Hace menos de un año, España vivió la victoria en el Mundial como la máxima expresión de la felicidad. El entusiasmo se escapaba al hecho de la victoria. Existía una sensación de plenitud relacionada con el orgullo, con la satisfacción de las cosas bien hechas y la estima que produce sentirse admirados por los demás. A los españoles les fascinó su equipo tanto por ganar como por la manera de ganar.
Aquel sentimiento se acercaba a algo parecido a la pureza. Era una felicidad intachable que situaba al fútbol español como referente de nuestro tiempo. Podía pensarse en un próspero periodo, sin amarguras, una época para disfrutar de lo que construyó la selección y lo que representaban sus jugadores. En definitiva, se anticipaba un periodo para construir y no para destruir. Por desgracia, esta temporada se vincula esencialmente a la destrucción.
Aquel sentimiento se acercaba a algo parecido a la pureza. Era una felicidad intachable que situaba al fútbol español como referente de nuestro tiempo. Podía pensarse en un próspero periodo, sin amarguras, una época para disfrutar de lo que construyó la selección y lo que representaban sus jugadores. En definitiva, se anticipaba un periodo para construir y no para destruir. Por desgracia, esta temporada se vincula esencialmente a la destrucción.
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