domingo, 27 de septiembre de 2020

Tan distinta compañía


Los autobuses pueden atestarse: los viajeros van, codo con codo, mascarilla contra mascarilla. Los aviones van de ciudad a ciudad, codo con codo, mascarilla contra mascarilla. Pero los cines, los teatros, exigen mascarillas, pero codos separados. ¿por qué no se trata por igual a los unos y a los otros? ¿Por qué la cultura y las artes escénicas mantienen un nivel de exigencia de aforo menor a los del transporte? No se trata sobre los negacionistas idiotas, los objetores que viven en el limbo. Quizá la pregunta es mucho más dura: solo se puede con los débiles. ¿Por qué se mantiene ese escaso cuidado en el transporte? Cultura y Artes Escénicas cumplen como la Educación y todas cumplen como debe cumplir el Ocio. Pero no debe confundirse, ya está bien, el ocio con la Cultura: quien lo confunde posiblemente ha vivido en uno y no ha disfrutado la otra. Por supuesto que la cultura puede entretener, pero la Cultura «da al ser humano la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el ser humano se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden». No lo digo yo, lo dice la Declaración de México de la UNESCO, uno de los pocos instrumentos que nos indican qué es Cultura y qué no. En ese ámbito definitorio se excluye el ocio por el ocio (sí, tan necesario, la cervecita en la terraza, el esparcimiento), porque no cumple los requisitos culturales: no existe una «cultura de la cerveza» en el sentido cultural, es una metáfora, como lo es la «cultura del pelotazo». Puede no ser importante: pero algo es muy probable, puede que en poco tiempo el teatro, la danza, la música en vivo, se extinga, y recordemos cuando vayamos ―en un futuro―, en autobús que algún día ―en el pasado―, fuimos al teatro.

Cuando uno asiste a actividades culturales, generalmente, nadie vocifera, nadie levanta la voz, nadie habla ―¿habla usted en el cine? ¿Grita usted en el teatro? ¿fuma usted en el museo?―, son cuestiones que suelen suceder en el ocio, en la industria del entretenimiento, en el deporte de masas, en las corridas de toros (¿cuánto aforo se admite para la anunciada corrida de la Patrona?). Todo ello, no es cultura, aunque nos empeñemos en demostrar que el toro es cultura o el fútbol es cultura. Los toros no nos hacen «racionales, críticos y éticamente comprometidos», ni el fútbol tampoco. Por más que nos gusten ‘mules’ y muletas, por muy bien que lo pasemos en los unos y los otros, por mucho estómago encogido y sangre ardiente que nos provoque, por más que nos hagan disfrutar, tanto como en una terraza de bar, un fiestón con los amigos, un subidón de adrenalina. Esta opinión sobre qué es cultura, no es amigable ―no, no me hará tener más amigos― ni pretende serlo: hay actividades humanas que no son culturales y son igualmente maravillosas. Tampoco es una opinión amigable decir que, si podemos ir en un avión, si podemos ir en un autobús atestado hasta la puerta del cine ¿por qué nos separamos en uno y nos agolpamos en otro? Quizá convendría que nos mantengamos separados en los medios de transporte, así nos tratarían a todos por igual. Pero está claro: puede más la compañía aeronáutica que la compañía teatral, aunque le demos un mismo sustantivo.


Alfonso Salazar


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