La relación
íntima de cada cultura con la muerte ha tenido diversas manifestaciones a lo
largo de los siglos y a lo ancho del redondo mundo. En estas fechas de
principios de noviembre, que son las del final de la cosecha y las de la entrada
en el declive del clima benigno que recluirá a los habitantes del hemisferio
norte en sus casas, la relación íntima con los que ya no están fraguó en
diversas manifestaciones que se han ido entrelazando entre sí ya sea por la
vocación acaparadora de la Iglesia Católica, atenta siempre a cristianizar
cualquier manifestación de jolgorio, como por la aculturación y aplanamiento de
los medios de comunicación y entretenimiento que a principios del siglo XXI
campan a sus anchas por el planeta entero.
Ahora y aquí
se identifica con Halloween, una tradición de posible origen celta entroncada
con la festividad cristiana de todos los santos, que fue trasplantada por los
irlandeses a los Estados Unidos de América –como los alemanes trasplantaron su
conejo de Pascua-. Esta tradición hunde sus raíces en el samhain celta, cuyo rastro puede también localizarse en el norte de
la península ibérica. De la mezcla del samhain,
fin de la cosecha, celebrada por los antiguos entre el equinoccio de septiembre
y el solsticio de diciembre y la celebración del día de todos los santos
instaurado por Gregorio IV allá por el siglo IX surgió en las islas británicas el
“all how´eve” contracción de “víspera de todos los santos”.
Es curioso
como las dos grandes celebraciones celtas, este samhain –que se identifica con el año nuevo celta- y el beltaine, el día del buen fuego, con su
víspera de la noche de walpurgis, celebrado el 1 de mayo a caballo entre el
equinoccio de marzo y el solsticio de junio, tienen entre sí, y no es
capricho, una diferencia de seis meses y mientras aquel está dedicado al fin de
la temporada agrícola, este lo está al inicio de la temporada ganadera. Ambas
festividades siguen manteniéndose en el calendario: samhain en la festividad que atañe a esta artículo, y beltaine como día del trabajo –día
internacional de los trabajadores desde 1886, por razones totalmente ajenas a
la celebración pagana y asimilado por la mayoría de los países a lo largo del
siglo XX-, una celebración que se dedicaba en la antigua Roma a los Lares Tutelares (almas de los antepasados)
y que se relacionaba con la actividad humana y el trabajo. Esta fue la que el
cristianismo enredó con la celebración de la invención de la cruz. En nuestra
península pervive también en muchas zonas como el culto precristiano de los
mayos: consistente en la erección de un tronco o palo alto en plazas de los
pueblos en una suerte de metáfora de rituales de fertilidad.
Pero dejemos
mayo y volvamos a noviembre. También en Mesoamérica la fecha del 1 de noviembre
tiene una capital importancia: es el sonado Día de los Muertos mexicano –y de
las repúblicas centroamericanas-. Para honrar a los muertos, entre los aztecas,
a mediados de julio se cortaba un árbol, se descortezaba y se le colocaban
flores. Un par de semanas después se hacían grandes sacrificios y comidas
abundantes. La llegada de los españoles, la prohibición y el sincretismo hicieron
converger a las celebraciones en el Día de los Muertos con manifestaciones muy variadas
en los distintos estados mexicanos y centroamericanos.
El
catolicismo, allá por el siglo XVI, compuso una doble celebración sumando el
día de todos los santos a la celebración de los fieles difuntos, celebración
que se atribuye al francés San Odilón en la postrimerías del primer milenio y
que Roma asumió siglos después. La iglesia ortodoxa mantiene las celebraciones
de difuntos alrededor de la celebración del Pentecostés, como lo fue
antiguamente.
En la
península ibérica se celebran en esas mismas fechas el magosto –magnus ustus, gran fuego- gallego, el
magusto portugués, el magüestu asturiano, la magosta cántabra, el gaztainarre
vasco, la castanyada catalana, la calbotá del Valle del Tiétar, la chaquetía
extremeña, los tosantos gaditanos, donde
en algunas modalidades de fiesta se suelen pedir frutos secos por las casas,
pues todas ellas están íntimamente
relacionadas con los frutos de la cosecha. Suelen tener como límite la celebración
de San Martín (importante día también entre los irlandeses), comienzo de la
preparación de las matanzas del cerdo, extendidas por casi toda la península y
México que tienen lugar generalmente de San Andrés (a fines de noviembre) a San
Antón (a mediados de enero). En la Andalucía central en estas fechas de noviembre,
incluso se elaboran faroles de melones
para ahuyentar a los espíritus, una tradición que con calabazas o “calaveras de
melón” se celebra en el norte peninsular.
Halloween es
así una mezcla de tradiciones sincrética que los grandes medios de
entretenimiento del siglo XX adaptaron al discurso anglosajón. En las últimas
décadas ha arrinconado en la península ibérica a otras celebraciones que como
hemos vito, se le parecían tanto. La difusión del cine, la televisión, el
imprescindible apoyo del estímulo que se ha hecho desde centros educativos, las
redes sociales, la asunción por parte de las familias, y sobre todo, el
importante beneficio económico que supone la celebración para múltiples
empresas han conseguido colocar Halloween en el calendario.
Las
evocaciones románticas de la celebración de difuntos con la representación de
un don Juan Tenorio, las visitas a los cementerios para acicalar las tumbas y
honrar a los antepasados, las leyendas de los montes de ánimas, de la santa
compaña, y otras tantas que antes enumerábamos enraizadas en la celebración
religiosa, gastronómica y festiva, son manifestaciones adquiridas con el
tiempo, tradiciones sí. Como posiblemente la celebración de Halloween a la manera
que se hace hoy en día, con la asunción del disfraz, la película de terror y el
juego del truco o trato pueden con el tiempo afianzarse como tradición. Es lo
que tiene presenciar el nacimiento de las tradiciones –cuando no sabemos si
serán fallidas o triunfantes- que se las ve como faltas de la propia tradición
que pretenden conseguir y que solo el tiempo les otorgará. La castanyada, la
matanza o el magusto, el día de los difuntos o el día de los muertos mesoamericano
fueron tradiciones nacientes, hace siglos. Y también hubo alguien que torció entonces
el gesto ante aquellas extrañas costumbres.
Alfonso Salazar, 31 de octubre 2015
Muy buena la aclaración sobre la historia y los orígenes y muy ameno. Me ha hecho sonreir pk me he acordado de las protestas de muchos adultos cuando los jóvenes akí estaban celebrando hallowen. Lo han hecho suyo, pero no es una copia total, ellos también aportan algo cuando lo adaptan akí. En fin, ya veremos cuanto tiempo la calabaza va a formar parte de "nuestra cultura"
ResponderEliminar