viernes, 15 de noviembre de 2013

MIS IMPRESCINDIBLES

Aún siendo consciente de los difícil y arbitrario de una lista de preferencias, mis alumnos del Curso de Escritura Creativa, del módulo ESCRIBIR Y SENTIR, me piden que elabore una lista de aquellas obras literarias que considero imprescindibles. Se entiende que para la formación de un lector. Y como ese lector soy yo, aquí van mis preferencias. Uno con esto, queda retratado.

(solo 150 y no están todos)



¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick
13 barras y 48 estrellas, de Rafael Alberti
A sangre fría, de Truman Capote
Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll
Azul, de Rubén Darío
Bartleby, el escribiente, de Herman Melville
Canto a mí mismo, de Walt Whitman
Carmilla, de Joseph Sheridan Le Fanu
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez
Cinco horas con  Mario, de Miguel Delibes
Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique
Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievsky
Crónicas marcianas, de Ray Bradbury
Cuaderno de Nueva York, de José Hierro
Cuentos completos, de Edgar Allan Poe
Cuentos de amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga
Cuentos, de Antón Chéjov
Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand
Diez negritos, de Agatha Christie
Don Juan Tenorio, de José de Zorrilla
Drácula, de Bram Stoker
El Aleph, de Jorge Luis Borges
El almuerzo desnudo, de William Burroughs
El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez
El baile, de Irène Némirovsky
El caballero y la muerte, de Leonardo Sciascia
El collar de la Paloma de Ibn Hazm
El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas
El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad
El crimen del cine Oriente, de Javier Tomeo
El decamerón, de Giovanni Bocaccio
El diccionario del diablo, de Ambrose Bierce
El evangelio según Jesucristo, de José Saramago
El extranjero, de Albert Camus
El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa
El gran Gatsby, de Scout Fitzgerald
El guardián entre el centeno, de JD Sallinger
El hombre delgado, de Dashiell Hammet
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
El jinete polaco, de Antonio Muñoz Molina
El lamento de Portnoy, de Philip Roth
El lector, de Bernhard Schlink
El libro de la selva, de Rudyard Kipling
El libro de las maravillas, de Marco polo
El mal poema, de Manuel Machado
El mundo de Juan Lobón, de Luis Berenguer
El nombre de la rosa, de Umberto Eco
El poema de la rosa als llavis, de Joan Salvat Papasseit
El policía que ríe, de Maj Sjöwall y Per Walhöö
El rayo que no cesa, de Miguel Hernández
El señor de los anillos, de JRR Tolkien
El tercer hombre, de Graham Green
El topo, de John Le Carré
El túnel, de Ernesto Sábato
El viejo y el mar, de Ernest Hemingway
Epigramas, de Ernesto Cardenal
Epístolas morales a Lucilio, de Séneca
Ese dulce mal, de Patricia Highsmith
España, aparta de mí este cáliz, de César Vallejo
Expedición de catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, de Francisco de Moncada
Ficciones, de Jorge Luis Borges
Follas novas, de Rosalía de Castro
Frankenstein, de Mary Shelley
Guerra y Paz, de Leon Tolstoi
Habitaciones, de Louis Aragon
Hamlet, de William Shakespeare
Historia Universal de la infamia, de Jorge Luis Borges
Historias de cronopios y famas, de Julio Cortázar
Huérfanos de Brooklyn, de Jonathan Lethem
Iluminaciones, de Arthur Rimbaud
Inventarios, de Mario Benedetti
La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender
La canción del verdugo, de Norman Mailer
La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca
La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza
La conciencia de Zeno, de Italo Svevo
La conjura de los necios, de John Kennedy Toole
La divina comedia, de Dante
La espuma de los días, de Boris Vian
La fuga, de Eduardo Mignogna
La hora estelar de los asesinos, de Pavel Kohout
La Ilíada, de Homero
La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson
La máscara de Dimitrios, de Eric Ambler
La metamorfosis, de Franz Kafka
La Odisea, de Homero
La plaza del Diamante, de Mercé Rodoreda
La promesa, de Friedrich Dürrenmatt
La realidad y el deseo, Luis Cernuda
La vida es sueño, de Calderón de la Barca
Las aventuras de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle
Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt
Las cenizas de Gramsci, de Pier Paolo Passolini
Las flores del mal, de Charles Baudelaire
Las mentiras de la noche, de Gesualdo Bufalino
Las moradas, Teresa de Jesús
Las personas del verbo, de Jaime Gil de Biedma
Lectura fácil, Cristina Morales
Libro del Buen Amor, de Arcipreste de Hita
Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa
Lolita, de Vladimir Nabokov
Los armarios vacíos, Annie Ernaux
Los fantasmas del sombrero, de Georges Simenon
Los jinetes del alba, de Jesús Fernández Santos
Los mares del sur, de Manuel Vázquez Montalbán
Los niños tontos, Ana María Matute
Los pazos de Ulloa, Emilia Pardo Bazán
Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift
Luces de Bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán
Madame Bovary, de Gustave Flaubert
Miss Lonelyhearth, de Nathanael West
Moby Dick, de Herman Melville
Mystic River, de Dennos Lehane
Nada, Carmen Laforet
Niebla, de Miguel de Unamuno
Nuestros antepasados, de Italo Calvino
Obras incompletas, de Gloria Fuertes
Oliver Twist, de Charles Dickens
Otra vuelta de tuerca, de Henry James
Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa
Paroles, de Jacques Prevert
Paseo de los tristes, de Javier Egea
Persuasión de los días, de Oliverio Girondo
Peter Pan, de J. M. Barrie
Pisando los talones, de Henning Mankell
Plata quemada, de Ricardo Piglia
Poemas, de Heinrich Böll
Poemas, de Vladimir Maiakovsky
Poesía completa, Conde de Villamediana
Poesía completa, de San Juan de la Cruz
Poesía completa, Gabriel Bocángel
Poesía completa, Garcilaso de la Vega
Poeta de guardia, Gloria Fuertes
Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca
Primavera en Eaton Hastings, de Pedro Garfias
Rayuela, de Julio Cortázar
Rebelión en la granja, de George Orwell
Rimas, de Gustavo Adolfo Bécquer
Robinson Crusoe, de Daniel Defoe
Rubayat, de Omar Kheyyam
Si esto es un hombre, de Primo Levi
Si te dicen que caí, de Juan Marsé
Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino
Soleá, de Jean-Claude Izzo
Soledades, de Antonio Machado
Sonetos del portugués, de Elizabeth Barret-Browning
Sonetos, de Francisco de Quevedo
Suite francesa, de Irène Némirovsky
Todos nosotros, de Raymond Carver
Tristana, de Benito Pérez Galdós
Un día volveré, de Juan Marsé
Un mundo feliz, de Aldous Huxley
Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain
Una habitación propia, Virginia Woolf
Una investigación filosófica, de Philip Kerr
Veinte poemas de amor, de Pablo Neruda
Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne
Vida de este chico, de Tobias Wolf

