domingo, 4 de enero de 2015

CAMBIO DE EJE

En la Antigüedad, el eje mediterráneo señalaba una diferencia profunda entre el Oriente y el Occidente, como si un meridiano –imaginario, como todos los meridianos- separase dos mundos. A la izquierda del mapa quedaban territorios misteriosos que los marinos fenicios y griegos transitaban y eran germen de leyendas: Tartessos, los bereberes, la Tingitana; a la derecha las estirpes de las civilizaciones occidentales: Egipto, Grecia, Palestina, Bizancio. El eje residiría en Roma, que separaba la riqueza opulenta de Oriente frente a la apenas hollada tierra de Occidente que Hércules abrió hacia el Atlántico. Con el tiempo, el Mediterráneo sufrió un importante cambio de eje, del corte vertical, al horizontal. En la actualidad, la riqueza reside en el norte, y la pobreza en el sur. La frontera se traza tumbada, cruzando el mar de oeste a este.

Este ejemplo es solo un gráfico sobre un mapa conocido: el eje vertical se tumba, la percepción de la diferencia gira sobre sí misma y pasa en unos cientos de años de una separación vertical a una horizontal.

Pienso en el cambio de eje mediterráneo cuando pienso en ese otro cambio de eje que se anuncia en las ideologías políticas. El siglo XX, siguiendo el camino que ya había abierto el siglo XIX, forjó una diferencia ideológica entre la izquierda y la derecha. Hace ciento cincuenta años, esas diferencias apenas eran perceptibles en los arcos parlamentarios: tuvo que ser la irrupción del pensamiento marxista la espoleta, la organización de los partidos socialistas apoyados en los sindicatos de clase; y posteriormente, a partir de la década de los treinta del pasado siglo, y la implantación del comunismo leninista cuajó la diferencia en el espectro. Fue entonces cuando se dibujó, con la claridad que ha sido vista en los últimos años –sobre todo en la Europa Occidental-, la división entre la izquierda y la derecha, conceptos cuyo origen se atribuye a  la ubicación de asientos en la Asamblea Nacional francesa de 1789 y que en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial tuvo su plasmación palmaria en el mapa europeo separado –gráficamente también- por el telón de acero que dividía Este/Oeste.

Izquierda y derecha han formado parte del imaginario del espectro político del capitalismo en la Europa Occidental, poco extrapolable a otros territorios: no soporta la aplicación somera a los Estados Unidos –dividido entre demócratas y republicanos-; o naufraga en otros terrenos como los países islámicos donde todo gira en torno a la división laicismo/religiosidad en la vida política; o países sudamericanos, como Argentina, donde el peronismo no admite el concepto. Sin embargo, Europa sí ha utilizado con profusión este concepto de izquierda/derecha como una garantía de claridad de ideas, otorgando a la izquierda la defensa de la propiedad pública, el fomento de la igualdad, el laicismo, el intervencionismo económico del gobierno, la solidaridad; y a la derecha el liberalismo económico, el mantenimiento del orden, la intervención ética del gobierno; figurando siempre dos grandes bloques totalitarios en los dos extremos del espectro, que coinciden en el planteamiento de una imposición autoritaria.




El análisis del espectro político se hace a través de artefactos, y los sociólogos no han encontrado para Europa una mejor respuesta que el eje izquierda/derecha a pesar de la aparición de fenómenos que saltan por encima de esta propuesta: ecologismo, feminismo, pacifismo, anticlericalismo, globalización, republicanismo y nacionalismo, por indicar algunos conceptos, marchan en todas las direcciones, y tanto ellos como sus contrarios, son proclives a ser hallados en discursos de la izquierda o de la derecha, sea en mayor o menor proporción, sin que podamos rastrear un patrón definido. En todo caso, no son fenómenos que tenga una exclusividad de marca izquierda, o de marca derecha. Hay derecha republicana y anticlerical, como hay izquierda autárquica y nacionalista. Muchos de estos fenómenos, en mayor o menor gradación, pues nunca serán monolíticos, pueden aparecer en cualquier discurso. Solo una mayor profusión tonal predican una probable ubicación en la escala.

Izquierdas y derechas participan del concepto de los modelos de un solo eje, que son excesivamente simplistas, y dejan siempre en las afueras a posturas como el anarquismo y el libertarismo. Como los mensajes sencillos son los que bien calan, y existe esa propensión a sabernos en un mapa bien trazado que no nos propugne perdernos en el proceloso camino del pensamiento político, el eje sigue siendo válido, se utiliza con exuberancia en los medios de comunicación, y sirve al ciudadano para ubicarse en ese imaginario de escala política, a pesar de que día tras día venga la realidad a reventar el papel estricto de tan sencilla separación.

Pero ha comenzado una crisis de la representación, del espectáculo: una parte de la ciudadanía –los gobernados habitualmente silentes- se enfrenta a la búsqueda de la democracia real empeñada en el hallazgo de la manera de hacer política de forma continuada: el asunto desborda la izquierda y la derecha, territorios que hoy por hoy parecen pertenecer solo al espectáculo mediático, territorios que pretenden ser asaltados, desmontados y reconstituidos ante el crudo ahondamiento de la brecha de la desigualdad social.


