viernes, 12 de julio de 2013

GRANADA: SOBRE LA AMISTAD Y LA ESTUPIDEZ

Como hay leyendas urbanas, hay leyendas que germinan en los clanes literarios, que no dejan de ser reuniones de amigos. Granada es una ciudad proclive al cainismo, que si bien es cosa de hermanos, abunda más entre los amigos de las pasiones. No conozco mucho de otras ciudades -lo reconozco, no sé cómo se trata esto en Zaragoza o La Coruña, es un poner-, pero oigo a veces, en voz de personas convencidas, que los granadinos deberían viajar más. Y como colofón, el otro día escuché como lapidaria frase: "Almuñécar (la ciudad de costa donde suelen ir los granadinos de posibles) ha hecho mucho daño a Granada". Puede ser: Granada es el ombligo de su mundo y Almuñécar su ombligo de verano.

Viajar más, ay, es la vacuna. Pareciera. Conozco a gente y  amigos que vinieron a Granada para tres días y han pasado treinta años. Aquí siguen. No creo que ese tombeur amoureux lo den las ciudades: ni sus ruinas ni sus monumentos bien gestionados, ni la belleza transitoria de sus calles, ni siquiera el momento de feliz placidez de una plaza en belleza activa cultural. Ni siquiera quienes la habitan. Lo debe dar el momento de felicidad, la edad psicológica, la decisión y el encierro.

Dudo sinceramente si ese enamoramiento lo dan sus gentes. No deben ser mejores ni peores que otros: ni siquera esa manera de amarse sin decirlo, de respetar, mantener la distancia y agradecerte que seas huésped. He de reconocer que llegué a esta ciudad hace muchísimos años, que me crié en uno de sus barrios limítrofes y que me dieron de todo: la estopa de la indiferencia, la esponja suave de la amistad. También reconozco que desde que llegué a esta ciudad soy incapaz de pedir un favor. Pienso que todo es deuda: entrar en una tienda y no comprar nada es un insulto. Una devoción granadina es el Señor de los Favores.

Viene este post al hilo de una pintada. Javier Egea fue mi maestro en muchas cosas, y casi nunca he contado en qué. Desde su muerte a esta parte se ha intentado en la ciudad crear una alta pared entre Javier y algunos de sus amigos. Especialmente con Luis García Montero. He de decir que entre Luis y yo, por lo que me toca en este texto, hay muy buenos amigos comunes. Uno de esos amigos comunes era Javier Egea. En el camino de la Fuente del Avellano, tan granadina, hay pintadas que acusan a Luis de la muerte de Javier. Estupidez. Estupidez sobre amistad.

Granada no es el símbolo de nada, excepto para aquellos que ven en su ciudad algo más allá que su ciudad misma. Una ciudad, o un concepto (vaya usted a saber) que termina exigiendo más de lo que da. La amistad debe ser como la mujer del César, porque a la mínima te pueden acusar del asesinato de un amigo o la muerte de una amistad. No se trata de política, sino de estupidez.

Cansa a veces vivir en Granada: hay un síndrome con explicación psicológica para la belleza. Puede consolar la hermosura quieta y transitoria de sus paredes agrietadas, solemnes. Toda cultura pasa. Poco queda. Granada fusila desde la rabia las amistades. Dice la pintada que Luis mató a Javier. Es un síntoma.


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