miércoles, 6 de noviembre de 2013

RETRATO (s) de MANUEL y ANTONIO MACHADO




RETRATO
(Manuel Machado)

Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed.
Unos ojos de hastío y una boca de sed...
Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe...
Calaveradas, amoríos... Nada grave,
Un poco de locura, un algo de poesía,
una gota del vino de la melancolía...
¿Vicios? Todos. Ninguno... Jugador, no lo he sido;
ni gozo lo ganado, ni siento lo perdido.
Bebo, por no negar mi tierra de Sevilla,
media docena de cañas de manzanilla.
Las mujeres... -sin ser un tenorio, ¡eso no!-,
tengo una que me quiere y otra a quien quiero yo.

Me acuso de no amar sino muy vagamente
una porción de cosas que encantan a la gente...
La agilidad, el tino, la gracia, la destreza,
más que la voluntad, la fuerza, la grandeza...
Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero,
a olor helénico y puro, lo "chic" y lo torero.
Un destello de sol y una risa oportuna
amo más que las languideces de la luna.
Medio gitano y medio parisién -dice el vulgo-,
Con Montmartre y con la Macarena comulgo...
Y antes que un tal poeta, mi deseo primero
hubiera sido ser un buen banderillero.
Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa
es alegre, aunque no niego que llevo prisa.


 RETRATO
(Antonio Machado)

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

viernes, 1 de noviembre de 2013

EL NÚMERO PI de Wislawa Szymborska




Digno de admiración es el número Pi
tres coma catorce.
Todas sus siguientes cifras también son iniciales,
quince noventa y dos porque nunca termina.
No deja abarcar sesenta y cinco treinta y cinco con la mirada,
ochenta y nueve con los cálculos
sesenta y nueve con la imaginación,
y ni siquiera treinta y dos treinta y ocho con una broma o sea comparación
cuarenta y seis con nada
veintiséis cuarenta y tres en el mundo.
La serpiente más larga de la tierra después de muchos metros se acaba.
Lo mismo hacen aunque un poco después las serpientes de las fábulas.
La comparsa de cifras que forma el número Pi
no se detiene en el borde de la hoja,
es capaz de continuar por la mesa, el aire,
la pared, la hoja de un árbol, un nido, las nubes, y así hasta el cielo,
a través de toda esa hinchazón e inconmensurabilidad celestiales.
Oh, qué corto, francamente rabicorto es el cometa
¡En cualquier espacio se curva el débil rayo de una estrella!
Y aquí dos treinta y uno cincuenta y tres diecinueve
mi número de teléfono el número de tus zapatos
el año mil novecientos sesenta y tres sexto piso
el número de habitantes sesenta y cinco céntimos
centímetros de cadera dos dedos una charada y mensaje cifrado,
en la cual ruiseñor que vas a Francia
y se ruega mantener la calma,
y también pasarán la tierra y el cielo,
pero no el número Pi, de eso ni hablar,
seguirá sin cesar con un cinco en bastante buen estado,
y un ocho, pero nunca uno cualquiera,
y un siete que nunca será el último,
y metiéndole prisa, eso sí, metiéndole prisa a la perezosa eternidad
para que continúe.