la tumba quieta.

El descubrimiento para los personajes de esta posibilidad –un tiempo no sometido al tiempo- parte la novela en dos. Lucy Westenra, envenenada, nacida a ese reino de lo no sumiso, alerta a la humanidad estanca, sorprendida en los cambios radicales del fin del siglo XIX, una sociedad confiada y concéntrica. Lucy camina blanca, pálida, delgada y lánguida por el cementerio. Lucy está ya más allá del tiempo, de la ciencia, por tanto -se deduce-, debe sufrir su alma. Sólo la divinidad y la luminosidad, la consagración y la cabeza cortada –que no piense el corazón- pueden devolverla al mundo muerto y la felicidad eterna.

Es en este punto cuando los partidarios del bien –y siempre marionetas de la coordenada del concepto antropológico de Civilización- asumen el papel de salvadores de almas: destrozarán el cadáver (lo profanan y violan en un remedo necrófilo), con el fin de salvar al alma a costa del cuerpo y posteriormente perseguirán al proscrito, a aquel que se saltó el juego de la vida y la muerte.

El transgresor, sitiado, intenta volver a su reino. Y tomará el rumbo antiguo del transporte en carro, como en la ida acudió en barcos, ajeno a los avances de los medios de comunicación. Allí llegará la mano de Dios para que el mundo vuelva a sus términos absolutos. Nadie puede desafiar el Tiempo y quedar impune –recordemos a Esculapio, condenado por revivir a los muertos-, escarneciendo el destino. Nadie puede estar y no estar –no está frente al espejo, pero está frente a mí-; nadie puede ser y no ser –vuela en la noche un murciélago, cautiva en la noche un hombre-; nadie puede infringir. Infringir supone el mal y el dolor, los niños muertos, el olor nauseabundo, ratas y lobos, el sufrimiento tremendo del alma pura, el mantenimiento del cuerpo incorrupto –sólo permitido a la santidad-, la mala vida que vaga en la noche. Se precisa la confabulación del bien, de lo que siempre ha sido, el mandato divino, la costumbre.

Drácula es el símbolo del hombre que supera las limitaciones de la muerte eterna y las sustituye por un malestar terreno. Por eso no puede existir y surge la conjura. Un ser llevado por al sangre, necesitado de la vida ajena -la ley del más fuerte, la explotación constante que critica el barniz de la bondad-, ángel caído, corrupto por la naturaleza, un ser que otorga el ejemplo de seguir siendo siempre el niño sin reglas, cautivo de sus instintos y el placer. Es tan fuerte que cambia su realidad.  Vence a un dios. Y por supuesto tendrá la niebla, los animales salvajes, las tormentas y todas las fuerzas de la naturaleza. A sus órdenes.

(Publicado en Letra Clara, núm 1, Granada 1995. Dibujo de Javier García Ureña: http://www.dibujantes.org)


LAS PIELES DEL VAMPIRO


La interpretación del simbolismo sexual en Drácula (1897) ha sido escrita y dicha. Incluso llevada al cine bajo clasificaciones X. La versión cinematográfica de Francis Ford Coppola de 1992 nos remite a una relación amorosa a través de los siglos que busca una nueva culminación corporal, una invitación del Conde hacia la supuesta reencarnación de su amada, para así hacerse eternos en una vida otra –una muerte no-muerte, una vida no-vida. Sin embargo todo es falsario. Ni el Drácula de Stoker es Vlad Tepes, llamado el empalador, ni éste fue sospechoso de vampirismo, ni la novela que fraguó la imagen universal y aún vigente del vampiro hace comentario alguno al pasado amoroso, si lo hubo, del Conde Drácula. No concebimos esta vinculación amor-tiempo en la novela. Pero es posible diferenciar la pulsión en la obra, diversos estadios de plasmación sexual.