El cambio de eje se propone desde un giro de lo vertical a lo horizontal: los polos izquierda-derecha pretenden ser sustituidos por una partición que enfrenta al poder de la ciudadanía frente a la oligarquía, la ciudadanía sin privilegios frente a la ciudadanía privilegiada. Es curioso que este giro de eje plantea una separación simplista que recuerda a la división tradicional de las clases, pues alrededor del eje horizontal pulularía la clase media: más arriba del eje está la pirámide del poder, más abajo, aquellas que antes fueron consideradas las clases trabajadoras. En tanto, en el tradicional eje izquierda-derecha quien ocupa los aledaños del eje es el centro político, generalmente difuso en su compromiso, contemporizador, tibio y oportunista en sus propuestas.

¿Cómo llega Europa a esta situación en que el cambio de eje es sugerido, cada vez con más empeño, por propuestas políticas que terminarán, lógicamente, tachadas de ambiguas, populistas y traidoras a la izquierda? No es arriesgado decir que la dicotomía de este eje vertical ha sido propulsada más desde la izquierda -incluida la imaginaria- que desde la derecha. Al fin y al cabo, los principios de la derecha no son simbólicos, sino que ya estaban ahí –religión, propiedad y orden-, y es la izquierda la que ha pretendido diferenciarse y reivindicar su terreno en el espectro por negación.

Sin embargo, la evolución de la socialdemocracia europea, que partía de posiciones izquierdistas –de hecho es, posiblemente, la responsable del sostenimiento de la dicotomía desde hace seis décadas- ha derivado hacia una seria confusión del concepto al mantenerse dentro del sistema navegando a dos aguas, proponiendo política económicas identificadas con la derecha que intenta compaginar con la defensa de los derechos sociales, económicos y laborales, la igualdad y la democracia. En cuanto la socialdemocracia optó por la denominada “tercera vía”, una pirueta que intenta conjugar lo inconjugable, la sensación del ciudadano es que asiste a un turnismo en el gobierno, un bipartidismo de facto, donde las diferencias entre uno u otro gobernante son más simbólicas que reales, pues son coincidentes en las fundamentales políticas socioeconómicas.

No es un asunto banal que los bloques de concentración sean una respuesta, que nada escandaliza, ante este cambio de eje: partidos de izquierdas unidos a partidos de derechas ante una protesta que viene desde abajo, pues no tienen conflicto en los temas fundamentales que entrelazan al Estado y los poderes privados. Solamente ciertas exigencias de marketing para la polémica televisada les lleva a defender axiomáticos tonos ideológicos, poniendo en escena un discurso narrativo poco creíble -y tú más-, cuyo objetivo único es apacentar sus campos electorales simbólicos. En el campo electoral de la socialdemocracia, siguen en pie los valores de la justicia social, los derechos ciudadanos, la solidaridad y la democracia, pero si bien se mantienen en su discurso, no lo están en su ejecución. En el eje izquierda-derecha, la socialdemocracia deriva hacia el centro activo, y en su realización se confunde con los valores  de la derecha.



Gran parte de la población española, según el CIS, se identifican en el ámbito de la izquierda: un 40 %. En tanto un 30 % se ubica en el centro político y solo un 13 % en la derecha. El resto, casi un 17 %, no sabe, no contesta. El vaciamiento de la propuesta real en el seno de la socialdemocracia ha confundido el sentido electoral de las izquierdas. Los aparatos de la socialdemocracia comulgan con las políticas regresivas de la derecha europea, se aferran a un proyecto político social y económico que no se puede identificar con una izquierda simbólica, y además, el tiempo y el espacio les niegan la mayor: pertenecen a recientes legislaturas las políticas económicas de tinte derechista impulsadas por la socialdemocracia allí donde ahora está en la oposición, y allí en los territorios europeos donde gobierna, o en sus posturas en las instituciones europeas, consensúa con la derecha real las políticas socioeconómicas. Ese vaciamiento es el que alimenta el cambio de eje: la oposición establishment/ciudadanía pretende reventar el eje vertical.

Sin embargo, el cambio de eje se somete a una difícil prueba: el objetivo de la socialdemocracia –y del propio sistema capitalista, al menos en un valor simbólico- promulga el ascenso social como principio y fin. No solo el self made men del imaginario anglosajón, sino, también y sobre todo, el objetivo de ascenso en las clases sociales como psicodrama vital, que conlleva la conversión de las clases trabajadoras en clases medias, hasta el infinito y más allá. Ese es también el objetivo de este cambio de eje, el ansiado reparto de la riqueza frente a la igualación por la pobreza con que se amenaza desde el derechismo rancio –y a la vez, ubicado en las alturas.

Pero el círculo vicioso se mantiene como una imposible máquina de movimiento perpetuo. El ascenso de los de abajo hacia las posiciones de los de arriba fracasa tanto como en el eje izquierda-derecha, basado en la promoción social y la escalada vinculada al sistema económico. El cambio de eje puede ser el inicio de un derrumbe de una concepción imaginaria, pero si no ahonda en las estructuras sociales reales, en la brecha de la desigualdad, en el consumismo como motor económico, en la apariencia espectacular de la sociedad, en el concepto de la libertad y el cumplimiento del contrato jurídico y legal, solamente nos encontraremos ante un cambio de eje que no cambia la realidad sino que es solamente un cambio de mapa.



Alfonso Salazar

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