Aquel primero de diciembre la casa estaba más fría que
de costumbre. El fotógrafo reanimaba el fuego con las fotografías sobrantes,
las malas tomas, la luz importuna, el resultado imperfecto, quemar lo que no
sirve.
Luego abrió la caja de negativos y miró al trasluz las
imágenes de su memoria. Olía mal.
(Arriba, lloraba alguien)
Seleccionó los negativos dispuestos a la chimenea, al
agujero de fuego y la consumición. Junto a la estufa los recortó y los
seleccionó por momentos y recuerdos. Tomó aquel negativo y lo puso cerca de las
llamas para ver al trasluz.
(Alguien bajaba la escalera)
La luz del fuego mostraba el pelo blanquecino y una
sonrisa radiante en una playa feliz: el calor ya deformaba el plástico.
(Cuando miró hacia atrás ella le miraba con ojos de
rabia, sin sonrisa ni playa. Y tenía ahora el pelo cano y ojeras).
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