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Alfonso Salazar continúa la serie negra zaidinera que abrió con “Melodía de Arrabal”. En esta segunda entrega, Matías Verdón, el detective del Zaidín, indaga un par de muertes. Vertiginosa investigación llena de personajes perfilados con maestría. Un retrato donde no falta ni la malafollá granaína, ni el señoriteo sevillano. Donde el humor, la ironía y la fina inteligencia se mezclan con una trepidante acción.
Un tipo de barrio, de clase obrera, resulta ser un aventajado detective privado, mas por su instinto y necesidad, que por su preparación. No usa pistola ni da mamporros, al menos de momento. No puede ocultar su condición popular, ni en su indumentaria, ni en sus maneras, por que Matías es como es, y no puede ser de otra manera.
Se hace acompañar del Desastres, cartero de barrio, vividor y borrachín, con menos luces que un candil apagao, pero fiel al detective, su amigo de vía crucis tabernarios por los bares y tascas de la avenida Dílar y calles transversales.
Sus inseparables colegas de barrio, el Desastres y el Poeta, existen, yo los he visto en el Zaidín. También he visto muchas caras que podrían ser las de Matías Verdón.
Alfonso conoce el Zaidín, un barrio que comparto con él en la memoria. Mis padres también arribaron allí en los 60, como los suyos, tal vez, un poco después, allí fui niño, sentado en el tranco del portal, de babero y pan con chocolate.
Leo sus novelas y encuentro cientos de “lugares comunes”, lugares que podrían estar en cualquier barrio obrero de España. Las leo con un regusto de buenas letras.
MARIO ORTEGA
Alfonso Salazar continúa la serie negra zaidinera que abrió con “Melodía de Arrabal”. En esta segunda entrega, Matías Verdón, el detective del Zaidín, indaga un par de muertes. Vertiginosa investigación llena de personajes perfilados con maestría. Un retrato donde no falta ni la malafollá granaína, ni el señoriteo sevillano. Donde el humor, la ironía y la fina inteligencia se mezclan con una trepidante acción.
Un tipo de barrio, de clase obrera, resulta ser un aventajado detective privado, mas por su instinto y necesidad, que por su preparación. No usa pistola ni da mamporros, al menos de momento. No puede ocultar su condición popular, ni en su indumentaria, ni en sus maneras, por que Matías es como es, y no puede ser de otra manera.
Se hace acompañar del Desastres, cartero de barrio, vividor y borrachín, con menos luces que un candil apagao, pero fiel al detective, su amigo de vía crucis tabernarios por los bares y tascas de la avenida Dílar y calles transversales.
Sus inseparables colegas de barrio, el Desastres y el Poeta, existen, yo los he visto en el Zaidín. También he visto muchas caras que podrían ser las de Matías Verdón.
Alfonso conoce el Zaidín, un barrio que comparto con él en la memoria. Mis padres también arribaron allí en los 60, como los suyos, tal vez, un poco después, allí fui niño, sentado en el tranco del portal, de babero y pan con chocolate.
Leo sus novelas y encuentro cientos de “lugares comunes”, lugares que podrían estar en cualquier barrio obrero de España. Las leo con un regusto de buenas letras.
MARIO ORTEGA
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