A FLOR DE PIEL: EPIDERMIS
El primero de ellos nos conduce al erotismo más patente. Drácula ha muerto sin haber muerto, habitando un extraño mundo que no se somete a las reglas vitales. Un aristócrata sin criados que malvive en un castillo perdido en los Cárpatos. Como reverso de la espiritualidad benigna del anacoreta, todo lo corpóreo es el sentido de su universo. Incluimos el sexo entre una de las maneras básicas de su vivencia. Es mostrado por Stoker, dudamos de que pretenda escandalizar a la sociedad de su época, como un ingrediente de la bestia, de lo incivilizado. La realización de la unión carnal se nos figura: son los colmillos quienes realizan la penetración, es el cuello la carne abierta, la sangre el fluido. El peligro en la sangre, interpretaciones más actuales que posteriores, nos pueden llevar a aseveraciones en este sentido: enfermedades de transmisión sexual, el binomio moralista SIDA/Sexo insano, etc... La presencia del sexo y el elemento erótico es evidente en un pasaje de la novela: Jonathan Harker, preso en el castillo de Drácula es asediado por tres libidinosas vampiresas. Harker se encuentra medio alelado en el sopor, en una enorme habitación con un palmo de polvo, mientras las mujeres se acercan hacia él sibilinamente. La relación con la sangre se hace patente:

- Es fuerte y joven, hay sangre para todas.

La muchacha rubia avanzó y se inclinó sobre mí, hasta que sentí su aliento. En un sentido era dulce, dulce como la miel, y recorría los nervios con el mismo estremecimiento que su voz, pero con un fondo amargo en su dulzura, una amargura desazonada como la que se huele en la sangre.

La mujer se relame y parece decidida a hincar sus dientes. Harker disfruta tremendamente en el momento (una voluptuosidad que resulta excitante y repulsiva a la vez), le roza la barbilla, el aliento es cálido en el cuello –símil de otros cuellos- la piel empieza a atestarse de hormigas, como paso previo a las cosquillas y siente una caricia suave en los labios, el contacto duro de los dientes. Harker se deja llevar por el éxtasis y su corazón palpita. Pero aparece el Conde y echa todo a perder. Drácula desea al hombre para él:

- ¿Cómo os atrevéis a tocarle ninguna de vosotras? ¿Cómo os atrevéis a poner los ojos en él, habiéndooslo prohibido? Este hombre me pertenece.


La muchacha rubia le replica



- ¡Tú nunca has amado! ¡Tú nunca amas!


Drácula negará la acusación (Sí, yo también sé amar). Por tanto toda la escena descrita no es sino una disputa de amor, la afección del Conde hacia su rehén, más allá de la apetencia sanguínea, a medio camino entre el amor y el sexo.

ESTACAS Y MORDISCOS: DERMIS
En un segundo plano, mucho más cercano a la metáfora, se nos indican otras connotaciones sexuales. En otro pasaje de la novela la camarilla del bien se dirige al cementerio para enviar a Lucy Westenra –muerta pero no muerta, envenenada por Drácula- al mundo de los muertos-muertos, aquellos que no vagan la noche buscando la sangre de los vivos. El prometido de la muchacha es el elegido para llevar a cabo la liturgia. La representación erótica de la estaca que se utilizará para el sacrificio (que hay que atravesar en su cuerpo) es evidente. El cadáver se estremece, gime, chirría, se agota, se retuerce tras el encaje en una esperpéntica necrofilia. Con su firme brazo que bajaba y subía, hundiendo más la estaca misericordiosa. Y ahora vuelve la sangre, ese símbolo oscuro, símbolo de vida, desfloramientos, menstruaciones, abortos, desgarros, juramentos, linajes. Mientras manaba la sangre del corazón traspasado y lo salpicaba todo. Por supuesto, tras la espantosa tarea, el cadáver de la mujer vuelve a ser puro y dulce. Y puede entonces el prometido besarla por última vez.

En otro cuadro, Drácula  se ceba en su víctima, la impoluta Mina Harker y mediante colmillo y cuello comete violación. Me sujetó con fuerza y me desnudó el cuello con la otra mano, al tiempo que decía: en primer lugar será mejor que no te muevas.

Mina no desea estorbar la acción: todas las víctimas femeninas de Drácula –todas las víctimas son femeninas- están en la alternancia de pureza e impureza, de voluntad y sometimiento, instrumentos en mano de los hombres que llevan la voz cantante de la lucha. Incluso, se sienten culpables de haber sido mancilladas, como si fuesen causantes de su propia deshonra. El personaje decidido y resolutivo es siempre el masculino. Y el elogio a Mina Harker por parte de sus compañeros será alabar las condiciones masculinas que ésta muestre. La mujer llega a aparecer incluso estigmatizada –cuando una hostia consagrada toca su frente y ya ha sido ultrajada por el vampiro. Drácula ha poseído y así se lo hace saber a Mina, parafraseando a su manera la Biblia: eres ahora carne de mi carne, sangre de mi sangre y así se lo hará saber a los defensores del bien, los hombres que a él se enfrentan. Les dirá: Las mujeres que tanto amáis son ya mías, y vosotros seréis míos por mediación de ellas.
Y podemos así pasar a un tercer plano.

