sábado, 19 de septiembre de 2009

LA CASA DEL VIENTO

A medianoche llegaron los dos hombres al patio de atrás. Debieron saltar los muros cargados con las palas y en silencio. Ni siquiera se inmutó el mastín, tan fiero, que estaba como dormido. Lo vio desde la ventana y pudo acertar a ver el farol amarillento mover la luz. La escopeta en el zaguán, sin proponer la defensa, desasistía al huésped en la soledad del cortijo. No se atrevió a prender el quinqué de la habitación y seguía asustado en el alféizar viendo cavar a los hombres con dedicación. Nadie se movió en las fincas vecinas, nadie oía el golpe de metal en la tierra y de la tierra en el suelo. Quizá pasaron horas en la duda de gritar a los intrusos y hacerlos huir. Al fin se armó de cierto coraje y encendió el quinqué de la mesilla, infundido de luz se remangó el pijama y bajó sin silencio hasta el zaguán donde reposaba la escopeta descargada.

Cuando salió al patio no vio la luz del farol moviéndose con el viento. No había nadie junto al pajar. Creyó tropezar con una pala abandonada en la huida. Definitivamente no había nadie. Cuando se asomó a la excavación vio un agujero sin fondo. Pensó que era su vida y siguió cavando.

1996

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