A las nueve de la noche el Harén de Arquímedes estaba desierto. Desde las cinco de la tarde el camarero sólo había servido un café solo al cliente más solo y sendas copas de brandy a dos americanos borrachos. A las nueve de la noche, insisto, el Harén estaba desierto y el camarero calibraba la posibilidad de echar abajo la persiana y salir a comer algo, incluso hasta Plaza Nueva.
Pero llegó. Aparecieron las piernas más largas que jamás cruzaron el umbral del Harén. Apareció el perfume más antiguo e incitante que jamás recorrió el aire del Harén. Se acercaron las piernas más largas. Puedo decir, sin estar presente, que el camarero tembló. Ella vestía traje de chaqueta años cincuenta de tweed oscuro; zapatos de aguja, guantes de seda y un pequeño sombrero que dejaba caer un suave velo sobre el rostro. Sacó del bolso un paquete de Lucky corto, al que el camarero -juro que temblando- pudo acertar para ofrecerle fuego.
El halo del blanco y negro se hizo en todo el local. Envejecieron las sillas, se manchaba el mármol con sombras de copas antiguas. La luz se hizo mortecina y un disco de Ellington se colocó sobre el plato, y se oía.
- Whisky solo, por favor -la mujer miraba las fotografías apiñadas en las paredes.
- ¿Con hielo? -la voz del camarero se hizo un hilo.
- Si Dios hubiese querido que el whisky llevase hielo, Irlanda estaría en la Antártida, cariño -y la mujer bañó de humo la cara del barman.
Buscó el vaso y el hielo, retembló de nuevo el camarero cuando se descubrió vestido de chaleco negro sobre camisa blanca y con pajarita. Tomó de la repisa una botella de marca desconocida, una botella que jamás estuvo en las repisas del Harén. Sirvió la copa. Ella parecía esperar a alguien.
- Usted… -el camarero hablaba con voz de flan- Usted… es Lauren Bacall… ¿no?
La mujer miró a través del velo y clavó la Mirada en el joven.
- Yo soy acomodadora en el cine de este barrio y no me llamo así.
El camarero tomó el retrato de Lauren Bacall que ilumina un foco sobre la repisa de las marcas escogidas, junto a un paquete de Chester antiguo y la figurita en porcelana de un búho que mira sorprendido. Se lo enseñó a la mujer como quien muestra un espejo. Retrato y mujer eran por igual.
La Mirada levantó su vista del retrato.
- Yo no soy ésa -dijo.
El temblor dejaba paso a la perplejidad, al estupor ente la realidad. No era un retrato, se trataba de un espejo de tocador reflejando el rostro de Lauren Bacall.
- Es más, cariño, no me parezco en absoluto -la mujer volvió a sacar un cigarrillo-. Me llamo Betty Joan Perske, mi vida. No sé ni quien es ella. En las paredes sí reconozco a algunos: a Buster y a Harold, a Groucho y Chico, a Valentino y Chaplin, la Garbo y Chita, Weissmüller y la alemana ésa, Dietrich, creo. Y el beso de Gable y la Leigh. Pero tiene usted un garito repleto de fotografías de completos desconocidos.
- Ése que lía un cigarro y mira el seno de Marilyn es Humphrey -el camarero señaló la fotografía- éste del puro y el pájaro es Hitchcock; aquél del sombrero, Buró Reynolds, Sinatra, Brando, Dean, Welles, Eastwood, B.B., Monty, la Taylor… todos son amigos suyos, estrellas de Hollywood, América, el cine…
- Yo soy acomodadora en el Teatro St James y tú no me vas a enseñar qué es el cine, qué es América y qué es Holywood. No conozco los nombres que me dices; ¿Dónde están Rintintín, Clara Bow, John Gilbert, Al Johnson, Young, Esther Williams, Janet Gaynor, Tom Mix, los Barrymore, Harlow, Negri, Pickford y Fairbanks; seguro que todos esos son segundones, gente del montón.
- Pero usted es Lauren Bacall ¿No recuerda El sueño eterno? ¿Tener o no tener? ¿No recuerda a Bogart? Mire esa escena, están Humphrey, Rains y la Bergman, es el final de Casablanca, yo siempre quise que usted hubiese sido Lisa…
- Chaval, no sé de que me hablas, ni me llamo Lauren, ni he estado en Casablanca.
- Usted sonríe en esa fotografía con Sinatra.
- No sé quién es Sinatra. No insistas, cariño.
- Usted es Lauren Bacall, estrella de cine.