EN LO MÁS PROFUNDO DE LA PIEL
El autor de la novela, Bram Stoker, conoce a la edad de veinte y tantos años a una de las grandes figuras de la escena inglesa de finales del XIX: Henry Irving. Histriónico personaje, al parecer le inspiró la caracterización del Conde Drácula y para él preparaba una versión teatral que Irving desdeñó. Fue una larga, profunda y confusa amistad. Stoker ejerció de consejero, administrador del Lyceum (el teatro de Irving), confidente. Stoker publicaría poco después de la muerte del actor Personal Reminiscences of Henry Irving. Una amistad oscura que bascula entre la admiración de Stoker, la tiranía de Irving y el vasallaje (¿no podríamos encontrar aquí reflejado al loco Renfield que llama a Drácula “amo”?). Cuando el actor, ya Sir Henry Irving, muere en 1906, Bram Stoker cae enfermo y muere tras seis años de convalecencia sin poder superar la muerte del amigo.

Tomemos un apunte previo antes de introducirnos en más presunciones: el representante del bien, el aunador de la tradición y la ciencia, personaje anatemizador, implacable, tentado que no cae en la tentación  es Van Helsing. Abraham, por más señas, nombre del padre del autor. Y del propio Stoker. Ya otros han querido ver en Drácula  rescoldos de las primeras teorías sicoanalíticas (que el autor conocía por su admiración hacia los maestros de Freud): la teoría del placer/realidad, el parricidio, enamoramientos reprimidos, inconscientes dañados por la infancia convaleciente del autor...

Retomemos la frase del Conde antedicha: Éste hombre me pertenece. Toda víctima pertenece a Drácula, sin embargo, se cuida mucho Stoker de que aparezca agresión a una pieza masculina. Jonathan Harker, sin excusa, escapa incólume siendo la víctima más fácil. Seréis míos por mediación de ellas, repetimos que dice el Conde. Y lo ha hecho realidad. La agonía de Lucy, ya envenenada, intentan solventarla con repetidas transfusiones sanguíneas  de todos los hombres que la veneran. Y esa es la sangre que cada noche ingiere Drácula. Cada mañana por la mañana, la muchacha está desangrada.

Quizá fue la única manera posible de manifestar el deseo homosexual latente. Quizá Stoker desconocía ese deseo. Su esposa, Florence, fue cortejada por el mismísimo Óscar Wilde (y se dice que Stoker le prestó apoyo financiero cuando Wilde languidecía en París). Pero Stoker, un hombre discreto hasta el extremo, no buscó el escándalo como su compatriota.

Se manifiesta la pulsión por debajo de todas las pieles en una sociedad que aunque se enfrenta a grandes convulsiones sociales (colonialismo, auge del proletariado, sindicalismo y marxismo, crisis económica, el beneficio burgués puesto en solfa) y se maravilla ante los descubrimientos e inventos que aporta el progreso científico (la luz eléctrica, esbozos del avión, automóvil y radio, fotografía, cine, la vacuna, el teléfono, fonógrafos, máquinas de escribir, muchos de ellos presentes en la novela). Se entonces aplicó una educación y una moral donde predominó la represión sexual y la imposición de la hipocresía social, donde sólo existía lo reconocido y lo escrito, y cristalizó en el puritanismo. Pero el mensaje final nos retumba: el sexo mal encaminado, el sexo voraz del animal, lleva a la perdición. Mírese si no al Conde, parece decir Stoker.

