jueves, 6 de febrero de 2014

PAN, EDUCACIÓN, LIBERTAD

La última trilogía del Comisario Kostas Jaritos, el personaje creado por Petros Márkaris, ajusta cuentas con la crisis y la realidad social. Se ha desatado la ira de Márkaris.
Decía el profesor Juan Carlos Rodríguez que en España no pudo haber novelas policíacas porque sólo había torturadores. Y en Grecia ocurre tres cuartos de lo mismo: la dictadura fascista de Metaxás de 1936, que acabó con la bamboleante República de 1924 -con restauraciones monárquicas por medio-, la pertenencia al Tercer Reich, la división entre partisanos y colaboracionistas y la consiguiente guerra civil al fin de la II Guerra Mundial, la instauración de reyes marionetas de generales, la represión hacia los comunistas, la dictadura de los coroneles y una situación política que se estabilizó en los años setenta-ochenta. ¿No les suena la historia? Muy parecida a la del otro país europeo que mete los pies en el Mediterráneo, pero en el extremo oeste.
Para Márkaris, los policías eran algo análogo a la Derecha, así lo explicaba el propio autor en una interesente entrevista realizada por Achim Engelberg, titulada “Los extranjeros no deseados”, donde analizaba por qué eligió el perfil de un comisario de policía, Kostas Jaritos, para hacer lo que él denomina “crítica brechtiana” de la sociedad actual: Being a long-time left-wing activist, I had no sympathy for cops. In Greece, they had been a synonym for the fascists. But here I was with this petty bourgeois family. And then, for the first time, I realised that these poor policemen are petty bourgeois. They have the same dreams that their children can study to become doctors or lawyers. And that was the way this construction developed. A crime and a family story told in parallel, without being interwoven. (Durante largo tiempo fui un activista de izquierda, y no tenía ninguna simpatía por los policías. En Grecia, habían sido sinónimo de fascistas. Pero me encontré con una pequeña burguesía familiar. Y entonces, por primera vez, me di cuenta de que esos pobres policías son pequeños burgueses. Tienen los mismos sueños de que sus hijos puedan estudiar para convertirse en doctores o abogados. Así se comenzó a desarrollar esta construcción. Un crimen y una historia familiar contados en paralelo, sin que se entrelacen).

De ese panorama procede Kostas Jaritos, de un cuerpo policial que siempre fue sospechoso de convidarse con el poder de los militares y que contaba con un largo historial de represiones, cárceles y sótanos con el sudor del miedo pegado a las paredes (Makrónisos, Jaidari, Bubulinas). Para aquella policía tuvo que trabajar Jaritos, hijo de un carabinero, y allí conoció a compañeros sin piedad y enemigos con nobleza. Pero no todo en las aventuras de Jaritos es la mirada hacia atrás. La historia de la policía griega dejó en el camino a sus torturadores, y sólo aparecen como una terrible pesadilla, que incluso a veces –el retorno de aquellos fantasmas- posibilitan al comisario desbrozar algún enrevesado caso.

La ciudad que acoge a los personajes, Atenas, es tan sabrosa en matices, que facilita al autor un riquísimo repertorio del que echar mano: desde la proverbial burocracia mediterránea hasta el tráfico imposible de largas caravanas, claxonazos e insultos. Desde la vital importancia del fútbol al paraíso de las islas griegas y la placidez de las tabernas de El Pireo. Del sol y calor de agosto a los chubascos impredecibles de otoño. Todo ello en las calles retorcidas de Platka, en las avenidas señoriales de Monastiraki, por las carreteras siempre atestadas que llevan a Corinto o Salónica, las cuestas de Likavitos y los barrios y pueblos menos turísticos de Nea Filadelfia, Rentis o Kiffisiá. Y definitivamente, las instalaciones abandonadas de aquel sueño de las Olimpiadas de 2004, ahora refugio de inmigrantes ilegales, lugar ideal para ejecutar un asesinato 

