De ese panorama procede Kostas Jaritos, de
un cuerpo policial que siempre fue sospechoso de convidarse con el poder de los
militares y que contaba con un largo historial de represiones, cárceles y
sótanos con el sudor del miedo pegado a las paredes (Makrónisos, Jaidari,
Bubulinas). Para aquella policía tuvo que trabajar Jaritos, hijo de un
carabinero, y allí conoció a compañeros sin piedad y enemigos con nobleza. Pero
no todo en las aventuras de Jaritos es la mirada hacia atrás. La historia de la
policía griega dejó en el camino a sus torturadores, y sólo aparecen como una
terrible pesadilla, que incluso a veces –el retorno de aquellos fantasmas-
posibilitan al comisario desbrozar algún enrevesado caso.
La ciudad que acoge a los personajes, Atenas, es tan sabrosa en matices, que facilita al autor un riquísimo repertorio del que echar mano: desde la proverbial burocracia mediterránea hasta el tráfico imposible de largas caravanas, claxonazos e insultos. Desde la vital importancia del fútbol al paraíso de las islas griegas y la placidez de las tabernas de El Pireo. Del sol y calor de agosto a los chubascos impredecibles de otoño. Todo ello en las calles retorcidas de Platka, en las avenidas señoriales de Monastiraki, por las carreteras siempre atestadas que llevan a Corinto o Salónica, las cuestas de Likavitos y los barrios y pueblos menos turísticos de Nea Filadelfia, Rentis o Kiffisiá. Y definitivamente, las instalaciones abandonadas de aquel sueño de las Olimpiadas de 2004, ahora refugio de inmigrantes ilegales, lugar ideal para ejecutar un asesinato
Si hay dos asuntos que preocupan a Márkaris en sus primeras novelas son la recepción que se dispensa a los inmigrantes y el efecto de los medios de comunicación. Muchas de sus víctimas pertenecen a uno u otro colectivo. Mientras para unos reserva cierta misericordia, para los personajes vinculados con la televisión (sobre todo) aplica sus peores calificativos. Especialmente hacia el pijo periodista Sotirópulos o para los dueños de las cadenas de televisión reunidos de manera patética en El accionista mayoritario. La televisión, en las novelas de Márkaris, preside las vidas de los ciudadanos, los absorbe, los hipnotiza. Con ella convive Kostas Jaritos, mirándola siempre de soslayo, temiéndose lo peor: el ataque de los buitres sobre los pedazos sanguinolentos de los cadáveres, de almas destrozadas, de condenados que cumplieron condena y que ahora sólo deben preocuparse de la persecución de las cámaras.
Pareciese que Márkaris , un autor
comprometido con su ideología, utilizase sus novelas para ajustar cuentas. Ha
desatado su ira en su última trilogía (Con el agua al cuello, Liquidación finaly Pan, educación, libertad) que lleva por
subtítulo “de la crisis”. Si ya se sospechaba que en la serie de Jaritos no
tratábamos ante una colección de asesinatos planteados y resueltos -como la
novela anglosajona entretenida en el perfil de los asesinos, en la integridad
de los investigadores y en la arquitectura interna de la trama-, sino que nos
hallábamos ante una suerte de novela costumbrista que ahonda en las razones
sociales, Márkaris ahora toma nota y acta de la realidad actual y alimenta la
ficción con la crónica. Maestros como los suecos Per Wahlöö y Maj Swöjall, en
las antípodas geográficas europeas, iniciaron ese camino en los años sesenta.
Montalbán lo hizo en la novela negra española. Y Márkaris ha tomado las riendas
de una novela que ya no es negra por sus contenidos enrevesados, criminales o
que generen suspense, sino negra por la realidad social que narra, por la
fotografía de un momento crucial que intenta ser explicado y al que intenta
aportar la necesaria luz.
En esta trilogía encolerizada aparecen los ultras de Aurora Dorada, los banqueros corruptos, la mayor tasa de desempleo joven de Europa, la crisis del ladrillo, y aquellos luchadores contra la dictadura –aquella generación de los setenta que copó el poder en los ochenta, tal y como nuestra clase política salida de la Transición- que instauraron un sistema de prebenda política, de colocación del amigo y de manoseo del dominio público. En la última entrega, cuyo diáfano título (Pan, educación, libertad) es el lema de lucha que derrocó a la dictadura, Márkaris dibuja un futuro posible y cercano donde el euro desaparece del Sur y los salarios prácticamente se esfuman, en tanto aquella generación política, que fue la esperanza del país, paga con su vida las consecuencias en tres perfiles bien reconocibles: un sindicalista, un catedrático y un constructor.
Hijas de un costumbrismo mediterráneo, Márkaris nos muestra en sus novelas a su comisario, un familiar y desencantado Jaritos, un tipo, tal y como lo define el propio maestro turcogriego:Es un hombre de lo más corriente, que gana un mal sueldo, que tiene una familia a la que quiere y a la que tiene que alimentar y un jefe que le impone respeto y al que teme. Mediterráneo en la práctica, la mirada del Sur.
Alfonso Salazar
Noticias de la noche (Ediciones B, 2006)
Defensa cerrada (Ediciones B, 2006)
Suicidio perfecto (Ediciones B, 2004)
Un caso del comisario Jaritos y otros
relatos clandestinos (Ediciones B, 2006)
El accionista mayoritario (Tusquets, 2006)
Muerte en Estambul (Tusquets, 2009)
Con el agua al cuello (Tusquets, 2010)
Liquidación final (Tusquets, 2011)
Pan, educación, libertad (Tusquets, 2013)
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