jueves, 5 de noviembre de 2009

EN EL DESPACHO DEL SR. CALDERS


O será que el mercado nos fue tragando
con sus comadres y su algarabía,
que no supimos vernos ni hablarnos
entre anuncios de sopas luminosas,
promesas y altavoces
pregonando los últimos saldos
de la felicidad.

Javier Egea


Jenaro Cendoya salió otra mañana fría a la calle. Contó las monedas de su bolsillo, calculó el contenido de la billetera y midió hasta dónde el ahogo de la mañana tenía que ver con sus dos preocupaciones fundamentales, las que aguardaban en su fondo como un mal sueño: el pago del alquiler y la letra del coche, con vencimiento el treinta del presente. La cena fría de anoche era el síntoma definitivo de este final empinado de mes. Repasó sus notas de venta. Con fecha de veintiocho no cumplía, ni de chiripa, los objetivos mínimos exigidos. Pensaba aún en rebuscarle algún aspecto favorable a su suerte. Podía consolarse de no considerarse un mendigo, como lo terminó siendo su padre, borracho por las esquinas, con orín en el pantalón, desasistido, de no ser por la mano de Jenaro que buscó el asilo; o no ser el manco de la esquina que pasa frío en la venta glacial de cupones minusválidos; no estar tirado junto a la vieja del portón de la iglesia, que acompañó a la figura paterna en el deambular oscuro de los callejones; no vender ramitos de flores en papel celofán, pañuelos de un solo uso, cajas de cerillas en los mercados, mecheros por las mesas de las terrazas. Pero él vendía algo casi peor, de tratos directos, más cara a cara, de despacho en despacho. Vendía con corbata y maletín, disfrazado, sin el ruego directo del picado de los clínex; vendía sibilinamente, en el juego enfrentado de cliente y vendedor, como una historia de ansia y odio, de víctima, captura y conquista.

Abrió el dietario por la hoja de hoy, se ajustó la corbata, pidió cafeconleche y mediatostada -sólo media, solamente- pensó en el presupuesto menguante y se le antojó inútil ese gasto de desayuno; pero la alacena de casa vacía, el estómago encogido, el agotamiento de las diez que cruje en las tripas, realzaron el consumo y se permitió el lujo con disfrute, a pesar de las letras clavadas en el cogote.

Revisó de nuevo las monedas y eliminó la compra del periódico de las cuentas de hoy. Visitas de la agenda: un papel con membrete de la empresa reseñaba cuatro direcciones. Imaginó los trayectos en un plano de la ciudad y su cinturón industrial, un trayecto con línea de gasolina, un contador de litros en el cerebro y la desaparición de los billetes desde el bolsillo pobre de Jenaro Cendoya al mono del gasolinero, truco de magia,.

DIEZ DE LA MAÑANA, VISITA EQUIPAMIENTOS CARONTE S.A., PROPUESTA DE OFERTA. OJO, COMISIÓN AL CINCUENTA. PREGUNTAR SR CALDERS, CALLE 32 A, POLÍGONO INDUSTRIAL LA FOGATA.

La calle era más fría desde el coche impagado, el calor de la tapicería justificaba el valor de la letra del día treinta, y merecía más la pena el esfuerzo, la visita al señor Calders y Caronte S.A. El polígono en su lejanía era una ciudad de iguales naves, fantasmagórica en la neblina, descolorida en los enormes dibujos y anagramas comerciales que reclamaban atención.

Caronte S.A. en la calle 32 A tenía la puerta metálica de las oficinas entreabierta. Cendoya limpió sus zapatos de barro, miró el retrovisor del coche como si lo abrazase y prometió luchar por él y hacerlo suyo a fin de mes, con la ayuda bendita de Calders y la oferta del membrete. La oficina ardía de tanta calefacción. Se presentó a la secretaria con tarjeta de la empresa y sonrisa ancha de retrovisor.

-...y espere un momento- terminó la secretaria.

Cendoya se sentó y ojeaba las revistas mustias, los saldos de la felicidad en aquél papel perdido en el corazón de un polígono industrial: coches a bajo precio, periódicos gratuitos de compraventa, ya puede usted vivir en el centro por un precio módico, apartamentos dos habitaciones piscina-jardín, adosados, los más baratos, con menor entrada y llave en mano. Reluciente mentira de su vida cruel en una nómina sometida a comisión.

- ...le espera -sólo oyó el final de la frase, Cendoya.

- ...Jenaro Cendoya -dijo en el umbral del despacho de Calders. Lucio Calders brillaba encorsetado en traje cruzado granate y corbata gris tras la mesa vacía del fondo.

- ...dirá -concluyó Calders.

Resuelto presentó su oferta, espoleado por el 50%, elogiando su producto, ultimada ya la técnica, tecnología punta, ya sabe usted, como siempre… y quedará usted contento. Todo un abanico de productos, por arte de birlibirloque, salieron del maletín, y en el catálogo, mire usted, aquí por ejemplo, nuestra joya, y el precio, asómbrese.

Jenaro Cendoya dejó el alma última sobre la mesa. La suya propia. Si Calders no comparaba ésa, la letra sería lapidaria, el alquiler imposible y vendería pañuelos en el portón de San Judas, amancebado con la vieja.

- ...tal de precio? -preguntó Calders señalando el alma blanquecina de Cendoya.

- ...más IVA -dijo temeroso Cendoya.

Y abandonó el polígono con la letra resuelta y el alquiler en paz.
(Diciembre 1996)

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