domingo, 1 de junio de 2014

LA DIGNIDAD Y LA INDIGNACIÓN

Que en las últimas elecciones ha ganado el Partido Popular y que el sostén de votos de los dos grandes partidos ha menguado de manera ostensible, lo dicen los números. Es cierto que los resultados no son extrapolables a la composición futura del Parlamento nacional, que pasará por las estrechas miras de la circunscripción provincial, esa que ahora parece más que nunca una estructura añeja y trasnochada. Al descenso del bipartidismo –cuya pujanza va por autonomías-, se ha unido una bocanada extraña al sistema tradicional cristalizada en Podemos, y otros partidos minoritarios. Los pequeños partidos suben, los grandes bajan.



Pero es muy probable que no se trate tanto de qué y mucho del cómo. No sabemos con cierta exactitud cuánto tiene que ver la revolución digital que ha reconvertido las relaciones sociales, y su espectro de modos de comunicación y participación, así como la crisis económica y social. Pero sí es cierto que ante las posibles respuestas de la ciudadanía, entre las que se podía esperar la del voto ultraderechista a la francesa, el censo electoral español ha optado por apostar escorado a la izquierda, y sobre todo, con más de un millón de personas prefiriendo un modelo diferente de participación.

El bandazo ha llevado al PSOE a reconvertir su método de elección de liderazgo -aunque, como siempre, a medias- y a las ofertas de izquierda clásica a mirar con otros ojos la herencia del 15M. Ya no se trata de quitar de en medio a la Vieja Guardia, sino de quitar la Guardia en sí, el partido enrocado. El Partido Político como instrumento entró en crisis y el galope de la abstención hizo el resto. Los partidos se quedaron en un castillo alejado de la realidad, criando y reproduciendo sus generaciones futuras, con el censo electoral en el tendido mirando y callando. A falta de análisis más profundos, uno tiene la impresión de que la movilización del voto hacia formaciones de diferente modo de acción, como Podemos, ha reclamado a muchos desengañados, al ofrecer la tenue esperanza de un modo diferente de hacer las cosas.



Las acusaciones, hacia una formación tan reciente -que poco ha mostrado, demostrado y que ahora toca levemente el poder, un poder singular y de arraigado escaso eco en la ciudadanía-, van desde el populismo al bolivarianismo, desde el acercamiento a las posiciones lepenistas como a la utopía programática. Pero el movimiento se demuestra andando: si estamos ante el inicio de un cambio en el modo político es algo que todavía no sabemos. Pero sí se percibe una movilización callejera, donde la política ha vuelto a la barra de los bares y las charlas de cigarrillo.

El populismo y la utopía programática son habituales reproches que los partidos tradicionales han enarbolado (junto al voto útil) para desmarcar las tendencias que no siguen los dictados de la partitocracia. Pero la utopía programática se sustenta muchas veces en una lectura radical (desde la raíz) de algunos presupuestos constitucionales y tratados internacionales. La ciudadanía organizada en Podemos cita a menudo el texto constitucional, aquel articulado progresista que nunca ha sido puesto en práctica. Y cita artículos de tratados firmados por el Estado en los últimos cincuenta años. Su implantación ha sido rápida y lo bastante dispersa para no considerarla un fenómeno local, sino una muestra de ecos unánimes. En casi todas las autonomías, la opción figura como cuarta o quinta fuerza de voto, y parece que por inesperada es más temible y un sinfín de salidas de tono corre por las tertulias de los medios de comunicación.



Podemos está pidiendo una reconversión de las más afiladas y contradictorias aristas del sistema: y es cierto, puede llamarse populismo a lo que la gente quiere oír, pero eso, no lo hace menos válido. El arte de la política tradicionalista enarbola la bandera de que lo justo es complicado e imposible, que desde fuera las cosas se ven fáciles, que los resortes del poder son complicados. Quizá la condena populista solamente camufla el temor y manifiesta el cautiverio. Pero ha de demostrarse en la práctica que la utopía es imposible, para que siga siendo utopía.

Su mercadotecnia ha utilizado las redes sociales, los presupuestos de campaña más austeros de la historia, el soporte de televisión, la figura emergente de jóvenes de treinta y tantos, y términos generalizadores -e inexactos, ambiguos, a veces-, pero de los que calan, como “la casta política”. En el electorado de Podemos, es probable, se mezclan decepcionados votantes del PSOE, abstencionistas recalcitrantes, votos antisistema de la derecha o la izquierda y votantes a quienes las propuestas de Izquierda Plural o Equo se le quedan cortas. Por eso, lo importante reside en el cómo antes que en el qué. Porque la propuesta de reorganización ciudadana, de participación activa, es un cambio de paradigma político.


