sábado, 16 de agosto de 2008

REFLEXIONES SOBRE CEREMONIAS CIVILES

Desde que la Revolución francesa instauró los bautismos civiles hasta la fecha han pasado más de dos siglos. Que esta práctica quiera realizarse en España no debería suponer una reacción airada, pues supone trasplantar una tradición más que implantar una innovación. A principios del siglo pasado en España, y antes, se sucedieron ceremonias laicas que venían a dar reconocimiento a situaciones cuando sus oficiantes no querían participar de un rito religioso. En cuanto al denominado “bautismo civil” hablamos de una práctica antigua que se mantiene en ciudades de Francia y, con ciertas similitudes, en Gran Bretaña. Así como el bautismo católico ha pasado por diversas fases desde el paleocristianismo hasta el día de hoy, así como la liturgia católica se ha modificado progresivamente en un intento de acercarse a los tiempos que corriesen desde hace dos milenios –y se abandonó el latín, las confesiones en grupo, se impuso el celibato-, todo evoluciona.
El hecho de que unos padres deseen celebrar una ceremonia civil y laica como incorporación del hijo a la sociedad no debe rasgar las vestiduras de nadie. No se trata de una ceremonia obligatoria sino de un rito simbólico. El matrimonio civil no es un sucedáneo del matrimonio religioso. Desde hace tiempo en muchos países sólo el matrimonio civil tiene validez y su celebración religiosa es una alternativa celebrada en libertad. Existieron en tiempos pasados matrimonios de carácter puramente arreligioso, reconocidos por la sociedad –que es quien da su aprobación- y en muchos rincones de la tierra la ceremonia que se celebra se aleja de los conceptos religiosos para adentrarse en los terrenos civiles. La negativa o la catalogación como estupidez de los actos realizados por otros y acogidos a la fórmula de lo laico -que le otorga de por sí carta de naturaleza más que suficiente pues el laicismo es un aspecto coherente e incluible en el Estado aconfesional-, porque no se soporten en el ámbito íntimo y privado del hecho religioso mayoritario, denota la falta de respeto a los símbolos que pueden realizar los demás en la libertad que les ha sido reconocida.
No se trata de competencia entre ambas celebraciones cuando algunas ceremonias religiosas siguen dependiendo del visto bueno de la Administración para obtener la validez de sus efectos. Otras ceremonias religiosas no tienen trascendencia civil siquiera. Todo matrimonio, sea realizado por el rito que sea realizado, deberá ser registrado y todo bautizo tiene la simbología que le quiere dar su iglesia, no la que otorga el Registro Civil, que existe por encima de los bautizos cristianos, las ceremonias de iniciación animistas y los “bautismos civiles”. Tómelo a quien le disgusta como la opción de libertad en los funerales que despiden a nuestros muertos o como la simbología inocua que ofrecen las añejas puestas de largo, las celebraciones de licenciatura y las orlas, las bodas de oro, que no tienen validez jurídica alguna como no la tienen de por sí las ceremonias religiosas sin el respaldo del Estado, que es quien reconoce los efectos civiles del matrimonio celebrado según las normas del Derecho canónico, por ejemplo.
La falta de aceptación de la ceremonia realizada por otro es un síntoma más del esfuerzo sobrehumano que debe asumir nuestra sociedad para acoger y respetar ceremonias que se escapan a las tradiciones mayoritarias. Lo mismo da que provengan de otras religiones, otros ritos, o de tradiciones laicistas. Basta con que tales actos, partan de una religión, partan del laicismo –que tiene mucho de religioso en su diseño simbólico y formal-, no dañen a los demás. Y un bautismo civil no hace daño a nadie.

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