Madréporas
Silvia Mistral
Ramón Gaya (Ilustrador); Mónica Jato (Prologuista)
Cuadernos del vigía, Madrid-Granada, 2020
Las olvidadas
Carlota O´Neill
Dioni Mora Macías (Ilustrador); Rocío González Naranjo (Prologuista)
Cuadernos del vigía, Madrid-Granada, 2020
Silvia Mistral
Ramón Gaya (Ilustrador); Mónica Jato (Prologuista)
Cuadernos del vigía, Madrid-Granada, 2020
Las olvidadas
Carlota O´Neill
Dioni Mora Macías (Ilustrador); Rocío González Naranjo (Prologuista)
Cuadernos del vigía, Madrid-Granada, 2020
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La editorial Cuadernos del Vigía, en los últimos años, ha tomado el interesante rumbo de la recuperación de textos que se perdieron tras la derrota de la República. Al trabajo desarrollado en la reivindicación de la figura de Max Aub (con la reedición de sus ‘campos’ esa memoria de un hombre y de un país) se suma ahora la edición de ‘La mitad ignorada’, una colección de textos dirigida por Jairo García Jaramillo, que bucea y recupera textos de las autoras de la República y el exilio. Carmen de Burgos, Concha Méndez, Elisabeth Mulder y Carmen Conde han sido los primeros nombres elegidos para encabezar esta colección que está llamada a darnos grandes descubrimientos, gratos reencuentros y esperadas reconciliaciones con autoras olvidadas.
Las últimas autoras en añadirse a la lista son Carlota O´Neill y Silvia Mistral. La primera fue hija del diplomático Enrique O´Neill mexicano y la escritora Regina de Lamo. De Carlota, que fue confinada en la prisión del Fuerte de Victoria Grande de Melilla, tras la ejecución de su marido en julio de 1936 -el ingeniero y aviador republicano Virgilio Leret-, se publica el relato ‘Las olvidadas’. El relato fue escrito en aquel presidio militar del que fue liberada al final de la guerra tras sufrir diversos consejos de guerra. Tras su puesta en libertad tuvo que luchar por la custodia de sus hijas y vivió escribiendo bajo los seudónimos de Laura de Noves y Carlota Lionell. Es imprescindible no olvidar el empuje sindicalista y feminista de O´Neill, cómo promovió el teatro proletario durante la República, para no caer en la acusación simplista de colaboracionista del franquismo, cuando realmente escribió folletines y otros textos para sobrevivir y poder, finalmente, exiliarse a México y Venezuela. Quienes la acusan, no habrán leído ‘Una mujer en la guerra de España’, sin duda. O´Neill pertenece a una familia donde hay que destacar a Rosario Acuña, Regina Flavio y Lidia Falcón, pioneras del feminismo.
‘Las olvidadas’ es un relato que refleja la vida en prisión, tal y como le sucede a la autora, donde convive con prostitutas y cabareteras, denunciadas por los propios militares que poco antes las visitaban en los antros donde eran explotadas. Allí narra la historia de la Oliva, modelo de Romero de Torres, y de su amiga Carmen, una historia cargada de amor, celos y pasiones que, quizá por esa razón, pudo sacar el cuaderno donde fue escrito, indemne, de la cárcel. Aunque el desenlace escabroso del relato hace dudar que, siquiera, leyeran el cuaderno los censores de la prisión. El relato cobra interés por su procedencia, lo que bien explica Rocío González Naranjo en el prefacio -cuando nos narra el descubrimiento de este texto escrito durante el cautiverio en el legado de la autora, diligentemente guardado por la familia Leret O´Neill-, pero también por su singularidad: hay un lenguaje alambicado en la narradora, jalonado de palabras imposibles o muy desconocidas, palabras técnicas aplicadas en situaciones cotidianas, que bien pudieran tener su razón en, como dicen los editores, una suerte de ejercicio léxico de la autora ‘para su cansado cerebro’. Pero este lenguaje, inaccesible a veces, contrasta con el llano de las protagonistas, con acento cordobés, sevillano, y reproducido tal cual. La fidelidad de la autora al lenguaje muy andaluz y el contraste con el lenguaje exclusivo hacen pensar en un modo de muletazo a la censura. No ha debido ser una edición fácil recuperar el texto, se percibe en el mismo cierta premura de la autora, pero estas pequeñas fallas dan al texto aún mayor vivacidad, como si fuese la transcripción de aquel cuaderno. Como si presenciásemos la escritura (y la toma de notas de sus conversaciones con las compañeras presas) en directo, en un banco del presidio. Así recuerda Carlota en sus memorias cómo escribía en prisión: ‘colocaba sobre las rodillas una caja de madera donde guardaba los peines y encima las cuartillas en el suelo, el tintero; brazos y codos al aire…’.
De la segunda, Silvia Mistral, se publica una pequeña joya: ‘Madrépora’. Hay poquísimas muestras de literatura que aúnen maternidad y exilio. La vida de Silvia Mistral es una vida que va y viene por el Atlántico. Nacida en 1914 en La Habana, de padres españoles, emigró a la península y luego volvió a la isla caribeña, para, otra vez, volver de nuevo a España con su familia, impelida por la esperanza puesta en la España que nacía el 14 de abril de 1931. Aquella repatriación trajo de vuelta a casi 1000 españoles –‘sobrevivientes de la crisis económica norteamericana iniciada en 1929, del desempleo, la lucha contra el terror machadista’- que terminarían en su mayoría en las cunetas y las trincheras, o como Mistral, de vuelta al Caribe en el viaje del exilio vía Francia y México, acompañada del anarquista Ricardo Mestre. Cuando Silvia Mistral emprende el viaje del exilio está embarazada, y ‘Madrépora’ son las reflexiones y emociones transcritas de aquel viaje por la vida, que conducirá al nacimiento, ya en México, de su hija. Es un texto escrito para la recién llegada a la vida, pero donde se entrelazan la vivencia de la maternidad, la experiencia hermosa, con la prueba desgarradora del exilio. Mónica Jato lo explica acertadamente en el prólogo, donde expone la división en partes del texto, en un orden cronológico que conduce desde el embarazo al nacimiento, pero –y a la vez- ese viaje del pasado al presente, y de España a México, país de acogida y definitivamente, país de la familia Mestre-Mistral y de su hija, una madrépora que echa raíces en tierra nueva.
La maternidad es una experiencia única, irrepetible, pues cada embarazo y cada parto tienen una historia propia, la del ser humano que está llegando, la del ser humano que le da la vida y el viaje que inician desde ese preciso momento en que el cuerpo se abomba. Esa experiencia brillante en las palabras de Silvia Mistral no es solo una experiencia física –que también- sino que afina de tal manera el adjetivo y la metáfora que la convierte en una implosiva experiencia sentimental e histórica. El parto, que es la misma vida, se hace metáfora de la vida. Silvia Mistral habla de la vida que hay que vivir, de la vida que se muestra hacia delante: una vida futura que debe reconciliar con las ganas de vivir, el deseo y la esperanza de la superviviente agradecida, consciente y al fin libre.
Alfonso Salazar
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