Desde que el Lazarillo de Tormes alcanzase la cúspide del éxito social como pregonero malcasado, y sobre todo desde que un cincuentón loco y su gordo ayudante salieran por la Mancha a buscar aventuras y hacer el ridículo, la literatura castellana dejó establecidas algunas de las coordenadas impostergables de su tradición. Algunas de ellas -incluso desde antes, desde siempre- son el inveterado realismo (el terrenal Cid Campeador frente al mágico rey Arturo), el costumbrismo (el buscón Pablos con su vestido de escupitajos) y la sátira social (del Arcipreste de Hita a Rafael Azcona: la risa amarga que señala los vicios y distingue entre verdad y mentirosa apariencia, entre lo que se es y lo que se pretende ser).
LEER MÁS
LEER MÁS
No hay comentarios:
Publicar un comentario