(Publicado en El Erizo Abierto, núm 2, Granada, 1994)

ANÁLISIS LEVE DE LA LITERATURA DE VAMPIROS


En Excalibur (John Boorman, 1981), en algún momento, Merlín y Morgana hablaban sobre el futuro de la magia. El mago veía ese futuro pleno de pesimismo y de difícil progreso. Hablaba de la llegada de un gran dios, tirano y omnipotente que acabaría con el reinado de los pequeños dioses del bosque y la noche. Posiblemente Merlín se refería al dios cristiano que se acercaba a Bretaña, que se imponía al fin en las islas. Pero otro dios más allá se impondría. El Renacimiento europeo traía consigo un nuevo dios, el de la ciencia y el antropocentrismo, que convertía en igualdad el binomio de lo cognoscible y lo tangible. En esas nuevas coordenadas de la realidad, en la proliferación del escepticismo y el culto al conocimiento comprobable, los pequeños dioses, los espíritus del bosque, las hadas, los gnomos, los trasgos, las brujas, los vampiros, los seres benéficos y maléficos, no tenían lugar.

Sin embargo, la tradición se basa en la superstición, o lo que es en palabras de Bram Stoker, autor de Drácula, en su justificación de la existencia de los vampiros. Pero la cuestión de este texto no es la creencia o no creencia en el vampiro, el interrogante sobre los mundos paralelos, el ámbito de la superstición. El motivo de este texto se centra en una somera visión histórica, y sobre todo literaria, del fenómeno vampírico.

El siglo iluminado del XVIII exacerbará la diferencia entre las supersticiones y las coordenadas científicas que el positivismo posteriormente termina por hacer foto fija. En ese momento de auge científico aparecerá una sub-literatura que se acerca a la temática supersticiosa, esotérica y oscurantista: la existencia del vampiro. Hasta el momento, la Iglesia se había acercado a esa temática con la intención de descubrir el Mal, el reino del diablo. Sería un canónigo, Agustín Calmet, quien con mayor profundidad tocase el tema. El propio Voltaire se hará eco de la plaga vampírica que asola Europa.

Pero ¿Qué es el vampiro? En definitiva, y como expondrá acertadamente Stoker, el vampiro es un ser enfrentado al mandato divino, un ángel caído, creador de su propia religión, limitado a la vivencia nocturna donde su fuerza se expresa en toda su extensión, y relacionado con los elementos más abyectos: las fieras, las tempestades, la ejecución de tiernas criaturas, el olor fétido de la tierra no consagrada, las ratas portadoras de la peste y las epidemias. Su relación con las epidemias no es vana. Algunos estudiosos relacionan íntimamente las epidemias europeas con la presencia y proliferación del rumor vampírico.

Pero el vampiro es realmente un bichejo, un mamífero alado que se alimenta de sangre. Quizá sea su particular dieta la que nutriese a la creencia popular, de tal manera, que desarrolló el mito del vampiro hasta límites insospechados.

La historia de las civilizaciones está jalonada de vampiros, como condimento imprescindible de lo fantástico, del miedo ancestral y la presencia sobrenatural. Desde la mitología griega, hasta la China, Babilonia o la mitología escandinava, siempre es perceptible su inquietante vuelo.

Fue en el siglo XVIII, el siglo del culto al racionalismo -y a su lado oculto, allí donde residiese el vampiro- cuando éste ser encontró el resquicio preciso para acceder a las academias. Pasado el tiempo del fulgurante antropocentrismo renacentista, el vampiro, que no tuvo los trascendentes estudios de los que gozase el diablo, alcanzó el espacio de la enciclopedia abandonando el silencio que le mantenía en el refugio de la tradición, la leyenda, la creencia popular.

La entrada en el mundo literario del vampiro se había producido mucho antes, en un cuento de Las Mil y Una Noches (1). Pero desde aquella furtiva aparición hasta el siglo de las luces el rastro del vampiro se perdió prácticamente para la literatura. Un ensayo, Tratado sobre los vampiros de Dom Agustín Calmet, sacerdote -lo cual nos remonta a la lucha eclesiástica contra la superstición-, publicado en el año 1746 (2), introdujo de manera definitiva al vampiro en la polémica y el mundo de la creación literaria, abriendo desde el camino de la duda la preocupación, el estupor y la investigación.

