miércoles, 19 de noviembre de 2008

PESSOA EN EL CORAZÓN DE LISBOA

Es difícil encontrar a lo largo del siglo XX una personalidad tan abrumadora y abrumada como la de Fernando Antonio Nogueira Pessoa, en el planeta de las letras ibéricas. Autor de poesía innumerable, prosista, ensayista heterodoxo, brillante y solitario, encarnó como nadie la imagen del poeta mítico en sí mismo. No sólo dedicó su persona a la personalidad del poeta, no sólo hizo de la poesía la única razón de vida, no sólo escudriñó en razonamientos panteístas y ocultistas en su acercamiento a un sentido mítico de la Poesía, sino que fundó e hizo creíble la existencia en sí mismo de diversas personalidades literarias y distintos poetas que se expresaban mediante el cuerpo de Fernando Pessoa, pero que no eran Fernando Pessoa.
Su enorme trabajo yacía en un baúl de la calle Coelho de Rocha. Sus escritos inéditos se elevan a más de tres mil hojas escritas a a mano. En el año 1954, apenas veinte años después de su muerte, Joao Gaspar Simoes publicaba Vida e Obra de Fernando Pessoa (Livraria Bertrand, SARL, Lisboa) y se levantaba la veda sobre una de las más vastas, enigmáticas e imprevista obra y vida del siglo. Su origen venía a demostrarnos, entre muchas otras aportaciones de extraordinario interés, que en la época de la revolución de las comunicaciones y del conocimiento universal, incluidos lugares centrales del mundo, existían oscuros oficinistas que tributaban el ancestral homenaje a la Poesía, empeñaban en ella su vida y la realizaban tal y como se hizo desde tiempo inmemorial, mediante el trabajo sordo pero pertinaz y obstinado en un solo crédito: si los poemas eran buenos serían publicados, sino, no.
Durante su vida (1888-1935) sólo publicó diversos artículos, poemas y cuentos en revistas de las cuales era fundador y motor - Orpheu, Athena, Contemporanea-, participó en todos los movimientos de la vanguardia lisboeta -Paulismo, Interseccionismo, Futurismo, Simbolismo, Sensacionismo, Decadentismo, Simulteanismo, Vertigismo- vieron la luz dos plaquettes y dos libros: 35 sonnets y Antinous (1918) y English poems I y English Poems II (1921 en la editorial Olisipo por él mismo fundada, todos ellos en inglés) y publicó Mensagem (1934) que obtuvo el segundo premio de propaganda nacional.
Posteriormente a su muerte acaecida el 30 de noviembre de 1935 en el Hospital de San Luis de los Franceses de Lisboa, se destaparía su impresionante legado, y en sus archivos se descubrirían las curiosas personalidades de sus heterónimos. Los heterónimos, más allá de personalidades literarias -como sí lo sería Bernardo Soares, autor del Libro del desasosiego (Seix Barral, 1984)- son personas en sí mismas, con biografía, fecha de nacimiento y muerte -aproximada-, que tienen una voz poética propia y diferenciada. Entre ellos se encuentran los prolíficos Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro do Campos. Estos tres conforman la columna vertebral de la obra pessoana, cada cual con sus naturalezas marcadamente genuinas y difícilmente caracterizables en este breve espacio. Los heterónimos se contestaban unos a otros en constante lucha dialéctica y estética, terciaban en polémicas de prensa, publicaron artículos propios y desarrollaron una obra personal e intransferible que podemos reconocer en cuanto se penetra en el mundo de Pessoa: Caeiro, el maestro, de raciocinio natural; Reis, el epicúreo, pagano a la nueva manera, vindicador de los dioses; Campos, futurista, de verso largo y moderno, compilador de onomatopeyas y poeta de la conciencia recobrada (así dice Octavio Paz acerca de Tabaquería). Un espacio dejó Fernando Pessoa para su ortónimo Fernando Pessoa, en quien se refugió tras sus crisis neurasténicas del 33.
Uno de los aspectos claves de la obra y vida de Pessoa se encuentra en la influencia que ejerció a su alrededor. No en vano, la obra citada de Joao Gaspar Simoes lleva por subtítulo Historia de una Generación. Así José Regio en la revista Presença en 1927 reclama a Fernando Pessoa como maestro de la generación modernista. Junto a él destacaron Almada Negreiros, Antonio Botto, Mario Sá Carneiro, Raúl Leal, Mario Sáa. Este aspecto ha sido plenamente salvado por la obra de Simoes, y otras posteriores, revalorizando la disposición de aquella generación de la vanguardia en Lisboa y de toda la obra del autor, recuperación de la cual Ángel Crespo ha sido en España su gran valedor.
El paisaje de Pessoa es triste y desolado -en el sentido de la soledad. Hemos dicho que Pessoa encarnó al poeta en sí, sin doblez, sin deslices, sin otra dedicación que la Poesía en sí. Estas actitudes forjaron su fracaso con Ophelia, ausentaron los viajes hacia otros faros poéticos de la modernidad -París, como Sá Carneiro donde buscó la muerte- y lo recluyeron como contable. Como un guerrero mítico dedicó su vida a un único ideal, aunque la travesía se pergeñase de dificultades, ademanes ambiguos, dudas y constante introspección que le hiciesen perder ciertos nortes políticos y artísticos. Se estableció, como se intuye en Erostratos, en un estamento por encima del momento, vinculado a una gloria y fama postrera que le consolase del silencio de su contemporaneidad. Mensagem nos habla de una historia nacionalista mística de Portugal que nunca existió pero él reinventó de manera casi esotérica, pleno de claves que nos llevan hasta los secretos de la fundación mítica de Lisboa por Ulises o los misterios de los Rosacruces -época que Simoes llama de iniciación esotérica y mesianismo político. Hay quien encuentra en su demanda de un super-camoens que revitalizase la poesía portuguesa, que retomase el quinto imperio -en sentido plenamente espiritual- una reivindicación de sí mismo y su obra, desde la lucidez de quien está realizando una tarea perdurable y última.
Sin embargo, sin esta circunstancia no habría sido, como lo es hoy en día, el poeta de Lisboa. Las pocas fotografías que de él se conservan nos lo encuadran paseando por el Chiado, tomando café con los amigos literarios en el Martinho da Arcada de la Rua Augusta, sentado en las mesas de A Brasileria de la Rua Garret. Es imagen inseparable de los cafés de Lisboa, de la conversación y la conspiración literaria contra la Lisboa pacata de principios de siglo. Aunque de formación anglosajona (no en vano se crió en Pretoria, Suráfrica) recoge toda la pesadumbre de la ciudad atlántica, sus tardes grises, las calles mojadas y hace de la saudade, esa suerte de nostalgia y melancolía intraducible: un credo y una razón de ser.

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