lunes, 29 de agosto de 2011
LA SOLITUDE, de BARBARA
La encontré un día ante mi puerta
una noche que volvía a casa.
No me deja ni a sol ni a sombra.
Ha vuelto, está aquí.
La que se nutre de amores muertos
me ha seguido los pasos.
La muy zorra, que se la lleven los demonios.
Ha vuelto, está aquí.
Con su hocico de cuaresma,
sus grandes ojeras,
nos deja el corazón para el arrastre,
nos hace llorar el corazón.
Pálidas nos deja las manos,
largas y desoladas noches,
la muy zorra. Nos enfriaría
como invierno súbito en mitad del verano.
Con tu triste vestido de muaré,
tus cabellos despeinados,
eres la mismísima desesperación.
No es nada agradable mirarte.
Llévate a otro sitio
tu triste rictus de aburrimiento.
No me gusta la desgracia.
Vete y déjame en paz.
Quiero contonear mis caderas,
emborracharme de primavera,
Permitirme en las noches en vela
un corazón que lata palpitante.
Antes de que llegue la hora pálida
con mi último aliento
quiero decir “te quiero”,
quiero morir de amor.
Me dice: “Ábreme la puerta.
Te he seguido los pasos.
Sé que tus amores han muerto.
He vuelto, estoy aquí.
Te recitaron sus poemas,
tus caballeros, tus hermosos muchachos,
tus falsos Rimbaud, tus falsos Verlaine.
Y ahora, todo se ha acabado.”
Desde entonces, paso las noches en vela,
la llevo colgada al cuello,
se enrosca en mis caderas,
cae de rodillas,
no me deja ni a sol ni a sombra,
me sigue los pasos.
Me espera ante mi puerta.
Ha vuelto. Está aquí.
La soledad, la soledad.
(Traducción: Alfonso Salazar)
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