Fue El Cordobés el que acuñó el término “kilo” para el millón de pesetas: así, apañaítos todos en billetes de mil. Por matemática, el “kilo” de euros debe pesar dos kilogramos. En billetes de 500 euros. Quién sabe ¿alguien ha visto dos mil billetes de 500 euros juntitos?
Pues calculen lo que suponen 94 millones de euros, cerca de 180 kilogramos. Cuesta un pastón enviarlo por SEUR. Aunque nos olemos que ese dinero, el de los traspasos millonarios, no puede existir. ¿De dónde sale? Un equipo sumido en la derrota, en los proyectos sin norte (el origen de este Madrid perdedor reside en la última gestión de Florentino, no hace tantos años), con una cantera en rebajas y un pelotazo inmobiliario al que Calderón ya le dio más de un bocado, ¿Cómo puede meterse en operaciones de financiación gigantescas? ¿Aquí sí que sueltan bancos y cajas los créditos? Este es el mundo absurdo en que nos desvivimos: a ver qué harían los de la Citroën de Vigo con 180 kilos en paquete enviados por SEUR.
Dice Lissavetzky que estos asuntos son privados. Lleva razón. No sabemos las inversiones que realiza ACS (del mismísimo Ser Superior), ni nos escandaliza. Pero sí sabemos que la situación actual de crisis no es óbice para este gasto galáctico: sus empresas, las de Florentino, siguen subiendo como la espuma. Todo se hunde a su alrededor, él flota por la aires.
No se podía esperar otra cosa: este hombre, tiburón de los negocios con inmejorables relaciones con variados estamentos políticos, sólo sabe jugar de una manera, en la confianza de que dejar epatado al mundo genera unos ingresos de grandes dimensiones. La operación de marketing ha sido de libro. Hasta el Financial Times, parece ser, le dedica más de un artículo al asunto. Sigue siendo el hombre de moda en la arena de las finanzas internacionales. Una especie de Rafa Nadal o Fernando Alonso de la chequera.
Alonso ha aprendido a perder (a la fuerza); Nadal está en ello. Florentino dio la espantá y ahora vuelve por la puerta grande, impulsado por la triple corona del Barcelona. Desconocemos si aprendió a perder. Porque es de temer que cometa el mismo error: sus movimientos son los mismos, los de un cazador ávido, insaciable, coleccionista de cornamentas. Ciento y mucho pico millones de euros fulminados en piezas cobradas en una semana (y lo que puede caer) pone el listón de la locura muy alto. Pero es que se trata de altas finanzas, donde la locura -que llaman osadía, intuición, olfato financiero- es un elemento indispensable. Por eso estamos en la crisis que estamos: por las continuadas prácticas de cazadores -no recolectores- como Florentino Pérez, capaces de arriesgar y darle vueltas a un mismo calcetín de manera que otros caigan, los de siempre paguen las consecuencias y él triunfe.
Pero otra cosa es el fútbol. Al tiburón le funcionó la apuesta galáctica, pero no compensó la inversión de esperanzas. Se cargó la cantera, a Vicente del Bosque -lo cambió por el glamour de Queiroz (?)-, y cultivó más dudas y plaza en mando que hacer piña y club. El Barsa de las tres copas tampoco es un ejemplo de contención de gasto, pero al menos tiene la oportunidad de demostrar el año que viene que el dinero no lo es todo, y por seguir con el tópico, que podamos ver llorar a los ricos.
Lo decía Balzac: detrás de toda gran fortuna hay un gran crimen. Lo hay detrás del Real Madrid -recalificaciones por medio-; lo puede haber detrás del Barcelona -recalificación del Mini Estadi mediante, y sin olvidar que el año pasado fueron casi cien millones de inversión-; y con seguridad, lo tiene que haber detrás de la fortuna de Florentino.
Se pregunta Sala i Martín de dónde saca el dinero Florentino. Pues a pesar de Lissavetzky y su llamada al respeto a la actividad privada, ojalá en un futuro cercano se pregunte seriamente sobre el asunto. Nos llevaríamos más de una sorpresa, si es que llegamos a enterarnos de algo.
El hecho de que este año se gaste casi doscientos millones de euros (que son 400 kilogramos, que con esa cantidad ya suena a alijo de droga) estando en plena crisis financiera no es ni excusa ni debate. El fútbol todo -menos el modesto- perdió la humildad y la medida hace mucho tiempo. Pero siempre es preferible fabricar un Messi que comprar un Cristiano Ronaldo. Lo dice la Champions League: mejor recoger la cosecha que cobrarse la pieza.
