En algunos medios de
comunicación se toma la parte por el todo. Los adjetivos que encabezan este
post son a veces intercambiados alegremente en algunos medios –otros periodistas
tienen buen cuidado en decir lo que quieren decir- y se extienden, fruto de la
ignorancia, por las redes sociales, y por supuesto, en el habla cotidiana. Pero
son tres adjetivos cuya coincidencia en una sola persona, precisa de una intensiva
conjunción de accidentes culturales.
Árabes
son aquellos naturales de Arabia, de la península arábiga y
alrededores, y tradicionalmente han formado parte de etnias que el paso del
tiempo ha desdibujado y vuelto a dibujar. En la actualidad en la península arábiga
se ubican 10 nacionalidades distintas. No se trata de una raza –no existen las
razas como categoría, ni biológica ni cultural en el ser humano-, aunque el concepto "racial" facilita, desde el desconocimiento, la categorización de los grupos
humanos. Pero en sentido estricto, un árabe es aquel que comparte una tradición
genealógica y cultural que nació en la península arábiga, antes del
surgimiento del islam.
El
idioma originario de estas tribus se llama también árabe, y
es una idioma muy extendido (más vivo que el latín, pero más fragmentado que el
español) que fue lingua franca en el medievo, por todo el Mediterráneo y que en
la actualidad se extiende por los países arábigos -de la Península arábiga- y otros países en
el Magreb y Oriente Medio. Pero hay
personas que hablan árabe en una esquina del mundo cuya habla del idioma es difícil de entender por otra persona que habla árabe en otra esquina del mundo. Esta macrolengua
mantiene una forma estándar, pero las diferencias dialectales son tremendas. Es
oficial en al menos veinte países del mundo y es el octavo en su extensión
planetaria con 350 millones de hablantes, pero muchos de ellos nada tienen que
ver con el concepto étnico, ni geopolítico del término “árabe”.
Algunos países de lengua
árabe se identifican a sí mismos como árabes, en un rizo de concepto de
identidad cultural, lo que dio como fruto la fundación en la Liga de Estados Árabes en 1945, donde
se encuentran países que no son árabes étnicamente hablando –como Egipto o
Marruecos, por ejemplo-, pero la identidad cultural y política es algo que uno
determina para sí mismo (sea o no sea cierto) o en todo caso, son los “otros”
los que la determinan como tal: la cultura es lo que uno hace visto desde
fuera, ya sea porque uno mismo se la otorga o porque los demás la señalan. Así
la Liga Árabe incluiría a somalíes, bereberes, egipcios, libaneses o kurdos, que
no son árabes, pero hablan árabe, así como el mundo hispano hablante incluye a
nacionalidades diversas y no exclusivamente a “españoles”. Es una cuestión de
nacionalismo, manifestado en torno a una lengua, y ciertas coincidencias
culturales y religiosas, pero sin u cuerpo cultural común.
En definitiva, hay pueblos que utilizan la lengua árabe,
pero no son árabes en sentido estricto y hay grupos humanos que hablan árabe
que no son musulmanes: coptos
egipcios, maronitas libaneses, árabes israelíes, árabes drusos.
Musulmán es una categoría religiosa, con un número de practicantes en todo el planeta que ronda los 1200 millones de personas. Como hemos visto, hay árabes (que hablan árabe) que no son musulmanes, aunque sean pocos, y hay musulmanes que no son árabes, y son muchos: ni lo hablan ni viven en estados de la Liga Árabe, ni tienen relación genealógica alguna con las etnias originarias de Arabia. Además, como el islam no es una religión jerarquizada, como la católica, no hay una línea de orden de un “papa” musulmán a un “sacerdote” de mezquita. Como es tan extensa la territorialidad del Islam y tan amplia su historia, hay diversas interpretaciones del Corán que han sido generadas con el paso de los siglos por las diversas maneras de interpretarlo (suní, chií, sufí, entre otras muchas), y se da de un modo similar a la distinción que en el cristianismo se hace entre católicos, ortodoxos, protestantes y otros muchas profesiones de fe.
Hay multitud de países que,
con una mayoría de habitantes que practican el islam, no son árabes ni por
asomo: Pakistán, Irán, Turquía, Indonesia, Burkina Fasso o Turkmenistán por
poner algunos casos. Entre ellos, hay países
que se consideran islámicos, es decir, en los que el Corán forma parte de
su corpus jurídico –la sharia, o
derecho islámico-, ya sean repúblicas, monarquías absolutistas, dictaduras o
regímenes teocrácticos. En estos países la separación Religión-Estado es uno de
los nudos gordianos de la convivencia. Son estos casos Irán –que no es un país árabe,
ni habla árabe-, el Afganistán de los talibanes, Libia desde 2011, Pakistán o
Mauritania.
Los árabes-musulmanes constituyen solamente el 20 % de la población musulmana mundial. Así que si usted llama árabe a un egipcio, a un bereber o a un sudanés porque hablan la lengua árabe, podría usted llamar sin empacho “españoles” a los bolivianos, mejicanos o uruguayos porque hablan español. Si usted llama árabe a cualquier musulmán, es como si llamase “español” a cualquier cristiano, así que puede también ir por ahí llamando español a cualquier italiano, irlandés o bávaro. Y si llama musulmán a cualquier árabe es como si diese por supuesto que todo español es cristiano, católico, apostólico y romano. Y nunca denomine a una persona "islámica", porque islámico es el adjetivo que se aplica a los conceptos impregnados de islam: ya sea el arte, el Estado, o la cultura.
"Islámico", como adjetivo, no es aplicable a una persona, sino que en nuestro idioma utilizamos para ello el adjetivo “musulmán”. Islamista se refiere al concepto de islamismo, que es un término político, aunque nuestro diccionario reserve distinto conceptos para “islamismo” (conjunto de dogmas y preceptos morales que constituyen la religión de Mahoma) e “islamista” (relativo al integrismo musulmán). Dentro del islamismo hay posturas regeneradoras, moderadas, radicales, extremistas, según cómo se midan, pero que los medios (y al parecer, el diccionario) por lo general identifican, en su concepción violenta, con la asunción de normas como la “yihad”. La Yihad no es exclusivamente sinónimo de “guerra santa” para algunos estudiosos, puesto que englobaría también el concepto de “lucha interior”. No hay conceptos en el cristianismo que se le acerquen, aunque las prácticas evangelizadoras tenían un objetivo en común: la expansión de la religión. Estas posturas denominadas radicales pueden provenir del sunnismo –como los Hermanos Musulmanes egipcios, los talibanes o el salafismo- y otras del chiísmo –como el Irán de Jomeini o Hezbolá.
Por otro lado, hay conceptos culturales que se identifican en los medios de comunicación y en la divulgación popular con el islam -la lapidación, la flagelación pública, la mutilación genital, la poliginia, el matrimonio concertado de menores-, pero no son usos exclusivos de países musulmanes. En otros países, que nada tienen que ver con el islam, se practican. De hecho es muy probable que el arraigo cultural de estas prácticas sea anterior al islam, pero perduran en culturas islámicas e incluso algunos de ellos fueron recogidos en el Corán. Otra cosa es cómo se interprete el Corán…
Y otro día hablaremos sobre la confusión acerca del velo.
Alfonso Salazar