La asimilación con los fenómenos políticos chavistas o lepenistas es un atrevimiento, o una lectura apresurada en todo caso. Podemos tiene un programa que se redactó para unas elecciones, la europeas. Pero es un proceso en marcha, vivo. La coincidencia de algunos de sus miembros en proyectos que hayan tenido relación con Venezuela, o la de postulados políticos que utiliza también la ultraderecha francesa son accidentes en un panorama que aún no se ha desenvuelto en su totalidad, donde abundan los espejismos, y donde se desarrollan las técnicas de enganche y camuflaje que suele utilizar el nacionalismo y la extrema derecha. A buen seguro, entre un millón doscientos mil votos pueden darse esas coincidencias ideológicas en algunos casos –o en bastantes-, pero es arriesgado presuponer que esos modelos (tan alejados, pero a la vez coincidentes en algunos aspectos) sean los que rijan en el futuro. Tan heterogéneo como fue el fenómeno del 15M, que permitió reconocer muchos movimientos que llevaban años fraguándose, de distintas procedencias e ideologías, es el proceso de Podemos.



Poner los recursos al servicio del ciudadano a través de recuperaciones estatales de sectores económicos, lucha contra el fraude y delito fiscal de las grandes empresas y los paraísos fiscales, una tributación más justa y redistributiva, la renta básica, los presupuestos participativos, la limitación de la acción de los lobbies y los oligopolios, la no discriminación, la garantía de los derechos fundamentales, la eliminación de las desigualdades, garantizar la educación, la vivienda, la ayuda a las personas dependientes, librar a los servicios públicos de los principios de competencia y mercantilización, replantear los referendums vinculantes,  promover medidas anticorrupción, incompatibilidad de los cargos públicos, limitación salarial de los cargos electos, el acceso al agua, la alimentación saludable, el sector energético al servicio de la sociedad … son principios básicos ante los que hay que retratarse y sobre los que se puede discutir largamente. Pueden ser populistas, por lo genérico. Pueden coincidir limitadamente con aspectos restringidos de dictaduras y grupos de ultraderecha –incluso la más siniestra dictadura tiene coincidencias puntuales y limitadas con la más inocente de las democracias. Puede ser un planteamiento utópico, por las cortas miras que lo juzguen. Pero en todo caso, sugieren que parte de la ciudadanía  ha dado un paso y quiere hacer de sus objetivos, Política.


Alfonso Salazar

3 comentarios:

  1. Yo particularmente estoy encantada con todo lo que está sucediendo alrededor de la sorprendente irrupción de Podemos en el panorama político y sobre todo estoy encantada del cabreo que tiene la caverna y lo descolocados que están, que no saben ni dónde apuntar, porque además se enfrentan con gente muy preparada que siempre tiene una respuesta inteligente con la que evidencian sus mentiras y su bajeza. Cada vez que oigo Podemos se me viene a la cabeza la frase aquella de "si nos movemos los de abajo, lo de arriba va al carajo". Creo que Podemos es el empujón que necesitábamos los de abajo para empezar a movernos. Esperemos que no desaprovechemos esta corriente y que sepamos subirnos a ella. Salud.

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  2. Me gusta mucho, Alfonso. Me incomodan la teoría del populismo de Laclau (aunque no deja de ser sólo una teoría, y la verdad es que en la práctica una dosis de populismo la maneja hoy cualquier partido), la noción de "casta" (tan endeble e injusta), y, si me apuras, cierto aroma de pasillo de la Complutense. Pero la verdad es que, como tú, tiendo a ver sólo las cosas buenas, las asociadas a la expresión de un movimiento ciudadano que quiere que se hable de política y que quiere que la política sea realmente política. Como poco, todo el mundo tendrá que relajarse mucho (¡cuánto exceso!) e ir retratándose ante esos principios básicos que mencionas. Y Podemos, por supuesto, deberá ir haciendo ese camino que se demuestra andando. Tiene gracia, en términos generacionales, que la izquierda que hizo la transición anduviera siempre quejándose de que la gente más joven no se interesara sinceramente por la política (¡cuántas veces he oído eso en mi vida, incluyendo mis -pocos, ciertamente- años de militante en un partido!). Bueno, pues aquí está, tan sesentayochera como el que más y devolviendo la inquietud política a gente más mayor (y no sólo votantes de Podemos). No sé, conociendo apenas un poco del funcionamiento interno de los partidos y después de haber visto el 15M, cómo narices se esperaba si no que pudiera llegar.

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  3. Gracias por los comentarios, Solete, GabrielC. Y sí, Gabriel, tan sesentayochera!

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