Rousseau y Voltaire se acercaron a la figura del vampiro y no para el escándalo y la condena, o para realizar un sencillo punto de vista escéptico y descreído. Ambos constataban en la figura del vampiro un trasfondo social, histórico, centrándose en el significado del vampiro y su estética. Ambos niegan crédito a los informes recogidos por Calmet desde Moravia, realizados por el Duque de Vassmont ante el encargo de Leopoldo I, acerca del descubrimiento de cuerpos incorruptos que debieron ser purificados por la técnica habitual de eliminación del vampiro. La resonancia de tales indagaciones fue grande en la época. El vampiro así, anidaba esencialmente en Europa Oriental, donde sus momentos de mayor expansión y presencia se relacionan con las epidemias de enfermedades (3). Europa Occidental también mantuvo una tradición de seres sobrenaturales, habitantes fantásticos de los bosques y almas en pena; pero no cultivó la imagen definida del vampiro folclórico, al que recurrirían frecuentemente los autores rusos.

Sería Johann Wolfgang Goethe quien haría cristalizar el vampiro literario, como expresión, finalmente, del Romanticismo. En su Balada de La Novia de Corinto (1797) encontramos al primer vampiro -vampiresa en tal caso- de la literatura fantástica europea. Se abre así paso el inusual y sorprendente desarrollo del cuento fantástico y del personaje vampírico en el siglo XIX. En 1805 el autor polaco Jan Potocki publica en su obra El Manuscrito hallado en Zaragoza -un libro de viajes de un oficial del ejército napoleónico a través de la España ocupada- el cuento El endemoniado Pacheco donde persiste en la imagen vampírica femenina. En esta ocasión dos peligrosos bandoleros de Sierra Morena que han sido ajusticiados en la horca se transfiguran en dos bellas mujeres andaluzas y dan pie a un fantástico trío sexual con su víctima, iniciando la inseparable tradición erótica del vampiro.

E.T.A. Hoffmann daría un nuevo paso retomando la línea fantástica alemana. Vampirismo se mantiene en la figura de la lánguida vampiresa que transmite su veneno en el lecho conyugal al incauto marido. Fue publicado en 1821. Pero una referencia introductoria en este cuento nos remite a la demoledora aportación de The Vampyr. A Tale de John William Polidori. A partir de la publicación de este cuento, aparecido en New Monthly Magazine en 1819, se inicia la imagen asentada del vampiro romántico, aristocrático, seductor, calculador, cruel y frío que desarrollaría James Malcolm Rymer en Varney, el Vampiro (1847) y encumbraría Bram Stoker en su espléndido Drácula (1898), imagen ya indisoluble de la figura masculina vampírica en la literatura -y el cine- hasta nuestros días.

En El Vampiro, Polidori refleja con fidelidad la imagen de quien era su amigo y a quien servía como secretario: George Gordon, Lord Byron. Byron representa la imagen del romanticismo, el exceso, la pasión sin freno, la fuerza y la atracción oculta. Jamás escribió sobre vampiros -en términos estrictos- pero sirvió de modelo para el primer vampiro aristócrata de la literatura. La idea de escribir El vampiro surge de la conocida noche en Villa Diodati, junto al lago Lemán, donde la lluvia retiene a los excursionistas (4) en el interior de la casa. Allí Byron propuso el juego de la literatura, la creación por cada presente de una historia fantástica. Mary Shelley daría luz a Frankenstein. Byron un poema poco relevante en su obra –The Giaour, publicado junto a Mazeppa-, pero al parecer sembraría la idea que recogió Polidori para escribir poco tiempo después El Vampiro. La tormentosa relación entre Byron y Polidori empujó posiblemente a éste a ensañarse en la figura de su amigo y crear así su particular monstruo. Un detalle delata la trama: el vampiro se llama Lord Ruthven, que no sólo mantiene el título de Byron, sino que su nombre es el mismo con el cuál la desdeñada amante de Byron, Lady Caroline Lamb, llamaba a éste en sus memorias: Ruthven Glenarvon. Así, la figura de Byron, sobrevolando su propia obra, se hace personaje en el cuento de Polidori, engarza con Varney y se eterniza en Drácula. Drácula es tanto Varney como Varney es Lord Ruthven y tanto como Ruthven es Byron. La diáfana vinculación tiene un referente en su tiempo. Cuando El Vampiro es publicado, una argucia del editor posibilita que aparezca firmado por el propio Byron (5). Éste estalla en cólera y exige la reparación pública del engaño. Pero Goethe elogia el cuento como lo mejor de ése poeta inglés.

Polidori se suicidó poco tiempo después de la publicación de su cuento a los veinticinco años de edad ingiriendo una droga por él mismo ingeniada.