Lauren Bacall se quitó el sombrero y la Mirada estalló en una carcajada. Bebió el whisky de un trago y salió del local. Cuando estuvo a punto de cruzar la puerta, dijo:
- Y si me necesitas, silba, cariño.
(Publicado en Los cuentos del Harén, Granada, julio 1997)
Pero llegó. Aparecieron las piernas más largas que jamás cruzaron el umbral del Harén. Apareció el perfume más antiguo e incitante que jamás recorrió el aire del Harén. Se acercaron las piernas más largas. Puedo decir, sin estar presente, que el camarero tembló. Ella vestía traje de chaqueta años cincuenta de tweed oscuro; zapatos de aguja, guantes de seda y un pequeño sombrero que dejaba caer un suave velo sobre el rostro. Sacó del bolso un paquete de Lucky corto, al que el camarero -juro que temblando- pudo acertar para ofrecerle fuego.
El halo del blanco y negro se hizo en todo el local. Envejecieron las sillas, se manchaba el mármol con sombras de copas antiguas. La luz se hizo mortecina y un disco de Ellington se colocó sobre el plato, y se oía.
- Whisky solo, por favor -la mujer miraba las fotografías apiñadas en las paredes.
- ¿Con hielo? -la voz del camarero se hizo un hilo.
- Si Dios hubiese querido que el whisky llevase hielo, Irlanda estaría en la Antártida, cariño -y la mujer bañó de humo la cara del barman.
Buscó el vaso y el hielo, retembló de nuevo el camarero cuando se descubrió vestido de chaleco negro sobre camisa blanca y con pajarita. Tomó de la repisa una botella de marca desconocida, una botella que jamás estuvo en las repisas del Harén. Sirvió la copa. Ella parecía esperar a alguien.
- Usted… -el camarero hablaba con voz de flan- Usted… es Lauren Bacall… ¿no?
La mujer miró a través del velo y clavó la Mirada en el joven.
- Yo soy acomodadora en el cine de este barrio y no me llamo así.
El camarero tomó el retrato de Lauren Bacall que ilumina un foco sobre la repisa de las marcas escogidas, junto a un paquete de Chester antiguo y la figurita en porcelana de un búho que mira sorprendido. Se lo enseñó a la mujer como quien muestra un espejo. Retrato y mujer eran por igual.
La Mirada levantó su vista del retrato.
- Yo no soy ésa -dijo.
El temblor dejaba paso a la perplejidad, al estupor ente la realidad. No era un retrato, se trataba de un espejo de tocador reflejando el rostro de Lauren Bacall.
- Es más, cariño, no me parezco en absoluto -la mujer volvió a sacar un cigarrillo-. Me llamo Betty Joan Perske, mi vida. No sé ni quien es ella. En las paredes sí reconozco a algunos: a Buster y a Harold, a Groucho y Chico, a Valentino y Chaplin, la Garbo y Chita, Weissmüller y la alemana ésa, Dietrich, creo. Y el beso de Gable y la Leigh. Pero tiene usted un garito repleto de fotografías de completos desconocidos.
- Ése que lía un cigarro y mira el seno de Marilyn es Humphrey -el camarero señaló la fotografía- éste del puro y el pájaro es Hitchcock; aquél del sombrero, Buró Reynolds, Sinatra, Brando, Dean, Welles, Eastwood, B.B., Monty, la Taylor… todos son amigos suyos, estrellas de Hollywood, América, el cine…
- Yo soy acomodadora en el Teatro St James y tú no me vas a enseñar qué es el cine, qué es América y qué es Holywood. No conozco los nombres que me dices; ¿Dónde están Rintintín, Clara Bow, John Gilbert, Al Johnson, Young, Esther Williams, Janet Gaynor, Tom Mix, los Barrymore, Harlow, Negri, Pickford y Fairbanks; seguro que todos esos son segundones, gente del montón.
- Pero usted es Lauren Bacall ¿No recuerda El sueño eterno? ¿Tener o no tener? ¿No recuerda a Bogart? Mire esa escena, están Humphrey, Rains y la Bergman, es el final de Casablanca, yo siempre quise que usted hubiese sido Lisa…
- Chaval, no sé de que me hablas, ni me llamo Lauren, ni he estado en Casablanca.
- Usted sonríe en esa fotografía con Sinatra.
- No sé quién es Sinatra. No insistas, cariño.
- Usted es Lauren Bacall, estrella de cine.
Lauren Bacall se quitó el sombrero y la Mirada estalló en una carcajada. Bebió el whisky de un trago y salió del local. Cuando estuvo a punto de cruzar la puerta, dijo:
- Y si me necesitas, silba, cariño.
(Publicado en Los cuentos del Harén, Granada, julio 1997)
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