Si hay dos asuntos que preocupan a Márkaris en sus primeras novelas son la recepción que se dispensa a los inmigrantes y el efecto de los medios de comunicación. Muchas de sus víctimas pertenecen a uno u otro colectivo. Mientras para unos reserva cierta misericordia, para los personajes vinculados con la televisión (sobre todo) aplica sus peores calificativos. Especialmente hacia el pijo periodista Sotirópulos o para los dueños de las cadenas de televisión reunidos de manera patética en El accionista mayoritario. La televisión, en las novelas de Márkaris, preside las vidas de los ciudadanos, los absorbe, los hipnotiza. Con ella convive Kostas Jaritos, mirándola siempre de soslayo, temiéndose lo peor: el ataque de los buitres sobre los pedazos sanguinolentos de los cadáveres, de almas destrozadas, de condenados que cumplieron condena y que ahora sólo deben preocuparse de la persecución de las cámaras.

Pareciese que Márkaris , un autor comprometido con su ideología, utilizase sus novelas para ajustar cuentas. Ha desatado su ira en su última trilogía (Con el agua al cuelloLiquidación finalPan, educación, libertad) que lleva por subtítulo “de la crisis”. Si ya se sospechaba que en la serie de Jaritos no tratábamos ante una colección de asesinatos planteados y resueltos -como la novela anglosajona entretenida en el perfil de los asesinos, en la integridad de los investigadores y en la arquitectura interna de la trama-, sino que nos hallábamos ante una suerte de novela costumbrista que ahonda en las razones sociales, Márkaris ahora toma nota y acta de la realidad actual y alimenta la ficción con la crónica. Maestros como los suecos Per Wahlöö y Maj Swöjall, en las antípodas geográficas europeas, iniciaron ese camino en los años sesenta. Montalbán lo hizo en la novela negra española. Y Márkaris ha tomado las riendas de una novela que ya no es negra por sus contenidos enrevesados, criminales o que generen suspense, sino negra por la realidad social que narra, por la fotografía de un momento crucial que intenta ser explicado y al que intenta aportar la necesaria luz.

En esta trilogía encolerizada aparecen los ultras de Aurora Dorada, los banqueros corruptos, la mayor tasa de desempleo joven de Europa, la crisis del ladrillo, y aquellos luchadores contra la dictadura –aquella generación de los setenta que copó el poder en los ochenta, tal y como nuestra clase política salida de la Transición- que instauraron un sistema de prebenda política, de colocación del amigo y de manoseo del dominio público. En la última entrega, cuyo diáfano título (Pan, educación, libertad) es el lema de lucha que derrocó a la dictadura, Márkaris dibuja un futuro posible y cercano donde el euro desaparece del Sur y los salarios prácticamente se esfuman, en tanto aquella generación política, que fue la esperanza del país, paga con su vida las consecuencias en tres perfiles bien reconocibles: un sindicalista, un catedrático y un constructor. 

Hijas de un costumbrismo mediterráneo, Márkaris nos muestra en sus novelas a su comisario, un familiar y desencantado Jaritos, un tipo, tal y como lo define el propio maestro turcogriego:Es un hombre de lo más corriente, que gana un mal sueldo, que tiene una familia a la que quiere y a la que tiene que alimentar y un jefe que le impone respeto y al que teme. Mediterráneo en la práctica, la mirada del Sur.


Alfonso Salazar


Noticias de la noche (Ediciones B, 2006)

Defensa cerrada (Ediciones B, 2006) 

Suicidio perfecto (Ediciones B, 2004)

Un caso del comisario Jaritos y otros relatos clandestinos (Ediciones B, 2006)

El accionista mayoritario (Tusquets, 2006)

Muerte en Estambul (Tusquets, 2009)

Con el agua al cuello (Tusquets, 2010)

Liquidación final (Tusquets, 2011)

Pan, educación, libertad (Tusquets, 2013)

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