Pero la vía del vampiro aristócrata, el lord satánico según Christopher Frayling, (Lord Byron to Count Dracula) no es la única tipología de la literatura vampírica. Según Frayling, cabe distinguir tres tipos: el arriba indicado, la mujer fatal y el vampiro folclórico, de plena extracción popular. A estos cabría añadir, por nuestra parte, el vampiro psicológico.

El segundo tipo, la vampiresa, es el que tuvo un mayor cultivo en el siglo XIX. A las ya nombradas de Goethe, Potocki y Hoffmann, se añade una larga lista presentes en: Berenice de Edgar Allan Poe -y Ligeia-; La Muerte Enamorada de Téophile Gautier; La Metamorfosis del Vampiro de Baudelaire -como muestra de poema vampírico-; El Misterio de Ken de Julian Hawthorne; Pues la sangre es la vida de Francis Marion Crawford, La amable Lady Ducaine de ME Braddon; La tumba de Sarah de Loring; y Carmilla (1872) de Joseph Sheridan Le Fanu, cuento clave en este devenir literario. Carmilla ubica a la vampiresa en una relación lésbica, cargada de erotismo, y fue una lectura imprescindible para comprender el surgimiento de Drácula por la imaginación de Stoker. En El invitado de Drácula (aprox. 1890), cuento que fue elaborado mientras Stoker toma notas para su novela, pero publicado en 1914 como introducción a una edición de Drácula posterior a la muerte del autor, la inscripción de la tumba de un vampiro se refiere a una tal Condesa Dolinger de Graz, de Styria, el mismo lugar donde Le Fanu localiza Carmilla.

La aparición de Drácula no terminó con la mujer fatal, pero lo colocó en la cumbre de la pirámide de la familia vampírica y posibilitó las elucubraciones sobre su origen. Stoker se informó para la elaboración de su novela a través de folletos turísticos, atlas y por boca de un amigo residente en Rumanía, si bien él jamás llegó a visitar el país de su personaje. La figura histórica de Vlad Tepes, el empalador, hijo de Vlad Dracul y príncipe de Valaquia fue conocida por Stoker -he aquí el hallazgo del nombre-. Pero este sanguinario príncipe en punto alguno puede estar relacionado con la tradición del vampiro. Stoker acumuló información y creó su monstruo conforme a ciertas bases históricas, levemente reflejadas en la novela por el propio Drácula (6). La relevancia de Vlad el empalador, es obviamente, posterior a Stoker y a Drácula.

El tercer tipo, el vampiro folclórico y popular fue desarrollado por la literatura europea de oriente, especialmente por los autores rusos y son demostrativos ejemplos La familia Vurdalak de Alexei Tolstoi y El Viyi de Gogol.

El vampiro psíquico o psicológico aparece en El parásito de Conan Doyle, donde el vampiro es una médium enamorada del protagonista y en El Horla de Guy de Maupassant, ejemplo perfectamente ajustado de vampiro de la psique y predecesor de todas las presencias invisibles y extrañas que la ciencia ficción desarrolló con posterioridad. En el cuento, el protagonista mediante un diario expone la relación que mantienen con algo que está a su alrededor, o en sí mismo, y que llega a poseerlo y termina enloqueciéndolo. Este cuento fue uno de los últimos escritos por Maupassant antes de perder el seso. Esta tipología vampírica tomada por el autor francés tiene dos referentes apreciables en Drácula: el loco Renfield poseído por el Conde desde la distancia y leal servidor de éste y la propia estructura de la novela, Stoker -como Maupassant- recurre al diario para la exposición de la trama, o mejor indicado, a varios diarios -y no sólo escritos, sino grabados en antecedentes del magnetofón- que como una coral narran la acción por distintas voces.

El ejemplo hispano de vampirismo lo realizaría Horacio Quiroga en El almohadón de plumas (1907), cuento sorprendente a pesar de la explicitud de su título. Éste último, junto a La habitación de la torre de E.F. Benson podríamos incluirlos en una serie de vampiros extraños -fruto de apariciones- con implicaciones psicológicas y premonitorias, formas de alimañas, etc.

