En la historia del mundo reciente, pocas civilizaciones se atrevieron a romper con las normas de la medida del tiempo establecidas. Pero la Revolución Francesa de 1789, a través de su Asamblea Nacional tuvo el coraje de querer transformar el tiempo y su medida. La aventura duró poco, pues en 1804, el emperador Napoleón Bonaparte, abolió la ruptura con el mundo antiguo.
Los años
La Asamblea decidió renumerar los años, tomando como partida el 22 de septiembre de 1792. Fue denominado Año I, estableciendo que cada año comenzaría con el equinoccio de otoño, en vez de la tradicional fecha cercana al solsticio de invierno. Olvidaron, a pesar de la presencia de reputados científicos la numeración del Año 0.
La agrupación de semanas y la medida de las horas
El fervor por el sistema decimal produjo grandes discusiones acerca de mantener o no la división en siete días de la semana –de posible procedencia judía- y la división sexagesimal de la medida del tiempo. Los partidarios de una división decimal del tiempo, si bien no consiguieron la división de los días en diez horas de cien minutos cada una, sí obtuvieron la creación de una nueva “semana” dividida en diez días, con tres semanas por mes, lo que procuraba mensualmente sólo tres días de descanso.
Los meses
Cambiaron los nombres de los meses, relacionándolos con aspectos de la naturaleza y el clima. Los 365 días del año fueron divididos en doce meses de 30 días, con tres “décadas” (las antiguas “semanas” pero de diez días), sobrando cinco días
(seis en los años bisiestos) colocados al final de año y dedicados al descanso. Para nombrar los meses se encargó al poeta Fabre d’Eglantine la propuesta de nuevas denominaciones que utilizaban terminaciones diversas según la estación. Estos eran:
Vendimiario (22 de septiembre, en referencia a la época de la vendimia), Brumario (22 de octubre, acerca de la bruma) y Frimario (21 de noviembre, por las heladas) conformaban el otoño. Nivoso (21 de diciembre, por las nieves), Pluvioso (20 de enero, en referencia a la lluvia) y Ventoso (19 de febrero, por el viento), el invierno. Germinal (21 de marzo, época de la germinación), Floreal (20 de abril, en referencia a la eclosión de las flores) y Pradial (20 de mayo, por los parados) formaban la primavera. El verano quedaba formado por Mesidor (19 de junio, época de la siega), Termidor (19 de julio, en referencia al calor, Therme) y Fructidor (18 de agosto, por los frutos).
Al 5 de octubre de 1793 le siguió el 14 de Vendimiario del año II.
Los días
Se pensó en un principio hacer lo mismo con los días de la semana (de las décadas) dedicándolos a destacados hombres de la revolución, pero habría sido caer en el mismo error del mundo antiguo que puso nombres de emperadores a los meses.
Se decidió finalmente que cada día fuese numerado en latín, abandonando los nombres tradicionales dedicados a los dioses grecorromanos y los elementos del sistema solar.
A los cinco días sobrantes se le asignaron nombres como Las Virtudes, El Genio, El Trabajo, la Opinión y Las Recompensas. El día añadido en año bisiesto se llamó Día de la Revolución.
Los años
La Asamblea decidió renumerar los años, tomando como partida el 22 de septiembre de 1792. Fue denominado Año I, estableciendo que cada año comenzaría con el equinoccio de otoño, en vez de la tradicional fecha cercana al solsticio de invierno. Olvidaron, a pesar de la presencia de reputados científicos la numeración del Año 0.
La agrupación de semanas y la medida de las horas
El fervor por el sistema decimal produjo grandes discusiones acerca de mantener o no la división en siete días de la semana –de posible procedencia judía- y la división sexagesimal de la medida del tiempo. Los partidarios de una división decimal del tiempo, si bien no consiguieron la división de los días en diez horas de cien minutos cada una, sí obtuvieron la creación de una nueva “semana” dividida en diez días, con tres semanas por mes, lo que procuraba mensualmente sólo tres días de descanso.
Los meses
Cambiaron los nombres de los meses, relacionándolos con aspectos de la naturaleza y el clima. Los 365 días del año fueron divididos en doce meses de 30 días, con tres “décadas” (las antiguas “semanas” pero de diez días), sobrando cinco días
(seis en los años bisiestos) colocados al final de año y dedicados al descanso. Para nombrar los meses se encargó al poeta Fabre d’Eglantine la propuesta de nuevas denominaciones que utilizaban terminaciones diversas según la estación. Estos eran:
Vendimiario (22 de septiembre, en referencia a la época de la vendimia), Brumario (22 de octubre, acerca de la bruma) y Frimario (21 de noviembre, por las heladas) conformaban el otoño. Nivoso (21 de diciembre, por las nieves), Pluvioso (20 de enero, en referencia a la lluvia) y Ventoso (19 de febrero, por el viento), el invierno. Germinal (21 de marzo, época de la germinación), Floreal (20 de abril, en referencia a la eclosión de las flores) y Pradial (20 de mayo, por los parados) formaban la primavera. El verano quedaba formado por Mesidor (19 de junio, época de la siega), Termidor (19 de julio, en referencia al calor, Therme) y Fructidor (18 de agosto, por los frutos).
Al 5 de octubre de 1793 le siguió el 14 de Vendimiario del año II.
Los días
Se pensó en un principio hacer lo mismo con los días de la semana (de las décadas) dedicándolos a destacados hombres de la revolución, pero habría sido caer en el mismo error del mundo antiguo que puso nombres de emperadores a los meses.
Se decidió finalmente que cada día fuese numerado en latín, abandonando los nombres tradicionales dedicados a los dioses grecorromanos y los elementos del sistema solar.
A los cinco días sobrantes se le asignaron nombres como Las Virtudes, El Genio, El Trabajo, la Opinión y Las Recompensas. El día añadido en año bisiesto se llamó Día de la Revolución.
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