AAVV
Esdrújula 2016
LEER EN LOS DIABLOS AZULES
Uno de los autores de este recopilación reflexiona sobre la ficción televisiva, que aporta una apertura de miras en el arte de contar de la que carecíamos. En los últimos cuarenta años, la nueva narrativa ha escalado en calidad, ha convencido a los grandes estudios y ha propuesto una reflexión sobre el fenómeno.
Decía Julio Cortázar que mientras el cuento puede compararse con la fotografía, la novela se emparejaría con el largometraje. Los cuentistas, decía el más parisino de los habitantes de Banfield, escogen un suceso que actúe en el lector como un fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad; y lo trabajan en escasez de tiempo, con profundidad. El novelista divaga por los personajes, y es al final preso de sus propias elecciones, esclavo de sus personajes y del armazón de verosimilitud que él mismo ha creado. Una imagen captada por un Cartier-Bresson, decía, explota, agita un campo más amplio que el reducido ángulo que abarca la cámara. El largometraje es un orden abierto, capta una realidad más amplia, multiforme desarrollando elementos parciales, acumulativos. El personaje es fundamental en la novela, añadiríamos, mientras en el cuento prevalece el hecho, sometido a alta presión.
Pero Cortázar no conocía (los apuntes que utilizamos se publicaron en La Habana en 1970), el fenómeno de la serie televisiva. En los últimos cuarenta años, la serie de televisión ha escalado en calidad, ha convencido a los grandes estudios y envalentonado a las cadenas, ha absorbido a las estrellas del star system y ha propuesto una reflexión sobre el fenómeno. El libro Yo soy más de series, publicado por Esdrújula Ediciones, es un compendio de sesenta textos de otros tantos autores, coordinados por Fernando Ángel Moreno y Víctor Miguel Gallardo, que presentan un fresco del mundo de la ficción televisiva de las últimas décadas. El prólogo es del sutil Jorge Carrión, que tanto nos ha enseñado sobre el mundo de la serie con su fundacional Teleshakespeare de hace un lustro.
La selección agrupa 60 títulos que van desde alguna serie procedimental de los sesenta a los fenómenos transmedia más recientes. La clasificación, decisión necesaria, ubica los textos de manera genérica —drama, género negro, comedia, fantasía, género histórico— pero establece en algunas notas a pie de página un diálogo que los coordinadores han sabido captar entre los distintos textos recibidos, como un coloquio de generación que subyace entre los invitados.
La serie televisiva no es un fenómeno reciente, pero sí lo es que sea tratada como objeto de estudio y reflexión. Algunas voces eruditas, que siempre pondrán en solfa el interés más popular, las tratan con desdén e ignoran que todo fenómeno artístico, en esta era que vivimos, no será ajeno a las verdades y las mentiras, las pasiones y las desgracias, ni se sustrae a la época del gran capital, sino que todos conviven, muestran el presente, diseñan el futuro y con mayor o menor fortuna pretenden ser arte que emocione, con un discurso emotivo e inteligente. Ni más ni menos que los empeños que señalaba Cortázar. Quien no vea esa proyección de inteligencia y sensibilidad en Bands of brothers, A dos metros bajo tierra, The wire o Breaking bad, padece de privación del sentido o vive de epifanías artísticas que le llevan a un lugar que casi ninguno de nosotros frecuentamos.
Desde nuestro punto de vista, hay tres tipos básicos de series. En primer lugar, las miniseries, que no dejan de ser largometrajes muy largos. No son de las que abundan en Yo soy más de series, pero podríamos poner como ejemplo el Yo, Claudio de la BBC basado en los libros de Robert Graves.
Le siguen las series procedimentales, aquellas que reproducen un caso por episodio, casi siempre de la misma manera, hijas del folletín y de la novela de kiosko. Puede que una trama superior atraviese cada una de las diversas temporadas pero basadas en el personaje —o en el grupo de personajes— reproducen esquemas de uno a otro episodio, convenciendo al espectador de una repetición ritual, siempre la misma pero siempre nueva, y que a veces se permite experimentos y dobles capítulos. Pensemos en House, en El príncipe de Bel Air, en Canción Triste de Hill Street o Expediente X, algunas de las que ustedes pueden encontrar en el libro. Este modelo es un recurso cómodo para la serie cómica, de escasa media hora y personajes planos.
En tercer lugar, los dramas seriales, los hermanos mayores de los culebrones, las series de tramas largas que familiarizan al espectador con unos personajes a quienes llegan a conocer mejor que al vecino de al lado —aunque conocer personajes es el fundamento de las series de televisión—. En los grandes dramas seriales, las temporadas se multiplican, los cliffhangers (mecanismo de guion que sirve para crear suspense) se reproducen fractalmente: mantienen el interés antes del corte publicitario, de un episodio a otro, de una temporada a otra. Los grandes dramas seriales —piense en Juego de tronos, en Los Soprano, House of cards— alargan tramas hasta la extenuación, tiran del espectador, lo absorben.
Han aparecido subgéneros: el spin off (utilizar a un personaje secundario como centro de otra narración), que puede tomar carácter de serie alternativa: pensemos en Cheers y Frasier; o de secuela/precuela (Better call Saul y Breaking bad), y los casos de miniseries, que cuando fusionan con los dramas seriales eclosionan en las series-antología, donde cada temporada es una serie en sí, en un espacio, tiempo o tema que vincula a unas temporadas con otras. Son un fenómeno tan reciente que en algún caso deberán esperar a una segunda edición de este libro: están True detective o Fargo, pero lo fundó —de alguna manera— David Simon con The wire.
Yo soy más de series viene a cumplir con la realidad. Las series de televisión son cumbre de la creación audiovisual del cambio de siglo. Se hicieron un hueco en el imaginario colectivo a partir de los años sesenta y han avanzado hasta copar gran parte del consumo cultural. Se nutren del cine clásico y de la literatura. La serie como objeto de estudio nos aporta una apertura de miras en el arte de contar de la que carecíamos en los tiempos en que Cortázar planteó aquella comparación. Por eso habría que preguntarse qué habría dicho Julio, con quién habría comparado este fenómeno que tanto abunda en el personaje y su comportamiento. Arriesgando, podríamos decir que siguiendo aquella comparación la fotografía ha ocupado el lugar del poderoso microrrelato y del aforismo, el cuento el del largometraje, y la novela el de la serie televisiva. El prodigio nos ha planteado un nuevo acontecimiento creativo: la serie inconclusa, aquella que es cancelada por su productor y que deja al creador sin más que poder decir y al lector sin más que disfrutar. Son nuevas obras inacabadas pero elevadas en su categoría artística, obras por las que los laicos enfermos de serie rezamos: porque algún día algún productor se apiade y nos muestre el final de Deadwood. Los mismos que pedimos que Yo soy más de series tenga segunda temporada y no se cancele.
*Alfonso Salazar ha participado en el libro Yo soy más de series y presenta el programa de radio en internet La vida en serie.
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