Muchas series de televisión han incidido en mostrar el
aspecto personal de los políticos en las democracias occidentales. Detrás de la
imagen pública del servidor público puede existir una historia de ambición y
sucia guerra que subleva al espectador cuando acerca la política a la práctica mafiosa como sucede en House of
cards (en su versión americana y británica, o en la cancelada Boss). La lectura, casi siempre, ha sido
desde la visión norteamericana del asunto –la muy exitosa y bucólica El ala oeste, la interrumpida Political animals, o las incidencias
políticas muy relevantes de The Newsroom
o Homeland. En otro barco viajan las
caricaturas de la Casa Blanca de Veep
o de Downing Street, la rompedora, Yes,
Minister. Y para el barco de la historia queda Boardwalk Empire.
Flota en todas ellas ese halo de relaciones típicas de la
política anglosajona, democracias estables desde hace siglos, donde los
sistemas electorales no son los más extendidos –lo mismo nos sucede en las
series de abogacía, donde el lenguaje jurídico y procesal anglosajón poco tiene
que ver con el continental-, donde el color del partido es más importante que
la ideología, la disciplina de partido no es un axioma y se suceden procesos,
como primarias, en un régimen republicano presidencialista, como el
estadounidense, que nos queda lejos. Por eso, que la visión proceda de un país
no angloparlante, europeo, es algo que siempre se agradece, mostrando una
cercanía que poco tiene que ver con el acoplamiento político de unos países que
dirigen gran parte del mercado conocido pero cuyas estructuras de relación no
son las que imperan en el mundo, más que en el imaginario cultural.
Borgen es una serie danesa que consta de
tres temporadas, estrenada en el año 2010 que ha llegado a España (Canal +) con
varios años de retraso pero sin perder un pico de vigencia. En ella se muestra
la vida cotidiana de Borgen, el Palacio de Christianborg donde residen los tres
poderes políticos daneses y la oficina del Primer Ministro. En pos de la
actualidad, Borgen utiliza como personaje principal a una mujer, la primera
Primera Ministra de Dinamarca, cosa que en el año 2010 era una invención y que
en la actualidad es una realidad. Esa presencia de una mujer al frente del
Estado ya había sido transitado en las series norteamericanas, cuya realidad
aún no ha alcanzado a la ficción –Gran Bretaña, por mérito de Margaret Thatcher
lleva décadas de ventaja.
Pero si la presencia de una mujer en el puente de mando
pudiese ser suficiente argumento, Borgen no para ahí. De hecho, resulta casi
irrelevante que sea la ficticia Birgitte Nyborg quien alcanza un acuerdo
malabar con las distintas fuerzas parlamentarias para auparse en el Gobierno.
Es al hálito de realidad de la serie lo que ha cautivado a los espectadores
daneses, apoyado por esa coincidencia de realidad y ficción que obtuvo cuando
la socialdemócrata Helle
Thorning-Schmidt obtuvo el
encargo de la reina para formar gobierno aunando a las fuerzas derrotadas en
las elecciones de 2011. Borgen muestra una entrelazada relación de la prensa y
la política que en los países del sur europeo nos puede parecer exagerada; y
nos presenta vidas machacadas, familias a punto de deshacerse, pasados
turbulentos, presentes escandalosos. Falta de humor, Borgen hace una representación casi ideal del político –como ser
humano- en lucha constante entre su deber público y sus presiones privadas. Sin
embargo, lo hace –al menos en su primera temporada, la estrenada recientemente
en nuestro país- con maestría y dominio del género. No se dejan temas fuera de
la bobina: la coacción de los lobbys, el reparto del poder como un juego de
concesiones, los tejemanejes de los jefes de prensa, las presiones
internacionales, el sacrificio de las amistades en favor del mantenimiento del
poder, el mercado armamentístico, los nacionalismos periféricos, los conflictos
de intereses, la delación, la traición, las escuchas ilegales, el sacrilegio
del uso privado del recurso público…
Puestos a echar en
falta aspectos como las movilizaciones sociales, la opinión del electorado
y la implicación del resto de la administración del Estado, desde la práctica
ausencia del aparato de la Justicia hasta el entramado de las entidades de
gobierno local.
En España, donde la
ficción se ha resumido a chistes largos como Moncloa, dígame o series de alta calidad pero de poca incidencia en
la alta jefatura como Crematorio, el
camino está bien abonado. Podríamos fabular con una serie que mostrase los
entresijos de la época Aznar de la Guerra de Afganistán, otra dedicada
íntegramente al seguimiento de los últimos veinte años de Bárcenas –auge y
caída- o el clan Pujol en la ciudad de los prodigios.
Borgen, además, ha sido producida por la televisión pública danesa,
lo que da para pensar. Y mucho.
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