Lamias, duendes, fantasmas, arpías, banshees, hadas, gnomos, brujas, todos los seres fantásticos han nutrido en gran parte la literatura, y sin ellos ésta sería un lugar vacío donde la imaginación no habría asentado su lugar. Pero el vuelo del vampiro, ya bajo la imagen de la creación de Polidori y el manto de Drácula que se extendió por el cine y se mezcló con la ciencia ficción, este impresionante desarrollo del siglo XIX, resultó insuperable.

BIBLIOGRAFÍA
Cuentos Fantásticos del XIX, recopilados por Italo Calvino. Siruela, 1987
Vampiros, AAVV edición a cargo de Jacobo Siruela. Siruela, 1992.
Galería de espejos sin fondo, Joan Perucho. Destino, 1984.
Drácula de Bram Stoker. Apéndice de Noel Zanquín. Anaya, 1992
Drácula de Bram Stoker. Introducción de Riccardo Reim y Prefacio de Paola Faini. Newton Compton Editori, Italia, 1993.
Drácula de Bram Stoker. Introducción de Félix Llaugé. Altorrey, México, 1993.
Introducción a la Colección de cuentos vampíricos de Leslie Sheppard
Historia maldita de la literatura de Hans Meyer. Taurus, 1977.
Vampiros Extraños, AAVV. Cara Oculta, Mirach, 1991.
Lo siniestro de Sigmund Freud. Calamus Scriptorius, 1979.
El Gran libro de los vampiros de Angel Gordon. Aura, 1987.
El horror en la literatura de HP Lovecrafft. Alianza Editorial, 1989.
Diccionario del Diablo. Ambrose Bierce. Alianza Editorial.
Libro de los seres imaginarios. Jorge Luis Borges. Bruguera 1980.
Algunos vampiros:
Drácula, B. Stoker. La muerte enamorada, T. Gautier. El vampiro, Polidori. Carmilla, J.S. Le Fanu. La sangre es la vida, F. M. Crawford. La tumba de Sarah, F.G. Loring. El espíritu suelto, M. Cholmondeley. El misterio de Ken, J. Hawthorne. El Parásito, Conan Doyle. El Horla, Guy de Maupassant. Berenice, E.A. Poe. El almohadón de plumas, H. Quiroga. La buena Lady Ducaine, M.E. Braddon. La habitación de la torre, E.F. Benson. El huésped de Drácula, B. Stoker. Vampirismo, E.T.A. Hoffman. Varney el vampiro, J. M. Rymer. El endemoniado Pacheco, J. Potocki. El beso de judas, X.L. La novia de Corinto, J.W. Goethe. Metamorfosis del vampiro, Ch. Baudelaire. The transfer, A. Blackwood. ¿Qué fue eso?, F.J. O´Brien. La Guzla, P. Merimée. Lokis, P. Merimée. El vampiro, J. Neruda. The sad story of a vampire, Conde Stenbock. El vampiro bondadoso, Ch. Nodier. La hermosa vampirizada, A. Dumas. El Viyí, N. Gogol. Infernalia, Ch. Nodier. El misterio de la campiña, A. Crawford. Un vampiro, Capuana. I am a legend, R. Matheson. La ciudad vampira, P. Féval. Tu amigo vampiro, Lautreamont. Les histories naturals, J. Perucho. La ciudad vampira, F.J. O´Brien. El conde Magnus, M.R. James. La familia Vurdalak, A. Tolstoi. Los últimos señores de Gardonal, W. Gilbert. El destino de Madame Cabanel, E. L. Linton. Su voluntad, V. O´Sullivan. No despertéis a los muertos, J. L. Tieck ...


NOTAS
1. “Honor de vampiro o historia contada la 944 noche”
2. También reseñada como primera la edición de 1759.
3. Esta ubicación en el Oriente de Europa, donde Bram Stoker colocaría a Drácula, puede remitirnos a un distinto posicionamiento de la Iglesia Ortodoxa, respecto a la Católica, frente a la superstición.
4. Percy y Mary Shelley, su hermana, Byron y Polidori.
5. Ésta es la indicación de Hoffmann en la presentación de Vampirismo, demostrando estar al tanto de la treta editorial.
6. Cap. III, pg. 37-38 ed. Anaya


(Publicado en 1996 en Cuadernos del Vértigo, Granada, con motivo del bicentenario del nacimiento de John William Polidori.)

jueves, 10 de enero de 2013