Pues calculen lo que suponen 94 millones de euros, cerca de 180 kilogramos. Cuesta un pastón enviarlo por SEUR. Aunque nos olemos que ese dinero, el de los traspasos millonarios, no puede existir. ¿De dónde sale? Un equipo sumido en la derrota, en los proyectos sin norte (el origen de este Madrid perdedor reside en la última gestión de Florentino, no hace tantos años), con una cantera en rebajas y un pelotazo inmobiliario al que Calderón ya le dio más de un bocado, ¿Cómo puede meterse en operaciones de financiación gigantescas? ¿Aquí sí que sueltan bancos y cajas los créditos? Este es el mundo absurdo en que nos desvivimos: a ver qué harían los de la Citroën de Vigo con 180 kilos en paquete enviados por SEUR.
Dice Lissavetzky que estos asuntos son privados. Lleva razón. No sabemos las inversiones que realiza ACS (del mismísimo Ser Superior), ni nos escandaliza. Pero sí sabemos que la situación actual de crisis no es óbice para este gasto galáctico: sus empresas, las de Florentino, siguen subiendo como la espuma. Todo se hunde a su alrededor, él flota por la aires.
No se podía esperar otra cosa: este hombre, tiburón de los negocios con inmejorables relaciones con variados estamentos políticos, sólo sabe jugar de una manera, en la confianza de que dejar epatado al mundo genera unos ingresos de grandes dimensiones. La operación de marketing ha sido de libro. Hasta el Financial Times, parece ser, le dedica más de un artículo al asunto. Sigue siendo el hombre de moda en la arena de las finanzas internacionales. Una especie de Rafa Nadal o Fernando Alonso de la chequera.
Alonso ha aprendido a perder (a la fuerza); Nadal está en ello. Florentino dio la espantá y ahora vuelve por la puerta grande, impulsado por la triple corona del Barcelona. Desconocemos si aprendió a perder. Porque es de temer que cometa el mismo error: sus movimientos son los mismos, los de un cazador ávido, insaciable, coleccionista de cornamentas. Ciento y mucho pico millones de euros fulminados en piezas cobradas en una semana (y lo que puede caer) pone el listón de la locura muy alto. Pero es que se trata de altas finanzas, donde la locura -que llaman osadía, intuición, olfato financiero- es un elemento indispensable. Por eso estamos en la crisis que estamos: por las continuadas prácticas de cazadores -no recolectores- como Florentino Pérez, capaces de arriesgar y darle vueltas a un mismo calcetín de manera que otros caigan, los de siempre paguen las consecuencias y él triunfe.
Pero otra cosa es el fútbol. Al tiburón le funcionó la apuesta galáctica, pero no compensó la inversión de esperanzas. Se cargó la cantera, a Vicente del Bosque -lo cambió por el glamour de Queiroz (?)-, y cultivó más dudas y plaza en mando que hacer piña y club. El Barsa de las tres copas tampoco es un ejemplo de contención de gasto, pero al menos tiene la oportunidad de demostrar el año que viene que el dinero no lo es todo, y por seguir con el tópico, que podamos ver llorar a los ricos.
Lo decía Balzac: detrás de toda gran fortuna hay un gran crimen. Lo hay detrás del Real Madrid -recalificaciones por medio-; lo puede haber detrás del Barcelona -recalificación del Mini Estadi mediante, y sin olvidar que el año pasado fueron casi cien millones de inversión-; y con seguridad, lo tiene que haber detrás de la fortuna de Florentino.
Se pregunta Sala i Martín de dónde saca el dinero Florentino. Pues a pesar de Lissavetzky y su llamada al respeto a la actividad privada, ojalá en un futuro cercano se pregunte seriamente sobre el asunto. Nos llevaríamos más de una sorpresa, si es que llegamos a enterarnos de algo.
El hecho de que este año se gaste casi doscientos millones de euros (que son 400 kilogramos, que con esa cantidad ya suena a alijo de droga) estando en plena crisis financiera no es ni excusa ni debate. El fútbol todo -menos el modesto- perdió la humildad y la medida hace mucho tiempo. Pero siempre es preferible fabricar un Messi que comprar un Cristiano Ronaldo. Lo dice la Champions League: mejor recoger la cosecha que cobrarse la pieza.
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